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014. witche's day

CAPÍTULO CATORCE
▬  ❝ día de brujas ❞  ▬



































LA MAÑANA DE HALLOWEEN MÉREOPE SE DESPERTÓ BASTANTE NERVIOSA Y ANCIOSA. El esperado día había llegado y no sabía si podría hacerlo, aunque, ¿qué tanto trabajo podría ser el cuidar una vela apagada? Duro mas de común en la ducha, ya que quería dejar por un momento de lado sus obligaciones como reencarnación de una joven ex-bruja.

Cuando estuvo lista, bajo a desayunar junto con los demás.

—Les traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —les dijo Hermione, compadeciéndose de ellos.

—Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces con ambas chicas.  

—No se preocupen por nosotros —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Diviértanse.

Los acompañaron hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso. 

—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?

Méreope rodo los ojos con irritación, tomo la mano de Harry antes de que este pudiera hacerle o decirle algo al rubio que terminaría en una estúpida discusión en la que terminaría por interferir.

Ambos volvieron por las escaleras de mármol y los pasillos vacíos, llegando bastante rápido a la torre de Gryffindor.

La pelirroja trataba de animar cómo pudiese al de cabellos azabaches, pues sabía que el muchacho estaba bastante emocionado con aquella salida: lo logró un par de veces, pues no era de esperarse que su humor negro saliese a la luz.

—¿Contraseña? —dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.

«Fortuna maior» —contestó Harry con desgana siendo codeado por la pelirroja.

El retrato les dio el pase y entraron en la sala común. Estaba repleta de chicos de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.

—¡Harry! ¡Harry! ¡Hola, Mér! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que desde el primer momento en el que la pelirroja lo vio, le pareció el niño mas tierno que pudo ver en últimos trece años de vida—. ¿No van a Hogsmeade? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si quieren pueden venir a sentarse con nosotros!

—No, gracias, Colin —dijo Harry, interrumpiendo a Méreope ya que sabía que iba a aceptar—. Nosotros... iremos a la biblioteca. Tenemos trabajos pendientes.

Después de aquello no tenían más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato.

—Vez Potter, por tu culpa no podre ir a recostarme —murmuro Méreope malhumorada—. "Nisitris irimis i li bibliiteca" —lo imitó, causando una mala mirada por parte de Harry.

Quizás el estrés comenzaba a apoderarse de ella.

—¿No ibas a estar todo el día conmigo? ¡Y no me digas Potter!

—¡Quizás! pero podríamos habernos recostado en tu cama y dormir —mascullo la pelirroja, cruzándose de brazos—. Y así te apellidas, ni modo.

Méreope y Harry caminaron sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambiaron de idea; a ninguno les daban ganas de trabajar. Dieron media vuelta y se toparon de cara con Filch, que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade. 

—¿Qué hacen? —le gruñó Filch, suspicaz.

—Nada —respondió Méreope con franqueza, tampoco tenia cabeza para discutir con Filch

—¿Nada? —les soltó Filch, con la mandíbula temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí ustedes solos. ¿Por qué no están en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de sus desagradables amiguitos?

Harry se encogió de hombros y por un impulso, coloco a Méreope detrás de él.

—Bueno, regresen a la sala común de su casa —dijo Filch, que siguió mirándolos fijamente hasta que ambos niños se perdieron de vista.

Pero Méreope no pensaba regresar a la sala común; tomo la mano de Harry y subió una escalera, pensando en que tal vez podían ir al almacén de las lechuzas, e iban por otro pasillo cuando oyeron una voz que salía del interior de un aula:

—¿Méreope? ¿Harry?  —ambos chicos retrocedieron para ver quién los llamaba y se encontraron al profesor Lupin, que los miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué hacen? —les preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?

—En Hogsmeade —respondió Harry.

—Ah —dijo Lupin. Observó a Méreope por unos momentos, retirando la mirada cuando ella se percató de ello—. ¿Por qué no pasan? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.

—¿Un qué? —preguntó Méreope ladeando su cabeza un poco.

Entraron en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Se dan cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.

El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.

—¿Una taza de té? —les preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba aprepararlo.

Méreope chequeo la hora en su reloj que llevaba en su brazo, según ella debía comenzar a pensar alguna buena excusa para irse sin que la vieran o no tomaran alguna sospecha.

Su mente divago tanto en las diferentes excusas que podría usar que no logró escuchar el resto de la conversación, hasta que la puerta fue abierta por el profesor Snape, quien dirigió una mirada llena de burla hacia el profesor Lupin.

—¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Méreope a Lupin, ignorando por completo a Harry—. Estaba enseñándole a Méreope y a Harry mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito. 

—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.

—Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.

—He hecho un caldero entero. Si necesitas más...

—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.

—De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Méreope no le gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso. 

Méreope miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió.

—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil —tomo la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.

—¿Por qué...? —comenzó Harry.

Lupin los miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular:

—No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.

El profesor Lupin bebió otro sorbo y Méreope tuvo el impulso de quitarle la copa de las manos.  

—El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —soltó Harry. 

—¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.

—Hay quien piensa... —Méreope dudó, pero se atrevió a seguir hablando tras la mirada de Harry—, hay quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. 

Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.

—Asqueroso —dijo—. Bien, Harry, Mér. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete. 

—De acuerdo —dijo Harry, tomando de la mano a Méreope bajo la mirada atenta del profesor Lupin, quien no pudo evitar fruncir el ceño sin entender aquel acto del menor.

Ninguno de los dos chicos se dio cuenta y salieron de su despacho todavía con las manos intercaladas.

[...]

—Aquí tienen —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.

Un montón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Méreope. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su  aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con la vista de habérselo pasado mejor que en toda su vida.

—Gracias —dijo Harry, tomando un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿A donde han ido?

Méreope miraba impacientemente a todos lados. Su pie se movía constantemente gracias a los nervios: no había visto a Thackery desde que salió a desayunar, ella creyó que necesitaba su espació gracias a que aquel día se cumplía un año mas de la muerte de su copia antigua y hermana, pero todo el tiempo que se había tomado ya era suficiente.

—¡La oficina de correos! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!

—Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente...

—Ojalá les hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente los reconforta.  

—¿Y ustedes que han hecho? —les preguntó Hermione—. ¿Han trabajado?

—No —respondió Harry—. Lupin nos invitó a un té en su despacho. Y entró Snape... 

La pelirroja mordió una de las gomitas que Ron le había traído de Honeydukes, mientras que Harry les contaba todo lo que sucedió en el despacho del profesor Lupin a Ron y a Hermione.

—¿Y Lupin se la bebió? —exclamó Ron—. ¿Está loco?

Hermione miró la hora.

—Será mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos —Méreope palideció al oírle hablar.

Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.

—Pero si él..., ya saben... —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededorcon cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Méreope y Harry. ¿Cierto Mér?

Méreope no respondió, ni siquiera los estaba escuchando por completo.

—¿Mér?

—¿Meli?

—¿Issa?

—Sí, quizá tengas razón —dijo Méreope finalmente no queriendo preocuparlos.

Los tres se vieron extrañados: se dieron cuenta que actuaba raro y Harry lo había notado también durante el resto de la tarde.

Salieron de la sala común, y a medio camino Thackery se atravesó en su camino.

—¿Binx? —murmuro Méreope acercándose a su gato, mientras era seguida por sus amigos—. ¿Qué haces aquí?

Claramente sabía que hacia ahí, debía actuar si quería irse de ahí ya.

—Ahora los alcanzo chicos —cargo al gato y este se recostó en su pecho—. Lo llevare al cuarto.

—Si quieres te acompaño... —la pelirroja miro alarmada a Hermione.

—¡No! —la miraron con extrañeza—. D-digo... iré rápido no me tardare. Vayan y guarden lugar.

Ellos a duras penas asintieron, comenzando a irse de ahí poco a poco.

Harry, quien había aminorado su marcha, miro hacia donde estaba la pelirroja de pie y le sonrió. Su sonrisa fue correspondida por la Tonks, pero más significativa para ella: quizá más como una despedida.

Cuando Méreope supuso que ya no había nadie cerca, comenzó a caminar hacia el lado contrario de su Sala Común.

—Debemos ir con Dumbledore —hablo de repente Thackery, haciendo que el andar de la pelirroja se parase en seco.

—¿Que? —cuestiono esta, casi gritando—. ¿Cómo vamos a ir a decirle que si no nos vamos en estos momentos y no cuidamos la vela esa un estúpido virgen hará una tontada?

Méreope vio como Thackery bajaba la mirada, avergonzado.

—¿Se lo dijiste? —cuestiono la pelirroja, estupefacta—. Enserio lo hiciste, ¿no?

—¡Necesitabas apoyo! —rugió el gato—. ¡Necesitas poder usar la varita por cualquier emergencia! Fue lo correcto y no vas a discutirlo conmigo —la de cabellos anaranjados gruñó—, ahora vamos con Dumbledore. Debes ver algo antes de irnos.

Méreope, indignada, comenzó a caminar hacia el despacho de su director.

Sabía que Thackery tenia razón, de una y otra forma, pues no podría salir sin la ayuda de su director de Hogwarts: y mucho menos podría sobrevivir tan siquiera sin poder usar su varita.

Cuando llegaron frente a la gárgola, recordó vagamente contraseña que siempre usaba para sus clases especiales: rezo en sus adentros para que esta siguiese siendo la misma.

Sorbetes de limón —murmuro, dando paso a las escaleras que la conducirían al despacho del profesor Dumbledore.

Al llegar finalmente a la parte de arriba se encontró con Dumbledore de pie junto a una especie de pilar extraño el cual reconoció como un pensadero: Ted se lo había mostrado cuando era mas pequeña.

No le había explicado para que era o servía, pero sabía que sería de ayuda si su profesor se encontraba a la par de el.

—Señorita Tonks, es un placer verla —el mayor le dedicó una sonrisa entre la barba abundante que tenia—. Sabía que al final del día cumplirías tu misión, después de todo nadie puede huir de su destino a pesar de que tan cruel puede ser su perspectiva —le hizo una pequeña seña para que se acercara más a la pila del pensadero—. Pero antes, debes saber a qué te estás enfrentando: debes conocer a las brujas.

Méreope con cierta duda terminó de llegar al pensadero, posicionándose a la derecha de su profesor. Dumbledore sacó su varita –como si fuera arte de magia– y acercó la punta de esta a la cabeza de Thackery Binx, quien ya se encontraba encima de una mesa cercana a ambos humanos. De la cabeza del gato salió una especie de hilo brillante: hilo que dejó caer sobre el pensadero.

—Debes saber a lo que te enfrentas, y lo que deberás vencer —habló en apenas un susurro Dumbledore—. Acércate Méreope, no tenemos tiempo que perder.

Cuando estuvo lo bastante cerca introdujo su cabeza al cuenco de este y su mente comenzó a divagar entre los recuerdo de Thackery.

[...]

Sus ojos estaban cristalinos y un nudo se instalaba en su garganta.

Había visto como Ismaí se había sacrificado por Thackery y por el amor que le tenia a este: algo que sin duda ella sería capaz de hacer por cualquiera de las personas que quería.

Eran idénticas y al parecer no solo en apariencia.

—¿Mi familia sabe lo que hare? —cuestiono en un susurro la pelirroja, mirando a su director.

—Sabía... sabía que Andrómeda no te dejaría hacerlo y mucho menos si te pusieras a ti misma en peligro —respondió Dumbledore en una respuesta negativa—. Deben irse ya, no hay mucho tiempo.

—Profesor Dumbledore —lo llamo Méreope de nuevo, esta vez con la voz rota continuo—. ¿Qué pasara si yo... si algo llega a pasarme a mi?

Dumbledore sonrió—. Eres una de las brujas mas poderosas que conozco, y yo confió en ti.

—No quiero que diga nada sobre lo que haré. Prefiero que crean que hui o me escape. Y si es que regreso con vida, yo misma se los diré... no quiero darles esperanzas.

—La esperanza es lo último que puedes perder durante el resto de tu vida, Méreope —vio como Thackery se posaba en el hombro de la alumna—. Tienes permiso de usar la varita en el mundo muggles: utilízala con mucha responsabilidad.

Méreope asintió, y su reloj comenzó a sonar.

—Debo irme a Salem —hablo con firmeza esta vez—. Acabare con las brujas y... vendré. Estaré viva y entera mis cuatro años restantes en Hogwarts.

—Esa es la actitud —Dumbledore se fue a su escritorio—. Te deseo mucha suerte, y cuídate.

La pelirroja asintió—. ¡SALEM!

Su cuerpo fue rodeado por miles de llamas anaranjadas hasta el punto en el que el celeste de sus ojos ya no se notaba y en su lugar era remplazado por un rojo escarlata brillante.

Finalmente desapareció.
















━━━AUTHOR'S NOTE. dejare de escribir por aquí hasta terminar la historia de la maldición de las Sanderson, solo habrá un pequeño extra aquí a mitad de la historia así que no pierdan de vista este libro ;).

recuerden: voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💞.

eso es todo travesuritas, soooooo

-Travesura Realizada-






Majo P.

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