032. time travel sponsored by méreope calissa lupin
↯ CAPÍTULO TREINTA Y DOS
▬ ❝ viajes en el tiempo patrocinados por méreope calissa lupin ❞ ▬
—ASOMBROSO. VERDADERAMENTE ASOMBROSO. FUE UN MILAGRO QUE QUEDARAN TODOS CON VIDA. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape...
—Gracias, señor ministro.
—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!
—Muchísimas gracias, señor ministro.
—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.
—En realidad fueron Potter; Black, Weasley y Granger, señor ministro.
—¡No!
—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara... Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.
—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a Potter.
—Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial? Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro. Y cualquier otro sería expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las reglas del colegio... después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlo a él y a la señorita Black... Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino... y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la prohibición.
—Bien, bien..., ya veremos, Snape. los muchachos han sido traviesos, sin duda.
Méreope escuchaba acostada, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdida. Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía su cuerpo como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostada, en aquella cómoda cama, para siempre...
—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores... ¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder; Snape?
—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.
—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y Méreope...
—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.
Hubo una pausa. El cerebro de Méreope parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.
Abrió los ojos.
Se hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo rojo de Ron. A su lado estaba Hermione, con una venda en su brazo y bebiendo en sorbos pequeños algo que le había dado la enfermera, que parecía saberle mal por las muecas que estaba haciendo.
Parecía petrificada, y al ver que Méreope y Harry –para sorpresa de la pelirroja– estaban despiertos, se llevó un dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entre abierta y las voces de Cornelius Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor.
La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala hasta la cama de Méreope. Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.
—¡Ah, están despiertos! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de ambos y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.
—¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione, Méreope y Harry.
—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a ustedes tres, permanecerán aquí hasta que yo esté bien segura de que están... ¿Qué haces, Potter?
Harry se había incorporado, se ponía las gafas y tomo su varita ante una mueca de Méreope, quién tendría que ir con él para que ahora no se le ocurriera despertar a un muertito.
—Tengo que ver al director —explicó.
—Potter, Lupin —a la pelirroja ya no le importaba que la llamaran así, pero el tono dulce de Madame Pomfrey si que le importo—, todo se ha solucionado. Han tomado a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier momento.
—¿QUÉ?
Méreope saltó de la cama. Harry hizo lo mismo. Pero su grito se había oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y Snape.
—¿Qué es esto, Harry? ¿Méreope? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrían que estar en la cama... ¿Han tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey
—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es...
Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.
—Harry, Harry; estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control.
—¡NADA DE ESO! —gritó Méreope—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!
Ese tipo no le agradaba, y dudaba que algún día lo hiciera en realidad.
—Señor ministro, por favor; escuche —rogó Hermione. Se había acercado a Méreope y a Harry, mientras miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago. Pettigrew, quiero decir. Y..
—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los tres tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...
—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.
—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que cansarlo!
—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si nos escuchan...
Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama.
—Ahora, por favor; señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan.
Méreope alzó sus manos a los costados de su cabeza en señal de paz, tomo la bolsa de gomitas que estaba a su lado y metió una de ellas a su boca bajo la mirada suplicante de Madame Pomfrey.
Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Méreope tragó con dificultad las gomitas en su boca, mientras Harry se colocaba a su lado de nuevo.
—Profesor Dumbledore, Sirius Black...
—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director; he de insistir en que...
—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor Potter y las señoritas Lupin y Granger. He estado hablando con Sirius Black.
El apellido no le importaba mucho, a fin de cuentas resultaba ser el suyo, pero aun los bellos en sus brazos se erizaban al oír que la llamaban por el.
—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter y de Black, quiero decir, Lupin —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?
—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.
—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.
—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad Hermione—. No llegó con tiempo para oír...
—¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA!
—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser comprensivos.
—Me gustaría hablar con Harry, Hermione y Méreope a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy se lo ruego, déjennos.
—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso.
—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.
La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco.
—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba.
Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió.
—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos fijos en Dumbledore.
—Quiero hablar a solas con Harry, Hermione y Méreope —repitió Dumbledore.
—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.
—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió Dumbledore con tranquilidad.
Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry, Méreope y Hermione. Los tres empezaron a hablar al mismo tiempo.
—Señor profesor; Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew
—Escapó cuando Remus se convirtió en hombre lobo.
—Es una rata.
—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir; el dedo: él mismo se lo cortó.
—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.
Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.
—Ahora tienen que escuchar ustedes y les ruego que no me interrumpan, porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice, salvo su palabra. Y la palabra de tres brujos de trece y catorce años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.
—Remus también puede testificarlo —dijo Méreope, incapaz de mantenerse callada.
—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...
—Pero...
—Escúchenme, Harry, Méreope. Es demasiado tarde, ¿lo entienden? Tienen que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la de ustedes.
—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación, y tomando con cierto dolor su brazo—. Por una broma tonta que le gastó.
—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora gorda..., entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.
—Pero usted nos cree.
—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia.
Méreope miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado.
—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul claro pasaban de Harry y Méreope a Hermione.
—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!
—Ahora préstenme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podrían salvar más de una vida inocente. Pero recuérdenlo los dos: no los pueden ver. Señorita Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben verlos, o al menos, los que vayan.
Méreope no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.
—Los voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se cerró tras Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina.
—Vengan aquí, Mér, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido!
Méreope, sospechando lo que harían, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella
—Así —puso la cadena alrededor del cuello de Harry y de su mejor amiga—. ¿Preparados? —dijo jadeante—. Bien —se giro hacia su amiga e hizo una mueca—. Te di unas cuantas indirectas durante el año, era sobre esto. No hay mucho tiempo.
—Herms, yo no tengo ni la mayor idea de... —no la dejo terminar.
—No puedo ir, tengo el brazo lastimado y debo cuidar de Ron —señalo al chico en la camilla, aun inconsciente.
—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.
Hermione dio tres vueltas al reloj de arena, dándoles a ambos una última sonrisa antes de dar un paso hacia atrás, alejándose de ambos.
La sala oscura desapareció. Méreope tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar; pero no podía oír su propia voz.
Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al lado de Harry, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas.
Harry miró a Méreope con la cadena clavándosele en el cuello.
—Issa, ¿qué...?
Méreope suspiro, no había de otra y si recordaba bien todo lo dicho por su mejor amiga durante todo el año, nada podría salirles mal.
—¡Ahí dentro! —Méreope tomo a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.
—¿Qué..., cómo...? Issa, ¿qué ha pasado? —cuestiono el azabache, con una cierta ola de nervios invadiendo su sistema tras la repentina cercanía con la pelirroja.
—Pues hasta donde yo entendí, hemos retrocedido en el tiempo —susurró, quitándole a Harry, a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.
—Pero...
—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Méreope había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí, creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.
—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí fuera?
—Sí —respondió Méreope, con el oído aún pegado a la puerta del armario—. Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de cuatro personas. Y... vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible —dejó de hablar; pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal...
Méreope se sentó en un cubo puesto boca abajo, mientras Harry la recorría por completo.
—¿De dónde a sacado Hermione ese reloj de arena?
—Se llama giratiempo —explicó con cierta duda la pelirroja—. Según se, sirve como una maquina de tiempo muggle, solo que mas eficiente y peligroso si cae en las manos equivocadas. La profesora McGonagall se lo debió de dar por la cantidad de materias que ha cursado todo el año escolar. Vi uno alguna vez —lo miro con detenimiento—. Alastor Moody, el maestro de mi hermana en el ministerio, me enseño uno cuando era una niña, me dijo que algún día tendría el mío —elevó su mirada y a pesar de no ver nada, sonrió melancólicamente—. Pero, Harry, me temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Porqué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?
—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...
—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó la pelirroja—. Acabamos de oírnos salir.
—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente... —y entonces se le ocurrió—: ¡Issa, vamos a salvar a Buckbeak!
—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?
—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!
—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!
—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...
Harry empujó y abrió la puerta del armario, tomando antes la mano de Méreope para ir juntos. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.
—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Méreope, mirando hacia atrás, hacia el castillo.
—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque. Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.
—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Méreope, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.
Méreope tomo la mano de Harry para que avanzaran ambos juntos, atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque...
—Bueno —dijo con voz entrecortada la pelirroja—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note. Que no nos vean, Harry.
Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Méreope oyó la voz de Harry que decía:
—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberían haber venido —susurró Hagrid.
Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.
—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo.
—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Méreope—. ¡Tenemos que acercarnos más a Buckbeak!
Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.
—¿Ahora? —susurró Harry
—¡No! —dijo Méreope—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!
—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry.
Les empezaba aparecer irrealizable.
En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.
—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Méreope—. Dentro de un momento encontraré a Scabbers junto a Hermione.
La pelirroja recordaba haber llorado como magdalena por la muerte del hipogrifo, y por mas raro que sonara, quería verse llorar; Daphne le había dicho que lucía perfecta llorando, pero quería comprobarlo.
Minutos después oyeron el chillido de sorpresa de ambas chicas.
—Issa —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?
—¡No! —exclamó la pelirroja con temor, comenzando a entender porque su amigo no estaba en Ravenclaw—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore y a Hermione... Si nos ven...
—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.
Esta vez, se contuvo de golpearlo.
—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de Hagrid? —dijo Méreope, comenzando a alterarse ante la inteligencia del miope.
—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio.
—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. Hermione me dijo que han sucedido cosas terribles cuando los brujos se han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo, pasado o futuro!
Habló, recordando una charla "sobre información de biblioteca" que había tenido con la castaña hace unos meses atrás.
—De acuerdo —dijo Harry, mirando con cierto temor a la pelirroja a quien le faltaba poco para carbonizarlo vivo—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que...
Pero Méreope le dio un codazo y señaló hacia el castillo, donde a unos centímetros Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.
—¡Estamos a punto de salir! —dijo Méreope en voz baja.
Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de Hagrid y Méreope se vio a sí misma con Harry, Ron y Hermione saliendo por ella con Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto, permanecer detrás del árbol y verse a sí misma en el huerto de las calabazas.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas —se volvió hacia los cuatro amigos—. Vamos, márchense.
—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo...
—¡Márchense! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además se metieran en un problema.
Méreope vio a Hermione echando la capa invisible sobre los cuatro en el huerto de calabazas.
—Márchense rápido. No escuchen.
Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la puerta de atrás. Méreope vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y oyó alejarse cuatro pares de pies. Ella, Harry, Ron y Hermione se habían marchado, pero el Harry y la Méreope que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.
—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.
—Fu... fuera —contestó Hagrid.
Méreope escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.
—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair tendrás que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el procedimiento.
El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese momento o nunca.
—Espera aquí —susurró Harry a Méreope, comenzando a soltar delicadamente su mano—. Yo lo haré.
La pelirroja iba a rezongar, mas no pudo hacerlo ya que el azabache salió disparado de su lado, haciendo que abriera la boca indignada.
—«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta del sol...»
Méreope soltó un chillido cuando Harry libero la cuerda de Buckbeak.
—«... sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair...»
Mas el hipogrifo no parecía querer moverse de lugar, para la mala suerte de ambos.
—«... por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.
—Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión en el interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te quedaras aquí dentro.
—No, quiero estar con él... No quiero que esté solo.
Se oyeron pasos dentro de la cabaña.
Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco las alas con talante irritado.
—Un momento, Macnair; por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también tiene que firmar —los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo algo más aprisa.
La cara pálida de Méreope asomaba por detrás de un árbol.
—¡Rápido, rápido! —gritó, saliendo como una flecha de detrás del árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara más aprisa. Méreope miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del alcance de las miradas. Desde allí no veían el huerto de Hagrid.
—¡Para! —dijo Harry a Méreope—. Podrían oírnos.
La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry, Méreope y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.
Silencio. Luego...
—¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está la bestia?
—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!
—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado.
—¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.
Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en esta ocasión pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos:
—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo. Buckbeak, qué listo eres.
Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y Méreope la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.
—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el bosque.
—Macnair; si alguien ha tomado realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—. Rastrea el cielo, si quieres... Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.
—Por... por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado flojo—. Entre, entre...
Harry y Méreope escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.
—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.
—Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Méreope con miedo—. Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos a que pase el peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con Buckbeak. No volverá por allí hasta dentro de dos horas... Esto va a resultar difícil...
Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel momento.
—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.
—De acuerdo —dijo Méreope, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más firme—. Pero debemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo.
Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.
—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.
Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió el eco de su grito.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
Y entonces vieron a otras tres figuras que salían de la nada. Méreope se vio así misma, a Harry y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en picado.
—¡Te he atrapado! Váyanse, gatos asquerosos.
—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido de las raíces del sauce. Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible, ¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces—. ¡Eh, mira Issa! El árbol acaba de pegarme. Y también a ti. ¡Qué situación más rara!
—Que mal se ve mi cabello, debo cortarlo —musito la pelirroja con una mueca, tocándose por inercia su cabello de la parte trasera.
—Se ve igual de bonito como todos los días —habló Harry, sonriéndole con diversión al ver como un sonrojo daba paso en las mejillas de la pelirroja.
El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y de repente el árbol se quedó quieto.
—Crookshanks y Thackery ya han apretado el nudo —explicó Méreope, tras anotarse mentalmente el cambio de look que obligaría a Dora a hacerle.
—Allá vamos... —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.
En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después, oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se dirigían al castillo.
—¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Méreope—. ¡Ojalá Dumbledore hubiera venido con nosotros...!
—Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza—. Te apuesto tus gomitas matutinas a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a Sirius allí mismo.
Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego...
—¡Aquí viene Remus! —dijo Méreope al ver a otra persona que bajaba la escalera y se dirigía corriendo hacia el sauce. Méreope miró al cielo. Las nubes ocultaban la luna.
Vieron que Remus tomaba del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Remus desapareció por el hueco que había entre las raíces.
—¡Ojalá hubiera tomado la capa! —dijo Harry—. Está ahí... —se volvió a Méreope—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría tomar Snape.
—¡Harry, no nos deben ver!
—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Méreope con irritación—. ¿Estar aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —dudó—. ¡Voy a tomar la capa!
—¡Harry, no!
Méreope sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese momento oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano.
—¿Lo ves? —susurró Méreope—. ¿Ves lo que habría ocurrido? ¡Tenemos que estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak!
El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el castillo. Desapareció. Buckbeak cesó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con tristeza.
Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape apareció corriendo hacia el sauce.
—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes.
Méreope colocó su mano en la boca del azabache, haciendo que se callara de una buena vez. Su estúpida rivalidad con Snape podría lograr que mataran a Sirius, que terminen llevando a Remus a Azkaban por complicidad y ella ser llevada igualmente a Azkaban por ser una Black y una Lupin también.
Snape tomo la rama que había usado Remus para inmovilizar el árbol, apretó el nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.
—Ya está —dijo Méreope en voz baja y separando su mano de la boca del azabache—. Ahora ya estamos todos dentro. Y ahora sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir...
Tomo el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol más cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los brazos.
—Harry, hay algo que no comprendo... ¿Por qué no atraparon a Sirius los dementores? Recuerdo una luz resplandeciente pero... ¿qué era?
—Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo Harry—. Un verdadero patronus, un patronus poderoso.
—Pero ¿quién lo hizo aparecer?
Harry no dijo nada.
—¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Méreope con impaciencia—. ¿Era uno de los profesores?
—No.
—Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los dementores... Si el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver...?
—Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imagine. No pensaba con claridad. Me desmayé inmediatamente después...
—¿Quién te pareció que era? —cuestiono la pelirroja, comenzando a pensar en quien podría ser.
—Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar aquello—, me pareció mi padre.
Miró a Méreope y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo miraba con una mezcla de inquietud y pena.
—James, tu padre está..., bueno..., está muerto —dijo en voz baja.
—Lo sé —dijo Harry rápidamente.
—¿Crees que era su fantasma?
—No lo sé. No... Parecía sólido.
—Pero entonces...
—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se parecía a él. Tengo fotos suyas... —Méreope seguía mirándolo, preocupada por su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación.
La pelirroja solo suspiro, coloco su mano sobre la de Harry y le proporciono un leve apretón.
—Es difícil soltar a las personas que queremos —comenzó a decir, dejando de mirar al frente para esta vez mirar al ojiverde—. Pero tenemos que. No te pido que los olvides, claro que no, ellos dieron su vida por ti, solo que no esta bien ni para ti ni para tu salud mental creer que James o Lily estén vivos.
—Tu no...
Méreope negó—. Si que lo entiendo, Harry —el azabache miro a la pelirroja y noto un leve brillo en sus ojos—. No conocí a Calissa, no tengo fotos fijas de ella, no sabía de su existencia hasta hace unos meses. Solo un sueño que, para mi mala suerte, es un mal recuerdo que mi mente proyecta una y otra vez desde que tengo memoria —esta vez, Harry fue el que entrelazo sus manos ante la quebradiza voz de la muchacha—. Es difícil soltarlos, pero e aprendido una cosa. Hay que vivir por aquellos que se fueron, y mas si ellos se fueron por nosotros, para ayudarnos a sobrevivir.
—No entiendo como lo haces —susurro Harry, contemplando la poca distancia que los separaba—. Pero siempre sabes que decir para cada momento.
Méreope rió levemente y negó—. No siempre soy así, Harry, no puedo ni perdonar o hablar con Remus sin querer llorar o sentirme mal por no haber muerto yo en vez de mi... de mi madre.
—Hey —la llamó Harry, acariciándole el dorso de su mano con su pulgar—. Tu misma lo dijiste, Calissa murió para que tu sobrevivieras. Te salvo. Y... se que quieres perdonar a Remus, puedo notarlo, y mas ahora que sabes la verdad, puedes tener una familia, Issa.
Ella sonrió—. Ustedes son mi familia, James. Remus y Sirius serán un par de integrantes nuevos solamente.
—Me gusta esa respuesta.
Ambos rieron e ignoraron aquellas ganas invisibles de querer unir sus labios por primera vez, convirtiéndolas en un abrazo que, a pesar de sus mismas confusiones sobre sus sentimientos, disfrutaron mas que cualquier cosa.
[...]
Y entonces, después de una hora...
—¡Ya salen! —exclamó Méreope.
Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la cabeza. Vieron a Remus, Ron, Hermione y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero delas raíces. Luego salió Méreope. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo.
—Harry —musitó Méreope, sabiendo bien lo que vendría a continuación—, tenemos que quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.
—¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en voz baja.
—¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó Méreope—. No podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No debes hacer nada más! —lo miro—. Si me hubieras echo caso, y Remus y Sirius hubieran matado a la rata en su forma humana, pudimos haber mostrado su cuerpo y ¡pum! dejarías a tus horrendos tíos y yo tendría una charla con ellos, pero cero personal contigo.
—Gracias Issa, en verdad sabes hacerme sentir genial —hablo Harry, rodando los ojos.
—Genes Black, acostúmbrate James.
La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio del césped. Luego las vieron moverse.
—¡Mira a Remus! —susurró Méreope—. Se está transformando.
—¡Méreope! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!
—No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo tonto, ya veo por que no te colocaron en Ravenclaw.
—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Remus se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí!
La pelirroja ahogó un grito.
—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido! ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!
—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!
Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.
—¡Santas lechuzas! —mascullo bajito la pelirroja, evitando que su túnica se atorara con una rama.
Aparte del sermón, Andrómeda va a matarla viva.
Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó pasar a Méreope y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.
—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Méreope, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que se callara—. ¡Nos hemos salvado por poco! —dijo a Harry.
—Sí...
—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo tras ver a través de la ventana—. Desde aquí no veo lo que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento —Méreope levantó los ojos para mirarlo. Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?
Estaba un tanto indignado por decir lo de Ravenclaw, pero sabía que la paciencia de su amiga estaba llegando al limite.
—Bueno, de acuerdo —Harry sonrió—. Buckbeak sabrá cuidarse solo, ¿cierto Buck? —realizo una esfera de fuego, que rápidamente atrapo la mirada y atención del hipogrifo que término acostándose –como pudo– en el suelo, picoteando esta y alejándose pues se quemaba—. Bueno, andando.
Harry bufo pero asintió, tomo la mano de Méreope y salieron de la cabaña.
Al bordear la cabaña, oyeron gritos distantes. Aquello quería decir que los dementores se acercaban a Sirius... El otro Harry y la otra Méreope irían hacia él en cualquier momento...
Miraron hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.
Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes. Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry y Méreope hacia la orilla opuesta... No tendrían que acercarse a ellos.
Echaron a correr. Méreope siguiendo a Harry quien tenía en mente ver a su padre.
Y quizás ver también a Calissa para así cumplir el sueño de su mejor amiga.
Cada vez estaban más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.
Había un arbusto en la misma orilla del agua. Ambos se agacharon detrás de él y miraron por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente. Méreope sintió emoción y terror.
Tendrían poco tiempo para actuar.
—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.
Méreope suspiro, que eso sucediera era casi imposible pero, ¿Quién era ella para matar sus esperanzas?
Nadie acudió. Harry y Méreope levantaron la cabeza para mirar el círculo de los dementores del otro lado del lago. Dos de ellos se bajaban la capucha. Era el momento de que apareciera el salvador. Pero no veían a nadie.
Y entonces, Méreope sonrió comprendiéndolo.
Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.
—¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.
Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era, finalmente lo supo; un ciervo.
Es decir, un cornamenta.
Luego, con un vuelco del corazón, oyó tras ellos un ruido de cascos. Se dieron la vuelta y vieron a Buckbeak, llegando campalmente solo.
—¡Eso estuvo de lujo! —chillo la pelirroja, sosteniendo a Buckbeak quien aun jugueteaba con la bola de fuego que desapareció en la mano de Méreope—. ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!
—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho... ¿No es absurdo?
—No lo sé... ¡Harry, mira a Snape!
Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Méreope y Black. Una cuarta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado y finalmente Hermione, quien no podía ver al maestro a la cara. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.
—Bueno, ya es casi el momento —dijo Méreope, nerviosa, mirando el reloj—. Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia.
Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra.
—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.
—¡Mira! —susurró Méreope—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!
El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.
—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!
Méreope puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar. Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.
La pelirroja se aferro al pelinegro por inercia, arrebatándole una pequeña sonrisita al muchacho.
—¿Preparada? —susurró a Méreope—. Será mejor que te sujetes aun más a mi.
—No te aproveches, Potter.
Una cosa era volar de día, con sus ojos bien abiertos, otra muy diferente era confiar su vida en Harry sobre el hipogrifo.
Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados con las rodillas y notó que levantaba las alas. Méreope se sujetaba con fuerza a la cintura de Harry, quien no podía evitar sonreír.
Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la rienda de la izquierda y Buckbeak viró.
—¡Sooo! —dijo Harry, tirando de las riendas todo lo que pudo.
Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles.
—¡Ahí está! —dijo Méreope, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal.
Black levantó la mirada. Méreope vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de lasilla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.
—¡Échate hacia atrás! —le gritó Méreope, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda a la túnica de Harry—. ¡Alohomora!
La ventana se abrió de golpe.
—¿Cómo... cómo...? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.
—Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.
Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de Buckbeak y montó detrás de su sobrina.
—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos!
El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry y Méreope se bajaron inmediatamente.
—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Méreope jadeando—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.
Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.
—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius.
—Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se curará, Hermione esta con él. ¡Rápido, vete!
Pero Black los seguía mirando.
—¿Cómo se los puedo agradecer?
—¡VETE! —gritaron al mismo tiempo Harry y Méreope.
Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.
—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre! ¡Mér, tienes los ojos de mi hermosa hermanita!
Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Méreope se echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo... Animal y jinete empequeñecieron conforme Méreope los miraba... Luego, una nube pasó ante la luna... y se perdieron de vista.
Maratón 4/4
━━━AUTHOR'S NOTE.
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Eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
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