Existen dos tipos de personas, las que se dejan manipular y caen en la tentación, y las que fingen hacer lo anterior.

Y yo... Yo había caído en algo mucho más profundo que la tentación.

Me sentía tan saciada con cada toque que me dabas en aquel salón de clases, obviamente vacío. Cuando las clases habían terminado me llevaste ahí, y no sé por qué, no sé cómo, pero comenzaste a besarme, a tocar distintas partes de mi cuerpo de manera desesperada, como si me necesitaras, ¿en verdad lo hacías?

Porque yo sí te necesito, más que a nada, más que el aire para poder respirar. Eres como esa unidad que me hace falta para sentirme completa, como la pequeña pieza perdida de mi rompe cabezas, como la brújula de mi barco y el último pétalo de una rosa marchita.

Eres... Único en la vida, ¡por supuesto que te necesito más que a nada!

Entonces fue cuando enrollé mis manos en tu cabello y tiré de él hacia atrás, haciendo que nos separaramos y soltaras un gruñido, seguido de una risa suave y ronca.

—Eres demasiado linda —dijiste acariciando mi mejilla —Siento como si debieras pertenecerme, y a nadie más.

¿Acaso estabas diciendo que soy tuya?
Un montón de incógnitas comenzaron a formarse en mi cerebro, sin repuestas, y mis piernas comenzaron a temblar de la emoción. Así que tus manos recorrieron mi cintura de manera suave y delicada mientras me obligabas a no apartar la vista de tus ojos claros, me mirabas fijamente, nuestras narices rozaban y cada uno podía sentir la respiración del otro.

Entonces, yo coloqué ambas manos en tu cuello y te acerqué a mí, te besé suavemente, buscando algo de tranquilidad en un mundo tan descabellado como este. Buscando un escape a todo lo que me podría causar una mortificación o algún estrés momentáneo. Me olvidé de todos a mí alrededor, y solo estábamos nosotros, calentándonos con el favor de los labios del otro, sintiendo los calurosos toques del otro, temblando de placer y sintiéndonos... Principalmente sintiéndonos.

Tratando de apartar un gran peso de nuestros hombros, tratando de escapar de un mundo donde los hipócritas, falsos y engreídos reinan, buscando un hoyo lo suficientemente grande para escapar juntos y perdernos entre un bosque en el que eres capaz de olvidarte de todo lo que te rodea, de todos, y que sólo puedes vivir momentos importantes con la mejor persona de todas. Tu persona favorita.

Así me sentía ahora mismo, quería besarte, quería sentir el calor de tu cuerpo cerca del mío y no me importaba lo que los demás pensaran sobre ambos. Porque te quiero a ti, y no hay nada ni nadie que pueda cambiarlo.

Lo más relevante de todo esto, fue que no dudaste ni un segundo en seguirme el beso, era agraciado como tratabas de hacernos acoplar de una forma perfecta, como encontrábamos la comodidad juntos.

Tomaste mi cintura y me acercaste a ti, acariciando esta con tus pulgares, provocando que mi piel se erizara ante aquel toque tan suave, haciéndome ver todos los colores al mismo tiempo, causando que mis emociones se revolveran como una ensalada doble y que mis piernas temblaran aún más.

Es increíble todo lo que puedes provocar en mí.

—No puedo creer que hicimos esto —dije cuando nos separamos, mis ojos seguían cerrados y mi mano acariciaba tu mejilla, podía sentir como inhalabas y exhalabas suavemente, tratando de regular tu respiración.

—Ya lo hemos hecho, Dan —susurraste volviéndome a besar cortamente —No hay nada que pueda cambiarlo y, antes de que lo pienses, no estoy arrepentido de haberlo hecho, todo lo contrario, quería hacerlo.

Una sonrisa se dibujó en mis labios —Yo tampoco me arrepiento, jamás lo haría.