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025. professor trelawney's prediction

CAPÍTULO VEINTICINCO
▬ ❝ la predicción de la profesora Trelawney ❞ ▬









































LA EUFORIA POR QUE GRYFFINDOR GANARA LA COPA DURO, AL MENOS, UNA SEMANA. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de jugo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago.

Pero no podían hacerlo. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley; estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria). Percy se preparaba para el ÉXTASIS (Exámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones. Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común. De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que Percy era Hermione.

Harry, Ron y Méreope habían dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudieron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba: 

LUNES

9 en punto: Aritmancia

9 en punto: Transformaciones

Comida

1 en punto: Encantamientos

1 en punto: Runas Antiguas

—¿Hermione? —dijo Ron con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeh... ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exámenes? 

—¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, tomando el calendario y observándolo—. Claro que lo he copiado bien, Méreope me ayudo a anotarlo, ¿cierto Mér?

La pelirroja asintió—. Sip, yo le agregue los brillitos de los alrededores.

—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry.

—No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Han visto mi ejemplar de Numerología y gramática?

—Sí, lo tome para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja.

Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hera y Hedwig entraron aleteando a la Sala Común con un sobre fuertemente atenazado en el pico.

—Es de Hagrid —dijo Méreope, abriendo uno de los sobres—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.

—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.

—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.

Hermione levantó la vista, sobresaltada.

—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.

—Sí, eso parece —dijo Harry pensativo, mientras notaba como el rostro de Méreope decaía poco a poco.

—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!

Méreope tenía la horrible sensación de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy. Draco, que había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia. Por los comentarios socarrones que entreoía Méreope, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante. La pelirroja sabía muy bien que, si seguía alegorizando lo de Buckbeak, terminaría golpeándole todo el rostro si fuera posible.

Solo esperaba no terminar igual que el pobre hipogrifo, pues creía a Lucius capaz de mandarle a cortar la cabeza como aquella reina rechoncha que pedía que degollaran a quien se le diese la gana.

Resoplo y siguió con su lectura, mucho no podía hacer de todos modos.

[...]

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga.

A Méreope no se le dio tan mal, a fin de cuentas, su clase favorita era la de la profesora Minerva y ella notaba –noten su ego– que ella era la alumna favorita de esta misma a pesar de ignorarla cuando no estaban en clases.

Aun no le perdonaba que le ocultara parte de la verdad, pero quizás podría perdonarla si le pusiera una nota alta en el examen.

Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes. Méreope había podido hacerlo, con dificultad, pero teniendo a Hermione como compañera no fue tan difícil. Después de cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Harry, a Ron, a Méreope y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

—Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de la pelirroja seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre para algunos –en su mayoría Gryffindor's– pero para Méreope resulto uno de los más fáciles. Según Hagrid, Calissa era de las mejores alumnas de su generación en pociones, por lo que no le sorprendía haber tenido éxito en su receta para confundir.

Y quizás ayudo que Snape no la estuviese presionando como al resto de sus compañeros.

Severus Snape no podía evitar no ver a la que alguna vez fue su mejor amiga en la pelirroja, era asombroso el parecido que Méreope mantenía con Calissa a excepción del cabello, ese lo había heredado de la madre de Remus y Ismaí, de ahí en más, los genes de la Black resaltaban en la hermosa muchacha.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Méreope escribió todo lo que Florean Fortescue les había contado a ella y a Harry acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar en aquella aula sofocante uno de sus helados de galleta con gomitas. El miércoles por la tarde tenían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador, donde creyó que le fue bien tras pasar tres años seguidos con Neville como uno de sus amigos más cercanos.

Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.

Para la mala suerte de Méreope, y tras una pequeña disputa con Dumbledore, tuvo que presentarse al penúltimo examen que resultaba ser ni mas ni menos que Defensa Contra las Artes Oscuras impartida por Remus Lupin, su padre.

El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.

Para la suerte de Méreope, Dumbledore había sido un gran instructor durante los últimos meses ya que a pesar de las miradas nada discretas por parte de Remus, supo como pasar todo los obstáculos.

—Estupendo, Méreope —susurró Lupin, cuando la joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.

Para nadie era un misterio que Méreope Tonks no era una Tonks si no que una Lupin, la mayoría creería que ella sería uña y mugre con él, que serían una linda familia feliz tras la tragedia de perder a la mujer de Lupin. ¡Ja! permítanme corregirlos, por favor.

La pelirroja no se consideraba una chica cualquiera, ni la mas linda o la más inteligente, pero tenía un enorme corazón que podría ser de cualquiera, menos de Remus por ahora. Méreope sentía un hueco en su corazón cada vez que veía el delfín de peluche que reposaba sobre su cama, mientras que a la vez que ignoraba a Lupin como podía. De vez en cuando sus miradas se topaban, él se deleitaba con los hermosos ojos celestes que ella compartía con su Calissa, luego, planteaba acercarse y hablar con ella, pero su hija solía salir corriendo del lugar, dejándolo con un hueco en su estomago y un nudo en su garganta.

Méreope sintió sus mejillas arder mientras le sonreía débilmente a su padre, logrando que el corazón del mayor diera un vuelco y se enterneciera. Le regreso la débil sonrisa mientras los demás ahí presentes se miraban entre si, presenciando como poco a poco –y con algunos consejos de Dora– la pelirroja aceptaba a Remus en su vida.

Aun era muy rápido para llamarlo papá, pero... ¿estaba mal que comenzara a sentir hacia él el cariño que sentía hacia Ted?

Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.

—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?

—La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!

Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Méreope, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras.  

Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry y a Méreope.

—¡Hola, chicos! —dijo, viéndolos a ambos—. ¿Vienen de un examen? ¿Les falta poco para acabar?

—Sí —dijo Harry, mientras Méreope asentía en respuesta. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.

—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una pena... —suspiró ampliamente y miró a los chicos—. Me trae un asunto desagradable, Mér, Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.

—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.

—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.

—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto!

Antes de que Fudge pudiera responder; dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Méreope entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:  

—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?

El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Méreope le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza. 

—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!

—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Méreope, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak... 

Ella quería hacerse creer esas palabras, pero la mano de Ron tomando la suya le dijo que su rostro demostraba lo contrarió pues al pelirrojo no le gusta el contacto físico.

Méreope le sonrió y apretó su agarre, no sabía que haría sin el apoyo del pelirrojo, del azabache o de la castaña.

El último examen de Harry, Ron y Méreope era de Adivinación. El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry, Ron y Méreope continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto.

—Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado.

—Nanay —dijo Ron.

Miraba el reloj de vez en cuando. Méreope se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.  

La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:

—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?

Pero nadie aclaraba nada.

—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry, Ron y Méreope, que acababa de llegar al rellano en ese momento. 

—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.

—Sí—dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.

Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.

—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron, a Méreope y a Harry—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que les vaya bien.

Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.

—Méreope Lupin —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Méreope lanzó un guiño a Harry y a Ron y subió por la escalera de plata.

En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Méreope mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney la aguardaba sentada ante una bola grande de cristal.

—Buenos días, Méreope —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella...

Méreope se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo.

—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves?

El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes.

De pronto, achico sus ojos y frente a ella o bueno, dentro de la bola de cristal, comenzaba a formarse una figura femenina, al menos eso ella notaba.

—Eeh... —dijo Méreope—. Una forma oscura...

—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa...

La mente de la pelirroja comenzó a divagar de donde podría sacar una figura así, Andrómeda no era, Dora tampoco... ¿Molly? lo dudaba. Hasta que su mente aterrizo en su madre, en Calissa.

—Mi madre —dijo con firmeza.

—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacha, bien podrías estar contemplando una revelación que tu madre quiere darte desde el mas allá, dime, ¿Qué es lo que hace?

—Esta sonriéndome —Méreope sonrió de costado—. Mientras cruza sus brazos y saluda de forma tímida con la mano.

—¿Qué más, querida muchacha? —la profesora anotaba con fluidez en su libreta mientras animaba a la chica—. ¿Qué crees que quiere decirte a través de eso? ¿Puedes escuchar lo que dice?

—Como si fuera un susurro —respondió.

—Exacto, tienes un gran don —admitió la profesora—. ¿Puedes decirme un poco de lo esta diciendo?

Méreope asintió con duda—. Hay... hay algo —afirmo—. Confía en tu... ¿padre? padre, te amo y... e-estoy muy orgullosa de ti y de lo que has logrado —sorbió un poco su nariz y miro a la profesora—. Es lo que logro captar.

—Oh mi niña, muy bien —anoto algo en su pergamino—. Tienes un gran don para la adivinación, dime, ¿te lo han inculcado en casa?

—Si —sonrió un poco, mientras acomodaba un mechón de su cabello—. Mi... mi hermana me enseño cuando era pequeña a leer las estrellas.

—¡Pues te ha enseñado muy bien, querida! —farfullo Trelawney—. Tienes una muy buena nota, felicidades, puedes irte.

Aliviada, Méreope se levantó, tomo la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de ella una voz potente y áspera:

—Cinco luchas.

Méreope dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta

—¿Cómo dice? —preguntó Méreope.

Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse. Méreope estaba asustada. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque. La chica no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:

Cinco luchas tendrás para que tu vida pueda continuar. La fiel seguidora del Señor de las Tinieblas matarte quiere, has ganado la primera, pero la venganza se planea hace trece años años ya, cinco luchas, una ganada, cuatro inconclusas, dependerá del destino quien ganara. El señor de las Tinieblas se levantara y a la venganza se unirá, tu poder querrá extraer y tu en un increíble peligro te hallarás.

Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.

—Lo siento mucho, cariño —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes...? Me he quedado traspuesta.

Méreope no quería recordarle lo que dijo, mejor quedárselo para ella y pensar en cada una de las palabras que habían salido de la boca de la profesora.

—Claro, no se preocupe —sonrió débilmente—. Nos vemos.

Y sin más salió de ahí corriendo sin detenerse a hablar con Harry y Ron, gritándoles como excusa que debía de ir al baño.

Cinco luchas... fiel seguidora de Voldemort... ¿A qué se refería ella?



















━━━AUTHOR'S NOTE.

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eso es todo travesuritas, soooooo



-Travesura Realizada-







Majo P.

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