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006. ¡i have a son bitches!

CAPÍTULO SEIS
▬  ❝ ¡tengo un hijo, perras! ❞  ▬






































AL PASAR LOS DÍAS, HARRY Y MÉREOPE EMPEZARON A BUSCAR CON MÁS AHÍNCO A RON Y HERMIONE. Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Harry y Méreope se encontraron a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor; en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego; se tropezaron también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda. Méreope, aunque quiso, no se detuvo para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo.

Méreope sintió un ligero apretón sobre su cintura, dándose cuenta de que fue Harry quien trataba de despertarla de una forma para nada cruel.

—Ya despiértate —la voz de Harry era un poco mas ronca de lo normal, pero ella lo ataba con que se acababa de despertar.

Méreope gruñó en desacuerdo—. ¿Para que? —se tapó con toda la sabana—. Levántate tu, tráeme desayuno y luego me traes mis gomitas.

Harry rió y negó—. Nop, levántate y ven conmigo.

La pelirroja volvió a gruñir, pero igualmente se levanto.

—Harry... James —cambió el apodo en cuanto Harry alzo una ceja hacia ella—. Necesito mas ropa tuya, es un poco muy cómoda.

El azabache se sentó sobre la cama, y asintió divertido—. Y eso que tu no te querías quedar.

Méreope le arrojo su toalla y este logro atraparla antes de que le diera en la cara.

—Maldigo tus super poderes de buscador —murmuro Méreope, sacándole de las manos su toalla.

—¡Serías una muy buena cazadora! —le grito Harry antes de que esta cerrara la puerta del baño—. ¡PIENSALO!

Méreope ya lo había pensado hace un par de años: nunca le había llamado la atención como tal el quidditch, pero quizás en un futuro podría pensarlo mejor.

Aparte de que primero necesitaba que hubiera alguna prueba para el equipo y por ahora, el equipo estaba completo.

Cuando ambos estuvieron duchados y arreglados, Harry obligo a Méreope a ir a ver por última vez la Saeta de Fuego mencionándole que sería un buen regalo de cumpleaños adelantado.

Después de que la pelirroja se cansara de estar parada y le pidiera a Harry llevarla de caballito –el cual no tuvo de otra mas que aceptar– ambos conversaban sobre que podrían comer.

—Yo digo que una pizza de gomitas con extra nutella... —Méreope recargo su barbilla en la cabeza de Harry—. ¿Tu que piensas, caballo Jamie?

Harry resoplo divertido—. Esa idea suena asquerosa, mejor empanadas o...

Las fabulosas ideas de Harry fueron interrumpidas por un par de gritos.

—¡Harry! ¡MÉREOPE!

Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la heladería Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos les llamaban la atención con la mano.

Méreope no espero mas, lo mas rápido que pudo se bajo de Harry, dejándole un último beso en la mejilla en forma de agradecimiento y corrió hacia Hermione, casi tumbándola de la silla tras echársele encima.

—¡Ah, te extrañe! —Hermione la abrazo de vuelta, puesto que también la había extrañado bastante.

—¡Yo también! —murmuró la de cabellos anaranjados—. Este tiempo lejos se me hizo eterno.

—¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Méreope de oreja a oreja en cuanto Méreope se bajo de Hermione y se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habían salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y...

—Compramos la semana pasada todo el material escolar. ¿Cómo se enteraron de que nos alojamos en el Caldero Chorreante? —cuestiono Harry, extendiéndole su helado de oreo con gomitas a su mejor amiga, la cual le dirigió una sonrisa de satisfacción.

—Mi padre —contestó Ron escuetamente.

Méreope le dio una lamida a su helado mientras trataba de mantenerse centrada en la platica con sus amigos, pero aquello era casi imposible con tremendo helado que tenia frente a ella.

—¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria.

—Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.

—No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con severidad—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.

—A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado —miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo?

—Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar; porque mi madre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrán venir con nosotros a King's Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí!

Méreope chillo de emoción.

—Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.

—¡Estupendo! —dijo Méreope, muy contenta—. ¿Han comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?

—Miren esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros —señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué les parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.

—Con decirte que el mío se tranquilizo con tan solo tocarlo —hablo con superioridad Méreope, moviendo su cabello a un costado con una sonrisa.

—Pelirroja suertuda... —murmuro Ron entrecerrando los ojos hacia ella con diversión.

—¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry tratando de ignorar aquella pulsación incómoda en su pecho, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla.

—Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas, Estudios Muggles...

—¿Para qué quieres hacer Estudios Muggles? —preguntó Ron poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles! ¡Ya lo sabes todo sobre los muggles!

—Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.

—¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione? —preguntó Méreope preocupada, mientras Ron y Harry se reían.

Hermione le sonrió tranquilizadoramente a la pelirroja y asintió, alegando que haría un acomodo con su horario cuando pudiera, mientras ignoraba las risas de los otros dos.

—Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.

—¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida.

—No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—. Lo que más me gustaria es una lechuza. Harry tiene a Hedwig, Méreope tiene a Hera y tú tienes a Errol...

—No, no es mío. Errol es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers —se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien.

Scabbers estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.

—Ahí hay una tienda de animales mágicos —dijo Harry—. Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers. Y Hermione se puede comprar una lechuza. Y pues... ¿quieres algo tu, Issa?

Méreope se encogió de hombros—. Quizás de una mirada solamente.

Así que pagaron los helados y cruzaron la calle para ir a la tienda de animales.

No había mucho espacio dentro.

Hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron, Méreope y Hermione esperaron, observando las jaulas.

Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!».

Había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador; una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.

El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.

—Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.

—Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.

Ron sacó a Scabbers y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía, Scabbers era de segunda mano –antes había pertenecido a su hermano Percy– y estaba un poco estropeada. Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado.

—Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿Cuántos años tiene?

—No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano.

—¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a Scabbers de cerca.

—Bueenoooo... —dijo Ron.

La verdad era que Scabbers nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó la lengua en señal de reprobación.

—Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.

—Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron.

—No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas...

Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró:

—Presumidas.

—Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador.

—Okay —dijo Ron—. ¿Cuánto...? ¡Ay!

Ron se agachó cuando algo grande de color canela, y un bulto mas pequeño negro saltaron desde las jaulas más altas, se le posaron en la cabeza y se lanzaron contra Scabbers, bufando sin parar.

—¡No, Crookshanks, Thackery, no! —gritó la bruja, pero Scabbers salió disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el suelo y huyó hacia la puerta.

Méreope abrió los ojos de par en par tras oír aquel nombre perteneciente al gato negro que trataba de matar a la rata junto con el otro gato grande color canela.

—¡Scabbers! —gritó Ron, saliendo de la tienda a toda velocidad, detrás de la rata; Harry lo siguió.

La pelirroja observo como Hermione se agachaba hasta quedar a la altura de ambos gatos, sonriente.

—Que hermosos son... —murmuro, encantada.

El gato negro miro a Méreope, ladeo la cabeza y comenzó a pasar entre las piernas de la pelirroja, queriendo llamar su atención.

Méreope trago grueso.

¿La historia era real?

¿Thackery la buscaba?

¿Era ese Thackery?

—Bien, me llevo a Crookshanks. —Hermione se giro a ver a su mejor amiga y sonrió al ver al gato en sus piernas—. Deberías llevarlo Mér, se ve que se a encariñado contigo.

Méreope trago de nuevo, miro al gato y este asentía como si supiera lo que ella debía hacer desde que entro a la tienda.

De alguna manera tuvo que llamar su atención.

La pelirroja lo tomo en brazos y lo acarició por detrás de sus orejas; recibiendo un ronroneo de su parte, provocando una sonrisa en el rostro de Méreope.

—Bien, yo también lo llevo —acepto finalmente.

—¡Que bien! Es un milagro que alguien quiera adoptarlos, nadie parecía quererlos a ninguno —hablo con tristeza la encargada.

Finalmente pagaron y salieron juntas de la tienda de mascotas, la pelirroja quería pensar que eso solo era otra coincidencia o algo que se le pareciera, pero en realidad lo hallaba bastante difícil.

Al salir de la tienda encontraron a Harry y a Ron llegando, este último con la fea y vieja rata en sus manos.

¡Tengo un hijo, perras! —grito Méreope emocionada, mientras se dirigían a ambos muchachos.

—¿Han comprado a esos monstruos? —preguntó Ron pasmado.

—Son preciosos, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría.

Méreope pego aún más al gato negro a su pecho, mientras pasaba una mano por el lomo de este.

—¡Hermione, Meli, esos seres casi me dejan sin pelo!

—No lo hicieron a propósito, ¿verdad, Crookshanks? —dijo Hermione.

—Exacto, no les eches la culpa a estas dos almas inocentes, solo vele la cara a Thackery, es un amor de gato —murmuro la pelirroja, viendo como Harry alargaba una mano para poder acariciarlo.

Este, tras una guerra de miradas con el azabache, se dejo, erizando los pelos en el proceso.

—¿Y qué pasa con Scabbers? —preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—. ¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlo con esos seres cerca?

—Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Méreope, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte. Thackery y Crookshanks dormirán en nuestro dormitorio y Scabbers en el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre Thackery... La bruja nos dijo que llevaban una eternidad en la tienda. Nadie los quería.

—Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante. Encontraron al señor Weasley sentado en el bar leyendo El Profeta.

—¡Harry! ¡Méreope! —dijo levantando la vista y sonriendo—, ¿Cómo están?

—Bien, gracias —dijo Harry en el momento en que él, Méreope Ron y Hermione llegaban con todas sus compras.

—Diría que bien —menciono Méreope, encogiéndose de hombros.

El señor Weasley dejó el periódico, y Méreope vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.

Se tensó, mientras seguía manteniendo en brazos a su nuevo hijo gatuno.

—¿Todavía no lo han atrapado? —preguntó Harry, notando el cambio en la actitud de su mejor amiga.

—No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.

—¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero...

—No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo encontraran los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.

En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny, la menor de los Weasley.

Ginny sonrió en grande al ver a su hermana mayor postiza y corrió hacia su dirección hasta que quedo delante a ella, observando al gato negro que tenía entre sus brazos.

—¡ES HERMOSO! —chillo Ginny, pasando su mano por el lomo de este—. ¿Cómo se llama?

—Thackery, y yo también te extrañe, Gin —Méreope abrazo de lado a la menor de los Weasley.

Ginny al ver a Harry se enrojeció y se oculto detrás de Méreope.

—Es un placer verte, Harry.

—Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa ante el saludo de Percy.

—Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano. Era como ser presentado al alcalde.

—Muy bien, gracias...

—¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es estupendo verte, chico...

—¡Méreope...

—... Hermana...

—... De nuestro corazón!

Méreope fue aplastado por ambos pelirrojos, los cuales no planeaban soltarla en ningún momento hasta que su madre los hizo hacerlo.

—Ya esta bien —dijo la señora Weasley.

—¡Mamá! —dijo Fred, como si acabara de verla, y también le estrechó la mano—. Esto es fabuloso...

—He dicho que ya esta bien —dijo la señora Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, cielos. Supongo que han oído ya todas nuestras emocionantes noticias —señaló la insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El segundo Premio Anual de la familia —dijo rebosante de orgullo.

—Y último —dijo Fred en un susurro.

—De eso no me cabe ninguna duda —dijo la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no los han hecho prefectos.

—¿Para qué queremos ser prefectos? —dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle—. Le quitaría a la vida su lado divertido.

Méreope y Ginny rieron.

—¿Quieres hacer el favor de darle a tu hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley.

—Ginny tiene otros hermanos para que le den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena...

Se fue y George dio un suspiro.

—Intentamos encerrarlo en una pirámide —le dijo a Harry y a Méreope, abrazando por los hombros a esta última—, pero mi madre nos descubrió.

Aquella noche la cena resulto muy agradable. Tom, el tabernero, junto tres mesas del comedor; y los siete Weasley, Harry, Méreope y Hermione tomaron los cinco deliciosos platos de la cena.

—¿Cómo iremos a King's Cross mañana, papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de chocolate.

—El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.

Todos lo miraron.

—¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.

—Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas...

—Por «Presumido del Año» —dijo Fred.

Todos, salvo Percy y la señora Weasley, soltaron una carcajada.

—¿Por qué nos proporciona coches el Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias.

—Bueno, como ya no tenemos coche, me hacen ese favor; dado que soy funcionario.

Lo dijo sin darle importancia, pero Méreope notó que las orejas se le habían puesto coloradas, como las de Ron cuando se azoraba.

—Menos mal —dijo la señora Weasley con voz firme—. ¿Se dan cuenta de la cantidad de equipaje que llevan entre unos y otros? Qué buena estampa harían en el metro muggle... Lo tienen ya todo listo, ¿verdad?

—Ron no ha metido aún las cosas nuevas en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de mi cama.

—Lo mejor es que vayas a preparar el equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le reprendió la señora Weasley.

Ron miró a Percy con cara de pocos amigos.

—¿Aun duermes con Harry? —pregunto por lo bajo Hermione, mientras enarcaba burlonamente las cejas.

—Sip, ya no pregunte sobre otras habitaciones por que no quería gastar tanto mi dinero, Herms —murmuro abochornada Méreope—. Además, tu ya sabes quien me gusta, te lo conté por las cartas, ¿no?

—Dijiste que estas comenzando a sentir algo por él, aun puedes estar confundida —comento con burla la castaña—. ¿No ves como te mira?

—¿Cómo su mejor amiga? Si, yo también lo creo —comentó rápidamente la pelirroja, dándole una sonrisa nerviosa a su mejor amiga—. Por ahora quédate con lo que te dije, Herms.

Se adentró a su habitación, encontrándose con un Harry tumbado sobre la cama, mientras miraba hacia el techo.

Méreope dejo en la cama a Thackery, el cual rápidamente se echo en el lado que le pertenecía a la pelirroja, viendo a Harry directamente con sus verdes y enormes ojos.

—Ya llevo mi patineta, ropa, gomitas... creo que llevo todo —se encogió de hombros y se sentó en la cama, viendo como Harry –que se había levantado de la cama– cerraba con llave su baúl.

En ese momento comenzaron a escucharse voces del cuarto de a lado, el cual pertenecía a Ron y a Percy.

Méreope se metió al baño, dispuesta a cambiarse de ropa por una más cómoda para poder dormir.

Al salir, aun se escuchaban los gritos.

—Estaba aquí, en la mesita. Me la quité para sacarle brillo.

—No la he tocado, ¿bien? —gritaba Ron a su vez.

—¿Qué ocurre? —preguntó Harry, una vez que ambos habían salido de su habitación para ver lo que sucedía tras los gritos.

—Mi insignia de Premio Anual ha desaparecido —dijo Percy volviéndose a Harry y a Méreope.

—Lo mismo ha ocurrido con el tónico para ratas de Scabbers —añadió Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya olvidado en el bar...

—¡Tú no te mueves de aquí hasta que aparezca mi insignia! —gritó Percy.

—Nosotros iremos por lo de Scabbers, ya hemos terminado de preparar el equipaje —dijo Harry a Ron mientras Méreope asentía, haciéndose una coleta alta.

Harry y Méreope se hallaban en mitad de las escaleras, que estaban muy oscuras, cuando oyeron dos voces airadas que procedían del comedor. Tardaron un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron.

Se quedaron dudando, porque no querían que ellos se dieran cuenta de que los habían oído discutiendo, y el sonido de sus propios nombres les hizo detenerse y luego acercarse a la puerta del comedor.

—No tiene ningún sentido ocultárselos —decía acaloradamente el señor Weasley—. Harry y Méreope tiene derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry y a Méreope como a unos niños. Tienen trece años y...

—¡Arthur, la verdad les aterrorizaría! —dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry y a Méreope al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, están muy tranquilos sin saber nada!

—No quiero asustarlos, ¡quiero prevenirlos! —contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry, Méreope y Ron, que se escapan por ahí. Se han internado en el bosque prohibido dos veces. ¡Pero no deben hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberles sucedido la otra noche, cuando Harry se escapó de casa y Méreope se perdió en la ciudad muggle...! Si el autobús noctámbulo no los hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio los hubieran encontrado muertos.

—Pero no están muertos, están bien, así que ¿de qué sirve...?

—Además, Méreope ya esta comenzando a atar cabos y aun mas con lo que ha estado sucediendo, no tardara mucho en encontrar la verdad y nos va a odiar tanto a nosotros como a sus padres, y bueno, no quiero ni mencionar como va a odiar a ya sabes quien mas. Tiene que saber el sacrificio que hizo Calissa por ella, por mantenerla bien antes de todo lo que paso, tiene derecho a saberlo.

—¡Pero eso no nos concierte del todo, Arthur!

—Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible. Han pasado tres semanas y no le han visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a El Profeta: no estamos más cerca de encontrarlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás...

—Pero Harry y Méreope estarán a salvo en Hogwarts.

—Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts.

—Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya tras de Harry y Méreope...

Se oyó un golpe y ambos Gryffindors supusieron que el señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa.

—Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que... que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry y a Méreope. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con sus muerte Quien-Tú-Sabes volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien-Tú-Sabes. Y se ha pasado trece años solo en Azkaban, rumiando todo eso...

Se hizo el silencio. Méreope pegó aún más el oído a la puerta, mientras Harry hacia lo mismo, tratando de que no fueran descubiertos.

—Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada les podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director. Supongo que estará al corriente de todo esto. ¡Ah y nada de decirle todo a Méreope! déjaselos a Andrómeda y a Ted, después hablaremos nosotros.

—Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió.

—¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si están ahí para atrapar a Black?

—Dumbledore no les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban —respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo se la tengo, si nos ponemos así... Pero cuando se trata con alguien como Black, hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.

—Si salvan a Méreope y a Harry...

—En ese caso, no volveré a decir nada contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor que subamos...

Ambos oyeron mover las sillas. Tan sigilosamente como pudieron, se alejaron para no ser vistos por el pasadizo que conducía al bar.

La puerta del comedor se abrió y segundos después el rumor de pasos le indicaron que los padres de Ron subían las escaleras.

La botella de tónico para las ratas estaba bajo la mesa a la que se habían sentado. Harry y Méreope esperaron hasta oír cerrarse la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvieron a subir por las escaleras, con la botella.

Fred y George estaban agazapados en la sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia.

—La tenemos nosotros —le susurró Fred al oído a Méreope—. La hemos mejorado.

En la insignia se leía ahora: Premio Asnal.

Méreope rió por lo bajo, mientras que Harry lanzó una risa forzada. Le llevaron a Ron el tónico para ratas, se encerraron en la habitación y se echaron en la cama.

Así que Sirius Black iba tras ellos. Eso lo explicaba todo. Fudge había sido indulgente con ellos porque estaba muy contento de haberlos encontrado con vida. Les había hecho prometer a Harry y a Méreope que no saldrían del Callejón Diagon, donde había un montón de magos para vigilarlos. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fueran todos a la estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran proteger a Harry y a Méreope hasta que hubieran subido al tren.

Méreope estaba tumbada, escuchando los gritos amortiguados que provenían de la habitación de al lado, y se preguntó por qué no estaría más asustada. Sirius Black había matado a trece personas con un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que ellos se aterrorizarían al enterarse de la verdad. Pero Méreope estaba completamente de acuerdo con la señora Weasley en que el lugar más seguro de la tierra era aquel en que estuviera Albus Dumbledore. ¿No decía siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha de Voldemort, tanto miedo como a éste?

Sumándole que su cabeza daba miles de vueltas al tema sobre que le seguían ocultando cosas, ¿Quién era Calissa en realidad? ¿Y por qué dio su vida por la de ella? ¿Por que sus padres no se lo habían comentado? ¿Cómo los Weasley lo sabían? ¿Qué es lo que le llevan ocultando durante catorce años?

—No nos van a matar —dijo Harry en voz alta, sabiendo lo que su pelirroja mejor amiga pensaba—. Ya te lo había dicho, daría mi vida por ti si fuera necesario, Issa.

Harry dejo un beso sobre la coronilla de su amiga y la abrazo, como lo había hecho días atrás.













━━━AUTHOR'S NOTE. ¡chicuelas y chicuelos! ¡hola! ¿como están? espero realmente que bien.

lamento no haber publicado capítulo más temprano, estuve todo el día haciendo mis deberes de la escuela y no me dio tiempo hasta ahora que la termine jeje.

recuerden: voten, comenten y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💞.

eso es todo travesuritas, soooooo

-Travesura Realizada-



Majo P.

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