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015. valentine's day

CAPÍTULO QUINCE
▬  ❝ día de san valentín ❞  ▬










A MÉREOPE NO PODÍA DARLE MÁS IGUAL EL 14 DE FEBRERO, EL SIMPLE RECUERDO DE SUS PADRES BASTANTE ACARAMELADOS AQUEL DÍA CON EXACTITUD LE DABA NAUSEAS: dándose besos de un lado a otro y no olvidemos sus muy tontas películas de "Romance", eran tan ilógicas, pero a la vez eran un cliché un tanto aburrido. Sus ridículas peleas de enamorados en las cuales se pelean a mitad de la película y para diez minutos faltantes para que acabara, los protagonistas ya estaban casados y esperando un hijo.

Méreope nunca fue social gracias a que se mantuvo encerrada la mitad de su vida, solamente salía a escondidas de su casa para ir a la biblioteca y regresaba sin mas, por lo que jamás había experimentado aquel cosquilleo de estar "enamorada".

La pelirroja terminaba de arreglarse el uniforme frente a su espejo, al mismo tiempo que decidía hacerse una media coleta, despejando su vista y dejando solamente dos mechones salidos para darle algo de estilo al peinado.

—¿Estas lista, Mér? —cuestiono Hermione, saliendo del baño.

Méreope tomo su mochila y asintió hacia la castaña.

—Si Herms, vamos —le sonrió ladinamente y juntas se dispusieron a bajar las escaleras de mármol y dirigirse al Gran Comedor.

La tensión en el aire era bastante... rara e incomoda, o al menos así la sentía la pelirroja.

Al llegar a las puertas abiertas de par en par del Gran Comedor, a Méreope le dieron muchas mas ganas de vomitar gracias a que un pasillo atrás había un chico de Ravenclaw besándose con una chica de Hufflepuff.

—Hay habitaciones para eso —dijo ella—. O sitios más privados.

Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones.

Ambas niñas se encaminaron hacia su mesa correspondiente.

Méreope dejo caer su mochila a su lado y comenzó a mirar a su alrededor, totalmente asqueada.

—¿Méreope Tonks?

La Gryffindor giró su cabeza hacia atrás, topándose con una niña de, probablemente, primer año, la cual llevaba una carta y una bolsa de gomitas en forma de corazones en sus manos.

—Eh... ¿si? —cuestiono indecisa la pelirroja, mientras que sus dos amigos miraban la escena con curiosidad.

—Un chico... ¿Cómo era su nombre...? ¡Ah si! Theodore Nott te envía esto —la niña de Slytherin le extendió el pequeño regalo junto a la carta y le sonrió ladinamente.

Ella sonrió de igual manera y recibió el regalo—. Gracias...

—Astoria, Astoria Greengrass —sonrió y comenzó a dirigirse a su mesa como si nunca hubiera estado ahí.

Méreope volvió a girarse hacia la mesa de colores esmeraldas, haciendo que conectara miradas con aquel castaño de ojos avellanas el cual le sonreía y movía su mano de lado a lado con un pequeño sonrojo en su rostro.

—¿Theodore Nott de nuevo? —cuestiono Ron un tanto asqueado con todo el tema sobre ese día, mientras Hermione reía tontamente.

La pelirroja se encogió de hombros, viendo como su azabache amigo entraba al Gran Comedor con bastante prisa.

—¿Qué ocurre? —les preguntó Harry, sentándose y fijando su vista en la carta y gomitas en las manos de su pelirroja mejor amiga—. ¿Qué es eso?

—Theo me los dio —dijo Méreope sin entrar en detalles mientras guardaba el regalo en la mochila—. Oh vamos, Harry, Theo es mi amigo.

Harry solo fruncía el ceño sin entender del todo que era lo que quería aquel Slytherin de Méreope, pero estaría dispuesto a descubrirlo en cuanto antes.

—Olvídalo Issa, ¿Qué ocurre entonces? —cuestiono Harry viendo como Theo le sonreía burlonamente provocando que sus ganas de lanzarle cualquier hechizo se hicieran presentes.

Ron, que parecía estar demasiado confundido para hablar, señaló la mesa de los profesores. Lockhart, que llevaba una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba silencio con las manos. Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban estupefactos. Desde su asiento, Méreope pudo ver a la profesora McGonagall con un tic en la mejilla. Snape tenía el mismo aspecto que si se hubiera bebido un gran vaso de crece huesos.

—¡Feliz día de San Valentín! —gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos ustedes... ¡y no acaba aquí la cosa!

Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockhart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.

—¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —rió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no piden al profesor Snape que les enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!

El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.

—Por favor, Hermione, dime que no has sido una de las cuarenta y seis —le dijo Ron, cuando abandonaban el Gran Comedor para acudir a la primera clase. Pero a Hermione de repente le entró la urgencia de buscar el horario en la bolsa, y no respondió.

—¿Por qué no me sorprende? —murmuro Méreope negando suavemente la cabeza de lado a lado y sintiendo como Harry pasaba su brazo izquierdo por sus hombros, abrazándola de costado.

Harry había visto la mueca que había colocado Theo al verlo, por lo qué ahora fue su turno de sonreírle burlonamente.

Los enanos se pasaron el día interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los profesores, y al final de la tarde, cuando los de Gryffindor subían hacia el aula de Encantamientos, uno de ellos alcanzó a Harry mientras iba platicando con su pelirroja amiga del por qué debería dejar su amistad con el Slytherin aquel.

A lo cuál Méreope se negaba divertidamente tras los celos de su mejor amigo.

—¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde estaba Harry.

La pelirroja sintió como Harry tomó con prisa su mano y trataba de escabullirse junto con Méreope entre la fila de alumnos de primer año de Gryffindor.

—Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.

—¡Aquí no! —dijo Harry enfadado, tratando de escapar junto con su mejor amiga. 

—¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a Harry por la bolsa para detenerlo, y por ende, a Méreope también.

—¡Suéltame! —gritó Harry, tirando fuerte tanto para liberarse, como para no separarse de su pelirroja.

Finalmente, la bolsa de Harry se partió en dos dejando libre sus libros, varita, pergaminos y pluma, y la botellita de tinta que al romperse había manchado lo demás.

Méreope comenzó a ayudar a Harry a recoger todo lo mas rápido que pudiera ya que también quería ahorrarle la vergüenza al azabache.

—¿Qué pasa ahí? —era la voz fría de Draco Malfoy, que hablaba arrastrando las palabras. Ambos Gryffindors intentaron febrilmente meterlo todo en la bolsa rota, desesperados por alejarse antes de que Malfoy pudiera oír la  felicitación musical de San Valentín hacia Harry.

—¿Por qué toda esta conmoción? —dijo otra voz familiar, la de Percy Weasley, que se acercaba.

A la desesperada, Harry y Méreope intentaron escapar corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y derribo a Harry.  

—Bien —dijo, sentándose sobre los tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:

Méreope sostuvo su labio inferior entre sus dientes tratando de no reír nerviosamente.

Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche
y el pelo negro como una pizarra cuando anochece.
Quisiera que fuera mío, porque es glorioso,
el héroe que venció al Señor Tenebroso. 

La pelirroja trato de no reír junto con los demás, ya que sabía que Harry se enfadaría con ella. Claramente no se sabía quien se la había mandado, pero Méreope podía suponerlo un poquito. Rápidamente comenzó a buscar con la mirada a su pequeña hermana postiza, en cuanto su mirada conecto con la de ella, se dirigió hacia donde estaba y la abrazo, ella avergonzada, le devolvió el abrazo.

—¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía, empujando a algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.

Méreope dejo un beso en la coronilla de Ginny y fue hacia Harry para brindarle algo de consuelo por la vergüenza que debería de estar pasando.

La Gryffindor vio que Malfoy se agachaba y tomaba algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. Méreope y Harry comprendieron que lo que había recogido era el diario de Riddle.

—¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz baja.

—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry.

Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Méreope a Harry y al diario, aterrorizada.

—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.

—Cuando le haya echado un vistazo —dijo Malfoy, burlándose de Harry. Percy dijo:

—Como prefecto del colegio...

De pronto, Harry tomo su varita del bolsillo salido de su mejor amiga y grito:

¡Expelliarmus! 

Y tal cuál el profesor Snape desarmo a Lockhart y Méreope a Pansy, vieron como el diario se le escapaba de las manos a Malfoy, finalmente saliendo de sus manos para después salir volando hacia Harry y Méreope. Siendo atrapado por Ron que acababa de llegar junto con Hermione.

—¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No se puede hacer magia en los pasillos. ¡Tendré que informar de esto!

Malfoy estaba furioso, y cuando Ginny pasó por su lado para entrar en el aula, le gritó despechado:

—¡Me parece que a Potter no le gustó mucho tu felicitación de San Valentín, me parece que prefiere a otra pelirroja, Weasley!

Méreope solamente bajo la mirada abochornada tras lo dicho por Malfoy.

Ginny se tapo la cara con las manos y entró en clase corriendo, no sin antes mirar a su casi-hermana mayor, sabiendo en el fondo que lo que Malfoy había dicho era verdad.

[...]

Tanto Harry como Méreope estaban en la habitación de el primer mencionado mientras este le mencionaba a su mejor amiga como el diario de Riddle no se había manchado de tinta negra como las demás cosas en su mochila.

—Es extraño, Harry —murmuro Méreope ojeando de nuevo el diario.

La pelirroja recostó su cabeza en el hombro de el azabache el cual miraba el diario con desdén.

—Y si... —con mucho cuidado de no apartar la cabeza de Méreope de su hombro, saco un pequeño bote de tinta y se lo paso a su mejor amiga—. Sostenlo, gracias.

Harry mojo la punta de la pluma en la tinta y dejo caer una gota en el diario, la cual brillo y desapareció rápidamente.

—No puede ser —mascullo Méreope, separándose de Harry y dirigiendo su completa atención al diario en las manos del chico—. Préstamelo, James.

Harry sonrió embobado tras oír su segundo nombre salir de la boca de la pelirroja y le entregó el diario a su amiga.

Méreope, sin prestarle atención a Harry y su sonrisa, comenzó a escribir emocionada:

«Somos Harry Potter y Méreope Tonks.»

Las palabras brillaron un instante en la página y desaparecieron también sin dejar huella. Entonces ocurrió algo.

Rezumando de la página, en la misma tinta que había utilizado Méreope, aparecieron unas palabras que ninguno de los dos habían escrito:

«Hola, Harry Potter y Méreope Tonks. Mi nombre es Tom Riddle. ¿Cómo ha llegado a sus manos mi diario?» 

Méreope sonrió emocionada y volvió a escribir ansiosa donde la respuesta de Tom Riddle había desaparecido, mientras que Harry sonreía viendo la emoción de su mejor amiga ante el mágico diario.

«Alguien intentó tirarlo por el retrete.»

Aguardaron con paciencia la respuesta de Riddle.

«Menos mal que registré mis memorias en algo más duradero que la tinta. Siempre supe que habría gente que no querría que mi diario fuera leído.»

«¿Qué quieres decir?»

Escribió Méreope, emborronando la página debido a los nervios y para calmarla, Harry entrelazo sus dedos con los de ella, como normalmente lo hacían. 

«Quiero decir que este diario da fe de cosas horribles; cosas que fueron ocultadas; cosas que sucedieron en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.»

«Es donde estamos ahora», escribió Harry apresuradamente tras ver que Méreope se perdía en sus pensamientos. «Estamos en Hogwarts, y también suceden cosas horribles. ¿Sabes algo sobre la Cámara de los Secretos?»

Méreope sentía su corazón acelerarse violentamente. La réplica de Riddle no se hizo esperar, pero la letra se volvió menos clara, como si tuviera prisa por consignar todo cuanto sabía.

«¡Por supuesto que sé algo sobre la Cámara de los Secretos! En mi época, nos decían que era sólo una leyenda, que no existía realmente. Pero no era cierto. Cuando yo estaba en quinto, la cámara se abrió y el monstruo atacó a varios estudiantes y mató a uno. Yo atrapé a la persona que había abierto la cámara, y lo expulsaron. Pero el director, el profesor Dippet, avergonzado de que hubiera sucedido tal cosa en Hogwarts, me prohibió decir la verdad. Inventaron la historia de que la muchacha había muerto en un espantoso accidente. A mí me entregaron por mi actuación un trofeo muy bonito y muy brillante, con unas palabras grabadas, y me recomendaron que mantuviera la boca cerrada. Pero yo sabía que podía volver a ocurrir. El monstruo sobrevivió, y el que pudo liberarlo no fue encarcelado.»

En su precipitación por escribir, Harry casi vuelca la botellita de la tinta sobre la ropa de Méreope y de él.

«Ha vuelto a suceder. Ha habido tres ataques y nadie parece saber quién está detrás. ¿Quién fue en aquella ocasión?»

Méreope se amarró su cabello en una coleta baja.

«Se los puedo mostrar, si quieren», contestó Riddle. «No necesitan leer mis palabras. Podrán ver dentro de mi memoria lo que ocurrió la noche en que lo capturé.»

Méreope miro con cierta duda a Harry, el cual, asintió y la atrajo a él en caso de que algo malo pasase, él estaría dispuesto a dar su vida por ella.

Miraron asustados la puerta del dormitorio; iba oscureciendo. Cuando retornaron la vista al diario, vieron que aparecían unas palabras nuevas:

«Deja que se los enseñe.»

La pelirroja tomo la pluma y comenzó a escribir de nuevo:

«Okay.»

Las páginas del diario comenzaron a pasar, como si estuviera soplando un fuerte viento, y se detuvieron a mediados del mes de junio. Con la boca abierta, Méreope vio que el pequeño cuadrado asignado al día 13 de junio se convertía en algo parecido a una minúscula pantalla de televisión. Las manos le temblaban ligeramente, y entonces Harry levantó el cuaderno para acercar uno de sus ojos a la ventanita, y antes de que comprendieran lo que sucedía, se estaban inclinando hacia delante. La ventana se ensanchaba, y Méreope sintió que su cuerpo dejaba la cama y era absorbida por la abertura de la página en un remolino decolores y sombras.

Notó que pisaba tierra firme y se quedó temblando, mientras las formas borrosas que la rodeaban se iban definiendo rápidamente.

Harry la atrajo hacia él y la puso detrás suyo, comenzando a observar a su alrededor con curiosidad al igual que Méreope, pero esta desde encima del hombro de Harry.

Enseguida se dieron cuenta de dónde estaban. Aquella sala circular con los retratos de gente dormida era el despacho de Dumbledore, pero no era Dumbledore quien estaba sentado detrás del escritorio. Un mago de aspecto delicado, con muchas arrugas y calvo, excepto por algunos pelos blancos, leía una carta a la luz de una vela. Méreope no había visto nunca a aquel hombre, o al menos en persona. 

Recordaba un retrato parecido a él en el despacho de Dumbledore, cuando iba de vez en cuando a conversar con él acerca de una que otra travesura que hacía o de sus poderes.

—Lo siento —dijo Harry con voz trémula—. No queríamos molestarle...

Pero el mago no levantó la vista. Siguió leyendo, frunciendo el entrecejo levemente. Ambos Gryffindors se acercaron más al escritorio.

Méreope sin saber que decir, balbuceo:

—¿No-nos vamos? 

El mago siguió sin prestarles atención. Ni siquiera parecía que la hubiera oído. Pensando que tal vez estuviera sordo, Harry levantó la voz.

—Lamentamos molestarlo, nos iremos ahora mismo.

Con un suspiro, el mago dobló la carta, se levantó, pasó por delante de Méreope y Harry sin mirarlos y fue hasta la ventana a descorrer las cortinas.

El cielo, al otro lado de la ventana, estaba de un color rojo rubí; parecía el atardecer. El mago volvió al escritorio, se sentó y, mirando a la puerta, se puso a juguetear con los pulgares.

Méreope salió de detrás de Harry y comenzó a contemplar el despacho. No estaba el carismático Fénix de Dumbledore, el cual, parecía creer que la pelirroja era su familiar gracias a sus poderes lo que le hacia algo de gracia a su director.

Sus poderes se habían desarrollado hasta el punto de que no solo podía curar o sanar a las personas, si no que también podría llegar a hacerse invisible y demás cosas que podría descubrir con el paso del tiempo –según Dumbledore–.

Al parecer, el librarse del estrés de tratar de abrir aquel libro, diario o lo que fuera esa libreta, le había beneficiado para dejar fluir mejor su poder tanto en su cuerpo y mente.

Harry la tomo de la mano, sacándola de sus pensamientos. Dirigió su mirada hacia la puerta la cual habían comenzado a golpear.

—Entre —dijo el viejo mago con una voz débil.

Méreope abrió la boca asombrada tras ver la belleza del muchacho que tenía frente a ella.

El muchacho parecía de unos dieciséis años más o menos, entró quitándose el sombrero puntiagudo. En el pecho le brillaba una insignia plateada de prefecto.

Harry noto que era mucho mas alto que ambos pero tenía, como él, pelo de un negro azabache.

Notaba la sonrisa boba que se había dibujado en los labios de Méreope por lo que, sin ninguna razón, fulmino al chico frente a él, aunque este no pudiera notarlo.

—Ah, Riddle —dijo el director.

—¿Quería verme, profesor Dippet? —preguntó Riddle. Parecía azorado.

—Siéntese —indicó Dippet—. Acabo de leer la carta que me envió.

—¡Ah! —exclamó Riddle, y se sentó, cogiéndose las manos fuertemente.

—Muchacho —dijo Dippet con aire bondadoso—, me temo que no puedo permitirle quedarse en el colegio durante el verano. Supongo que querrá ir a casa para pasar las vacaciones...

—No —respondió Riddle enseguida—, preferiría quedarme en Hogwarts a regresar a ese..., a ese...

—Según creo, pasa las vacaciones en un orfanato muggle, ¿verdad? —preguntó Dippet con curiosidad.

—Sí, señor —respondió Riddle, ruborizándose ligeramente.

Méreope evito sonreír mordiendo su labio inferior, mientras miraba a Tom de arriba a bajo constantemente.

El de anteojos entrecerró sus ojos viendo a su amiga y a Tom repetidas veces mientras fruncía el ceño.

—¿Es usted de familia muggle

—A medias, señor —respondió Riddle—. De padre muggle y de madre bruja

—¿Y tanto uno como otro están...?

—Mi madre murió nada más nacer yo, señor. En el orfanato me dijeron que había vivido sólo lo suficiente para ponerme nombre: Tom por mi padre, y Marvolo por mi abuelo. 

Dippet chasqueó la lengua en señal de compasión.

—La cuestión es, Tom —suspiró—, que se podría haber hecho con usted una excepción, pero en las actuales circunstancias...

—¿Se refiere a los ataques, señor? —dijo Riddle.

Méreope observo como su amigo se acerco a escuchar mas de cerca y, por ende, ella fue junto a él.

—Exactamente —dijo el director—. Muchacho, tiene que darse cuenta de lo irresponsable que sería que yo le permitiera quedarse en el castillo al término del trimestre. Especialmente después de la tragedia..., la muerte de esa pobre muchacha... Usted estará muchísimo más seguro en el orfanato. De hecho, el Ministerio de Magia se está planteando cerrar el colegio. No creo que vayamos a poder localizar al..., descubrir el origen de todos estos sucesos tan desagradables...

Riddle abrió más los ojos.

—Señor, si esa persona fuera capturada... Si todo terminara...

—¿Qué quiere decir? —preguntó Dippet, soltando un gallo. Se incorporó en el asiento—. ¿Riddle, sabe usted algo sobre esas agresiones?

—No, señor —respondió Riddle con presteza.

Dippet volvió a hundirse en el asiento, ligeramente decepcionado.

—Puede irse, Tom.

Riddle se levantó del asiento y salió de la habitación pisando fuerte. Harry y Méreope fueron tras él. 

Bajaron por la escalera de caracol que se movía sola, y salieron al corredor, que ya iba quedando en penumbra, junto a la gárgola. Riddle se detuvo y ambos niños hicieron lo mismo, mirándolo. Les pareció que Riddle estaba concentrado: se mordía los labios y tenía la frente fruncida.

Cosa que Méreope aprovecho para tomarle una captura mental.

Como si Riddle hubiera tomado una decisión repentina, salió precipitadamente, y Méreope y Harry lo siguieron en silencio. No vieron a nadie hasta llegar al vestíbulo, cuando un mago de gran estatura, con el cabello largo y ondulado de color castaño rojizo y con barba, llamó a Riddle desde la escalera de mármol.

—¿Qué hace paseando por aquí tan tarde, Tom?

Méreope miró sorprendida al mago. No era otro que Dumbledore, con cincuenta años menos.

—Tenía que ver al director, señor —respondió Riddle.

—Bien, pues váyase enseguida a la cama —le dijo Dumbledore, dirigiéndole a Riddle la misma mirada penetrante que Méreope conocía tan bien—. Es mejor no andar por los pasillos durante estos días, desde que...

Suspiró hondo, dio las buenas noches a Riddle y se marchó con paso decidido. Riddle esperó que se fuera y a continuación, con rapidez, tomó el camino de las escaleras de piedra que bajaban a las mazmorras, seguido por Méreope y Harry.

Pero, para su decepción, Riddle no los condujo a un pasadizo oculto ni a un túnel secreto, sino a la misma mazmorra en que Snape les daba clase. Como las antorchas no estaban encendidas y Riddle había cerrado casi completamente la puerta, lo único que Méreope veía era a Riddle, que, inmóvil tras la puerta, vigilaba el corredor que había al otro lado.

A la Gryffindor le pareció que permanecían allí al menos una hora. Seguía viendo únicamente la figura de Riddle en la puerta, mirando por la rendija, aguardando inmóvil. Y cuando Méreope dejó de sentirse expectante y tensa, y empezaron a entrarle ganas de volver al presente, al igual que a Harry, oyeron que se movía algo al otro lado de la puerta.

Alguien caminaba por el corredor sigilosamente. Quienquiera que fuese, pasó ante la mazmorra en la que estaban ocultos ellos y Riddle. Éste, silencioso como una sombra, cruzó la puerta y lo siguieron.

—Vamos..., te voy a sacar de aquí ahora..., a la caja...

Algo les resultaba conocido en aquella voz.

De repente, Riddle dobló la esquina de un salto. La pelirroja y el azabache lo siguieron y pudieron ver la silueta de un muchacho alto como un gigante que estaba en cuclillas delante de una puerta abierta, junto a una caja muy grande.

—Hola, Rubeus —dijo Riddle con voz seria.

El muchacho cerró la puerta de golpe y se levantó.

—¿Qué haces aquí, Tom?

—Todo ha terminado —dijo—. Voy a tener que entregarte, Rubeus. Dicen que cerrarán Hogwarts si los ataques no cesan.

—¿Qué vas a...?

—No creo que quisieras matar a nadie. Pero los monstruos no son buenas mascotas. Me imagino que lo dejaste salir para que le diera el aire y...

—¡No ha matado a nadie! —interrumpió el muchachote, retrocediendo contra la puerta cerrada. Méreope oía unos curiosos chasquidos y crujidos procedentes del otro lado de la puerta.

—Vamos, Rubeus —dijo Riddle, acercándose aún más—. Los padres de la chica muerta llegarán mañana. Lo menos que puede hacer Hogwarts es asegurarse de que lo que mató a su hija sea sacrificado...

—¡No fue él! —gritó el muchacho. Su voz resonaba en el oscuro corredor—. ¡No sería capaz! ¡Nunca!

—Hazte a un lado —dijo Riddle, sacando su varita mágica.

Su conjuro iluminó el corredor con un resplandor repentino. La puerta que había detrás del muchacho se abrió con tal fuerza que golpeó contra el muro que había enfrente. Por el hueco salió algo.

Un cuerpo grande, peludo y una maraña de patas negras, varios ojos resplandecientes y unas pinzas afiladas como navajas... Riddle levantó de nuevo la varita, pero fue demasiado tarde. El monstruo lo derribó al escabullirse, enfilando a toda velocidad por el corredor y perdiéndose de vista. Riddle se incorporó, buscando la varita. Consiguió tomarla, pero el muchachón se lanzó sobre él, se la arrancó de las manos y lo tiró de espaldas contra el suelo, al tiempo que gritaba: ¡NOOOOOOOO! 

Todo empezó a dar vueltas y la oscuridad se hizo completa. Méreope sintió que caía y aterrizó de golpe en el pecho de Harry en el dormitorio de Gryffindor, y con el diario de Riddle abierto sobre su espalda.

Antes de que pudiera recuperar el aliento, se abrió la puerta del dormitorio y entró Ron con naturalidad ya que Harry acostumbraba a dormir con Méreope de esa forma.

—¡Están aquí! —dijo.

Harry se sentó junto con Méreope que quedo sentada en el regazo del azabache.

—¿Qué pasa? —dijo Ron, preocupado al ver como ambos estaban sudados y temblorosos.

—Fue Hagrid, Ron. Hagrid abrió la Cámara de los Secretos hace cincuenta años —soltó Méreope la cual bajaba del regazo de Harry y miraba a sus dos amigos preocupada.









———AUTHOR'S NOTE. ¡chicuelas y chicuelos! les tengo una sorpresa, pero deberán esperar un par de horas para saberla ;)

recuerden: voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💞.

eso es todo travesuritas, sooooo

-Travesura Realizada-




Majo P.

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