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«Día 1 de 365» *corregido*

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                                               «Día 1 de 365»

  Mi vista era borrosa, las letras se veían tan mal que parecían ser sólo garabatos gruesos. Tomaba el papel en mis temblorosas manos e intentaba no llorar, ahí estaban los resultados de mi trigésima vez en el electrocardiograma. Mi sangre está mal, cada vez empeora y ya no hay un medicamento que me venga bien. Los días se agotan rápido, mi piel es más aceitunada que antes y el agua de mis ojos se hacía gotas... Una, dos, tres. Mi vista volvió a ser la misma, las lágrimas resbalaban por mis mejillas dejando un rastro húmedo. Llevé una mano a mi boca impidiéndome gritar, y de ella salió un raro sonido, un gemido ahogado. Mis manos temblaron más y golpeé el papel contra mis piernas. Todos los tratamientos, todo mi esfuerzo, todos los días que he estado en camilla, días sin comer ni hablar; todo lo que hice para mantenerme de pie e intentar llevar la enfermedad con calma fue en vano desde que me dieron éste maldito papel. Moriré. No me lo han dicho en la cara por miedo a mi reacción, y me lo escriben en un papel ¿Creen que será diferente? ¿Creen que no dolerá? pues estoy peor. Cosas como estas se dicen en la cara, no se te deja en un pasillo del hospital leyendo los resultados de unas pruebas que te indican la muerte segura.

  Arrugo el papel haciéndolo una bola y lo tiro en el suelo, golpeo la pared con ira y dolor. Todo. TODO ya no importa.

  Comienzo a caminar a paso muy apurado, mis lágrimas ya habían cesado, pero mi dolor seguía presente y quizás nada podría esfumarlo. Siento cómo se me han hinchado los labios y me he brotado, mis mejillas de seguro están rojas, cada vez que lloro mi cara queda como si hubiese comido algo a lo que fuera alérgica. No me gusta llorar. Sé que llorando nada se resuelve, pero a veces es inevitable. A veces pasan cosas que sin importar cuánto intentes disimular, dolerán. Cada cosa que me ha pasado duele. Cada día duele. En mí sólo queda la amargura y frialdad, ya ni el amor, ni la felicidad son bienvenidos, esa puerta está cerrada y dudo que alguien encuentre la llave.

  Salgo del hospital dando un portazo.

  Bien, se supone que debería empezar diciendo «Hola, soy Mérida, tengo 17 años...» como haría cualquier adolescente. Pero lo que sucede es que yo no soy "cualquier Adolescente". Padezco leucemia, y esta maldita enfermedad va a matarme en tan solo 365 días. Sí, cualquiera estaría con su familia, pasándola bien, siendo feliz, todo para sólo morir con «un buen recuerdo». No tiene sentido. No sabes lo que hay después de la muerte, quizás no recuerdes nada, pierdas el conocimiento tal vez. O será como quedarse dormido eternamente.

  La vida es un tunel largo lleno de fracasos y malas pasadas.

  La muerte nunca me dio miedo, mi madre siempre me contaba leyendas o me hablaba sobre la muerte porque ella sabía lo que me pasaría, sabía que algún día me enfrentaría a ese temor aunque no estuviera lista. Pero yo no le tenía miedo. A la muerte no tenías que tenerle miedo, simplemente tenías que aceptarla con gusto, recibirla como a una vieja amiga y dejarte ir tomada de la mano de la misteriosa sombra, ella te guiará a un lugar raro lleno de personas nuevas, una "vida" nueva. Todo será claro, la gente estará vestida de blanco y el sol irrumpirá toda la oscuridad. Entonces sabrás que por fin saliste del túnel.

  Camino por la calle San Martín pateando una piedra algo enojada. El clima es frío, y el viento es fuerte, las hojas de los árboles están amarillas, algunas rojas y otras todavía verdes. El otoño me acompaña hasta mi largo camino a casa. Es mi estación favorita. A nadie le interesa el otoño, mas todos se emocionan por el verano, la primavera y/o el invierno. El otoño es mi favorita porque es ignorada, igual que yo. Es la época en que las hojas de los árboles mueren, se desprenden de la rama, vuelan unos segundos y caen al suelo suavemente, la gente las pisa sin cuidado alguno ni piedad ¿Por qué hacerlo? Son hojas, partes de un árbol ¿Qué es el árbol? vida. Lo mismo pasará conmigo. Saldré del hospital, mi alma volará lejos y mi cuerpo caerá suavemente en un ataúd, lo enterrarán a unos metros bajo tierra y la gente pisará mi tumba sin ningún cuidado alguno ¿Por qué hacerlo? Está muerta ¿Qué es eso? Una persona. ¿Tiene importancia? No.

  Golpeo nuevamente la piedra con la punta de mi pie y sigo caminando para llegar a la calle Sarmiento; quedan unas... dos cuadras para llegar a casa ¡Uff..! Casa, al fin.

  Mi barrio es Alem al 600 está lleno de casas grandes, autos grandes y gente con gran riqueza, sin embargo no tienen idea de la vida.

  Tengo las manos dentro de los cálidos bolsillos de mi campera, mis zapatillas converse negras, el joguin cerrado azul (que me queda corto) mojado por las gotas de lluvia pese a que hace poco hubo una tormenta, así que por lo tanto estoy algo mojada. Tengo mi capucha puesta (aparte mi esponjado cabello me cubre las orejas) y guantes, no paso tanto frío.

  Llego a mi casa, abro la puerta (sorprendentemente estaba abierto ya que mi madre debería estar trabajando), y me encuentro con mi perro Angus que se abrazó directamente a mí moviendo la cola de felicidad y con la lengua afuera. Como es pequeño (un labrador) lo tomo en brazos, cierro la puerta y voy a la cocina. Él comienza a lamerme la cara y yo le rasco detrás de las orejas riendo. Lo dejo en el suelo y de la alacena saco un paquete de galletas oreo, me giro para sentarme en la mesa y me sobresalto al ver a mi madre ahí sentada, pendiente de cada cosa que hago.

—Mamá —dije viéndola, caminé y agarré una taza limpia—, ¿qué haces aquí? Creí que estarías trabajando.

Agarro el chocolate Nesquik, y una cuchara.

—Verás, Mérida —comenzó a decir mientras yo seguía preparando mi chocolatada— como sé que hoy no es tu día...

—Mamá —la interrumpí aún sin verla—, nunca es mi día.

—Bueno, pero, hoy te han dado las pruebas, ¿no es así? —preguntó alzando una ceja. Yo asentí sántandome en la silla frente a ella, la mesa estaba entre nosotras.— Como ambas sabemos lo que va a pasarte, necesito que éste año disfrutes de la vida, Mer. Y estaré un año sin trabajo para estar contigo.

  Me ahogué con la leche y comencé a toser. Ella me miró extrañada, y yo logré calmar mi tos.

—Mamá, ¿cómo que has dejado de trabajar? —pregunté sorprendida y algo enfadada.— Se supone que tienes que mantenerte. Cuando no esté aquí ¿qué harás? Te costará volver a conseguir empleo.

—No, Mérida, no me interesa el empleo, sólo quiero verte feliz, pasar tiempo con mi niña. —Respondió con las cejas bajas.

—Si quieres verme feliz, déjame ir al boliche —bromeo, pero ella no ríe, tomo mi leche rápido—. En serio mamá... Lo siento pero prefiero ir a Orlando, Disney, no quedarme contigo leyendo HASTA MORIR.

—Oh, vamos, Mer, antes te gustaba leer conmigo. —dijo ella ofendida.

—Antes era pequeña. «Y no tenía nada de qué preocuparme como quizá ¡Ah, ya sé! El cáncer.» —dije mientras me levantaba guardando las oreos y dejando la taza en el lavavajillas—. Ya he crecido y hay muchas cosas que me dejaron de importar.

  Comienzo a caminar a mi cuarto. El silencio invade la habitación; no me importaba, no paraba mi andar, hasta que ella tocó un tema muy sensible para mí.

—Como el arco. —dijo, parecía más una pregunta. Paré en seco, como si una clase de nudo se me hiciera en todo el cuerpo y quedase tiesa—. Antes con tu padre te la pasabas lanzando flechas, y no sólo cuando eras pequeña.

  Me quedé en silencio. Yo amaba la arquería, era cierto, pero mis gustos han cambiado repentinamente. No quiero tener recuerdos de el hombre que a pesar de que me dio la vida, me abandonó. Mi padre nos abandonó cuando se enteró que tenía cáncer, decía que era imposible que me curase... Y tenía razón, porque ya tengo mi fecha de muerte programada.

—Sí, antes de la puta enfermedad —contesté seria y subí las escaleras seguida de Angus.

  Entré a mi habitación y cerré la puerta, sé que ella hace lo que hace para mi felicidad, que quiere pasarla conmigo hasta morir. Porque es mi madre, está bien, me ama y soy lo único que tiene. Pero esa no es mi felicidad.

  Me dejo caer sobre la cama, Angus se acurruca a mi lado, apoya su cabeza en mi pecho y yo lo rodeo con mi brazo.

                                   Últimamente, nada, es mi felicidad.

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