033. see you again remus
↯ CAPÍTULO TREINTA Y TRES
▬ ❝ nos vemos luego, remus ❞ ▬
—¡HARRY! —MÉREOPE LE TIRABA DE LA MANGA, MIRANDO EL RELOJ—. TENEMOS DIEZ MINUTOS PARA REGRESAR A LA ENFERMERÍA SIN SER VISTOS. Antes de que Dumbledore cierre la puerta con llave.
—De acuerdo —dijo Harry, apartando los ojos del cielo—, ¡vamos!
Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon. Parecían Fudge y Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera.
—... Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —decía Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente?
—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarle, Snape... Y en cuanto el joven Harry y la joven Méreope vuelvan a estar en sus cabales, también querrán contarle al periódico cómo usted los salvó.
Méreope apretó los dientes. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y Fudge pasaron ante el lugar en que estaban escondidos. Sus pasos se perdieron. Harry y Méreope aguardaron unos instantes para asegurarse de que estaban lejos y echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una escalera, luego otra, continuaron por otro corredor y oyeron una carcajada delante de ellos.
—¡Peeves! —susurró Harry, tomando a Méreope por la muñeca—. ¡Entremos aquí!
Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron ala izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a mandíbula batiente.
—¡Es horrible! —susurró Méreope, con el oído pegado a la puerta—. Estoy segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a ejecutar a Sirius... —miró el reloj—. Tres minutos, Harry.
Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia. Entonces salieron del aula y volvieron a correr.
—Méreope, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore cierre la puerta? —jadeó Harry.
—No quiero ni pensarlo —dijo Méreope, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un minuto! —llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se oye a Dumbledore —dijo nerviosa Méreope—. ¡Vamos, Harry!
Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la espalda de Dumbledore.
—Les voy a cerrar con llave —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco. Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la varita para cerrarla mágicamente. Asustados, Harry y Méreope se apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote largo y plateado.
—¿Bien? —preguntó en voz baja, sin impresionarse de que Méreope estuviera ahí y no Hermione.
—¡Lo hemos logrado! —dijo Harry jadeante—. Sirius se ha ido montado en Buckbeak...
Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa.
—Bien hecho. Creo... —escuchó atentamente por si se oía algo dentro de la enfermería—. Sí, creo que ya no están ahí dentro. Entren. Les cerraré.
Entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a Ron, que permanecían en la cama y a su costado Hermione, con una sonrisa de oreja a oreja. Méreope corrió hasta ella y le entrego el giratiempo con cuidado. Después de oír la cerradura, se metieron en sus camas. Un instante después, la señora Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico.
—¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis pacientes?
Estaba de muy mal humor. Harry y Méreope pensaron que era mejor aceptar el chocolate en silencio. La señora Pomfrey se quedó allí delante para asegurarse de que se lo comían. Méreope y Harry aguzaban el oído, con los nervios alterados. Y entonces, mientras tomaban el cuarto trozo del chocolate de la señora Pomfrey, oyeron un rugido furioso, procedente de algún distante lugar por encima de la enfermería.
—¿Qué ha sido eso? —dijo alarmada la señora Pomfrey.
Oyeron voces de enfado, cada vez más fuertes. La señora Pomfrey no perdía de vista la puerta.
—¡Hay que ver! ¡Despertarán a todo el mundo! ¿Qué creen que hacen?
Méreope intentaba oír lo que decían. Se aproximaban.
—Debe de haber desaparecido, Severus. Tendríamos que haber dejado a alguien con él en el despacho. Cuando esto se sepa...
—¡NO HA DESAPARECIDO! —bramó Snape, muy cerca de ellos—. ¡UNO NO PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER TIENE ALGO QUE VER CON ESTO!
—Sé razonable, Severus. Harry está encerrado.
¡PLAM!
La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Fudge, Snape y Dumbledore entraron en la sala con paso enérgico. Sólo Dumbledore parecía tranquilo, incluso contento. Fudge estaba enfadado, pero Snape se hallaba fuera de sí.
—¡CONFIESA, POTTER! —vociferó—. ¿QUÉ ES LO QUE HAS HECHO?
—¡Profesor Snape! —chilló la señora Pomfrey—, ¡contrólese!
—Por favor, Snape, sé razonable —dijo Fudge—. Esta puerta estaba cerrada con llave. Acabamos de comprobarlo.
—¡LE AYUDARON A ESCAPAR, LO SÉ! —gritó Snape, señalando a Harry y a Méreope. Tenía la cara contorsionada. Escupía saliva.
—¡Tranquilícese, hombre! —gritó Fudge—. ¡Está diciendo tonterías!
—¡NO CONOCE A POTTER! —gritó Snape—. ¡LO HIZO ÉL, SÉ QUE LO HIZO ÉL!
—Ya esta, Severus —dijo Dumbledore con voz tranquila—. Piensa lo que dices. Esta puerta ha permanecido cerrada con llave desde que abandoné la enfermería, hace diez minutos. Señora Pomfrey, ¿han abandonado estos alumnos sus camas?
—¡Por supuesto que no! —dijo ofendida la señora Pomfrey—. ¡He estado con ellos desde que usted salió!
—Ahí lo tienes, Severus —dijo Dumbledore con tranquilidad—. A menos que crea que Harry y Méreope son capaces de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo, me temo que no encuentro motivo para seguir molestándolos.
Snape se quedó allí, enfadado, apartando la vista de Fudge, que parecía totalmente sorprendido por su comportamiento, y dirigiéndola a Dumbledore, cuyos ojos brillaban tras las gafas. Snape dio media vuelta –la tela de su túnica produjo un frufrú– y salió de la sala de la enfermería como un vendaval.
—Su colega parece perturbado —dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo en su lugar; Dumbledore, tendría cuidado con él.
—No es nada serio —dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de sufrir una gran decepción.
—¡No es el único! —repuso Fudge resoplando—. ¡El Profeta va a encontrarlo muy divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado entre los dedos! Sólo faltaría que se enteraran también de la huida del hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno, tendré que irme y dar cuenta de todo al Ministerio...
—¿Y los dementores? —le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan del colegio.
—Sí, tendrán que irse —dijo Fudge, pasándose una mano por el cabello—. Nunca creí que intentaran darle el Beso a unos niños inocentes..., estaban totalmente fuera de control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez deberíamos pensar en poner dragones en las entradas del colegio...
—Eso le encantaría a Hagrid —dijo Dumbledore, dirigiendo a Harry y a Méreope una rápida sonrisa. Cuando él y Fudge dejaron la enfermería, la señora Pomfrey corrió hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave. Murmurando entre dientes, enfadada, volvió a su despacho.
Se oyó un leve gemido al otro lado de la enfermería. Ron se acababa de despertar. Lo vieron sentarse, rascarse la cabeza y mirar a su alrededor.
Hermione aguantaba una risita, visiblemente.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Harry? ¿Meli? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde está Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre?
Harry, Méreope y Hermione se miraron.
—Explícaselo tú —dijo Méreope hacia Hermione, mientras le guiñaba un ojo inocentemente al azabache antes de comerse el último puñado de gomitas.
[...]
Cuando Harry; Méreope, Ron y Hermione dejaron la enfermería al día siguiente a mediodía, encontraron el castillo casi desierto. El calor abrasador y el final de los exámenes invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita a Hogsmeade. Sin embargo, ni a Ron, ni a Méreope, ni a Hermione les apetecía ir, así que pasearon con Harry por los terrenos del colegio, sin parar de hablar de los extraordinarios acontecimientos de la noche anterior y preguntándose dónde estarían en aquel momento Sirius y Buckbeak.
Méreope ya se había resignado a ir a Hogsmeade por primera vez hasta el ciclo que viene, así que no hizo mas que bufar y sonreírle amablemente tanto a Cedric –quién le invito a ir junto a sus amigos de casi último año–, como a Cho y a sus tres Slytherins favoritos y decirles que había tenido una noche caótica y que no quería caminar mas.
Una sombra los cubrió. Al levantar la vista vieron a Hagrid, medio dormido, que se secaba la cara sudorosa con uno de sus enormes pañuelos y les sonreía.
—Ya sé que no debería alegrarme después de lo sucedido la pasada noche —dijo—. Me refiero a que Black se volviera a escapar y todo eso... Pero ¿a que no adivinan...?
—¿Qué? —dijeron, fingiendo curiosidad.
—Buckbeak. ¡Se escapó! ¡Está libre! ¡Lo estuve celebrando toda la noche!
—¡Eso es estupendo! —dijo Hermione, dirigiéndole una mirada severa a Ron, que parecía a punto de reírse.
—Sí, no lo atamos bien —explicó Hagrid, contemplando el campo satisfecho—. Esta mañana estaba preocupado, pensé que podía tropezarse por ahí con el profesor Lupin. Pero Lupin dice que anoche no comió nada.
—¿Cómo? —preguntó Méreope, fingiendo sorpresa.
—Caramba, ¿no lo has oído? —le preguntó Hagrid, borrando la sonrisa. Bajó la voz, aunque no había nadie cerca—. Snape se lo ha revelado esta mañana a todos los de Slytherin. Creía que a estas alturas ya lo sabría todo el mundo: el profesor Lupin es un hombre lobo. Y la noche pasada anduvo suelto por los terrenos del colegio. En estos momentos está haciendo las maletas, por supuesto —miro a Méreope—. Una lastima que tengas que enterarte así, Mér, pero tienes una razón para disculparlo por haberte dejado, ¿no crees?
—¿Que está haciendo las maletas? —preguntó Méreope alarmada—. ¿Porqué?
—Porque se marcha —dijo Hagrid, sorprendido de que Méreope fuera la que se lo preguntara—. Lo primero que hizo esta mañana fue presentar su renuncia. Dice que no puede arriesgarse a que vuelva a suceder.
Méreope se levanto de un salto.
—Voy a verlo —dijo a Ron, a Harry y a Hermione.
—Pero si ha renunciado...
—No creo que podamos hacer nada.
—No importa. De todas maneras, quiero verlo. Nos veremos aquí mismo más tarde.
La puerta del despacho de Remus estaba abierta. Ya había empaquetado la mayor parte de sus cosas. Junto al depósito vacío del grindylow, la maleta vieja y desvencijada se hallaba abierta y casi llena. Remus se inclinaba sobre algo que había en la mesa y sólo levantó la vista cuando Méreope llamó a la puerta.
—Te he visto venir —dijo Remus sonriendo. Señaló el pergamino sobre el que estaba inclinado. Era el mapa del merodeador.
—Acabo de estar con Hagrid —dijo Méreope—. Me ha dicho que has presentado tu renuncia. No es cierto, ¿verdad?
—Me temo que sí —contestó Remus. Comenzó a abrir los cajones de la mesa y a vaciar el contenido.
—¿Por qué? —preguntó Méreope—. El Ministerio de Magia no te creerá confabulado con Sirius, ¿verdad?
Remus fue hacia la puerta y la cerró.
—No. El profesor Dumbledore se las ha arreglado para convencer a Fudge de que intenté salvarles la vida —suspiró—. Ha sido el colmo para Severus. Creo que ha sido muy duro para él perder la Orden de Merlín. Así que él... por casualidad... reveló esta mañana en el desayuno que soy un licántropo.
—¿Y te vas sólo por eso? —preguntó Méreope, sin creer que era toda la verdad.
Remus sonrió con ironía
—Mañana a esta hora empezarán a llegar las lechuzas enviadas por los padres. No consentirán que un hombre lobo dé clase a sus hijos, y si yo no lo fuera, tampoco me gustaría que uno te diera clases a ti, Mér. Y después de lo de la última noche, creo que tienen razón. Pude haber mordido a cualquiera de ustedes... No debe repetirse.
—¡Eres el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido nunca! —dijo Méreope—. ¡No te vayas!
Remus negó con la cabeza, pero no dijo nada. Siguió vaciando los cajones. Luego, mientras Méreope buscaba un argumento para convencerlo que no tuviera que ser el que su cabeza quería decir, Remus añadió:
—Por lo que el director me ha contado esta mañana, la noche pasada salvaste muchas vidas, Méreope. Si estoy orgulloso de algo es de todo lo que has aprendido, a pesar que no fue conmigo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Méreope anonadada.
—Tu madre estaría muy orgullosa de que salvaras a tu tío —Remus puso los últimos libros en la maleta, cerró los cajones y se volvió para mirar a su hija—. Toma, la traje la otra noche de la Casa de los Gritos, dásela a Harry —dijo, entregándole a Méreope la capa invisible—: Y... —titubeó y a continuación le entregó también el mapa del merodeador—. Ya no soy profesor tuyo, así que no me siento culpable por devolverte esto. A mí ya no me sirve. Y me atrevo a creer que tú y tus amigos le encontraran utilidad.
Méreope tomo el mapa y sonrió.
—Me dijiste que Lunático, Canis, Colagusano, Canuto y Cornamenta me habrían tentado para que saliera del colegio..., que lo habrían encontrado divertido.
—Sí, lo habríamos hecho —confirmó Lupin, cerrando la maleta—. No dudo que a Calissa le habría decepcionado que su hija no hubiera encontrado ninguno de los pasadizos secretos para salir del castillo mucho antes.
Méreope sonrió con melancolía, el tema seguía siendo sensible para ella a pesar que ya habían pasado trece años de la tragedia.
Alguien llamó a la puerta. Méreope se guardó rápidamente en el bolsillo el mapa del merodeador y la capa invisible.
Era el profesor Dumbledore.
—Tu coche está en la puerta, Remus —anunció, antes de darse la vuelta y irse por donde vino.
—Gracias, director.
Lupin tomo su vieja maleta y el depósito vacío del grindylow.
—Bien. Adiós, Méreope —dijo sonriendo—. Ha sido un placer poder haberte conocido, por lo menos cumplí lo que quería, ahora comprenderé si quieres seguir alejada de mi, no te culparía tampoco... a fin de cuentas sigo siendo un licántropo que te abandono cuando eras una bebé —la pelirroja bajo la cabeza—. Eres mi hija, y tenia miedo de lastimarte con lo que a mis amigos y a tu madre les gustaba llamar "pequeño problema peludo" —Méreope observo como una sonrisa aparecía en los labios del mayor—, pero eso no quita que siempre te ame y amare como no tienes una idea —se oyó un suspiro por parte del mayor—. Hasta luego, hija.
Remus, con un último movimiento de cabeza dirigido a Méreope y una rápida sonrisa que parecía estar llena de tristeza, salió del despacho.
—Hasta luego, papá...
━━━AUTHOR'S NOTE.
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eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
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