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vii. pretend not to believe

PIEDAD EN TUS OJOS
acto          🩸          uno
❪  pretende no creer  ❫

Un mensaje llegó al celular de Phoenix, era de su padre informándole que esa noche no llegaría a cenar, pues debía salir a aclarar algunas cosas con su ex-pareja. En otro mensaje le pidió que se cuidará mientras estaba afuera, pues la seguridad y varios empleados tenían la noche libre.

Él no tenía idea de nada, de ninguno de los encuentros de Phoe con Lawrence o LaRusso, o de lo que estaba por pasar esa noche.

Silver quiso mantenerse en su lugar seguro toda la noche, en su cama leyendo un libro hasta quedarse dormida, pero el sonido del timbre y una llamada en su celular se lo impidieron.

—¿Gab...? —soltó en un susurro casi inaudible.

—No me dejaras afuera, ¿verdad, linda?

Phoenix dudó mucho sobre qué hacer, pero la parte más tonta y sensible en su interior la impulsó a ir a recibirlo. Frente a la puerta, tuvo un gran dilema, un mal presentimiento, aún así, lo hizo.

Al abrir, no pudo quedar más impactada.

Waldorf estaba muy malherido, tenía moretones e hinchazones en el rostro que casi no permitían reconocerlo, el brazo enyesado, una de sus piernas igual y una muleta.

—¿Qué... Qué te pasó? —preguntó asustada, guiándolo hasta la sala para que pudiera sentarse. Él se negó, quedando de pie cerca a los muebles—. ¿Cómo...? ¿Quién fue?

—Esa respuesta te va a encantar. Quién fue... —soltó, riendo irónicamente—. Ni siquiera te lo puedes imaginar, Phoenix —prosiguió, sonando un poco entrecortado. Tenía problemas con la respiración, quizás una contusión pulmonar. Silver se espantaba aún más pensando en las posibilidades—. ¿Quieres adivinar?

—Gabriel, por favor siéntate —pidió, realmente preocupada, trató de tomar su brazo pero él llevó su muleta hacia atrás—. Quiero ayudarte. En serio.

—Es difícil confiar en una Silver.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿A qué viene ello? —preguntó, sintiendo un pequeño pánico. No soportaba ver a nadie en aquella condición, volver a ver cada moretón en su rostro la atemorizaba y alteraba. Imaginaba lo lastimado que podría estar su cuerpo...

—¡¿Sabes quién me hizo esto, Phoenix?! —exclamó de repente, sintiendo un dolor por haberse esforzado—. ¿Quién masacró a golpes mi rostro y cuerpo? —prosiguió sin importarle—. ¡Fue esa persona que tú tanto admiras! ¡Que quieres tanto!

—¡Deja de gritar...! No estás en condiciones —le recordó, aún tratando de ayudarlo. No oía con claridad lo que decía, estaba muy aturdida.

—Phoenix... —llamó, acercándose. Se apoyó en su muleta para poder estirar su brazo y tocar su mejilla. Le sonrió, asustándola—. Phoenix, fue tu padre. Todo esto lo hizo tu padre.

El ceño de la pelinegra se frunció, oyó una pequeña fractura, supuso que era su corazón. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su cerebro trabajó a mil por hora. Lo oía, repetía una y otra vez en su mente sus palabras, cómo culpaba a su padre. Pero no pudo imaginarlo, debía ser una mentira.

—¿Por qué haces esto? —preguntó, negando con la cabeza de inmediato—
¿Por qué engañarme? ¿Quieres manipularme emocionalmente o alguna de tus basuras?

—Esta vez soy más sincero de lo que puedes imaginarte —le aseguró, viéndola desestabilizarse con tanta facilidad—. Me siguió la noche que discutimos... Me sacó del auto y, empezó a golpearme sin motivo. Su mirada, no reconocía al hombre frente a mí, era un monstruo.

—¡No...! No te atrevas a referirte a mi padre de esa forma —pidió, tratando de mantener el control. Era difícil, su corazón palpitaba con tanta fuerza que le dolía, su respiración se entrecortaba y su mirada se nublaba por las lágrimas—. Él nunca, nunca, haría eso. Mi papá jamás haría eso.

—No era tu padre, era un demente, un desquiciado...

—Cállate.

—Un maniático, disfrutaba cada golpe, cada grito de dolor.

—Cállate...

—Sonreía mientras rompía mis huesos y...

—¡Cállate ya! —ordenó, sintiendo que taladraban su cabeza. Cubrió sus oídos con ambas manos, sentía que pronto sus tímpanos podrían explotar. Le dolía, no sabía cómo sobrellevarlo.

—¿Qué opinas de tu héroe ahora, Phoenix? —continuó, viéndola vulnerable, por completo desprotegida. Se vengaba de una forma u otra por lo que le habían hecho—. ¿Acaso no te aterra? ¿No te da miedo imaginar todo lo que puede hacer? ¿El hecho de que pueda matar a alguien solo con sus puños?

—No... —negó, sintiendo un fuerte dolor en el pecho. Se le iba la respiración—. Él no... Mi papá jamás...

—¿Jamás haría esto? —concluyó, tumbando una de las decoraciones de vidrio sobre la mesa de estar para que reaccionará, consiguiendo su grito ahogado—. ¡Mírame, Phoenix! ¡Esto lo hizo tu padre! —habló lleno de odio.

—¡No! —gritó y dio un paso hacia atrás, asustada.

Phoenix no le tenía miedo a Gabriel, si no a lo que decía, a lo real que podría ser. Recordó al señor Larusso asegurándole que su padre era una mala persona, que estaba enfermo y retorcido, que en un punto no mediría su locura.

¿Era cierto? ¿Estaba ocurriendo?

Se imaginaba una y otra vez su voz mezclada con la de Waldorf, diciéndole que su padre era un monstruo, volviéndola loca. Empezó a sollozar mientras se dejaba caer en el sofá. Cerró los ojos, trató de imaginar que Gabriel no estaba ahí, que nunca había aparecido con aquellos hematomas y fracturas, que no había culpado a su padre por eso.

Quiso recordar a Robby, lo que le había dicho sobre su padre con tanta seguridad en los ojos. Pero concluyó que ahora creía menos en lo que decía. Ella no conocía a su padre, ¿qué tal si en realidad era el monstruo que todo el mundo le decía que era?

Gabriel miró a la joven que había deseado por tanto tiempo, a la que había conseguido y mantenido a su lado con engaños y manipulaciones para que fuera su chica trofeo. Ahora sintió por ella tan solo pena y un fuerte rechazo. Veía que estaba casi tan rota como lo estaba su padre. Los odiaba, Gabriel Waldorf odiaba a los Silver.

—Espero no verte nunca más, Phoenix —le dijo, dando un par de pasos hacia la salida—. Un día tu padre pagará por lo que me hizo, y te daré una mala noticia, tú lo harás también. Sus errores siempre te van a perseguir.

Ella no pudo responder, sintiéndose demasiado agobiada como para poder articular una palabra. Observaba el suelo, sintiendo las lágrimas deslizarse una tras otra sobre sus mejillas. Parecía un alma en pena.

Gabriel salió de la casa, dejándola finalmente a solas. Aún así, no reaccionó, se mantuvo en la misma posición por minutos, oyendo el sonido de un carro arrancar e irse.

Entonces obstruyó cualquier sonido. Soltó un fuerte grito mientras se ponía de pie y empezaba a dirigirse a su habitación, mientras se llenaba cada vez más de ira y no paraba de gritar. Ingresó a destruirlo todo. Desarregló su cama, recordando cada plática con su padre, lanzó hacia el suelo la mesita de noche, haciendo caer sus cuadros de fotos con las únicas dos personas que consideraba más que importantes; su padre y Gabriel.

Quitó las cortinas de las puertas de vidrio hacia el balcón, encontrándose con aquel material frágil y casi transparente. Se proyectó, notando que era tan insignificante como un pedazo de vidrio. Le dio varios golpes con sus puños, logrando causar pequeñas fracturas, preparándolo para que pudiera romperse fácilmente con una patada.

—¡Kiai! —Canalizó todas sus emociones en un grito que casi opacó el sonido del vidrio rompiéndose.

Vio los pedazos y los dejó debajo de sus pies, convirtiéndolos en escombros al pasar sobre ellos para llegar al balcón. Se apoyó en la barandilla, notando la sangre en sus nudillos. Entonces se fijó en la vista, la playa frente a ella siendo iluminada por la tenue luz de la luna.

No dijo nada, dejó de sentir las lágrimas encapsulándose en sus ojos, no sintió nada, porque no pensó en nada. No pensó en su padre, quien a la vista de muchos parecía ser el horrible villano de las peores pesadillas, pero para ella no podía dejar de ser el hombre que la había acompañado desde siempre. No pensó en Gabriel, quien había arruinado la imagen de su papá y la había roto emocionalmente. No pensó en el desastre detrás suyo.

Solo se fijó en las estrellas, el brillo que le daban a la noche fría. Aquel destello la llevó hacia los ojos verdes de Robby, de forma inesperada. Se distrajo pensando en que siempre tenían ese algo especial que los hacía muy lindos. Su brillo.

Un brillo en el que Phoenix pensó por un rato largo.

Tal parecía que a varios integrantes de Cobra Kai la suerte no les sonreía en muchos aspectos de su vida. Dos de ellos eran Phoenix Silver y Kenny Payne.

Los dos golpeaban a los muñecos de goma con fuerza e ira reprimida. Kenny por el hecho de que el grupo de chicos en la escuela que lo molestaban, habían vuelto a hacerlo.

Payne les expresó la idea de finalmente responder y ponerle un fin a la situación con violencia, pero Robby no estuvo de acuerdo. Le recordó lo que le había pasado a él cuando actuó así; su expulsión de la escuela y visita al reformatorio.

Silver pensó en qué haría si estuviera en su posición. Antes creía que la violencia no era lo indicado para ninguna situación, pero ahora tenía un gran dilema. El karate le daba una sensación de libertad, la hacía sentir más protegida y empoderada. Pero, a la vez, ella había comprobado que los golpes tenían un poder tan destructivo y peligroso. No podía olvidarlo, a cada segundo recordaba a Gabriel.

Fue entonces que la clase inició y los senseis ingresaron, llamando a toda la clase para que se formarán. Los alumnos se habían multiplicado desde que habían implementado nuevos equipos y dado uniformes de diseñador.

—Tenemos una lección importante, ¿no es así, sensei Silver? —informó el sensei Kreese cuando ya estuvieron formados.

—Sí, así es —confirmó, fijando su mirada en Phoenix, quien lo ignoraba desde hace unos días, desde que regresó de su reunión, vio la sala desordenada y una decoración rota, desde que su hija le mintió sobre ello y no lo dejó entrar a desearle buenas noches—. La debilidad.

—La debilidad del oponente debe explotarse siempre que sea posible.

—En el torneo, tendrán que reconocer esa debilidad, y no se equivoquen, todos tenemos una.

—El sensei Kreese no tiene una —expresó Tory de inmediato, dejando ver lo mucho que admiraba a su sensei.

—Claro que sí —contradijo Silver—. Todos la tenemos ——repitió, mirando brevemente a su hija. Ella era su mayor debilidad, lo que más amaba y quería proteger en todo el mundo.

Phoenix continuó ignorándolo, a veces sin querer, simplemente muy sumergida en sus pensamientos, repitiendo la palabra "debilidad" un su mente un millón de veces. Phoe sentía que todo en ella era una debilidad, aún cuando no fuera cierto.

—Hoy su objetivo es encontrar la debilidad de su oponente y atacarla. No hay puntos, caen a la colchoneta y pierden. ¿De acuerdo? Prepárense para el combate —concluyó Silver la explicación. 

Los chicos se dispersaron un instante para realizar últimos estiramientos y aprovechar para conversar sobre la propuesta de pelear entre ellos.

—¿Te agrada? —indagó Robby, viéndola sentada sobre la colchoneta mientras alcanzaba la punta de su pie izquierdo. Estaba distraída, por lo que no supo de qué hablaba—. La idea...

—Eso... Supongo que está bien —respondió, estirándose hacia el otro lado—. Eso enseñan aquí, ¿no? Encontrar una debilidad y atacarla, y atacarla hasta que...

“Masacró a golpes mi rostro y cuerpo”

Sacudió la cabeza levemente, tratando de echar de su mente la imagen de Gabriel. Subió la mirada, encontrándose con un confundido Robby.

—¿Qué sucede?

—¿Puedo preguntarte lo mismo? —indagó el castaño, agachándose para poder hacerlo más personal y evitar que los demás oyeran—. Me llamaste hace unas noches, sonabas extraña, me comentaste sobre un problema. Pero no lo has querido hablar desde entonces.

—Me volví a sentir agobiada, solo fue eso —se excusó.

—Dijiste que había algo más...

—No es algo de lo que quiero hablar ahora, Keene.

Pero él no se rindió tan fácil. Tomó su mano con cuidado y precaución, acariciando el dorso con su dedo pulgar. Le sonrió, calmando su mal humor y preocupaciones. Le aseguró con mucha firmeza:

—De igual forma, aquí voy a estar cuando lo quieras. Cuentas conmigo para lo que necesites. No me rindo fácil, así que no estarás sola.

Una involuntaria sonrisa se esbozó en los labios de una destruida Phoenix. Las lágrimas quisieron hacerse presentes, pero fueron detenidas antes de tener la oportunidad, o de que Robby las notará, pues la clase empezó a movilizarse, indicando que era la hora de los enfrentamientos.

Todos se sentaron formando un cuadrado alrededor de la colchoneta, dándole un considerable espacio a las futuras parejas que competirían en el centro. A un lado estaba el sensei John Kreese, y frente a él, su compañero Terry Silver.

Ambos habían hecho una apuesta, cada uno elegiría un estudiante para que lo representará. El que tuviera más victorias ganaría.

Iniciaron y la primera pareja se posicionó en el centro. Fue un buen comienzo, pues duraron un rato dando golpes y esquivándolos. Al final, el ganador fue el chico de Kreese, lo que le dio la potestad de elegir primero a su representante para la siguiente ronda.

Lo pensó y meditó un instante, fijándose entonces en las chicas que tenía al frente; Phoenix y Tory sentadas cerca a Silver. Una maliciosa sonrisa se pintó en sus labios antes de llamar a la alumna más inesperada:

—Silver.

Terry ladeó la cabeza, gustándole muy poco que hubiera elegido a su hija. Phoenix siempre debía estar de su lado, pelear junto a él y no en contra. Pero se vio obligado a no protestar, asintió mientras decidía llamar a Nichols.

—¿Por qué? —cuestionó Phoenix al llegar frente al sensei que la había elegido.

—Porque eres su debilidad —dijo Kreese sin darle vueltas a una simple verdad—. Él siempre querrá tu bien, que triunfes sin importar las consecuencias.

—¿Sabe qué? Yo no estaría muy segura... —le informó por último, dedicándole una mala mirada antes de ingresar al área de pelea.

Por otro lado, Silver también había hablado con Nichols, oyéndola decir que Phoe había estado muy distraída los últimos días y sería fácil ganarle. Él no dijo nada, solo asintió fingiendo apoyarla.

Cuando ambas estuvieron en el centro, se colocaron en posición de pelea.

—Una vez más. ¿Estaremos destinadas? —dijo Tory en broma antes de que iniciarán.

Sin embargo, no recibió la respuesta animada que Phoenix normalmente le hubiera dado. La pelinegra solo asintió.

Kreese le dio inicio a la pelea, haciendo que Tory fuera la que atacará primero, empujándola hacia atrás con una patada en el estómago. Phoenix tuvo equilibrio y regresó de inmediato a la pelea, empezando a esquivar sus puños con las tácticas de Miyagi-Do. La rubia trató de golpear su parte superior, haciendo que Phoe lo esquivara agachándose. Nichols provechó ello para tomar su cadera y golpearla con la rodilla en el pecho, quitándole de apoco el aire. Cuando Phoenix se recuperó, Tory no se detuvo y golpeó su rostro con un puño, haciendo que finalmente despertara y se enojara. Cuando se acercó a continuar atacando, la ojiverde la recibió con una patada en la cara que Tory no esperó al haberse confiado y la hizo caer al no haberse plantado correctamente en el suelo. 

Phoenix se arrepintió de inmediato cuando Kreese empezó a aplaudir, reaccionando. No se agradó, odió todo, lo confuso que era. Había ganado, y limpiamente, pero lastimar siquiera un poco a su amiga la hacía sentir terrible. Se acercó a ella, ofreciéndole su mano.

—Buen jugado —expresó, aceptando su mano y poniéndose de pie.

Las dos se apartaron un poco, dedicándose una venia. Luego se dirigieron hacia sus lugares.

Kreese otra vez tuvo la posibilidad de elegir al siguiente contrincante. Ese dia, pareció tener una suerte arrasadora, pues ganó las siguientes dos veces, la última con el señor Park.

—¿Doble o nada? —propuso Silver entonces.

—Muy bien —accedió Kreese, teniendo bien definido a quién enviaría al centro—. Señor Keene.

Robby se puso de pie y fue al centro, oyendo al segundo cómo Silver llamaba a Payne. Casi todos se rieron de su decisión, creyendo que el niño no tenía ningún tipo de posibilidad de ganar si se enfrentaba con Keene.

Los dos estuvieron en el centro y dieron una venia. Phoenix podía ver la inseguridad en el rostro de Payne, por lo que se le fue imposible no vitorear su nombre en apoyo. De inmediato, Kreese inició la pelea.

Robby fue el primero en atacar, tratando de no ser tan duro. Aún así, terminó golpeando el hombro del menor.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó el ojiverde, preocupándose de inmediato al oír sus quejidos. Phoenix los observó, notando el verdadero miedo en la mirada de Robby. Él no quería lastimarlo.

—A sus esquinas —ordenó Kreese entonces, haciéndolos ir con sus senseis.

Kenny fue sincero, admitiendo con el sensei Silver que no sabía qué hacer, pues Robby no tenía una debilidad. Phoenix estuvo atenta a cada palabra, pudo oír muy bien cómo su padre le repetía que todo el mundo tenía una debilidad, y que lastimarlo era una de ellas para Robby.

Phoenix entendió el juego sucio y sintió un profundo rechazo hacia su padre. Cada memoria regresó a su mente y sintió un escalofrío. Prefirió no verlo y fijó su mirada en el combate.

Robby se acercaba a golpearlo, haciendo que Kenny soltará aludidos de miedo. Cuando le dio una patada en el hombro, Kenny hizo creer que le había hecho un gran daño y se contrajo mientras se abrazaba así mismo. Keene se acercó, disculpándose por el golpe. No esperó que Kenny aprovechará su debilidad para agacharse y hacerle un barrido, dejándolo en el suelo.

Terry y Kenny celebraron su victoria mientras reían. Entonces, el sensei se dispuso a hablar:

—Listo. ¿Qué aprendimos? Una creencia común es que no debería importarte lo que los demás piensen de ti. Error. Lo que tu oponente piense es clave. En la guerra, en los negocios, en una pelea. No dejes que tu oponente piense lo que quiera, haz que piense lo que tú quieres que piense. Y si piensan que eres débil, es justo ahí cuando puedes sorprenderlos. Buen trabajo.

Al concluir, Silver dejó la clase, yendo a recordarle a Kreese que le debía unas cervezas. Ambos habían apostado para ver quién era el mejor sensei, y Terry había ganado.

Por otro lado, Robby y Kenny se dedicaban una venia y chocaban sus puños, dándole fin al combate.

Phoenix fue por sus cosas, yendo a colocarse el calzado. Robby apareció entonces, arrodillándose frente a ella.

—¿Qué ocurre? —preguntó Phoe con confusión—. Si pretendes pedirme matrimonio, no veo un anillo —bromeó con las fuerzas que le quedaban, provocándole un tierno sonrojo.

—No sabía que eras tan materialista, Silver —le siguió el juego—. Solo quería que habláramos. Sé que no te gusta, pero antes de que digas que no, no puedes decir no.

Phoenix alzó una ceja, tomándolo como un reto. Robby se retractó, cubriendo con cuidado sus labios para que no emitiera palabra.

—Solo salgamos... ¿Sí? —pidió, sintiendo como la delicada mano de Phoenix cubría la suya para apartarla. Ella se tomó unos segundos para finalmente ceder—. Genial, ya pensé en un lugar perfecto para estar a mano de la vez pasada.

—¿A qué te refieres?

—Yo conocí otra de las cosas que te gusten, conocerás una que amo —respondió, haciendo que asintiera, estando de acuerdo.

Ella le dijo que pediría permiso a su padre para salir toda la tarde. Habían acordado compartir también el almuerzo.

Cuando se acercó a la trastienda, en la que estaban sus senseis, oyó que Kreese y su papá conversaban. Cuando se asomó un poco, notó que ninguno se veía muy feliz, en realidad parecían discutir. Ella no pudo evitarlo, se quedó a escuchar.

—¡Cállate! No he terminado de hablar, teniente —escuchó que Kreese ordenó, causándole una gran incomodidad a Terry—. En clase, tú dijiste que yo tengo una debilidad.

—Dije que todos tenemos una —se excusó, encogiéndose brevemente de hombros.

—No, hablaste específicamente de mí —aseguró de inmediato, tomándoselo personal. Silver negó de inmediato con la cabeza—. Y me hizo preguntarme: ¿cuál crees que es mi debilidad?

—Escucha, solo era una lección para la clase —soltó en modo de disculpa, aún cuando no creía haberlo ofendido de algún modo.

John se mantuvo serio al dar un paso hacia su compañero de guerra, para recordarle posteriormente viejos y oscuros momentos:

—¿Recuerdas la jaula...? Los dos creímos que íbamos a morir. Yo no tenía miedo, pero tú sí. Si no fuera por mí, aún estarías en ese pozo... ¿Correcto?

Los ojos del monarca Silver se cristalizaron, transmitiendo lo mucho que el tema aún le afectaba. Lo admitió, tratando de mantener la firmeza en su voz.

—Fui yo quien te saco de esa jaula, solo para encontrarte en otra que tú mismo creaste, con tu hija y vida perfecta —comentó, dando otro paso hacia él. Lo había intimidado completamente—. Siempre te cuide, Terry. Y siempre lo haré. Pero tienes que volver a formarte y seguir a tu líder. Hay muchas minas terrestres por ahí, y si no te fijas dónde pisas, volarás en pedazos.

Phoenix supo que era el momento de ingresar, pues pudo sentir cómo las crueles palabras de Kreese habían herido profundamente a su padre, lo que la asustó incluso a ella. Su padre nunca le había temido a nada, pero ahora se veía sumamente vulnerable. Tenía más de una debilidad.

Entonces su mente empezó a idear algo nuevo. Todos estaban rotos, esos dos hombres lo estaban, dañados y mancillados por experiencias traumáticas. Tenían por naturaleza cortar y lastima, tal como pedazos de vidrio rotos. Tal vez su padre cometía errores y se asimilaba mucho a un mounstro, pero también tenía miedos y humanidad. Por supuesto esa humanidad pendía de un hilo.

—Papá —llamó, apareciendo en el marco de la puerta—, necesito decirte algo.

—Te dejaré con tu preciada hija —dijo John, saliendo de la trastienda mientras la Silver ingresaba.

—¿Qué ocurre, Phoe? —preguntó Terry muy desorientado. Jugaba con sus propias manos muy nervioso, al borde del descontrol. Realmente Kreese había reabierto heridas.

—Papá —volvió a decir con cuidado, tomando una de sus manos lentamente. Terry pareció regresar al ver los hermosos ojos verdes de su hija y la bondad aún existente en ellos.

—Mi little swan —susurró, besando su frente unos segundos. Recobró su fuerza al sentir que su hija ya no lo ignoraba o rechazaba como antes, aún cuando fuera momentáneo—. ¿Qué sucede, mi niña?

—Quería comentarte que faltaré a las clases de ballet hoy —expresó, viéndolo asentir como permiso—. También que saldré con Robby en su lugar.

—¿El señor Keene? —indagó, dedicándole una mirada dudosa que la hizo sentirse nerviosa—. ¿Acaso ustedes dos...?

—No —soltó de inmediato. Hubo un poco de tensión inocente hasta que el mayor soltó una carcajada, asegurándole que estaba bien siempre y cuando él realmente la respetará—. Solo saldremos como amigos. Por eso te quería pedir que me prestarás el auto.

—¿Quieres que vaya con el chófer?

—¿Sí? —respondió algo insegura. Sentía que, quizás, estaba pidiendo mucho. Pero aún así, su padre accedió y le deseó una buena tarde.

Terry Silver apoyaría cualquier cosa que hiciera sentir mejor a su hija. Más en esos instantes que la sentía tan extraña, distante y apagada. Aún buscaba conocer el por qué, pero le daría su espacio. Además, no tenía nada en contra de Keene, todo lo contrario, le agradaba para su hija, pues percibía en él la compasión que empezaba a perder. 

Tenía la esperanza de que Keene pudiera salvar a su hija cuando todo se complicará, cuando lo peor saliera a la luz. Eso esperaba, que ella estuviera bien aún cuando él se fuera fracturando cada vez más, cuando empezará a lastimarla con su pasado y acciones recientes, a pesar de amarla con todo su ser.

Solo quedaba desearles suerte.





















































































































































































JEMIISA ©
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