008. hogwarts my dear hogwarts
↯ CAPÍTULO OCHO
▬ ❝ hogwarts, mi querido hogwarts ❞ ▬
UNA VEZ QUE HABÍA VISTO MAS CALMADA A GINNY, LA PELIRROJA COMENZO A DIVAGAR SOBRE LOS GRITOS QUE HABIA ESCUCHADO, mucho no le extrañaba, pues ya que había logrado acostumbrarse durante su niñez a escucharlos por más grotesco que esto se oiga, pero estos lucían mucho mas fuertes y alarmantes que los anteriores, lo que lograba erizarle los bellos de sus brazos.
—Pero, ¿no se han caído del asiento? —preguntó Harry, sonando extrañado.
—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Méreope perdió el equilibrio solo un poco, aunque...
Méreope no conseguía entender absolutamente nada. Estaba débil y temblorosa, como si se estuviera recuperando de una gripe.
El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:
—No he envenenado el chocolate, ¿segura que no quieres un trozo aunque sea?
El mayor de cabellos castaños le sonrió a la pelirroja, extendiéndole el último trozo restante de chocolate. Méreope con cierta duda lo tomo y mordió este, deleitándose con aquel sabor dulzón que se deshacía en su paladar.
—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Se encuentran bien, Méreope, Harry?
Méreope no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre, lo ataba a los gritos de sus amigos en medio del caos para que incendiara su mano para que al menos pudiesen ver algo.
—Sí —respondió Harry por él y por su mejor amiga, que acariciaba el lomo de su gato con tranquilidad.
Hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.
—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Harry, Ron, Méreope y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.
—¿Están bien los cuatro? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.
Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Harry, Ron, Méreope y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas –suponía Méreope– por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.
La diligencia olía un poco a moho y a paja. Méreope se sentía mejor después de tomar el chocolate y sus gomitas, pero aún estaba algo débil. Ron y Hermione miraban a Harry y a ella todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdieran de nuevo el conocimiento.
Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Méreope vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja mientras sentía como Harry recargaba su cabeza en el hombro de ella, haciéndola sonreír. El carruaje tomo velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.
Harry ayudo a bajar a la pelirroja, jugando a que esta era una princesa que llegaba a su castillo lujoso.
—Bienvenida a su palacio, majestad —Harry improviso una reverencia, sacándole una carcajada a la pelirroja—. Si me permite, la acompañare a donde usted vaya como su caballero.
Méreope tomo la mano de Harry, aún fingiendo un porte más elegante del que ella ya emanaba—. Será un honor ser escoltada por usted, Sir Harry Potter.
Y juntos comenzaron a caminar.
No avanzaron demasiado en cuanto oyeron una voz que arrastraba alegremente las sílabas:
—¿Te desmayaste? ¿Te desmayaste, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? —Méreope rodo los ojos.
La elegancia se iba de su cuerpo al oír la molesta voz de Draco Malfoy, quien solo abría la boca para decir babosada y media –según Méreope–.
Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry y Méreope, quienes subían al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.
—¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.
—¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?
—Él no lo hizo, Malfoy, la que también se desmayó fui yo —la pelirroja se separo del agarre de Harry y se acerco al rubio de forma amenazante—. ¿Algún comentario para mi?
El rostro pálido y burlón de Draco, se transformo en una mueca. Méreope no supo cómo interpretarla hasta que las palabras salieron de la boca del rubio.
—¿Estas bien? ¿Te hiciste daño? ¿Crees necesitar algo?
—Cállate Malfoy —interrumpió Harry, viendo las intenciones sobresalidas que este tenia con Méreope.
Sus palabras seguían haciendo eco en su cabeza. ¿Qué él iba a casarse con la pelirroja? Como si aquello pudiese ser posible.
Por que no es posible, ¿verdad?
—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.
Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
—Oh, no, eh... profesor...
Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.
Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los cuatro se unieron a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.
A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor.
Méreope siguió a la multitud, pero cuando apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, una voz llamo a dos de sus amigos—. ¡Potter, Granger, quiero hablar con ustedes!
La profesora McGonagall, quien daba clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor. Mejor conocida para la pelirroja como Minnie.
—No tienen que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con ustedes en mi despacho —les dijo—. Vayan con los demás, Weasley, Tonks.
—Yo también te extrañe, Minnie —la pelirroja le guiño un ojo a su profesora, tomo la mano de su amigo y se encaminaron al Gran Comedor entre broma y broma.
Al llegar al Gran Comedor ambos pelirrojos se sentaron en su mesa y comenzaron a ver la selección de los nuevos alumnos, apostando que niño iría a cual casa, mientras que Ron se quejaba sobre el hambre que tenia y que comería lo que fuese en su situación desesperada: llego a un momento donde comenzó a morder el cabello de su mejor amiga disimuladamente, recibiendo un codazo por parte de la pelirroja y haciendo que esta se peinase un moño con su cabello para evitar que se lo siguiera comiendo.
Méreope dirigió sutilmente su mirada a la mesa de las serpientes, en donde rápidamente conecto miradas con Theodore Nott, el cual alzo una mano al aire y la agito tímidamente, saludándola. Ella repitió el acto y le sonrió.
No supo cuanto tiempo se quedaron compartiendo miradas, pero cuando sintió como alguien se sentaba a su lado le dirigió una última sonrisa a él y a los otros dos Slytherins que se habían ganado un trozo de su corazón y dirigió su mirada al azabache que se había sentado a su lado y que trataba de llamar su atención.
—¿Qué a pasado? —le preguntó a Harry, después de que Hermione se sentara entre Méreope y Ron alegando que quería estar aun lado de su mejor amiga, provocando reclamos por parte de Ron.
Harry comenzó a explicarles en un susurro lo que había pasado, pero entonces el director se puso de pie para comenzar con su discurso y Harry guardó silencio, provocando que la pelirroja riera por lo bajo.
El profesor Dumbledore, aunque era viejo, siempre daba la impresión de tener mucha energía. Su pelo plateado y su barba tenían más de medio metro de longitud; llevaba gafas de media luna; y tenía una nariz extremadamente curva. Solían referirse a él como al mayor mago de la época, pero no era por eso por lo que Méreope le tenía tanto respeto. No se podía menos de confiar en Albus Dumbledore, y cuando Méreope lo vio sonreír con franqueza a todos los estudiantes, se sintió tranquila por vez primera desde que el dementor había entrado en el compartimento del tren.
—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que decirles a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete los deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró lagarganta y continuó—: Como todos saben después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia —se hizo una pausa y la pelirroja recordó como su madre también evitaba mucho el tema de los "guardianes" de Azkaban cuando ella le preguntaba, curiosa, acerca de ellos—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Méreope se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, les advierto a todos y cada uno de ustedes que no deben darles ningún motivo para que les hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.
Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Méreope, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente.
Dumbledore hizo otra
pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.
—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.
Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Méreope entre ellos. El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas, pero eso no quitaba el hecho de que la pelirroja aplaudía con felicidad y entusiasmo, llenándole el corazón de una felicidad que hace mucho no sentía.
—¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído, que finalmente se había movido a su lado para que Ron y Hermione dejaran de pelear.
El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores. Era bien sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero incluso a Méreope, que no quería demasiado a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Méreope conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que veía a su mejor amigo.
—En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuandose apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento decirles que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.
Harry, Ron, Méreope y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Méreope se inclinó para ver a Hagrid, que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.
—¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?
Harry, Ron, Méreope y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.
—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!
Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Méreope, que de repente se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.
Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron, Méreope y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor. Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que había cometido. Fueron Harry, Ron, Méreope y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.
Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora deque todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.
—¡Felicidades, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.
—Todo ha sido gracias a ustedes cuatro —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.
Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.
Harry, Ron, Méreope y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de la señora gorda, vestida de rosa:
—¿Contraseña?
—¡Déjenme pasar; déjenme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!
—¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas.
Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras. Méreope subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts.
Llegaron al conocido dormitorio de forma circular; con sus cuatro camas con dosel, y Méreope, mirando a su alrededor; sintió que por fin estaba en casa, por mas raro que aquello sonara.
━━━AUTHOR'S NOTE. ¡chicuelas y chicuelos! ¡hola! ¿como están? espero realmente que bien <3
recuerden: voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💞.
Eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro