13
(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)
El Capitán América corrió por la cubierta del barco eliminando enemigos a diestra y siniestra, procurando no hacer mayor ruido para no alertar ni llamar la atención de presencias indeseadas. No se podía permitir aquello, pues si Batroc se enteraba de que él estaba ahí con SHIELD antes de tiempo, entonces todo saldría mal y los rehenes serían ejecutados.
Al momento de mandar a la inconsciencia a otro contrincante, llegó un hombre por su lado derecho posterior apuntándole con su arma de fuego a la cabeza, advirtiéndole con amenazas de que no se moviera de su lugar. Steve se detuvo y su mente comenzó a trabajar con rapidez, buscando la manera más rápida y efectiva de salir de la situación, cuando ese mismo hombre cayó al suelo y no por sus acciones. Brock Rumlow, junto con el resto del equipo STRIKE y Natasha Romanoff terminaban de aterrizar en paracaídas, siendo el rubio ayudado por el primero, quien había disparado su propia arma.
—Gracias. —Asintió en dirección al castaño oscuro.
—Sí, parecías indefenso sin la ayuda —contestó el agente en cubierto de HYDRA, con una media sonrisa y se quitó el equipo de paracaidismo de la espalda.
—¿Y qué hay de la enfermera que vive al frente de tu apartamento? —preguntó la rusa adelantándose hasta estar caminando a un lado de Steve.
—Debemos ir a la sala de motores —gruñó Alexandra mirando de reojo a la pareja, para luego pasarles de largo por un lado —. Será mejor concentrarnos ahora.
—La agente Pierce tiene razón —concordó el Capitán, a lo que su amiga alzó una ceja —. Después me buscas novia.
—Puedo hacer varias cosas a la vez —anunció antes de saltar al siguiente nivel del transporte marítimo, por el balcón de barras metálicas que estuvieron a su lado izquierdo.
Alexandra siguió caminando de largo con pasos ligeros, hasta hallar unas escaleras que la llevarían a su lugar de destino. Su trabajo en esos momentos era prácticamente cuidarle la espalda a Romanoff mientras ella se encargaba de detener los motores del barco. Recorrió el espacio con paciencia entrenada y usando las sombras a su favor. Se aseguró de no llevarse ningún tipo de sorpresa, pues tenía bastante experiencia con ese tipo de circunstancias, donde lo menos esperado sucedía. Decir que detestaba cuando esas cosas pasaban era poco.
Durante el trayecto se encontró con diferentes hombres, pero logró ser lo suficientemente rápida, fuerte y astuta para no causar ningún error ni dejar cabos sueltos. Los eliminó de manera simple y limpia. Hay quienes dicen que de los errores se aprenden, y la agente Pierce tuvo que hacerlo desde la primera vez que realizó una misión de campo.
Llegó pronto al punto de encuentro con la espía y la esperó sólo un par de segundos, cuando escuchó el distintivo sonido de varios disparos consecutivos. Alexandra se dedicó a recargar su SIG-Sauer P220 en una esquina algo oculta, hasta que sintió la presencia de la pelirroja a un lado de ella. Le hizo una seña a su compañera y juntas empezaron a caminar con rapidez lo que restaba de las máquinas de motores.
—STRIKE en posición —escucharon ambas en su auricular.
—Natasha, Alexandra —se coló la voz del Capitán —. ¿Cuál es su posición?
A la agente Pierce le sorprendió por un mínimo instante que el hombre hubiese usado su primer nombre en vez de su apellido, como solía hacer con normalidad. No obstante, decidió empujar aquella pequeña sorpresa atrás de su cabeza para concentrarse en terminar pronto el trabajo que todavía debía cumplir con la agente Romanoff.
Apenas ambas miradas claras observaron nuevos contrincantes dirigirse a ellas desde el otro lado al que se dirigían, ambas mujeres reaccionaron y corrieron al mismo tiempo, sincronizando su arremetida. Una leyó pronto la estrategia de la otra y no dudaron en complementarse y así atacar al enemigo.
—¡Natasha!
—¡Un segundo! —contestaron al tiempo en medio de su acometido.
Pelearon de manera unísona, descifrando los movimientos e ideas de la contraria en segundos. No era nada nuevo el hecho de que participaran en una misión juntas, pero sí era la primera vez que luchaban emparejadas de tal forma. A la castaña rojiza le había impresionado lo bien que parecía entenderse con la rusa, puesto que las dos tenía un mismo objetivo en mente y sabían cómo centrar su energía en ello. Eso parecía demostrar que, de cierta manera, su entrenamiento había llegado a ser parecido de algún modo. Sin embargo, no quería pensar nada más allá que ese mismo momento, donde se estaban moviendo como una sola.
—Sala de motores segura —exhaló Romanoff y después se volteó, solo para ver a Alexandra golpear con una vara de metal la cabeza de uno de los mercenarios.
La agente Pierce, tan solo tres años más joven que la pelirroja, asintió en dirección a ella, dando por terminado su labor en ese lugar.
—Bien —halagó con una sonrisa ladeada —. Pareciera que nos hubiese entrenado la misma persona —bromeó, a pesar de estar buscando alguna clase de reacción en Alexandra.
La hija del director de HYDRA chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.
—El ballet nunca fue lo mío —contestó encogiéndose de hombros —. Ahora, ¿por qué tienes que ir a la sala de controles? —cuestionó, sabiendo de antemano que le había dado al clavo.
Natasha se enderezó y retó con la mirada a la agente.
—Yo no me estresaría por eso. Además, ¿qué te interesa a ti?
—Tu cuerpo ladeado hacia la otra dirección, totalmente contraria a la del punto acordado de encuentro y el pequeño dispositivo USB plateado que tienes guardado —dijo con rapidez y convicción. Siempre supo que había algo extra en esa misión —. Estoy segura de que al Capitán le informaron de una misión de rescate, no de extracción de información.
—Solo es una buena costumbre que deberías tomar también —le restó importancia, enseñando una sonrisa ladeada, pero que, de igual manera, representaba peligro.
La Viuda Negra no era alguien que se quedara sin palabras. De hecho, era casi imposible puesto que siempre encontraba la manera de voltear el caso a su favor cuando quisiera y como quisiera. Pero ahora se sentía casi pasmada, ya que no confiaba en Alexandra y no estaba lista para dar su brazo a torcer. Nick Fury le había encomendado ese extra y sabía muy bien que a nadie más. Así que en ese momento, Alexandra Pierce representaba una amenaza para ella.
La castaña rojiza achicó un poco los ojos, antes de sonreír con frialdad y descruzar sus brazos, demostrando así que no era nadie que estuviera en contra.
—Ambas sabemos que el Lemurian Star no es solamente uno de los otros tantos transportes de SHIELD.
Lo único que Natasha no sabía todavía, pero que la castaña rojiza sí, era que el barco estaba diseñado para lanzar satélites de orientación para el Proyecto Insight. Justo para lo que ella se había estado preparando gran parte de su vida.
Antes de que alguna de las dos pudiera volver a hablar, escucharon por el comunicador la voz de Rogers, diciendo que Batroc había escapado y que los rehenes todavía estaban comprometidos. Ninguna de las agentes se movió de inmediato ante la noticia, esperando ver la luz roja por parte de la otra. Alexandra sabía que el director Fury le había encomendado esa tarea a Romanoff porque a la pelirroja no le incomodaban ese tipo de trabajos, pero sobre todo, porque el hombre ya comenzaba a tener sus sospechas con respecto a tal proyecto.
La agente Pierce debía ser inteligente para dejar la hostilidad a un lado —junto con sus crecientes y desagradables ganas de proteger la organización a la que debía ser leal por obligación— y hacer lo que el Capitán necesitaba. De esa manera seguiría demostrando que trabajaba para SHIELD y no para alguien más. Aunque quizá eso le complicaría sus planes individuales, empero también pensó que sería exactamente lo necesario para acelerarlos también.
Alexandra asintió una única vez en dirección a la Viuda Negra, quien le devolvió el gesto con reticencia. Luego dio media vuelta para tomar un rumbo distinto al que escogería la rusa, con la misión de ayudar al equipo STRIKE y después encontrar a Batroc.
Esa última charla con Natasha le había quedado sonando en la cabeza, no solo porque Fury se daría cuenta de que SHIELD estaba comprometido en planes terroristas, pero sobre todo por el comentario no tan inocente que Natacha había soltado antes. Si bien Alexandra nunca había investigado algo más allá de la Habitación Roja, estaba al tanto de la historia del Soldado del Invierno, y no pudo evitar preguntarse qué tan verdaderas serían esas palabras.
"Pareciera que nos hubiese entrenado la misma persona."
«» En el momento en el que Alexandra llegó cerca de la sala de controles, fue justo a tiempo para escuchar una explosión. Frunció el ceño y todo su cuerpo se tensó, su corazón comenzando a bombear sangre inyectada de adrenalina una vez más. Recordó lo que Romanoff estaría haciendo en ese lugar, sin embargo, no se preocupó. Ella reconocía las habilidades de la otra mujer.
No pasaron más de cinco segundos cuando alcanzó a ver a alguien correr cerca del lugar, escapando. Gracias a la vestimenta paramilitar, no le fue difícil saber de quién se trataba.
Era Georges Batroc.
Sin perder un segundo más, empezó a correr detrás del hombre rapado, pero éste ya le llevaba ventaja, así que buscó la manera de cortarle el paso. Se asomó por la barandilla que daba al siguiente nivel y se lanzó por esta. Cayó sobre sus pies y dio un rollo hacia adelante con rapidez, para cuidar las articulaciones de sus rodillas y se puso en posición.
Al poco tiempo volvió a divisar al mercenario y pirata corriendo ahora en su dirección. Al principio creyó que el hombre se detendría al verla, pero en vez de eso, él aceleró su carrera, tal vez con la idea de embestirla. Aprovechando la determinación y velocidad del enemigo, Alexandra plantó sus pies en el suelo y, cuando el francés estuvo a su alcance, esquivó el musculoso brazo que fue a agarrarla, lo retuvo por el hombro y lanzó un gancho a la cara del europeo, que había quedado desprotegida. Esto le dio tiempo suficiente para rodearlo y patearlo en la espalda con fuerza, mandándolo al suelo a unos cuantos metros lejos de ella.
Batroc gruñó y escupió sangre de la boca.
—¡Agente Pierce! —gritó el Capitán Rogers llegando al lugar. Tenía la cara y el resto de su traje oscurecido por cenizas. Tal vez había estado presente en la explosión que la mujer había escuchado momentos antes.
El rubio había alcanzado a ver la corta pelea, sintiéndose impresionado por la fuerza que la joven mujer parecía poseer en su atlético cuerpo. Era sencillo reconocer que Natasha era rápida, flexible y tenía una muy buena estrategia, empero lo que él había acabado de ver en ese instante fue total y completa fuerza bruta.
Por más de que él no dudara de dicha fuerza en la castaña rojiza, habían límites que la anatomía humana no cruzaba, a no ser que algo más estuviera presente en el cuerpo. Justo como él, que tenía el suero de súper soldado.
El mercenario que seguía en el suelo soltó una risa seca con ojos oscurecidos y enojados. Escupió unas palabras en francés, haciendo que la sangre le hirviera a Alexandra en su interior. Sin pensarlo siquiera un segundo, la fémina desenfundó su pistola, le quitó el seguro y mandó una bala directo a la frente de Batroc. Todo eso, sin ninguna pestañeada.
—¡No tenía órdenes de disparar! —reprendió Steve acercándose con rapidez a ella.
Se sentía horrorizado por lo que acababa de presenciar. Eliminar al enemigo era el trabajo y eso no se discutía, pero siempre se seguían reglas y existían líneas que no se debían cruzar más de dos veces. El hombre estaba caído, sin atacar, pero lo que más le sorprendió, fue no encontrar ni una sola gota de arrepentimiento o incomodidad en el rostro de la mujer cuando realizó la ejecución, ni siquiera cuando ella lo enfrentó con su mirada.
—Ya no había tiempo que perder —argumentó con seriedad, guardando el arma —. Hay que buscar a Romanoff.
—Agente, usted debe tomar órdenes de parte mía —habló, tratando de guardar paciencia —, no es al revés.
Alexandra lo miró a los ojos por un momento en completo silencio. Pocos segundo después, resopló.
—Bien. La encontraré yo sola.
Dicho eso empezó a caminar devuelta a la sala de controles, pero el Capitán la detuvo agarrando con firmeza su antebrazo derecho.
—Un momento —habló él buscando los ojos verdosos de ella —. Él no tenía derecho a decir esas cosas.
Podía estar enojado con Pierce y encargarse de dejar a la agente atrás en las siguientes misiones, sin embargo, también buscaba la razón que la había llevado a hacer esas acciones.
La mujer no contestó de inmediato. Se limitó a respirar hondo, inflando el pecho y paseando sus ojos por la cubierta vacía, negándose a mirar a Rogers a la cara. No podía dejar que una rabieta saltara de sus labios. Además, ella en el fondo sabía la razón principal por la que había decidido no dejar con vida al francés: SHIELD no tendría manera de interrogar a nadie. Pero eso Steve no lo podía saber.
—Da igual... he recibido peores apodos —respondió zafándose con cuidado del agarre del líder —. Ese no fue para nada original.
—Eso parece ser más una reputación que un insulto, entonces —comentó mientras los dos comenzaron a caminar en la misma dirección.
Cuando no escuchó nada por parte de la mujer que estaba a su derecha, decidió echarle una mirada de reojo. En ese momento le pareció que era más joven en realidad, caminando con lentitud y con la cabeza claramente en otra parte. Por un instante sintió cierta empatía por la fémina, quien todavía tenía una vida por delante, pero que ya estaba poniendo balas en las cabezas de las personas.
—Romanoff debe seguir estando por acá —apuntó Alexandra a la vez que se adentró al lugar destruido.
—¿Cómo supiste eso? —preguntó curioso.
—Una explosión no es sencilla de ignorar —contestó encogiéndose de hombros.
Cuando ya todos estuvieron montados y acomodados en el quinjet, a la agente Pierce le fue inevitable notar la aparente incomodidad y enojo que sentía el Capitán, no solo hacia su persona, sino también hacia Natasha. Prefirió ignorar eso y, con el cansancio trepando su cuerpo, se sentó otra vez en la esquina más alejada y oscurecida de la nave.
Sabía que no podría dormir en el trayecto devuelta a Washington DC, pero al menos intentaría descansar los ojos por un rato. El simple pensamiento de que tendría que preparar un informe sobre la muerte de Batroc y declarar un estado final a la misión recién hecha, le producía dolores de cabeza. Encima tenía que hacer dos reportes distintos.
Tal vez no pasaron más de cinco minutos cuando sintió una presencia a su lado.
—¿Se le ofrece algo, Capitán? —preguntó, se enderezó en su sitio y abrió los ojos para voltear a ver los azulinos ajenos.
—Solo... —empezó, pero pronto se quedó callado, tratando de formular la pregunta correcta —. ¿Por qué estás aquí?
Aquellas palabras no la sorprendieron.
Alexandra pudo haber escogido el camino fácil y decir que el director Fury le había puesto la misma misión, que por eso estaban en el mismo lugar. Era claro que esa respuesta sería odiada por Rogers, dado que sabía a qué se refería en realidad con esa pregunta en específico. Era sencilla, pero su significado e intención iban más allá del presente.
—¿Cuántos años tenías cuando apenas te uniste al ejército?
El rubio frunció el ceño y bajó su mirada a sus enguantadas manos.
—Estábamos en guerra.
—¿Qué te hace pensar que ahora no? —presionó bajando la mirada también.
Cuando volvió a hablar, su tono de voz fue mucho más bajo, como si estuviera confiándole un secreto al hombre que se encontraba sentado al lado de ella.
» Las guerras ahora son más silenciosas, son clandestinas. En el momento que menos te lo esperes, podría estallar una en frente tuyo.
Steve se volvió a mirar la cara de la castaña rojiza y repitió esa última frase en su cabeza. Por alguna razón sentía que debía recordarla, porque presentía que le estaba dando algún indicio de algo. Ya tenía sus dudas con lo sucedido en la sala de control con Natasha y la manera en que Alexandra parecía saber más que él sobre la situación, lo que provocó un sentimiento de inseguridad y desconfianza en su interior.
—Agente —volvió a hablar con firmeza —, si Alexander Pierce no fuera su padre, ¿qué estaría haciendo ahora?
Había sido la pregunta perfecta, solo que él no lo sabía en realidad.
Todo el cuerpo de Alexandra quedó congelado y el tren de pensamientos que usaba para situaciones como esa, parecía hacerse atascado en medio del camino.
Nunca nadie le había hecho esta pregunta y ella tampoco se había detenido a pensarla con claridad. Al principio creyó que tal vez lo que le había dicho había activado más dudas en la cabeza del hombre, y que su trabajo y vida terminaban en ese mismo instante. No podía darse el lujo de detenerse. Tenía que sacar algo pronto de sus labios o las sospechas de Rogers podrían empezar a consolidarse antes de tiempo.
—Creo que no sería capaz de preguntar por un aumento de salario al director Fury —respondió recostando su cuerpo contra el espaldar de su puesto y cerró los ojos, dando por terminada la conversación.
El rubio negó con suavidad, sintiéndose derrotado por no haber sido capaz de sacar una reacción que fuera verdaderamente genuina por parte de Alexandra Pierce. Se sentía frustrado por no poder llegar más a fondo de lo que la mujer permitía y eso solo demostraba que ella tenía el control de todas las relaciones con las personas que la rodeaban. Steve no era ajeno a la forma en que ella manejaba las situaciones, el también formaba parte de eso.
Dejó tirada la mochila que siempre la acompañaba en sus misiones y se desplomó en uno de los grises muebles de la sala de su apartamento. Soltó un pesado suspiro y se pasó ambas manos por la cara, sintiéndose demasiado cansada. Era la primera vez que pasaba tanto tiempo en ese lugar, pero era una lástima que no se pudiera familiarizar de la manera que deseaba.
En cuanto escuchó unos golpes en la ventana que daba al balcón, agradeció todavía tener puesto el traje de combate y se levantó de su sitio, desenfundando su arma de fuego para acercarse con sigilo a la fuente del ruido. Cuando distinguió la figura grande que esperaba con paciencia al otro lado, dejó salir todo el aire acumulado en una larga exhalación por la boca.
Su corazón, que ya latía con fuerza en su interior por la tensión que producía el pensar que había un intruso, no hizo nada más que acelerarse en cuanto lo reconoció. Deslizó la puerta después de haber corrido las cortinas, dejó que el hombre ingresara y se dirigió a la cocina. Prendió la luz del espacio y corrió dos taburetes para así ocupar uno de ellos. Le hizo señas al Soldado para que hiciera lo mismo y éste obedeció. Seguido de eso, deslizó una carpeta de manila sobre la superficie de cerámica en dirección a la mujer.
Alexandra observó por unos segundos el material con desinterés, antes de clavarlos en el rostro del contrario.
—¿James? —preguntó con suavidad, esperando encontrar cualquier indicio en los ojos del hombre.
Cuando no recibió respuesta por parte de él, negó con la cabeza, sintiéndose desganada y pronto una nostálgica sonrisa se formó en sus labios.
—Todavía recuerdo la primera vez que hablé contigo —empezó en voz baja, esperando activar cualquier recuerdo en la cabeza del otro.
Los movimientos tan mecánicos y calculados de Bucky no hicieron más que preocuparla y notar por primera vez lo que sucedía. Habían hecho algo con él mientras ella estaba afuera.
Hizo sus manos unos puños, comenzando a sentir un creciente enojo recorrer su cansada anatomía. Tenía que admitir que eso no lo había visto venir. Era inútil querer pensar que los hombres de su padre no pondrían en algún momento sus manos en el Soldado, sobre todo cuando ella estaba ocupada en otros trabajos. Tener al arma de HYDRA y no a Bucky sentado a un lado suyo era la prueba más clara.
—Creo que tenía como ocho años —continuó con precaución y claramente, terquedad —. Te hice chocolate con masmelos y esperé que te comieras las verduras de mi almuerzo...
Quería aprovechar esos momentos para tratar de despertar a James de su peor pesadilla. Prevaler cada instante era necesario.
Sin notar a tiempo sus acciones, una de sus manos fue a parar sobre una de las ajenas, esperando así que el hombre reaccionara a su tacto como parecía siempre hacer. Alexandra se preguntó si alguna vez lograría que se quedara con ella todo el tiempo para hacer verdaderos avances, sobre empujar a la máquina lejos y traer a la superficie al humano, a Bucky, pero también tenía que aceptar que hasta que no lo sacara de las garras de la organización, estaría andando en círculos por un largo tiempo.
Al no notar ninguna clase de respuesta positiva por parte del Soldado, la pequeña esperanza que guardó en su cuerpo se terminó de esfumar.
—No te culpo por haberme empujado esa vez —finalizó, rompiendo el inocente contacto y yendo a tomar la carpeta con ambas manos.
Claro que recordaba la sangre de esa noche. Recordaba la porcelana de los platos rota y ella apoyando sus pequeñas manos sobre pedazos filosos para poder ponerse de pie. El Soldado había actuado demasiado rápido esa noche del año 1995, y él no había medido su fuerza, empujándola lejos de la persona que había ingresado a la cocina.
Esa persona que había sido su padre, el cual tenía la costumbre de llegar en los momentos más adecuados.
No quería sobre leer más allá de lo sucedido y que cuando creció había comprendido. Había estado demasiado pequeña para saber qué había pasado en ese entonces, pero si su madurez y parte racional no se equivocaban en esos momentos, podía deducir que él tenía la tendencia de querer protegerla, sin importar quién estuviera al frente: si Bucky o el Soldado.
Abrió la carpeta y paseó sus ojos rápidamente sobre la información que le era proporcionada. No se había equivocado ese día con la misión en el Lemurian Star, lo que Natasha había hecho y la decisión tan radical que ella misma había tomado al ejecutar a Batroc. Ahora estaba más que decidida a continuar con su plan.
—Ya todo se ha puesto en marcha —susurró para sí, volviendo a dejar los materiales sobre la isla de la cocina —. Soldado.
—Listo para cumplir —fue la respuesta automática del castaño.
—Mañana deberás matar al director Nicholas J. Fury.
Editado.
¡Esto se ha pusido un desastre!
¿#TeamBuckandra o #TeamAlexteve?
Espero que les haya gustado el capítulo.
La intensidad no hará nada más que subir :D
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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