009. death birthday
↯ CAPÍTULO NUEVE
▬ ❝ cumpleaños de muerte ❞ ▬
LLEGÓ OCTUBRE Y UN FRÍO HÚMEDO SE EXTENDIÓ POR LOS CAMPOS Y PENETRÓ EN EL CASTILLO. La señora Pomfrey, la enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de catarro entre profesores y alumnos. Su poción Pepperup tenía efectos instantáneos, aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las orejas durante varias horas. Como Ginny Weasley tenía mal aspecto, Percy le insistió hasta que la probó. El vapor que le salía de debajo del pelo producía la impresión de que toda su cabeza estaba ardiendo, haciendo que Méreope se molestara con Percy por ello, haciendo que comenzar a cuidar aun más a Ginny y de forma accidental, embrujando a los que se burlasen de ella.
Gotas de lluvia del tamaño de balas repicaron contra las ventanas del castillo durante días y días; el nivel del lago subió, los arriates de flores se transformaron en arroyos de agua sucia y las calabazas de Hagrid adquirieron el tamaño de cobertizos.
Méreope le rogó a Harry acompañarlo al entrenamiento que había pedido hacer Oliver a su equipo. Harry se negaba rotundamente, por lo que Méreope lo espero al pie de las escaleras, mientras daba un par de vueltas junto con estas.
La pelirroja observo como Harry caminaba por el corredor desierto con los pies mojados, entonces se paro de las escaleras y fue hacia el de ojos verdes.
—Hola Potter —Harry dio un respingo al escuchar a su pelirroja amiga, pero al oír su apellido saliendo de ella fue suficiente para que frunciera el ceño—. Te llamare así por hoy, acostúmbrate Potter.
—¡Pero era para cuidarte, mírame! —señalo su cuerpo entero—. ¡Estoy empapado Issa, te hubieras resfriado!
Méreope le dio un beso en la mejilla a su amigo, provocando un sonrojo –no muy notorio gracias al frio que tenia el azabache– y le sonrió.
—Bien... por lo que resta del día te diré así, no me importa. ¡Pudimos habernos enfermado juntos! —Harry rodo los ojos, pero aun así siguieron su camino hacia la, probablemente, calientita Sala Común.
Harry le contó su preocupación a Méreope, por lo que ella trataba de encontrar alguna idea para ganarle a las Nimbus 2001 de los Slytherins.
Pararon su andar en cuanto se encontraron a alguien que parecía tan preocupado como Harry. Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor, miraba por una ventana, murmurando para sí: «No cumplo con las características... Un centímetro... Si eso...»
—Hola, Nick —dijeron ambos niños a la vez.
—Hola, hola —respondió Nick Casi Decapitado, dando un respingo y mirando alrededor. Llevaba un sombrero de plumas muy elegante sobre su largo pelo ondulado, y una túnica con gorguera, que disimulaba el hecho de que su cuello estaba casi completamente seccionado. Tenía la piel pálida como el humo, y a través de él Méreope podía ver el cielo oscuro y la lluvia torrencial del exterior.
—Parece preocupado, joven Potter —dijo Nick, plegando una carta transparente mientras hablaba, y metiéndosela bajo el jubón.
Méreope quiso indignarse por ser ignorada, pero noto la mala cara que llevaba Harry por lo que lo dejo pasar.
—Igual que usted —dijo Harry.
—¡Bah! —Nick Casi Decapitado hizo un elegante gesto con la mano—, un asunto sin importancia... No es que realmente tuviera interés en pertenecer... aunque lo solicitara, pero por lo visto «no cumplo con las características» —a pesar de su tono displicente, tenía amargura en el rostro—. Pero cualquiera pensaría, cualquiera —estalló de repente, volviendo a sacar la carta del bolsillo—, que cuarenta y cinco hachazos en el cuello dados con un hacha mal afilada serían suficientes para permitirle a uno pertenecer al Club de Cazadores Sin Cabeza.
—Desde luego —dijo Méreope algo incomodada por mencionar los hachazos dados al fantasma.
—Por supuesto, nadie tenía más interés que yo en que todo resultase limpio y rápido, y habría preferido que mi cabeza se hubiera desprendido adecuadamente, quiero decir que eso me habría ahorrado mucho dolor y ridículo. Sin embargo... —Nick Casi Decapitado abrió la carta y leyó indignado:
Sólo nos es posible admitir cazadores cuya cabeza esté separada del correspondiente cuerpo. Comprenderá que, en caso contrario, a los miembros del club les resultaría imposible participar en actividades tales como los Juegos malabares de cabeza sobre el caballo o el Cabeza Polo. Lamentándolo profundamente, por tanto, es mi deber informarle de que usted no cumple con las características requeridas para pertenecer al club. Con mis mejores deseos,
Sir Patrick Delaney-Podmore
Indignado, Nick Casi Decapitado volvió a guardar la carta.
—¡Un centímetro de piel y tendón sostiene la cabeza, niños! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore.
Nick Casi Decapitado respiró varias veces y dijo después, en un tono más tranquilo:
—Bueno, ¿y a ti qué te pasa? ¿Puedo ayudarlos en algo?
—No —dijo Harry—. A menos que sepa dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido contra Sly..
El resto de la frase de Harry no se pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar cercano a sus tobillos. Méreope bajó la vista y se encontró un par de ojos amarillos que brillaban como luces. Era la Señora Norris, la gata gris y esquelética que el conserje, Argus Filch, utilizaba como una especie de segundo de a bordo en su guerra sin cuartel contra los estudiantes.
—Será mejor que se vayan—dijo Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor. Tiene gripe y unos de tercero, por accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha pasado la mañana limpiando, y si los ve manchando el suelo de barro...
Méreope miro sus zapatos y los vio levemente manchados del barro que Harry llevaba en los suyos.
—Bien —dijo Harry, tomando la mano de la pelirroja y alejándose de la mirada acusadora de la Señora Norris.
Pero no se dieron la prisa necesaria. Argus Filch penetró repentinamente por un tapiz que estaba a su derecha, llamado por la misteriosa conexión que parecía tener con su repugnante gata, a buscar como un loco y sin descanso a cualquier infractor de las normas. Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual.
—¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco de agua sucia que había goteado de la túnica de quidditch de Harry, y miraba el poco lodo que había debajo de Méreope—. ¡Suciedad y mugre por todas partes! ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Síganme, Potter y Tonks!
—Ella no hizo nada, fue mi culpa —Harry hablaba tan serio que asusto un poco a Méreope: Harry nunca solía ser tan serio—. Deje que ella se vaya.
—¿Y desperdiciar mi oportunidad para castigar a Tonks? De ningún modo, vámonos.
Harry gruño y siguió a Filch, siendo seguido por Méreope que hizo un gesto de despedida a Nick Casi Decapitado y siguió a Filch escaleras abajo, duplicando el número de huellas de barro.
Méreope no había entrado nunca en la conserjería de Filch. Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes, una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a pescado frito. En las paredes había archivadores de madera. Por las etiquetas, Méreope imaginó que contenían detalles de cada uno de los alumnos que Filch había castigado en alguna ocasión. Fred y George Weasley tenían para ellos solos un cajón entero. Detrás de la mesa de Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes. Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo por los tobillos a los alumnos.
Filch cogió una pluma de un bote que había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino.
—Cuánta porquería —se quejaba, furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante..., cerebros de rana..., intestinos de ratón... Estoy harto... Hay que dar un escarmiento... ¿Dónde está el formulario? Ajá...
Encontró un par de pergaminos en el cajón de la mesa y los extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma negra.
—Nombre: Méreope Tonks. Delito: ...
Méreope rodó los ojos, ¿ahora era un delito manchar por accidente el piso?
—¡Sólo fue un poco de barro! —dijo Harry.
—Sólo es un poco de barro para ustedes, muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota temblaba en la punta de su protuberante nariz—. Delito: ensuciar el castillo. Castigo propuesto: ...
Secándose la nariz, Filch miró con desagrado a Harry y a Méreope, entornando los ojos. Los muchachos aguardaban sus sentencias conteniendo la respiración.
Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de aceite.
—¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a encontrar, esta vez te encuentro!
Y, olvidándose de Méreope y Harry, salió de la oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora Norris galopando a su lado.
Peeves era el poltergeist del colegio, burlón y volador, que sólo vivía para causar problemas y embrollos. Peeves no le agradaba del todo a Méreope, pero en aquella ocasión no pudo evitar sentirse agradecida. Era de esperar que lo que Peeves hubiera hecho –y, a juzgar por el ruido, esta vez debía de haberse cargado algo realmente grande– sería suficiente para que Filch se olvidase de ellos.
Pensando que tendrían que aguardar a que Filch regresara, Méreope se sentó en una silla apolillada que había junto a la mesa. Aparte del formulario a medio rellenar, sólo había otra cosa en la mesa: un sobre grande, rojo y brillante con unas palabras escritas con tinta plateada. Tras echar a la puerta una fugaz mirada para comprobar que Filch no volvía en aquel momento, Harry cogió el sobre y leyó en voz alta:
«EMBRUJORRÁPID»
Curso de magia por correspondencia
para principiantes
—¿Qué es eso, Potter?—Harry le mostro la carta a Méreope de mala gana tras oír su apellido salir de la boca de la pelirroja.
Intrigada, Méreope tomo el sobre de la mano de Harry, lo abrió y sacó el fajo de pergaminos que contenía. En la primera página, la misma escritura color de plata con florituras decía:
¿Se siente perdido en el mundo de la magia moderna? ¿Busca usted excusas para no llevar a cabo sencillos conjuros? ¿Ha provocado alguna vez la hilaridad de sus amistades por su torpeza con la varita mágica?
¡Aquí tiene la solución!
«Embrujorrápid» es un curso completamente nuevo, infalible, de rápidos resultados y fácil de estudiar. ¡Cientos de brujas y magos se han beneficiado ya del método «Embrujorrápid»!
La señora Z. Nettles, de Topsham, nos ha escrito lo siguiente: La señora Z. Nettles, de Topsham, nos ha escrito lo siguiente:
«¡Me había olvidado de todos los conjuros, y mi familia se reía de mis pociones! ¡Ahora, gracias al curso "Embrujorrápid", soy el centro de atención en las reuniones, y mis amigos me ruegan que les de la receta de mi Solución Chispeante!»
El brujo D.J Prod, de Didsbury nos escribe:
«Mi mujer decía que mis encantamientos eran una chapuza, pero después de seguir durante un mes su fabuloso curso Embrujorrápid, ¡la he convertido en una vaca!, Gracias Embrujorrápid,»
Méreope al terminar de leer en voz alta le dirigió una mirada a Harry, quien se veía bastante intrigado.
El azabache tomo con sumo cuidado la mano de Méreope y comenzó a hojear el resto del contenido del sobre. ¿Para qué demonios quería Filch un curso de Embrujorrápid? ¿Quería esto decir que no era un mago de verdad? Harry y Méreope leían «Lección primera: Cómo sostener la varita. Consejos útiles», cuando un ruido de pasos arrastrados les indicó que Filch regresaba. Metiendo los pergaminos en el sobre, lo volvieron a dejar en la mesa y en aquel preciso momento se abrió la puerta.
Filch parecía triunfante.
—¡Ese armario evanescente era muy valioso! —decía con satisfacción a la Señora Norris—. Esta vez Peeves es nuestro, querida.
Sus ojos tropezaron con Méreope y Harry y luego se dirigieron como una bala al sobre de Embrujorrápid que, como ambos comprendieron demasiado tarde, estaba a medio metro de distancia de donde se encontraban antes.
La cara pálida de Filch se puso de un rojo subido. Ambos niños se prepararon para a cometer un maremoto de furia. Filch se acercó a la mesa cojeando, cogió el sobre y lo metió en un cajón.
—¿Han... lo han leído? —farfulló.
—No —se apresuró a mentir Harry, no quería meter en más problemas a la pelirroja que lo acompañaba.
Filch se retorcía las manos nudosas.
—Si han leído mi correspondencia privada..., bueno, no es mía..., es para un amigo..., es que claro..., bueno pues...
Méreope alzo una ceja y entrecerró sus ojos, Filch no sabia mentir.
—Muy bien, váyanse y no digan una palabra... No es que..., sin embargo, si no lo han leído... Váyanse, tengo que escribir el informe sobre Peeves... Váyanse
Asombrada de su buena suerte, Méreope tomo el brazo de Harry y salieron de la conserjería a toda prisa, subieron por el corredor y volvieron a las escaleras. Salir de la conserjería de Filch sin haber recibido ningún castigo era seguramente un récord.
—¡Harry! ¡Méreope! ¿Funcionó?
Nick Casi Decapitado salió de un aula deslizándose. Tras él, Méreope podía ver los restos de un armario grande, de color negro y dorado, que parecía haber caído de una gran altura.
—Convencí a Peeves para que lo estrellara justo encima de la conserjería de Filch —dijo Nick emocionado—; pensé que eso le podría distraer.
—¿Ha sido usted? —dijo Harry, agradecido—. Claro que funcionó.
—Ni siquiera nos van a castigar. ¡Gracias, Nick!—Méreope le sonrió agradecida y comenzaron a irse juntos por el corredor.
Nick Casi Decapitado, según notó Méreope, sostenía aún la carta con la negativa de sir Patrick.
—Me gustaría poder hacer algo para ayudarle en el asunto del club —dijo Harry.
Nick Casi Decapitado se detuvo sobre sus huellas, y Méreope y Harry pasaron a través de él. Lamentaron haberlo hecho; fue como pasar por debajo de una ducha de agua fría.
—Pero hay algo que podrían hacer por mí —dijo Nick emocionado—. Niños, ¿sería mucho pedir...? No, no van a querer...
—¿Qué es? —preguntó Méreope interesada.
—Bueno, el próximo día de Todos los Santos se cumplen quinientos años de mi muerte —dijo Nick Casi Decapitado, irguiéndose y poniendo aspecto de importancia.
—¡Ah! —exclamó Harry, no muy seguro de si tenía que alegrarse o entristecerse—. ¡Bueno!
—Voy a dar una fiesta en una de las mazmorras mas amplias. Vendrán amigos míos de todas partes del país. Para mí sería un gran honor que ustedes pudieran asistir. Naturalmente, el señor Weasley y la señorita Granger también están invitados. Pero me imagino que prefieren ir a la fiesta del colegio.
Méreope, quien comenzó a sentirse mal por Nick, le dio un empujón a Harry lo que hizo que respondiera rápidamente.
—No —dijo Harry enseguida—, iremos.
—¡Mis estimados muchachos! ¡Harry Potter en mi cumpleaños de muerte! Y... —dudó, emocionado—. ¿Tal vez podrían mencionarle a sir Patrick lo horrible y espantoso que les resulto?
—Por supuesto —contestó Méreope sonriendo.
Nick Casi Decapitado le regreso la sonrisa a la pelirroja.
Méreope tomo la mano de Harry y comenzaron a caminar hacia su sala común.
[...]
—¿Un cumpleaños de muerte? —dijo Hermione entusiasmada, cuando Harry se había cambiado de ropa y reunido con ella, Méreope y Ron en la sala común—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!
—¿Para qué quiere uno celebrar el día en que ha muerto? —dijo Ron, que iba por la mitad de su deberes de Pociones y estaba de mal humor—. Me suena a aburrimiento mortal.
Méreope le proporcionó un golpe en la cabeza que provocó que pegara su nariz se golpeara contra el pergamino, lo que hizo que Ron se sobara la nariz mientras miraba mal a la pelirroja, la cual solamente atinó a abrazarlo mientras murmuraba disculpas sin parar.
Harry, quien veía la escena junto a él, sintió que su ceño se fruncía mientras observaba como Ron le regresaba el abrazo torpemente a la pelirroja ya que aun sobaba su nariz, la cual comenzaba a adquirir un tono rojizo por el golpe. El azabache bufo y se recargo en el respaldo del sofá, esperando a que ambos se separaran, y en cuanto lo hicieron el volvió a sonreír y comenzó a hablar con Ron, creyendo que nadie lo había visto: una enorme lastima que una castaña de cabellos esponjados hubiese visto toda la escena con una sonrisa cómplice plasmada en su rostro.
La lluvia seguía azotando las ventanas, que se veían oscuras, aunque dentro todo parecía brillante y alegre. La luz de la chimenea iluminaba las mullidas butacas en que los estudiantes se sentaban a leer, a hablar, a hacer los deberes o, en el caso de Fred y George Weasley, a intentar averiguar qué es lo que sucede si se le da de comer a una salamandra una bengala del doctor Filibuster. Fred había «rescatado» aquel lagarto de color naranja, espíritu del fuego, de una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y ahora ardía lentamente sobre una mesa, rodeado de un corro de curiosos.
Harry –quien ya se había calmado– y Méreope estaban a punto de comentar a Ron y Hermione el caso de Filch y el curso Embrujorrápid, cuando de pronto la salamandra pasó por el aire zumbando, arrojando chispas y produciendo estallidos mientras daba vueltas por la sala. La imagen de Percy riñendo a Fred y George hasta enronquecer, la espectacular exhibición de chispas de color naranja que salían de la boca de la salamandra, y su caída en el fuego, con acompañamiento de explosiones, hicieron que ambos olvidaran por completo a Filch y el curso Embrujorrápid.
[...]
Cuando Halloween llegó, Méreope ya estaba más que lista para poder ir a la fiesta de cumpleaños de muerte. El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado el Gran Comedor con los murciélagos vivos de costumbre; las enormes calabazas de Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombres habrían podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo.
—Lo prometido es deuda —recordó Hermione a Harry en tono autoritario
—Y nosotros le prometimos ir a su fiesta de cumpleaños de muerte —recordó Méreope con seriedad.
Así que a las siete en punto Harry, Méreope, Ron y Hermione atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos hacia las mazmorras.
También estaba iluminado con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos. La temperatura descendía a cada paso que daban. Al tiempo que se ajustaba la túnica, Méreope oyó un sonido como si mil uñas arañasen una pizarra.
—¿A esto le llaman música? —se quejó Ron. Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.
—Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos... les agradezco que hayan venido...
Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior.
Lo que vieron les pareció increíble. La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía humo de la boca;aquello era como estar en un frigorífico.
—¿Damos una vuelta? —propuso Harry, con la intención de calentarse los pies.
—Por favor... tengo algo de frío —murmuro Méreope, frotando sus manos entre si para proporcionarse algo de calor.
Harry al ver aquel acto se acerco a ella y la atrajo a él, tratando de brindarle algo de calor.
Méreope se aferro a Harry rápidamente, comenzando a sentir de nuevo sus dedos.
—Cuidado, no vayan a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Méreope no se sorprendió de que los demás fantasmas evitaran al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas.
—Oh, no —dijo Méreope, separándose de Harry de repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la Llorona.
—¿Con quién? —le preguntó Harry, confundido por el hecho de que ella se separara de él.
—Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —dijo Hermione, mirando alarmada a Méreope.
—¿Los lavabos?
—Sí. No los hemos podido utilizar en todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado. De todas maneras, nunca entro en ellos si puedo evitarlo, es horroroso ir al servicio mientras la oyes llorar.
—¡Mira, comida! —dijo Ron.
Al otro lado de la mazmorra había una mesa larga, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo, pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados. El olor era muy desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas; había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida funeraria, decorado con unas letras que parecían de alquitrán y que componían las palabras:
Sir Nicholas de Mimsy-Porpington,
fallecido el 31 de octubre de 1492.
Méreope observo que un fantasma corpulento se acercaba y, avanzando en cuclillas para ponerse a la altura de la comida, atravesaba la mesa con la boca abierta para ensartar por ella un salmón hediondo.
—¿Le encuentras el sabor de esa manera? —le preguntó Méreope.
—Casi —contestó con tristeza el fantasma, y se alejó sin rumbo.
—Supongo que lo habrán dejado pudrirse para que tenga más sabor —dijo Hermione con aire de entendida, tapándose la nariz e inclinándose para ver más de cerca el pastel de vísceras podrido.
—Vámonos, me dan náuseas —dijo Ron.
Pero apenas se habían dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a ellos, suspendido en el aire.
—Hola, Peeves —dijo Harry, con precaución.
A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.
—¿Quieren? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de cacahuetes recubiertos de moho.
—No, gracias —dijo Hermione.
—Las he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—. No han sido muy amables con la pobre Myrtle —tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!
—No, Peeves, no le digas lo que hemos dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada.
—No quisimos decir eso, no me importa que ella... Eh, hola, Myrtle.—Méreope sonrió nerviosa.
Hasta ellos se había deslizado el fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que Méreope hubiera visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas de concha.
—¿Qué? —preguntó enfurruñada.
—¿Cómo estás, Myrtle? —dijo Hermione, fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.
Myrtle sollozó.
—Ahora mismo la señorita Granger y la señorita mini Canis estaban hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.
Méreope no le prestó mucha atención a Peeves, mucho menos al apodo con el que a diario aquel fantasma se refería a ella.
—Sólo comentábamos..., comentábamos... lo guapa que estás esta noche —atinó a decir la pelirroja lo más rápido que pudo.
Myrtle dirigió a Méreope una mirada recelosa.
—Te estás burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las gafas.
—No, lo dijo en serio... ¿Verdad que estabamos comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dijo Hermione, dándoles fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.
—Sí, sí.
—Claro.
—No me mientan —dijo Myrtle entre sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creen que no sé cómo me llama la gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada, la llorona, la triste!
—Se te ha olvidado «la granos» —dijo Peeves al oído.
Myrtle la Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo. Peeves corrió detrás de ella, tirándole cacahuetes mohosos y gritándole: «¡La granos! ¡La granos!»
—¡Dios mío! —dijo Hermione con tristeza.
Nick Casi Decapitado iba hacia ellos entre la multitud.
—¿Se lo están pasando bien?
—¡Sí! —mintieron.
—Ha venido bastante gente —dijo con orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno, ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.
La orquesta, sin embargo, dejó de tocar en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a laexpectativa.
A través de uno de los muros de la mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos jinetes sin cabeza. Los asistentes aplaudieron con fuerza; Harry también empezó a aplaudir, pero se detuvo al ver la cara fúnebre de Nick. Los caballos galoparon hasta el centro de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno, descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.
—¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza? —rompió en una sonora carcajada y dio a Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.
—Bienvenido, Patrick —dijo Nick con frialdad
—¡Vivos! —dijo sir Patrick, al ver a Harry, Méreope, Ron y Hermione. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la cabeza volvió a caérsele.
La gente se rió otra vez.
—Muy divertido —dijo Nick Casi Decapitado con voz apagada.
—¡No se preocupen por Nick! —gritó desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos entrar en el club! Pero quiero decir..., miren el amigo...
—Creo —dijo Harry a toda prisa, en respuesta a una mirada elocuente de Nick— que Nick es terrorífico y esto..., mmm...
—¡Ja! —gritó la cabeza de sir Patrick—, apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso
—¡Si me conceden su atención, ha llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado, caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz de un azul glacial.
»Mis difuntos y afligidos señores y señoras, es para mí una gran tristeza...
Pero nadie le prestaba atención. Sir Patrick y el resto del Club de Cazadores SinCabeza acababan de comenzar un juego de Cabeza Hockey y la gente se a golpaba para mirar. Nick Casi Decapitado trató en vano de recuperar la atención, pero desistió cuando la cabeza de sir Patrick le pasó al lado entre vítores.
Méreope sentía mucho frío, y su estomago comenzaba a pedirle algo de comida.
—No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.
—Vámonos —dijo Harry, tomando la mano de Méreope y yendo hacia la salida.
Fueron hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
De pronto, Harry paro en seco provocando que Méreope también parase su andar. La pelirroja miro preocupada a su amigo el cuál comenzaba a hacer fuerza en el agarre de su mano.
—Harry, ¿qué...?
—Es de nuevo esa voz... Cállense un momento...
—¡Escuchen! —dijo Harry, y Ron, Méreope y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole—. ¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor.
—Harry, ¿qué estamos...? —comenzó a hablar Méreope, pero fue interrumpida por Harry.
—¡Chssst! —cerro los ojos y de pronto los abrió de golpe—. ¡Va a matar a alguien! —gritó.
Harry recorrió a toda velocidad el segundo piso, y Ron, Méreope y Hermione lo seguían jadeando. No pararon hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.
—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara—. Yo no oí nada...
Méreope bastante cansada elevó su mirada hasta que se topó con algo escrito sobre el muro lo que le provocó un grito ahogado. Les señalo a sus otros tres amigos la misma dirección en la que ella miraba.
—¡MIREN!
LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
ENEMIGOS DEL HEREDERO, TEMED.
—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Harry atrajo hacia él a Méreope y comenzó a acercarse mas. Ambos iban a resbalarse por un enorme charco de agua siendo sujetados por Hermione y Ron, y juntos se acercaron despacio a la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los cuatro comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.
La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Durante unos segundos, no se movieron. Luego dijo Ron:
—Vámonos de aquí.
—No deberíamos intentar... —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras adecuadas. Con cuidado comenzó a poner detrás suyo a la pelirroja.
—Haganme caso —dijo Ron—; mejor que no nos encuentren aquí.
Pero era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredorpor ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, Ron, Méreope y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.
Luego, alguien gritó en medio del silencio:
—¡Temed, enemigos del heredero! ¡Los próximos serán los sangre sucia!
Era Draco Malfoy, que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil.
Theodore Nott miraba a su alrededor, buscando a alguien en especial. Siguió moviendo sus ojos de un lado a otro hasta que su mirada encontró a la linda pelirroja frente al muro pintarrajeado. Iba a acercarse tras una ola de preocupación abordarlo, pero fue detenido por Blaise Zabini quien negaba con la cabeza, provocando que a duras penas el chico de cabellos castaños se quedara a su lado.
━━━AUTHOR'S NOTE. ¡chicuelas y chicuelos! ¡holaaaa! ¿como están? amigxs espero y muy bien.
recuerden, voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💞.
eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
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