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014. the top secret diary

CAPÍTULO CATORCE
▬ ❝ el diario secretísimo ❞ ▬






























HERMIONE PASO VARIAS SEMANAS EN LA ENFERMERIA. CORRIERON RUMORES SOBRE SU DESAPARICIÓN CUANDO EL RESTO DEL COLEGIO REGRESO A HOGWARTS AL FINAL DE LAS VACACIONES DE NAVIDAD, porque naturalmente todos creyeron que la habían atacado. Eran tantos los alumnos que se daban una vuelta por la enfermería tratando de echarle la vista encima, que la señora Pomfrey quitó las cortinas de su propia cama y las puso en la de Hermione para ahorrarle la vergüenza de que la vieran con la cara peluda.

Harry, Méreope y Ron iban a visitarla todas las noches. Cuando comenzó el nuevo trimestre, le llevaban cada día los deberes.

—Si a mí me hubieran salido bigotes de gato, aprovecharía para descansar —le dijo Ron una noche, dejando un montón de libros en la mesita que tenía Hermione junto a la cama.

—No seas tonto, Ron, tengo que mantenerme al día —replicó Hermione rotundamente. Estaba de mucho mejor humor porque ya le había desaparecido el pelo de la cara, y los ojos, poco a poco, recuperaban su habitual color marrón—. ¿Tienen alguna pista nueva? —añadió en un susurro, para que la señora Pomfrey no pudiera oírla. 

—Nada —repuso Méreope con tristeza.

—Estaba tan convencido de que era Malfoy... —dijo Ron por centésima vez.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry, señalando algo dorado que sobresalía debajo dela almohada de Hermione.

—Nada, una tarjeta para desearme que me ponga bien. —dijo Hermione a toda prisa, intentando esconderla, pero Méreope fue más rápida que ella. La sacó, la abrió y leyó en voz alta:

  A la señorita Granger deseándole que se recupere muy pronto, de su
preocupado profesor Gilderoy Lockhart, Caballero de tercera clase de la Orden de Merlín, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras y cinco veces ganador del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista «Corazón de Bruja».

La pelirroja miró a Hermione con disgusto.

—¿Duermes con esto debajo de la almohada?

Pero Hermione no necesitó responder, porque la señora Pomfrey llegó con la medicina de la noche.

—¿Apuesto que Lockhart es el hombre más ambicioso que han conocido en tu vida? —dijo Ron a Méreope y a Harry al abandonar la enfermería y empezar a subir hacia la torre de Gryffindor. 

Snape les había mandado tantos deberes, que a Méreope le parecía que no los terminaría antes de llegar al sexto curso. Precisamente Ron estaba diciendo que tenía que haber preguntado a Hermione cuántas colas de rata había que echar a una poción crecepelo, cuando llegó hasta sus oídos un arranque de cólera que provenía del piso superior.

—Es Filch —susurró Harry, y subieron deprisa las escaleras y se detuvieron a escuchar donde no podía verlos.

—Espero que no hayan atacado a nadie más —dijo Ron, alarmado.

Se quedaron inmóviles, con la cabeza inclinada hacia la voz de Filch, que parecía completamente histérico.

—... aun más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que colma el vaso, me voy a ver a Dumbledore.

Sus pasos se fueron distanciando, y oyeron un portazo a lo lejos.

Asomaron la cabeza por la esquina. Evidentemente, Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía; se encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora Norris. Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba saliendo agua de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona. Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír los gemidos de Myrtle resonando a través de las paredes delos aseos. 

—¿Qué le pasará ahora? —preguntó Méreope con cansancio.

Aquella fantasma comenzaba a fastidiarla de sobremanera.

—Vamos a ver —propuso Harry, y levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de «No funciona» y, haciendo caso omiso de la advertencia, como de costumbre, entraron. 

Myrtle la Llorona estaba llorando, si cabía, con más ganas y más sonoramente que nunca. Parecía estar metida en su retrete habitual. Los aseos estaban a oscuras, porque las velas se habían apagado con la enorme cantidad de agua que había dejado el suelo y las paredes empapados.

—¿Qué pasa, Myrtle? —inquirió Méreope con desinterés en su voz.

Pero el chisme era vida para ella, por lo que sería lo más dulce con aquel fantasma para sacar algo de información.

—¿Quién es? —preguntó Myrtle, con tristeza, como haciendo gorgoritos—. ¿Vienes a arrojarme alguna otra cosa? 

Méreope fue hacia el retrete y le preguntó:

—¿Por qué tendría que hacerlo?

—No sé —gritó Myrtle, provocando al salir del retrete una nueva oleada de agua que cayó al suelo ya mojado—. Aquí estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa que es divertido arrojarme un libro... 

—Pero si alguien te arroja algo, a ti no te puede doler —razonó Harry—. Quiero decir, que simplemente te atravesará, ¿no?

Al parecer Myrtle se había ofendido tras lo dicho por el azabache, ya que chillo:

—¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle, que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que selo cuele por el estómago! ¡Cincuenta puntos al que le traspase la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego tan divertido, pues para mí no lo es!

—¿Puedo jugar también? —sonrió divertida la pelirroja, provocando que Myrtle llorara con mas intensidad—. Es broma, es broma.

Aclaro tras ver los rostros inexpresivos de Harry y Ron.

—Pero ¿Quién te lo arrojó? —le preguntó Harry, una vez que había dejado de hipar.

—No lo sé... Estaba sentada en el sifón, pensando en la muerte, y me dio en la cabeza —dijo Myrtle, mirándoles—. Está ahí, empapado.

Harry, Méreope y Ron miraron debajo del lavabo, donde señalaba Myrtle. Había allí un libro pequeño y delgado. Tenía las tapas muy gastadas, de color negro, y estaba tan humedecido como el resto de las cosas que había en los lavabos. Harry se acercó para tomarlo, pero Ron lo detuvo con el brazo.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—¿Estás loco? —dijo Ron—. Podría resultar peligroso.

Méreope estaba cruzada de brazos, aun recordaba el diario misterioso que le habían robado, no lo busco ya que pensó que quizás eso era una señal divina para dejar de torturarse con el.

Pero aún quería respuestas.

—¿Peligroso? —dijo Harry, riendo—. Vamos, ¿Cómo va a resultar peligroso?

—Te sorprendería saber —dijo Ron, asustado, mirando el librito— que entre los libros que el Ministerio ha confiscado había uno que les quemó los ojos. Me lo ha dicho mi padre. Y todos los que han leído Sonetos del hechicero han hablado en cuartetos y tercetos el resto de su vida. ¡Y una bruja vieja de Bath tenía un libro que no se podía parar nunca de leer! Uno tenía que andar por todas partes con el libro delante, intentando hacer las cosas con una sola mano. Y...

—Okay, ya lo he entendido —dijo Harry. El librito seguía en el suelo, empapado y misterioso—. Bueno, pero si no le echamos un vistazo, no lo averiguaremos.

La pelirroja sintió sus ojos brillar en un intenso color anaranjado—. Me da curiosidad.

Harry y Ron la miraron, vieron como ella –aun con los ojos envueltos en un naranja brillante– se acercaba al libro hasta que se terminó hincando para tomarlo y finalmente lo cogió entre sus manos.

Méreope vio al instante que se trataba de un diario, y la desvaída fecha de la cubierta le indicó que tenía cincuenta años de antigüedad. Lo abrió intrigada. En la primera página podía leerse, con tinta emborronada, «T.M. Riddle».

Se lo extendió a Harry el cuál lo observo fijamente al igual que ella.

—Espera —dijo Ron, que se había acercado con cuidado y miraba por encima del hombro de Harry—, ese nombre me suena... T.M. Riddle ganó un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio.

—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Méreope sorprendido.

—Lo sé porque Filch me hizo limpiar su placa unas cincuenta veces cuando nos castigaron —dijo Ron con resentimiento—. Precisamente fue encima de esta placa donde vomité una babosa. Si te hubieras pasado una hora limpiando un nombre, tú también te acordarías de él.

—No llegó a escribir nada —dijo Harry, decepcionado.

—Me pregunto por qué querría alguien tirarlo al retrete —dijo Ron con curiosidad. Harry volvió a mirar las tapas del cuaderno y vio impreso el nombre de un quiosco de la calle Vauxhall, en Londres.

—Debió de ser de familia muggle —dijo Méreope, especulando—, ya que compró el diario en la calle Vauxhall... 

—Bueno, eso da igual —dijo Ron. Luego añadió en voz muy baja—. Cincuenta puntos si lo pasas por la nariz de Myrtle.

Méreope rió, pero sin embargo vio como Harry lo guardaba en su bolsillo.

[...]

Hermione salió de la enfermería, sin bigotes, sin cola y sin pelaje, a comienzos de febrero. La primera noche que pasó en la torre de Gryffindor, Méreope y Harry le enseñaron el diario de T.M. Riddle y el azabache le contó la manera en que lo habían encontrado.

—¡Aaah, podría tener poderes ocultos! —dijo con entusiasmo Hermione, tomando el diario y mirándolo de cerca.

—Si los tiene, los oculta muy bien —repuso Ron—. A lo mejor es tímido. No sé por qué lo guardas, Harry.

Méreope trago la gomita en forma de oso color rojo y asintió, de acuerdo con él.

La pelirroja aun sentía escalofríos al ver aquel libro que provoco el cambio de color en sus ojos, no confiaba en él.

—Lo que me gustaría saber es por qué alguien intentó tirarlo —dijo Harry—. Y también me gustaría saber cómo consiguió Riddle el Premio por Servicios Especiales.

—Por cualquier cosa —dijo Méreope, tomando un puño mas de gomitas—. A lo mejor acumuló treinta matrículas de honor en Brujería o salvó a un profesor de los tentáculos de un calamar gigante. Quizás asesinó a Myrtle, y todo el mundo lo consideró un gran servicio...

Méreope notó la mirada de Hermione, la cual era la misma que Harry.

—¿Qué pasa? —dijo Ron, mirando a uno y a otro, al igual que la pelirroja.

—Bueno, la Cámara de los Secretos se abrió hace cincuenta años, ¿no? —explicó Harry—. Al menos, eso nos dijo Malfoy.

—Sí... —admitieron Méreope y Ron.

—Y este diario tiene cincuenta años —dijo Hermione, golpeándolo, emocionada, con el dedo. 

—¿Y?

—Vamos, Ron, Mér, despierten ya —dijo Hermione bruscamente—. Sabemos que la persona que abrió la cámara la última vez fue expulsada hace cincuenta años. Sabemos que a T.M. Riddle le dieron un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio. Bueno, ¿y si a Riddle le dieron el premio por atrapar al heredero de Slytherin? En su diario seguramente estará todo explicado: dónde está la cámara, cómo se abre y qué clase de criatura vive en ella. La persona que haya cometido las agresiones en esta ocasión no querría que el diario anduviera por ahí, ¿no? 

—Es una teoría brillante, Hermione —dijo Méreope, recargándose en su mano—, pero tiene un pequeño defecto: que no hay nada escrito en el diario.

Pero Hermione sacó su varita mágica de la bolsa. 

—¡Podría ser tinta invisible! —susurró.

Y dio tres golpecitos al cuaderno, diciendo:

¡Aparecium! 

Pero no ocurrió nada. Impertérrita, volvió a meter la mano en la bolsa y sacó lo que parecía una goma de borrar de color rojo.

—Es un revelador, lo compré en el callejón Diagon —dijo ella.

Frotó con fuerza donde ponía «1 de enero». Siguió sin pasar nada.

—Ya te lo decíamos nosotros; no hay nada que encontrar aquí —dijo Ron—. Simplemente, a Riddle le regalaron un diario por Navidad, pero no se molestó en rellenarlo.

Méreope estaba segura de no haber oído antes el nombre de T.M. Riddle, le parecía que ese nombre le decía algo, como si se tratara de un amigo olvidado de la más remota infancia. Pero era absurdo: no había tenido amigos antes de llegar a Hogwarts, ya que Andrómeda y Edward no la dejaban salir por alguna extraña razón.

A pesar de que Méreope se negara a creer algo sobre aquel T.M. Riddle, aceptaría apoyar a Harry en lo que el quisiera, así que, en el recreo, se dirigieron a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Riddle, acompañados por una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.

La placa de oro bruñido de Riddle estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían concedido.

—Menos mal —dijo Ron—, porque si lo dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de sacarle brillo.

Sin embargo, encontraron el nombre de Riddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos que habían recibido el Premio Anual.

—Me recuerda a Percy —dijo Ron, arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, Premio Anual..., supongo que sería el primero de la clase.

—Lo dices como si fuera algo vergonzoso —señaló Hermione, algo herida.











━━━AUTHOR'S NOTE. ¡chicuelas y chicuelos! lo sé, lo sé, capítulo en miércoles es sumamente raro, pero, ¿qué creen? el lunes entro de nuevo a clases, lastimosamente, no podré actualizar tan seguido, por lo que esta semana quisiese terminar este libro, no prometo nada claramente, pero lo intentaré.

ya no les pregunte, ¿como están? espero que bien, ¿ustedes cuando entran a clases o ya entraron?

recuerde: voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💕.

eso es todo travesuritas, sooooo

-Travesura Realizada-



Majo P.

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