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22

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: )

"He vivido demasiado tiempo con el dolor.
Sin él, no sabré quién soy."

El Juego de Ender
—Orson Scott Card.





                    Alexandra dejó su mirada fija en el plato de comida que una enfermera acababa de dejarle a su disposición. Su almuerzo estaba puesto sobre una mesilla que habían dejado encima de ella para que le resultara más sencillo poder comer, pero la castaña rojiza no había sido capaz de confiar en la fuente de la que provenían dichos alimentos. No podía estar segura si le sorprendería morir por intoxicación, pues HYDRA era perfectamente capaz de hacer todo lo posible, incluso envenenar su comida, con tal de eliminarla del camino después de tremenda traición.

—Eso se ve mejor que lo que me dieron a mí. —La fémina alzó su cabeza apenas escuchó la voz del Capitán desde el umbral de la puerta.

Encontró a Steve Rogers de brazos cruzados junto a una mirada que no esperó que volviera a ser dirigida hacia ella por parte de él, pues su expresión era suave y amable, para nada parecida al día en el que lucharon para destruir el Proyecto Insight. Reconoció que le habían dado de alta, ya que llevaba ropa casual y las heridas más visibles en su rostro estaban curándose a una velocidad acelerada. Le alegraba verlo de pie y recuperándose, aunque no estaba segura de poder expresar aquello en voz alta.

—Que las apariencias no te engañen —sugirió con suavidad y una media sonrisa.

El rubio se dio cuenta que eso no había sonado a la defensiva, por lo que lo tomó como una invitación para entrar por completo a la habitación en la que Alexandra llevaba días internada. Cerró la puerta detrás de él y agarró una silla para sentarse a un lado de la camilla.

Fue ahí cuando se dio cuenta que Sam tenía razón. La mujer estaba esposada a la cama, pero lo peculiar de dichas restricciones que notó de inmediato, fue que no eran normales. Se parecían mucho más a los artilugios que HYDRA había usado en contra de él la vez que luchó en el ascensor con el equipo STRIKE. Incluso el brazo que ella tenía enyesado estaba atrapado.

—No mereces ser tratada así. —Suspiró preocupado y reconociendo la culpa que comenzó a crecer en su interior.

Alexandra lo observó con expresiones que bailaban entre la incredulidad y confusión.

—La última vez que estuve consciente, seguía siendo una criminal.

—Pero fuiste tú quien nos salvó a todos —resaltó —. Arriesgaste tu vida por un motivo grande. Eres la razón por la que supimos que sucedería todo esto.

Ella escuchó todas y cada una de las palabras de Steve con cierto asombro.

Nunca antes había recibido ese tipo de elogios por parte de nadie en general. En HYDRA le habían hecho creer que la necesidad de aprobación no era para ser perseguida, que era un punto débil e innecesario. Nunca nadie se enorgullecía de ella, ni siquiera su padre parecía mostrar algún visaje de ello. Tal vez Rumlow, pero no era lo que buscaba porque él no le importaba; no llevaba el mismo peso.

Tomó una bocanada de aire y sus orbes verdosos conectaron con los de Steve.

—Nadie me quiere decir nada... ¿Mi papá...? —Se quedó en silencio de repente al caer en cuenta de que no podía sacar las palabras de su boca sola.

El rubio agachó la cabeza un momento, sopesando con suma seriedad lo que diría a continuación. No podía predecir lo que pensaría o sentiría Alexandra, ni siquiera su reacción.

—Está muerto. —Era casi detestable la manera en que cayó en cuenta de que no existían otras palabras más que la misma verdad; cruda y tajante.

—Oh. —Hasta ese segundo, jamás supo cómo reaccionaría cuando escuchara finalmente esas palabras.

Lágrimas se comenzaron a acumular en sus ojos y pronto empezaron a descender por sus majillas, las cuales se habían comenzado a sonrojar gracias al extraño calor que abarcó su cuerpo. Estaba sintiendo demasiadas cosas a la vez. Tristeza, inconformidad y hasta una desconocida tranquilidad que no creyó ser capaz de controlar.

Sí, ese hombre había sido su padre y quisiera ella o no, siempre seguiría siéndolo. ¿Era normal sentir aquel dolor tan raro de pérdida? ¿Siquiera estaba bien estar de luto por un hombre que arruinó su vida desde que apenas tenía memoria e incluso mucho antes? Alexander Pierce la había forzado por muchos años a hacer cosas terribles. Había lavado su cerebro, trocado su moral y todo eso sin necesidad de una máquina, porque ella siguió siendo tan humana como para que amarlo y creer en él nunca fuera una duda.

Se dio cuenta en ese entonces que no debía sentirse culpable por llorarle, pues ahora le parecía imposible comprender de verdad a alguien y no amarlo como él se amó a sí mismo. Así fue él, y así lo vio ella.

Tenía todo el derecho de desear otra vida, de ser otra mujer si no fuera por lo que le tocó vivir. Pero al instante descartó esa fantasía al recordar a Bucky y todo lo que vivió y experimentó en su presencia. Volteó a ver a Steve y sintió una repentina confianza que decidió depositar en él, que antes se había negado a hablar incluso consigo misma. En ese instante necesitaba sacarse todo del pecho. Necesitaba cerrar el ciclo más largo de su existencia.

Necesitaba liberarse y confiar que así, podría continuar. Ella misma sabía que se merecía aquel pedazo de misericordia que esperaba poder encontrar en la mirada de alguien más que no fuera en un espejo.

—Alexander ordenó el asesinato de mi mamá —susurró con la vista clavada en sus manos temblorosas —. Lo hizo cuando ella trató de alejarme de todo esto, y.... le dio la orden al Soldado del Invierno —confesó sin apartar su mirada de sus dedos.

Steve dejó de sentir el suelo por un segundo y un desagradable mareo se hizo presente en su cabeza. La impotencia y el cargo de conciencia no tardaron en empezar a quemar su interior.

—Y-yo no tenía idea —dijo abrumado.

—No fue su culpa —declaró volteando a verlo y limpiándose el rostro como pudo, con las esposas limitando sus movimientos.

Una triste sonrisa bailó en los labios del ojiazul al escucharla defender a su mejor amigo sin parpadear.

—Espero que el mundo lo llegue a ver de esa manera también —deseó pensativo y ambos se quedaron unos cuantos segundos en silencio, hasta que Rogers decidió volver a hablar —. Sam me contó que no dices ni una palabra sobre él, pero de todas maneras quiero agradecerte por lo que hiciste.

—No lo hice por ti —simplificó.

—¿Entonces por qué?

—Porque era lo correcto y... —Suspiró —. Lo quiero.

La confesión los dejó a los dos sin aire, sobre todo a Steve, quien no se esperaba eso por nada del mundo y notó por primera vez, desde que la conoció, que su mirada había tomado un brillo diferente y puro que iluminó su rostro femenino de inmediato. Alexandra se veía diferente en ese instante, se veía incluso más joven, hermosa y con una posible visión de la realidad diferente.

Él se preguntó si esa sería la primera vez que la castaña rojiza de tristes ojos verdes confesaba algo con tanta libertad, sin temer al peligro que sus palabras podrían conllevar. Tanto era el cambio y la fuerza de esa confesión, que su rostro lucía distinto. Toda su existencia había sido una mentira, su vida carecía cualquier tipo de independencia o autonomía, por lo tanto, a Steve le costó por un momento asimilar que ella comprendía el significado y peso de esas palabras en su totalidad.

—Escuché que irás a juicio la otra semana —comentó cambiando de tema. Alexandra lo agradeció internamente.

—Sí. Estoy lista para declararme culpable —anunció enderezando sus hombros. Sus expresiones cambiaron de nuevo a estar serias.

—No tienes que hacer eso.

—Cap —apodó con suavidad —, soy HYDRA.

—Eras —corrigió el hombre—. Y ni siquiera fue tu elección.

Muchas cosas no habían sido su decisión y, aun así, eso no alivianaba el peso de todo lo malo que hizo en un pasado. No importaba su remordimiento ni arrepentimiento: ella había hecho cosas demasiado malas. Aquel peso que creció con el transcurso de los años, junto al descubrimiento que terminó con su esperanza por completo. 

La verdad era un arma de doble filo y ella siempre fue la víctima en ambos extremos sin saberlo.

—De todas formas, hice cosas terribles. —Su voz tembló y tragó saliva, haciendo sus dos manos puños, deseando que el dolor físico la distrajera de su agonía interna —. Asesiné a mucha gente... ejecuté a mi propia hermana. —Se atragantó al completar la frase que más le dolía.

Nunca antes se había atrevido a decirlo en voz alta.

En ese momento, Steve se tensó y removió con incomodidad en su lugar a la vez que desvió la mirada del rostro de la mujer. Escuchó los suaves sollozos que provenían de Alexandra y él no supo qué hacer en ese instante, cómo consolarla o si debía hacerlo. Reconocía el dolor en sus palabras y en su mirada, reconocía la culpa que parecía carcomerla, pero no estaba seguro de si alguna palabra suya bastaría para ayudarle.

¿Quién podría recuperarse de una atrocidad como esa?

—Soy el monstruo que él creó para su beneficio —continuó y el rubio no encontró voluntad para detenerla —. Hice todo lo que me mandaban sin preguntar por qué. Se llamaba Amelia y... estoy segura que recuerdas haberla visto en una foto, en mi oficina de SHIELD. Hasta pensaste que éramos familia.

—Lo recuerdo —aceptó con suavidad, mirándola de reojo.

—Él nos crio y amó a su manera fría y retorcida, pues ese era el tipo de amor en el que Alexander Pierce creía.

—¿Cómo supiste eso? ¿Cómo supiste que habías...? —Hizo una pausa, buscando palabras que pudieran sonar menos terribles, pero ningún otro sonido salió de sus labios.

Alexandra tragó saliva y cerró sus ojos con fuerza. En ese momento, la noche en que las noticias en la televisión le avisaron de su error, cuando fue llevada inconsciente a las instalaciones de HYDRA para arreglar su trabajo, se reprodujo como una disco rayado en su mente. Imágenes que nunca fue capaz de borrar de su cabeza se presentaron y los familiares ojos cafés de Amelia Pierce, tan parecidos a los de Victoria, llenaron su visión debajo de sus párpados cerrados.

A veces en verdad deseaba haber leído los documentos que se robó mucho antes, quizá algunas cosas hubiesen sido diferentes. Quizás ella no sería la asesina de su hermana.

Cuando se sintió lista para volver a hablar, abrió sus orbes y centró su mirada en la comida enfriada.

—No lo supe hasta tiempo después, poco antes de entrar a SHIELD —explicó y después desvió sus ojos hacia la ventana —. Ella estaba viviendo bajo el nombre de Emily Sinclair, ajena a sus orígenes, sin recordar quién era yo ni quién era Alexander, hasta que lo descubrió por su propia cuenta.

A eso se refería ella cuando decía que Alexander Pierce las había traicionado. Porque hizo todo eso a espaldas de Victoria, convenciéndola de que su hija mayor había muerto sólo para que él la introdujera a la Academia y tratara de formar el soldado que siempre deseó. HYDRA por muchos años, incluso hasta la actualidad, había centrado sus proyectos y obsesión en crear al soldado perfecto. El padre de la castaña rojiza se convenció a sí mismo que lo lograría, aprovechándose de la lealtad que sabía que haría parte de la vida de su descendencia.

No lo logró con Amelia, pero se aseguró de lograrlo con Alexandra.

—¿Por qué?

—Ella trabajó para una organización beneficiaria de HYDRA que se llamó La Colmena. Fue mi informante para eliminar dicha entidad, sólo que ella tenía un plan por su propia cuenta para terminar con nosotros —confesó a medias, llevando sus irises verdes a los de Steve —. En realidad, terminamos lo que ella empezó. Y creo... que Alexander también la sometió a ella para despojarla de sus memorias e identidad.

No podía seguir hablando más. Todo eso le dolía demasiado.

Toda su vida había sido una contradicción, y para rematar, ni siquiera se conocía por completo. ¿Quién era en verdad Alexandra? ¿Una criminal? ¿Un caso perdido?

—No mereces que te encierren —insistió el rubio, tomándose el atrevimiento de posar una de sus manos sobre la de la fémina, ganándose una mirada de sorpresa por parte de ella —. Nos salvaste y mereces vivir la vida que te fue negada. Mereces empezar de nuevo.

—Gracias —susurró sintiendo que la garganta le quemó en un nudo.

Quizás esas fueron las palabras justas que siempre deseó escuchar en su vida. Esa era la misericordia que pensó que le sería negada, pero que, aun así, a pesar de todo, Steve había deseado entregarle sin saberlo en ese instante.

—Hablaré con Natasha, pediré algunos favores a Stark y quizá la corte decida que...

—Me pueden encerrar todo el tiempo que el gobierno considere justo —le interrumpió, dándole un apretón a la mano que sostenía la suya —. No sé si lo entiendas, pero... soy libre, Cap. Ya no estoy bajo el control de HYDRA ni el de él.

—¿Y qué hay de Bucky? —cuestionó de repente. Aunque quisiera convencerla de tirar algunos hilos a su favor, respetaba también su decisión.

—Lo único que siempre quise fue salvarlo —confesó —. No pude verlo ni hacerlo con Amelia, pero logré mi último cometido y Bucky estará bien. Mientras eso siga siendo así, yo también lo estaré.

El Capitán asintió, admirando sus palabras. Habían sido totalmente desinteresadas. Quizá porque de eso se trataba el amor: preocuparse por la felicidad del otro incluso cuando no era posible la propia a su lado. Al menos no por el momento, tal vez nunca, pero era posible.

No obstante, el rubio siguió empecinado en cambiar su opinión.

—No puedes abandonarlo, te necesita más que nada... más que a mí.

—Tú eres importante para él, Steve. No creo que ese fuera nuestro destino, a fin de cuentas —meditó la castaña rojiza —. Tal vez sólo debíamos salvarnos el uno al otro.

Cuando Steve salió de la habitación de Alexandra, en el pasillo se encontró con Natasha, quien estaba haciendo guardia a un lado de la puerta. La rusa estaba atenta ante cualquier visaje de sospecha alrededor de los corredores, dudando incluso de las mismísimas enfermeras y doctores. Se estaba tomando su papel de protectora con bastante seriedad.

Después de saber todo lo que la fémina hospitalizada había hecho por SHIELD y por el mundo, sentía que le debía una deuda que no estaba segura si lograría completar algún día. Sin embargo, eso no quería decir que no trabajaría para lograrlo. Sentía respeto y admiración hacia ella.

—El doctor dijo que se le daría de alta mañana —le comentó a su amigo una vez este se hizo a un lado de ella.

—¿Tan rápido se está recuperando? —inquirió confundido — Incluso la tienen esposada como si tuviera la fuerza de alguien como yo —dijo con disgusto.

—¿Ella no te lo dijo? —curioseó la pelirroja alzando una ceja y cruzándose de brazos.

—¿Qué cosa?

—Tiene el suero como tú y Barnes.

El corazón de Steve pegó un salto y se volvió a ver a la espía con sorpresa.

—¡¿Cómo es eso posible?!

Lo más extraño de todo eso, era que muchas cosas parecían tener sentido ahora con esa revelación, pero seguía siendo algo inesperado para él. Conoció la rapidez y las habilidades sobresalientes de Alexandra, no obstante, nunca le entró en la cabeza que se trataría del mismo suero de súper soldado que corría por sus venas.

—Los médicos tuvieron que hacer unos exámenes ya que no comprendían porqué su cuerpo estaba sanando tan rápido —comenzó a explicar —. Al parecer Pierce consiguió restos del suero y lo deshidrató para dárselo en la comida en pequeñas dosis a Alexandra, desde que era tan solo una niña. Obligó a que su cuerpo creciera con eso y se adaptara. Ella llegaba a pasar casi toda una semana en cama, enferma, mientras su cuerpo metabolizaba el polvo que le era suministrado.

Steve retrocedió y descansó su espalda contra la pared de los pasillos del hospital, sintiendo que la cabeza quería empezar a darle vueltas con todo lo escuchado. Sólo él y Bucky conocían todo lo que sucedía el momento en que ese suero entraba en sus sistemas. El simple hecho de pensar que una niña de menos de doce años pasara por ese sufrimiento le puso la piel de gallina, deseando tener la oportunidad de acaba con Alexander Pierce él mismo.

—HYDRA no se rendirá. Nunca nadie los ha traicionado de esa forma. Debemos hacernos cargo de que quede en una prisión segura. —Ahora se había puesto la misión de proteger a la castaña rojiza costara lo que costara.

—Ya me he encargado de eso —anunció Natasha —. La Balsa. Ahí estará a salvo.

—Pero no podrá ni ver la luz del sol en ese sitio —señaló el rubio con el ceño fruncido.

—Pero estará a salvo.



►                    Alexandra suspiró y observó el atardecer desde su lugar en la camilla. Nunca se había puesto a ver los colores anaranjados con tanto detenimiento, pues cada vez que llegaba la noche, eso simplemente significaba para ella que su trabajo con la organización terrorista iniciaba.

Era triste no saber qué hacer en esos momentos de soledad y silencio. No sabía qué le gustaba o qué no, así que estaba en medio de un delirio de aburrimiento, pero en ese momento aceptó que seguir con vida era un tiempo prestado, algo extra que le había sido otorgado, por lo que se relajó y al recostar su cabeza en la almohada, cerró los ojos.

El momento de tranquilidad se vio interrumpido pronto cuando una enfermera entró a dejarle la cena. A pesar de que su estómago protestó con hambre cuando olió la comida, se obligó a despegar la mirada de la bandeja, pues la duda seguía presente en su cabeza y temía que la gente de su padre estuviera rodeándola y vigilándola.

Se removió en su sitio, sintiendo su cuerpo comenzar a ponerse alerta y escuchó lo que menos deseó. Un ruido provenía de la ventana. Sin pensarlo dos segundos, agarró el cuchillo de plástico que le habían llevado entre los otros cubiertos y se alistó como pudo con las esposas limitando su protección.

Sabía que el objeto no haría mayor daño, pero en sus manos podía ser letal y se sentía más cómoda teniendo algo a su alcance para defenderse. Se quedó quieta por completo mientras esperó, hasta que una figura se alzó y forzó la ventana.

—No —susurró aterrada.

La oscuridad no le permitía diferenciar bien quién era el intruso y un solo pensamiento se cruzó en su cabeza, despertando sus últimos miedos. Cuando el desconocido se acercó, Alexandra se preparó para atacar y lanzó un tajo que fue detenido a medio camino, no solo por las esposas, sino porque una mano grande enguantada se apoderó de su muñeca.

Fue ahí cuando ella supo de quién se trataba.

—Bucky. —Suspiró soltando el plástico y dejando que cayera al suelo. En ese segundo, la fémina llevó sus ojos hacia la puerta de la habitación, temerosa de que alguien ingresara de repente —. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo nadie te ha visto? El lugar está repleto de policías y agentes.

—No te puedo dejar aquí. He venido a sacarte.

El cuerpo de Alexandra tembló de la emoción contenida. A pesar de ella haber dado órdenes claras de alejarse y que no volviese, no había sido suficiente para él. Estaba ahí, con ella. Había vuelto por ella y no podía saber quién si él había hecho algo así antes.

—Te quiero tanto... —Confesó a media voz, sin moverse de su sitio ni mostrando señal de seguirlo.

Cuando el castaño oscuro escuchó las palabas de la mujer, dejó de tratar de destruir las esposas que la mantenían aprisionada y llevó su mirada a los orbes verdosos que tanto quería también. Su corazón comenzó a saltar como loco en su pecho y, mientras más la observó, con más determinación se llenó su voluntad para irse con ella lejos de ahí y de todo lo que los había lastimado.

Dejó su labor a un lado por un momento y se acercó al rostro de Alexandra con cuidado. Pegó su frente a la de ella con firmeza y desesperación contenida y disfrutó de la calidez que embargó su cuerpo y su corazón. Luego eliminó la reducida distancia y la besó.

No supo cuánto tiempo duró aquel gesto, tampoco le interesaba saberlo. Sólo sabía que debía atesorarlo para siempre, cuando aún pudiese.

—Debes dejarme aquí —susurró ella apenas se separaron, pero él negó y volvió a trabajar en las esposas especiales —. Por favor, no me obligues a hacer esto —lloriqueó.

El tono de voz lo tomó por sorpresa, pues no recordaba que ella lo hubiera usado antes. La desesperación estaba latente en sus palabras y eso le confundió.

La mujer estaba aterrada por lo que iba a hacer a continuación, pero sabía que debía hacerlo porque era lo correcto. Ya no podía protegerlo. Dentro de poco terminaría encerrada y si se iba con él, las autoridades tendrían más razones para buscarlos y mandarlos bajo tierra. Bucky tendría mejor oportunidad huyendo solo.

Anhelo —dijo en ruso con voz temblorosa, sin quitar su mirada del rostro del hombre —. Oxidado —continuó y observó el cuerpo del castaño tensarse en reconocimiento —. Horno, amanecer. —Tomó un ritmo constante que sabía que funcionaría a la perfección para su finalidad —. Diecisiete, benigno, nueve, bienvenida, uno, vagón de carga.

Todo quedó en silencio. Era terrible tener que romperse a sí misma el corazón de esa manera.

Listo para cumplir.

Los ojos azules que habían llegado tan humanos y llenos de calidez ahora solo eran dos irises despojados de identidad. Alexandra se sintió completamente sola.

Cuide sus heridas, Soldado. No confíe en nadie y escóndase —resaltó, todavía hablando en ruso —. En el Smithsonian hay una exhibición sobre el Capitán América y los Comandos Aulladores. Allá encontrará respuestas y sabrá quién es. No regrese nunca por mí.

El Soldado asintió a todas y cada una de las palabras que escuchó y se enderezó en su sitio. Había quitado sus ojos del rostro de la fémina para clavarlos en cualquier otro punto de la habitación. El silencio y la quietud se volvieron tan pesados que Alexandra por un segundo temió que alguien entraría y lo encontraría ahí a un lado de ella.

Los dos sabían que él ya debía haberse puesto en marcha, pero su cuerpo parecía no querer ser capaz de abandonarla aún.

—Te quiero, James —repitió —, eres la razón por la que no me terminaba de rendir. —Cerró los ojos y dejó que silenciosas lágrimas mojaran sus mejillas —. Perdóname, pero no puedo ir contigo. Debo protegerte.

El castaño se movió, pareciendo incómodo y empezó a retroceder hasta llegar de nuevo a la ventana por la que había entrado. Al darle la espalda a la camilla se detuvo. Por una milésima de segundo, Alexandra creyó que volvería, no obstante, pocos segundos después, ella se quedó sola, observando la noche a través del vidrio, sintiéndose mucho más triste de lo que esperó en un principio.

Recostó su cabeza sobre la almohada de la camilla y un tembloroso suspiro salió de sus labios. Sabía que era lo correcto, que era lo necesario y, aun así, sentía que le acababan de quitar algo muy valioso de su pecho. Su interior estaba hecho todo un remolino de emociones que nublaban su vista y sus pensamientos, más no le importó en lo más mínimo.

En HYDRA le habían enseñado que sólo existía el orden y que ese orden se obtenía a través del dolor, pero no le habían enseñado qué era luchar por alguien que amara con tanta fuerza. Entonces al final entendió que nadie le enseñaba a amar; sólo lo hacía por instinto.

—Creí que irías con él.

La castaña rojiza se sobresaltó y llevó sus ojos hacia la puerta del cuarto, la cual estaba abierta. Encontró a Natasha Romanoff recostada contra el umbral y de brazos cruzados. Tenía una mirada que Alexandra no supo cómo interpretar, sin embargo, no vio ningún signo de hostilidad de su parte, ni siquiera sabiendo que el mejor amigo de Steve había estado presente hacía sólo minutos.

—No puedes decirle —pidió en un hilo de voz —. Bucky necesita reconocerse a sí mismo antes de reconectar con Steve.

—No lo haré. —A la agente Pierce le sorprendió la facilidad con la que la rusa accedió —. Pero no dejará de buscarlo —le recordó con seriedad.

—Lo encontrará cuando sea el momento, cuando él esté listo.

—¿Y qué hay de ti?

—Estaré bien. De alguna forma, siempre lo estoy.






Editado.

Bueno, aquí es cuando ustedes dicen: gracias versión 2.0 de Mercy por existir.
¿Saben por qué? ¡Porque este era el final!
Aclaro también que hice uno extendido, pero me tomé la libertad de pensarlo por varios meses antes de decidirme a escribirlo  y publicarlo xdd
Así que los nuevos lectores que llegaron pueden agradecer que no les tocará esperar eso y tendrán dos capítulos más jajajajaja

Espero que les haya gustado y sorprendido por todo lo revelado aquí.

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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