002. weasley's family
↯ CAPÍTULO DOS
▬ ❝ familia weasley ❞ ▬
LA PELIRROJA SE ENCONTRABA MIRANDO DESCONCERTADA LA CAMA EN LA QUE antes se suponía que se encontraba el dibujo que acaba de terminar hace una media hora –que fue lo que tardó en cenar–, pero grande fue su sorpresa al no encontrarlo ni en su cama, o en el suelo. Se agachó, tratando de buscarlo, pero no encontró nada.
Resignada, terminó dejando sus cosas de dibujo en la mesita de noche que tenía a un lado, para después tomar su pijama y dirigirse al baño dentro de su habitación para poder cambiarse. Al salir del baño ya cambiada, dejó su cabello suelto y rápidamente se hecho en su cama de un salto, dejándose caer en esta.
Se arrastró hasta llegar a su correspondiente almohada en la que se recostó suspirando. Se cubrió con las sábanas azules que tendían su cama, y estiró su brazo hacia la lámpara que mantenía algo iluminada su habitación, tirando de la cadenita de esta para que el cuarto quedase en una inmensa oscuridad.
El mismo pensamiento acerca de su dibujo rondaba por su cabeza, ya que según ella a los dibujos no les salían patas y se esfumaban de la nada.
Hera la miraba desde su jaula curiosa, ella quizás podría decirle como o a donde se fue, pero claro, las lechuzas no hablan.
[...]
A la mañana siguiente, Méreope ya tenía todas sus cosas listas y muy bien organizadas, llevaría la misma mochila que el año anterior repleta de cosas que le servirían en el transcurso del viaje tanto hacia la Madriguera como hacia Hogwarts. Una de esas cosas esenciales eran sus pequeños paquetes de gomitas, creyendo que necesitaba algo de azúcar para dejar de pensar en lo ocurrido la noche anterior.
Esta vez había recibido algunas ácidas y de diferentes colores.
Le sorprendía a la pelirroja como su pésima condición física había mejorado considerablemente tras pasar casi un año subiendo y bajando inmensas escaleras en el castillo sin parar.
—Méreope, ya sabemos que estas emocionada por ir con los Weasley pero, ¿puedes sentarte ya a desayunar? Va a enfriarse tu desayuno —reclamo divertidamente Andrómeda al ver a su pequeña ir de un lado a otro en la sala de la casa.
Méreope rodó los ojos pero igualmente lanzó su mochila al sofá y corrió rápidamente hacia la isla de la cocina para comenzar a comer los pancakes que su madre había preparado.
—Buenos días —saludo Dora entrando a la cocina, depositando un beso en la mejilla de su madre y revolvía de forma divertida el cabello anaranjado de su hermana pequeña.
Andrómeda alzó una de sus cejas de manera acusara al ver que la mayor de sus dos hijas se iba sin desayunar—. ¿Te vas sin si quiera desayunar?
Méreope dejó de desayunar solo para observar la escena frente a ella, mientras bebía de su jugo de naranja recién exprimido.
—Mamá, ya es tarde y tengo que irme al ministerio. Moody me ordenó que debía presentarme a primera hora —respondió Dora, masticando una manzana—. Además, —la madre de las chicas hizo una mueca al ver que la de cabellos color chicle hablaba con la boca llena— ya estoy comiendo una manzana.
—Eso no es un desayuno, Nymphadora —alegó Andrómeda, poniendo su mano derecha sobre su cadera, mientras le lanzaba una mirada severa a su hija.
—¡No me llames Nymphadora! —grito Dora, cambiando drásticamente su tono de cabello a un café oscuro.
—¿Pues qué crees? Ese es tu nombre, y te guste o no así te puse —respondió divertida Andrómeda.
Pero al regresar la vista, Dora ya había salido de la cocina y por el portazo –que se escuchó desde lejos– que le había pegado a la puerta, sabían que se había marchado hacia el ministerio.
Méreope continuó comiendo, pensando en sus nombres. ¿Por qué se los habrán puesto?
—¿Puesto que, cariño? —preguntó su madre, girando un pancake de forma torpe: la mujer estaba intentando ser lo más muggle que pudiese y eso aplicaba aprender a cocinar sin usar la magia de por medio.
Y ahí la pelirroja se dio cuenta que había pensado en voz alta, por lo que dejó su plato ya limpio de lado y miró a su madre, curiosa.
—Mis nombres ma, ¿por qué me los pusiste?
La mayor palideció, mientras sentía que no podía mover ni un solo músculo de su cuerpo en esos instantes. No estaba preparada, pero sabía que la chica no tardaría en comenzar con las preguntas, no quería decirle la verdad, pero tampoco quería mentirle.
—¿Mamá? —preguntó la niña, preocupada por su madre.
—¿Eh? —preguntó la pelinegra, cerrando fuertemente sus ojos tratando de centrarse en la pregunta.
—Había preguntado, ¿por qué me habías puesto esos nombres? —repitió la pelirroja, jugando con el pitillo de su vaso.
—Ah, ¡si! —murmuró—. Eh pues, no lo sé hija, solo fue el momento.
—Pero Minnie me llamo una vez Calissa, y creía que ella no lo sabía —alegó Méreope, frunciendo el ceño.
La mujer se giró a verla, evitando soltar algunas lágrimas y que su pequeña no se diera cuenta, no era el momento, no aún.
—Tu segundo nombre lo elegí por una persona valiente que llegue a conocer, y que dio su vida por... —dudo antes de hablar— por todos —habló, tratando de sonar natural.
—¿Luchó contra las creencias de Voldemort? —preguntó curiosa la chica.
—Si mi amor, lucho contra ello —murmuro Andrómeda, pasando un mechón pelirrojo detrás de su oreja—. Y de preferencia, no digas su nombre cielo.
Méreope, queriendo seguir saciando su curiosidad, iba a volver a preguntar alguna otra cosa sobre la mujer por la que le pusieron su segundo nombre, pero claro, hay que recalcar el "iba" ya que su padre llegó a la cocina, haciendo que aquello ya no fuese posible.
—Méreope, ¿estas lista? —habló el hombre, atando su corbata.
—Eh, si papá, solo me lavo los dientes, bajo mi baúl y ya.
La pelirroja bajó del banco en el que estaba sentada y subió directo a su habitación para hacer lo que le faltase.
Ambos adultos veían a la pelirroja irse, en cuanto está desapareció escaleras arriba, fue donde Andrómeda dejó caer algunas lágrimas que había retenido en presencia de su hija.
Su esposo la atrajo hacia su pecho, brindándole algo de consuelo que él mismo necesitaba también en esos momentos.
—Algún día tendremos que contarle, Ted —murmuro la pelinegra separándose un poco de su marido.
—Lo sé, lo sé... —susurro él, pasando su mano por el azabache cabello de la mujer.
—Ella está creciendo Ted, va a conectar algunas cosas y más con las repentinas cartas que Remus manda hacia ella... —Andrómeda se separó de los brazos de Edward, quitándose las lágrimas en el transcurso.
—Remus no tiene ningún derecho sobre ella, la abandonó aquí, eso no hace un padre Andy —murmuro molesto Ted.
—Solo espero que no se atreva acercarse hasta que nosotros hablemos con ella... —fue interrumpida por un sonido en las escaleras.
Ambos fueron a ver y encontraron a la Gryffindor arrastrando su baúl mientras que algunas llamas rodeaban la jaula de Hera, quien estaba segura: no, no iba a convertirse en una lechuza asada o eso quería creer Méreope.
—¿Me pondrían ayudar, por favor? —resoplo, tratando de seguir jalando del baúl.
Ted reaccionó y fue rápidamente a la par de su hija, ayudándola a bajar sus cosas. Méreope dejó que su padre se encargara de su baúl mientras ella se encargaba de tomar la jaula de Hera y así sersiorarse de que la lechuza no muriera quemada.
—¿Estas lista? —cuestionó Andrómeda retirándose el rastro de posibles lágrimas que aún tuviera en su rostro.
Méreope asintió, viendo detalladamente a su madre, fijándose en sus ojos rojizos que aún estaban algo cristalinos.
—¿Estas bien, mamá? —pregunto, acercándose a su madre poco a poco.
Andrómeda se hincó hasta la altura de la pelirroja, y acuno una de sus mejillas con cariño—. Si hija, estoy bien.
La niña asintió, mientras abrazaba a Andrómeda que aún estaba hincada ante ella.
—Es hora de que vayas con los Weasley, no es bueno hacer esperar a la gente —susurró la mujer en su dirección, separándose del abrazo.
Méreope asintió, y fue corriendo hacia su padre que ya estaba frente a la puerta, esperándola.
Se despidió con un gesto de mano de su madre, y sin más salió junto a su padre de su hogar, dejando a Andrómeda pensando en cómo podría decirle la verdad a su hija.
[...]
La Gryffindor iba sentada en la parte trasera del auto encantado de su padre que había adquirido por medio del ministerio. Para la pelirroja no había mucho que hacer, así que sabiendo que apenas habían comenzado el viaje hacia la madriguera decidió dormirse solo un poquito más.
Ya recostada, cerró sus celestes ojos y comenzó a perderse en la oscuridad que su alrededor le brindaba.
Fue entonces, cuando sucedió.
Apareció en un pasillo blanco, las puertas, el piso... absolutamente todo era blanco. Méreope sabía que estaba en un sueño, pero se sentía tan real que comenzaba a dudar que solo se tratase de un sueño.
Comenzó a caminar, adentrándose más y más a aquel pasillo, y solo algunas palabras podían formularse en su garganta, sin ella siquiera pensarlo.
—¡M-mamá!
Al no recibir respuesta, más que su propio eco, siguió intentado.
—¡Mamá! ¿Estás aquí?
Tenía necesidad de seguir gritando, sentía una angustia enorme y aquello era lo que le hacía buscar a su madre.
Y hubiese seguido caminando y gritando si no fuera por que una de las puertas blancas se abrió de par en par, dejando a la vista un bosque oscuro y tenebroso. Ella imagino casi de inmediato el bosque prohibido.
De la puerta apareció una mujer, de tez blanca con cabellos azabaches y ojos azules, la cual apenas abrió la puerta comenzó a correr hacia ella hasta envolver a Méreope entre sus brazos, mientras susurraba a su oído un "ya estoy aquí, mi amor".
Méreope le regresó el abrazo dudosa, mientras trataba de recordar en donde había visto a esa mujer antes y porque la abrazaba como si su vida dependiese de ello.
—Siento muchísimo no estar para ti, mi niña. Siempre supe que serías una bruja maravillosa, y recuerda... todo lo sabrás en su momento, mi pequeña florecilla.
La Gryffindor abrió los ojos tan rápido como pudo, mientras tomaba asiento de golpe en el sofá de atrás, sintiendo un nudo en su garganta y un revoltijo en su estómago extraño.
—¿Está bien, cariño? —preguntó Ted, estacionándose detrás de un auto azul.
—Si, solo una pesadilla, nada que no pueda controlar —respondió ella, tratando de que el mayor no se preocupara.
Él asintió bajando del auto para después ir hacia la puerta de su hija y abrirle la puerta a la pelirroja para que ella bajara.
Méreope bajó del auto, llevándose consigo a Hera antes de que pudiese olvidarla en los asientos traseros.
Ted bajo el baúl de la menor de la cajuela y así comenzaron a caminar hacia la puerta de la casa, la cual, desde la perspectiva de Méreope, resultaba hermosa.
Cuando estuvieron frente a la puerta el mayor tocó la puerta, esperando a que la abrieran pacientemente, mientras jugueteaba con la mano de su hija.
La puerta fue abierta segundos después por la señora Weasley, quien sonrió al ver a la chica frente a ella.
—¡Méreope, querida! Que gusto tenerte por aquí —grito la mujer, estrechando a Méreope entre sus brazos de manera cariñosa.
—Es un gusto venir aquí, señora Weasley —admitió Méreope quien sonreía maravillada ante la efusividad con la que la mujer la recibía.
—Ay cielo, llámame Molly —pidió la mujer, sonriéndole a la muchacha.
Esta aceptó, mientras se despedía de su padre dándole un abrazo y besando su mejilla.
—Quiero que te portes bien y no hagas ninguna travesura —susurro aquello último Ted, separándose de su hija con una sonrisa divertida en el rostro.
—No prometo nada —alegó, mientras sonreía hacia su padre.
Ted dejó un beso en la frente de Méreope, diciéndole que le mandarían cartas mientras estuviese en Hogwarts, para después dejar otro par de besos en el rostro de la chica antes de irse directo a su auto y de ahí hacia el ministerio.
—Pasa cielo, Ronald no a dejado de hablar sobre lo qué pasó hace unas semanas —dijo Molly, haciendo pasar a la Gryffindor mientras que con su varita hacia flotar el baúl de Méreope.
Y de un momento a otro frente a ellas aparecieron Fred y George, quienes no tardaron en envolver en un gran abrazo a la pelirroja.
—¡Hermana...
—De otra...
—Madre...!
Dijeron ambos gemelos a la par separándose de la muchacha, mientras esta les sonreía.
Otro par de pasos bajando las escaleras interrumpieron el momento, por estas apareció Ron, quien tenía una sonrisa plasmada en su rostro mientras iba caminando hacia su mejor amiga.
—¡Meli! —chillo Ron, abrazando a la chica, sorprendiendo a sus hermanos y madre, quienes no estaban acostumbrados a un Ronald afectivo.
Quizá la pelirroja tenía algo que alegraba al resto lo que la hacía tan querida.
—Ron, te he dicho durante todo el verano que no me llames Meli —lo reto la pelirroja, rodando los ojos.
—Pero suena genial, además, no hay muchos apodos para Cali... —Méreope lo interrumpió, pisoteando su pie, provocándole una mueca de dolor al pelirrojo.
Ron ahogó un grito mientras fulminaba a la chica con la mirada, quien le sonreía inocentemente.
—Ron, acompaña a Mér al cuarto de Ginny para que se instale —le pidió Molly a su hijo, bajando el baúl frente a él para que lo subiera.
Ron trago en seco al ver el baúl delante de él, pensando que aquel debería de pesar demasiado conociendo a Méreope, quien era capaz de guardar hasta lo innecesario para no pedir prestado a alguien. Iba a quejarse, a decirle a su madre que no haría aquello, pero al ver la mirada de reproche de su madre decidió no rechistar: sabía como se ponía sí madre cuando se le negaba algo.
—Mamá, nosotros podemos hacerlo —dijeron los gemelos a la vez, mientras le guiñaban un ojo cómplice a Méreope.
—Oh no, ustedes siguen castigados por todas las cartas que recibí de la profesora McGonagall —les grito furiosa Molly—. ¡Así que sigan limpiando su cuarto, que espero esté más limpio que anoche!
Y ahora Méreope sabía por qué nadie contradecía a la señora Weasley en ninguna circunstancia.
De pronto la mujer volteó a ver a la pelirroja, cambiando totalmente su expresión a una amable y dulce—. Cielo, tú puedes ir a desempacar, apuesto que Ginny estará encantada de tenerte en su habitación.
Méreope asintió, haciéndole una seña arrogante a Ron para que la siguiera y así subir su baúl. Este resoplo, mientras seguía a su amiga.
La pelirroja comenzó a subir las escaleras, siendo seguida por Ron, quien cada vez se quedaba más exhausto con cada paso que daba.
—Te tardas mucho, Ron —canturrio Méreope, que ya estaba arriba.
—Si claro, trata de subir tu baúl y no será fácil subir —gruño Ron—. ¿Qué llevas aquí? ¿Rocas?
Cuando ya estuvo arriba, se recargó en la pared más cercana mientras miraba a Méreope ir por el lado contrario al cuarto de la pequeña Weasley.
—Meli, no es por ahí —murmuro Ron, señalándole el otro lado del pasillo.
Esta sonrió—. Por eso digo que es por allá.
Y así se dirigió hacia el otro lado, esta vez seguida de Ron que arrastraba el baúl sin fuerza.
Méreope tocó la puerta cuidadosamente, esta no tardó en ser abierta de par en par, dejando ver una Ginny sonriente, quien al ver a la de ojos celestes, no dudó en abrazarla.
—Pensé que no querrías venir a una casa como la nuestra y... —comenzó a hablar Ginny, siendo detenida por Méreope rápidamente.
—¿Qué dices? Su casa es hermosa —admitió Méreope, mirando a ambos pelirrojos.
Estos le sonrieron, mientras que las orejas de Ron adquirían un tono rojizo casi idéntico al color que Ginny adquiría en sus mejillas.
Y así se introdujo a la habitación de Ginny.
—Puedes dormir ahí —Ginny señaló una cama junto a la suya, la cual era solo separada por una pequeña mesa de madera vieja.
Esta tenía unas sábanas púrpuras muy lindas y visiblemente abrigadoras.
—Y tus cosas puedes ponerla en ese estante de ahí.
Dejó a Hera sobre la que ahora era su cama, mientras miraba como Ron se tiraba en la cama en donde ella dormiría.
—¿Así es siempre? —pregunto Méreope, señalando al pelirrojo.
—Si, te acostumbras con el tiempo —admitió Ginny acariciando a Hera quien seguía dentro de su jaula.
—Bien, puedo soportarlo.
[...]
Los días habían pasado rápidamente, Méreope había ganado la confianza de Ginny con una extraña rapidez, hasta tal punto en donde la muchacha le confesó su secreto –aunque aquello ya era de conocimiento público–. Ginny Weasley tenía un crush en Harry Potter, el niño que le prometió enviarle cartas en el verano, pero aquello jamás ocurrió.
Y que aparte, cumplía años ese mismo día.
Según Ron, a él tampoco le habían llegado cartas o noticias del azabache, y que al igual que ella, estaba preocupado por él.
A lo que se refiere a convivir con el resto de los Weasley, había sido fácil, pero claro, con todos menos con Percy, quien parecía querer cambiar cada actitud o cosa de la casa, hasta de ella misma.
Méreope insistía en querer ayudar a limpiar a la señora Weasley, pero está claramente la mujer no se lo permitía. Decía que por ser la invitada solo tenía que estar en la casa cómodamente, sin tener que hacer esfuerzo alguno.
—Por favor, Meli, solo iremos por él.
Ese era Ron, tratando de convencer a la pelirroja para que lo acompañara por Harry en el auto azul –realmente lindo– de su padre. Méreope lo miró con extrañeza y negó, frunciendo el ceño.
—Claro que no, Ron —suspiró—. Y si es que lo traen, le haré la ley del hielo, no le hablaré.
—Pero algo le a de pasar, él no dejaría de contestarte por nada —admitió Ron, tratando de convencerla otra vez.
La pelirroja adquirió un leve sonrojo en sus mejillas, mientras seguía negando—. Nop.
—Bien —aceptó finalmente Ron, sabiendo que no haría cambiarla de opinión.
Era tan necia que a este punto, tardaría años en hacerla entrar en razón.
—Mér, ¿puedes ayudarme a organizar mis vestidos? —inquirió Ginny, tomando la mano de su –ahora– amiga.
—Claro, Gin —volteó a ver al pelirrojo mientras sonreía burlona—. Mhm... estaré ocupada, en fin, me saludas al miope que tenía como mejor amigo.
Y así, se fueron ambas a su habitación.
Pero claro estaba que Ron no la dejaría aquí, algo se le ocurría durante el día, pero de que Méreope iría con él, iría.
━━━AUTHOR'S NOTE. ¡chicuelas y chicuelos! vaya, vaya, ese remus quiere regresar a la vida de nuestra pelirroja...
¿ustedes piensan lo mismo que ted?
¡amigos! he salido de vacaciones –mi yo de ese entonces está feliz, mi yo de ahorita está ansiosa por los exámenes– al fin, así que voy a tener más tiempo para escribir así que me tendrán más activa.
recuerden, voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💕
eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
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