«Día 239 de 365» (sin corregir)
«Día 239 de 365»
Observé una vez más el anillo en mi dedo anular izquierdo y jugué un poco con él sin quitármelo.
A veces me pregunto ¿por qué yo? Pero no como una lamentación, sino como una duda... ¿Por qué Hiccup me eligió a mí? Él tenía miles de mujeres a su alrededor, de seguro menos histéricas que yo, pero él aun así me quiso, y me quiere, y me querrá.
Sonreí mirando el anillo.
Faltan unos días para casarme, y no puedo estar más ansiosa y nerviosa. ¿Qué cara pongo mientras camino por el altar? ¿Y si tropiezo con el velo, me caigo en el pastel de bodas, salen todos los pedazos volando y mancho a todos los invitados? Vuelvo a reiterar que yo soy diez veces más torpe que un ser humano.
Sé que son nervios, todos me dicen que lo haré bien, que no me preocupe. Pero claro, ellos no pasaron por eso, bueno, salvo mamá, ella entiende un poco lo que siento. Ella se casó a los veintiocho, yo recién a los diecisiete. Es una locura, lo sé, pero no me importa.
Sé que Hiccup lo hace por mí. No sé cuántos días faltan, pero intento no pensar en eso.
Hiccup me sonrió y se recostó sobre el pasto verde. Yo le sonreí acariciando su cabello y luego le di un corto beso en los labios.
Este se había vuelto mi lugar favorito. El bosque.
Aquí él me pintó, yo ese día fui su inspiración... y debo admitir, que fue maravilloso.
— ¿En qué tanto piensas, amor? —me preguntó aún con su sonrisa.
— En nada —respondí, lo miré.
Él enarcó una ceja.
Quedamos en un silencio, no era incómodo, era uno de esos silencios que se forman cuando te sientes muy cómodo con una persona que ya no sientes la necesidad de hablar para rellenar el ambiente.
— ¿Por qué yo? —le pregunté, él me miró confundido— ¿Por qué me elegiste a mí, Hiccup?
Él se sentó para quedar a mi altura, me observó detenidamente, yo no sabía qué cara poner.
— Hay algo en ti que me resulta adictivo —dijo mientras se acercaba con lentitud—, quizás sea tu sonrisa, o tu mirada, o tus labios, o todo junto.
Colocó el mechón que siempre me caía a un lado del ojo izquierdo, detrás de mi oreja, pasó su mano por mi mejilla acariciándola lentamente, luego la posó en mi barbilla y me acercó para besarlo. Yo obviamente le correspondí.
Me recosté mientras él seguía besándome, era un beso demasiado lento, pero a la vez exquisito. Podía disfrutar más el sabor de sus labios.
Él paró de besarme y me miró a los ojos, miró mis labios y volvió a mirar mis ojos, como decidiéndose a quién hablar.
— Te amo, Mérida —dijo—. Te amo muchísimo.
Le sonreí y coloqué mis manos en su nuca.
— Y yo a ti.
Lo atraje a mí y lo seguí besando.
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