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Capítulo XXIX. El adiós


6 años atrás
Isla de Berk
El adiós

El día en Berk era triste y el cielo lo decía. Tenía aquel color gris y aire melancólico, parecía afectar a todos los vikingos de aquel lugar. Embarcaciones llegaron a los muelles de este lugar; eran barcos enormes, podría decirse que eran más grandes que los árboles que yacían sobre toda la isla, tenían varias banderas por dentro y personas que vestimenta distinta a la de ellos.

Todos los vikingos esperaban alrededor de aquellas embarcaciones con asombro, jamás tenían visitas. Los más grandes comprendían de quienes trataban, del clan de DunBroch, mientras que los más jóvenes no tenían idea.

Nadie bajaba de la embarcación durante estos pocos minutos de su llegada, aumentando el gran sentimiento de misterio en el aire. Pero Hiccup deseaba que jamás bajarán, que todo quedará en totalmente como estaban, porque sabía lo que estaba apunto de suceder.

Fue entonces, que una gran escalera de madera bajo de aquel lugar hasta llegar a su muelle. Algunos comenzaron a alarmarse, todos sentían aquella sensación de que se trataba de la nueva integrante de su familia, seguramente venían por ella y debían protegerla.

Así, mostrando a en aquel momento un hombre grande y robusto como su jefe, también compartía cabello de color rojizo, solamente que más corto, vestía de una forma totalmente rara para todos. Acompañado, venía una mujer castaña con cabellera hasta sus nudillos en una trenza, su cuerpo era delicado como su ropa; todos juraría que trataba de su antigua jefa del clan, pero al momento de observarla más detallada era imposible.

Fue entonces, que entre la multitud comenzaron a surgir comentarios mientras el jefe del clan caminaba junto a la pelirroja para resibir a sus invitados. Pero de lo único que murmuraban era acerca de la vestimenta de la chica, ¿dónde estaban sus pieles? Parecían que fueron reemplazados por un vestido hermoso, como de un princesa. Fue ahí dónde comprendieron.

La apariencia de la pelirroja había cambiado. Todos los vikingos se encontraban confundidos a la Merida que estaba caminando entre ellos; tenía un aspecto sombrío y melancólico, tenía varias ojeras debajo de sus ojos y sus labios mostraban una línea recta. No irradiaba aquella luz de felicidad que mostró desde sus primero días, ahora traía consigo un aire triste.

Nadie la había visto estos últimos días. La había pasado encerrada en su habitación, no salía para absolutamente nada. En ocasiones, el castaño intento acercarse a ella depositando un plato de comida frente a su puerta y esperaba pacientemente frente a ella, pero jamás apareció. Siempre intentaba cambiar la comida todos los días y dejar una nota por debajo de la puerta, siempre la encontraba de su lado sin abrir.

Hiccup sabía el enorme error que había provocado aquella noche. Él fue quien la rompió y sabía que no había forma de arreglar su cometido. En ocasiones, después de entrenar, regresaba inmediatamente a casa a ver a la chica y esperarla, pero jamás se apareció; también iba con Chimuelo a darle pescado y se encontraba a la chica rubia en aquel lugar. Por un lado, le alegraba verla, sentir que era querido, pero por otro, le dolía estar sin su pelirroja.

El dragón, aunque no pudiera hablar, en su mirada podía mostrarse cierta preocupación por el paradero de la chica, pero Hiccup no sabría explicarle. Todo era un caos, ¿a qué costó estaba consiguiendo al amor de su juventud? ¿perdiendo al amor de su vida?

En este justo momento lo estaba haciendo, cada paso que daba su pelirroja estaba más cerca de irse y jamás volver. ¿Debería correr hacia ella? Tomarle de la mano y huir tan lejos como era posible, tal como lo habían planeado. Tenía que hacer algo, la adrenalina estaba por todo su cuerpo, tenía que detenerla; pero algo más lo detenía a él, la mano de Astrid se encontraba posada con la suya. Estaba atado.

Stoiko se acercó a los reyes para darle un abrazo a aquel hombre con el que compartía ciertos rasgos mientras se daban un cierto golpe en la espalda; se encontraban alegres de verlos con vida. Al ver aquella acción, todo el mundo comenzó a tranquilizarse.

—¡Amigos! —exclamó el jefe del clan— no hay de que alarmarse. Ellos son Eleonor y Fergus, reyes de nuestro clan amigo, el Clan de DunBroch. Y junto a ellos, nuestra amada Merida, primogénita de aquel clan y hoy vuelve a casa. —dijo para escuchar ciertos gritos de felicidad y confusión.

—¿Merida una princesa? —exclamó sorprendido el pelinegro entre sus amigos— Si es más vikingo como cualquiera de nosotros. Aunque eso explicaría porque tiene una piel tan suave y delicada.

Hiccup lo comía, a Patán, con la mirada por aquel comentario.

—¿Tú sabías eso? —preguntó cálidamente la rubia al castaño.

—Algo así. —volteó la mirada. Por supuesto que lo sabía, soñaba todas las noches con poder ser el príncipe de sueño que aquella princesa se merecía.

La princesa comenzó a despedirse de todos en aquel lugar, le depositaban un fuerte abrazo o le daban algún regalo que llevaban consigo; algunas se trataban de armas, todos habían entrenado a la princesa para poder protegerse a si misma. Fue entonces que llegó el momento de que Hiccup se acercó para decir un último adiós.

Aún era posible huir de ahí, podía hacer un llamado fugaz a su dragón para que fuera por ambos y huyeran, juntos. Pero lo único que la pelirroja le otorgó su mano, con un rostro sombrío en ella cuando lo veía. El castaño estrechó sus manos para poder salir de ahí, su corazón pareciera que se encontraba partiendose.

Los barcos comenzaron a alejarse de ahí, y en ellos, el corazón del chico.

Después de aquel suceso cometido el día de su enfrentamiento con el dragón y haber fracasado, se sentía derrotado. Pero fue posible de advertirle a su padre acerca de lo que vio con Astrid en el nido de los dragones, logrando vencer al alfa y hacer que la mentalidad de los vikingos cambiarán. Pero a pesar de ello, de poder lograr un mundo donde vikingos y dragones convivieran en paz, el sueño más preciado entre él y su pelirroja, a pesar de todo ¿dónde estaba ella? Se suponía que tenían que haberlo vivido, juntos.

Ahora la pasaba su mayor tiempo con el dragón, evitaba en algunos momentos a la rubia para poder estar solo, poder acomodar sus pensamientos. No podía pensar en otro cosa que no fuera la chica y lo idiota que fue por dejarla ir. Se fabricó un arco y comenzó a practicar todas las tardes con el dragón, era la única forma de estar cerca de ella. En ocasiones, iba a su recámara de la chica y se recostaba en aquella cama, todavía podía oler y sentirla, ahí estaba. En ocasiones lloraba hasta quedarse dormido, recordaba todo lo que vivió con ella y eso lo mataba.

Los meses pasaban y comenzaba a salir con sus nuevos amigos, sentía que lo hacía de despecho. Recuerda aquella celebración donde todos los dragones huyeron. Todo aquel aire de amor por el aire solo le traía tristeza, siendo que Astrid se encontraba junto a él y la beso, tal vez solo fue para recordar a la chica y sentirse bien.

Comenzó a hacerse la idea de que ya jamás la volvería a ver, tenía que ocultar sus sentimientos hacia ella y enfocarse en la vida que tenía ahora. Tenía la mejor vikinga del lugar como novia, amigos y una familia que lo aceptaba.

Pero a pesar de todo, seguía recurriendo a los lugares con la pelirroja y Astrid lo sabía. Nunca dijo nada, sabía que aquel tema no le incumbia y ahora tenía sueños frecuentes, no sabía si se trataban de sueños o recuerdos, estaban el castaño y la pelirroja juntos, no comprendía que era todo.

Pero Merida se fue y jamás volverá.

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