Siempre estuve aquí para ti, siempre te hacía saber que podía ayudarte en lo que sea, siempre te brindé mi apoyo. En cualquier cosa, en cualquier problema que tuvieses.

Lástima que tú nunca hiciste lo mismo conmigo.

Siempre quise gritarle al mundo lo mucho que te amaba, lo mucho que te necesitaba y lo excesivamente vacía que me sentía sin ti. Pero nunca pude hacerlo, muy pocas personas saben de todo lo que siento por ti. Personas que sé que se quedarán para siempre. No como tú, que siempre me hablabas con lástima.

No sabes lo doloroso que es. Y no, no te pido que me pagues por todos los pozos de los que te he sacado, todo lo contrario, me da igual si lo haces o no. 

Sólo te habría podido exigir un poco de confianza, un poco de familiaridad conmigo, solo cercanía, una caricia, un abrazo. Un simple gesto que demostrara que por lo menos te importaba un poco.

Oh pero claro, lo único que hacías era venir a mí, rogando como un mendigo para que te ayudara con tus problemas, con tus ansiedades, con la gran cantidad de perdones que debías repartir y que no cumplías por el simple hecho de mantener tu maldito orgullo en alto.

Son tantas las veces en las que lloro por ti, chico de cabello color chocolate. Son tantas las veces en las que demostré mi amor hacia ti, pero que siempre me esquivabas de la manera más desgarradora, al menos así se sentía.

Joder, eras un maldito imbécil, ¿cómo es que llegué a desvivirme tantas veces por ti? ¿cómo es que le hablé a Dios sobre ti en las noches?

Fácil, porque para mí lo eres todo y, a pesar de nada, siempre estaré para ti.