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Capítulo XXVII. Juego de palabras


6 años atrás
Isla de Berk
Juego de palabras

—¡Nos vamos Chimuelo! ¿dónde estará? ¡Tomaremos unas vacaciones! —gritaba el castaño a su amigo mientras depositaba varias maletas en el suelo y hablaba entre dientes.

No podía creer lo que había sucedido en la mañana de este día. Había sido elegido para derrotar a un dragón por si solo dentro de unos días, pero eso no era lo que él realmente quería. Al asesinar a aquel dragón se volvería completamente un vikingo pero ¿realmente lo era? ¿qué clase de vikingo monta un dragón? ¿qué vikingo se queda con la princesa? Sabía que cualquiera de aquellas dos alternativas se volverían realidad si se fuera de Berk lo antes posible.

Irse, tal vez solucionaría sus problemas; viajar con la princesa y su amigo, lejos de aquí sin que nadie pudiera encontrarlos y hacer una nueva vida. Una vida donde nadie los conocería y podrían ser felices, él con su amada y su amigo el dragón. La vida perfecta.

Merida no sabía nada acerca del plan del vikingo ni del evento de esta mañana. Tuvo que ayudar a Elin a ciertas cosas desde que salió el sol; era bien conocida que aquella chica, que venía de visita, era buena compañera y era amada por los niños más pequeños. Así que cuidar a algunos críos mientras sus madres se ocupaban de otros asuntos, era de gran ayuda. Así que, el castaño se dedicó a guardar cierta ropa de su amada en una canasta junto con la suya para irse al momento de verse.

—Sabes, es algo raro que desde la llegada de aquella pelirroja nuestro pescado parlanchín se volviera tan bueno ¿no crees? —habló una voz por arriba del chico, provocando que sobresaliera.

—¿Qué-qué estás haciendo aquí? —tartamudeo el chico al ver a cierta rubia afilando su hacha desde una roca.

—Quiero saber que ocurre. Nadie se vuelve tan bueno en cuestión de días y mucho menos tú.

Astrid se encontraba enojada, había perdido contra él está mañana tan fácilmente. ¿Cómo era posible? Ella había entrenado bastante duro desde hace meses que varias cicatrices se encontraban en su piel por el duro trabajo. Sabía que merecía más que nadie aquel honor de asesinar el dragón, pero ¿el pescado parlanchín ganó?

Se acercó lo suficiente a él para saber la verdad, pero un cierto rubor se asomó en sus mejillas al notar lo cerca que estaba de él. Ahora que lo pensaba, jamás había estado a solas con él en ningún momento, está era su primera vez. Pero rápidamente dobló la mano del chico sin dañarlo para que cayera al suelo mientras se quejaba, no debía notar sus sentimientos.

—¡Oye! ¿por qué me lastimas? —se quejó mientras se levantaba y acomodaba su brazo.

Fue entonces que un sonido desde el fondo de aquel crater se escuchó. La chica, dejó de tomarle atención a su compañero para comenzar a caminar con sigilo para averiguar lo que sucedía. Así, encontrándose con unos ojos verdes enormes desde la profundidad, haciendo que la adrenalina de la chica aumentará. Un dragón.

Empujó al chico al suelo para preparar su hacha al ataque mientras que la bestia se acerca a toda velocidad a ella. Debía proteger al castaño, porque, apesar de su gran talento que demostraba en la escuela, sabía que no era capaz de enfrentarse realmente a un dragón. Pero al momento de preparar su hacha e impactarse con el animal, el castaño la derribó.

La rubia, al voltear a ver nuevamente al chico, notaba que intentaba calmar a aquel dragón. Juraría que jamás lo había visto en aquel libro que les dió Bocón.

—Astrid, Chimuelo; Chimuelo, Astrid. —le dijo a ambos, presentándolos, para que al último, ferozmente le mostrará sus dientes a la chica.

¿Qué se suponía que hacer? Comenzó a correr directo a la aldea pero ¿qué le diría a todos? Ésto era bastante extraño y peligroso, ¿Merida sabría de esto? Varias preguntas pasaban por su cabeza. Pero al momento de saltar un tronco, su brazo fue capturado por el dragón para comenzar a elevarla por los cielos mientras gritos de terror surgían de ella.

—¡Déjame explicarte! —suplicó el castaño mientras depositaban a la chica en la copa de un árbol.

—¡No pienso escuchar nada de lo que dices! ¡Estás loco!

—Entonces no hablaré, deja demostrarlo Astrid.

La simple idea de volar un dragón con el chico la volvía loca; tanto a sus principios como a sus sentimientos. Comenzó a escalar el árbol con agilidad para subir con desconfianza al dragón que solo gruñía a su prescensia. No sabía quien era aquella chica pero no era Merida, y al momento de sentarse en su lugar lo enfurecía aún más. Su enojó hizo que volará a alta velocidad mientras provocaba gritos de terror de la chica, eso le causaba alivio de algún modo.

Por otro lado, Merida se encontraba en la aldea caminando y riendo con algunos niños que encontraba en su trayecto a casa. Se sentía agotada por esta mañana, pero la hacía feliz la idea de que pronto vería a su castaño. Al llegar a casa, notó a Stoiko con una sonrisa y una carta en manos.

—¡Sr. Stoiko! —dijo para acercarse a él y darle un abrazo.

Aunque hace unas horas lo haya visto, siempre lo abrazaba cuando lo veía. Su agradable olor a roble y mar la tranquilizaba. A él no le molestaba en lo absoluto aquellos abrazos, siempre eran bien recibidos y con gran alegría.

—Mira Merida, llegó una carta de tus padres esta tarde. —anunció con gran emoción mientras se la entregaba.

—¿Una carta? —sus ojos brillaron mientras la abría frente al hombre.

Durante estos meses, no había recibido ninguna alguna. Pero temía con el interior de ella, sabía que solo había dos razones por recibirla.

—Dice que ha acabado la guerra —comenzó a relatar mientras leía a toda velocidad—, se firmó una alianza con los invasores, ¡ellos vienen para acá! ¿cuánto cree usted qué tardarán en llegar? —preguntó entusiasta mientras le daba la carta al vikingo.

—Haber, déjame ver —mencionó para leer el día en el que se escribió y calculando la llegada de sus huéspedes—. Tal vez entre cuatro a siete días, depende si el mar es favorable para regresar. —terminó para recibir un abrazo de la chica y observar que varias lágrimas se derramaban de sus ojos.

—Mis papás están bien Sr. Stoiko. Ellos están bien y vienen por mí. —dijo entre sollozos mientras risas salían de ambos.

—Así es mi princesa valiente. —respondió mientras acariciaba el cabello de la chica.

—¡Iré con Hiccup para darle la noticia! ¡Debe de saberlo! —dijo mientras salía emocionada entre gritos.

—¡Pero no lleguen tarde! ¡Ya oscureció y los dragones los pueden encontrar! —gritó desde la puerta de su puerta mientras recibía un grito de la chica y él comenzará a reír—. Estos jóvenes enamorados.

La chica comenzó a hundirse en el bosque emocionada con la noticia que tenía en manos. Sus padres estaban con vida, había acabado la guerra después de tanto tiempo. Si habían firmado un tratado con aquellos vikingos invasores, eso significa que la relación de un vikingo y una princesa sería posible. Podrían estar juntos, la simple idea hacía que su corazón estallara de felicidad y lágrimas corrieran por su rostro perdiéndose en el aire.

Pero del otro lado del bosque, dos jóvenes se encontraban descendiendo en aquel cañón después de las maravillas que le enseño el castaño a la chica. A pesar de que al principio, el dragón se comportará de manera infantil con su invitada, optó por pasar una velada tranquila después de molestarla lo suficiente. Habían pasado entre las nubes en el atardecer y tocar el agua con la comisura de sus dedos. Astrid no creía lo que estaba viviendo, pero deseaba que esto no terminará.

Sus manos jamás se separaron del cuerpo del castaño en ningún momento, provocando un leve cosquilleo en su cuerpo. En ocasiones, volteaba a ver a su compañera y apartaba su mirada cuando la veía sonreír. Jamás la había visto tan feliz en su vida. Así que se perdía entre sus ojos azules, olvidándose por completo de la pelirroja.

Al momento en el que el cielo se oscureció, ambos jóvenes se encontraban dónde desde un principio todo comenzó. Ninguno decía ninguna palabra; la chica, se sentía extasiada con las emociones que le causó el chico aquella misma tarde, tanto que se encontraba segura con sus sentimientos; mientras que Hiccup, no entendía exactamente porque su corazón latía con tanta fuerza en su pecho cuando pensaba en el tacto de la chica en su piel. ¿Qué se suponía que era esto?

—Muchas gracias, por todo. —dijo la rubia descendiendo del dragón con ayuda del chico mientras desviaba la mirada.

—Cuando quieras. —tartamudeo al hablar.

Fue en eso, que recibió un duro golpe por parte de la chica en su brazo, sacando un quejido.

—Esto es por capturarme con tu dragón mascota —dijo enojada—. Y ésto, es por todo lo demás.

Sin que el castaño llegará a comprender lo que pasaba, sintió los labios de la chica sobre los suyos mientras se movían con agilidad. Eran dulces, tenía aquel sabor a miel que siempre imagino que tenía. Sus manos de ambos comenzaron a perderse con cuidado en el otro.

Astrid por fin podía comprender lo que sentía. Los labios del castaño tomaron el control entre ellos y eso le encantaba aún más. Podía sentir desde su pecho como su corazón latía a mil por hora y sus mejillas tenían un pequeño rubor en ellas.

—Nos vemos mañana en el entrenamiento. —susurró la chica al despegarse de aquel beso hundiéndose en el bosque.

—Nos vemos. —dijo atontado mientras se despedía de ella a lo lejos.

Fue en eso, que una rama se escuchó crujiendo en el interior del bosque. Hubo una persona que fue espectadora de todo lo que sucedió en aquel lago. Hiccup, al notar aquella melena roja, sintió una oleada de emociones.

—Merida, espera, no es lo que parece. —dijo acercándose con cuidado a ella para escuchar como corría lejos de él— ¡Merida! ¡Espera!

La pelirroja no comprendía que habían captado sus ojos, pensaba que Hiccup ya no sentía nada por aquella vikinga. Pero estaba tan equivocada y se sentía como una idiota creyendo que algo había existido entre ellos. ¿Qué significaban aquellos besos que se daban? ¿o aquellos roces entre sus dedos? No podía pensar en nada, solo sentía un dolor inmenso en el pecho mientras que su vista se nublaba con las lágrimas que brotaban de sus ojos. Haciendo tropezar con un árbol y cayera, solo fue cuestión de tiempo que el castaño llegará con ella.

—Merida, por favor, puedo explicarlo. —suplicó mientras intentaba ayudarla a levantar.

—¡No tienes nada que explicar! Lo ví todo. —dijo levantándose por sí sola y caminando lentamente

—¡No es así! ¡Solo escucha!

—¿Escuchar qué? ¿Cómo es que nunca sentiste nada por mi? ¿O cómo fue que me utilizaste para olvidar a alguien?

—¿Qué tienes contra Astrid?

—Solo dime Hiccup, ¿acaso ella te vería como antes después de haberle mostrado tantas maravillas en Chimuelo?

—Bueno, al menos ella me mira como alguien importante. Como un vikingo.

—¿Y yo que Hiccup? ¿Acaso yo no lo hago?

—¡Pero siempre fue y será Astrid! —gritó el chico mientras cerraba los ojos, desesperado por la lluvia de quejas de la chica.

Al abrirlos, notó que aquel rostro tierno y dulce se volvió en algo serio, sin emociones.

—Merida, no espera, no es lo que quise decir, en realidad yo —se vió interrumpido.

—Me iré a casa —le extendió la carta— esperó que seas feliz con ella.

—No Merida, espera. —ella ya no estaba ahí.




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