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                    Durante semanas, el entrenamiento de Alexandra con el Soldado del Invierno continuó sin interrupciones. Lastimosamente, lo único que no persistía eran la veces en las que ella tenía la oportunidad de encontrarse con James. A veces incluso sentía que no podría con aquel peso de inconsistencia y menos cuando lo que necesitaba era dejar salir su yo interno, ese que estaba roto y destruido y que, de manera casi inconsciente, buscaba alguna especie de apoyo en Bucky.

Esa noche en particular era dura.

Los ataques por parte del Soldado parecían haberse vuelto más violentos a medida que pasaban los minutos. La agente Pierce trataba de mantener aquel brutal ritmo, pero el cansancio y el desánimo ya le estaban cobrando factura.

En un gran y tonto descuido, no alcanzó ni a parpadear cuando ya había vuelto a parar bocabajo en el suelo acolchado del cuadrilátero con el brazo izquierdo torcido en un doloroso ángulo. Dejó salir un quejido y golpeó el piso dos veces con la mano libre formando un débil puño. El hombre, al percatarse de ello dejó de hacer presión y se alejó de la mujer de inmediato. Siempre lo hacía con la misma rapidez cada vez que ella se lo pedía y, a pesar de que eso muchas veces le daba esperanza a la castaña rojiza, sabía que el castaño tomaba aquello como una orden.

Alexandra suspiró aliviada y con fuerza al sentirse liberada, volteándose para quedar mirando al techo. Se quedó quieta y cerró los ojos por un momento, sin dar señales de querer levantarse pronto.

—Está distraída —dijo el Soldado con tono de desaprobación.

—Solo fue un pequeño descuido —respondió abriendo los ojos de nuevo.

—Así es como terminará muerta, agente.

A pesar de que él tenía razón, la fémina se negaba en esos momentos a dársela y solo se levantó con cierta dificultad de su posición. Al quedar sobre sus dos pies, adoptó una estancia activa y defensiva para comenzar la siguiente ronda.

—Ya estoy lista. De nuevo —pidió, sintiendo varias gotas de sudor resbalarle por el rostro, el pecho y la espalda. Como consecuencia a ello, su ropa estaba empapada y adherida a su anatomía.

El ojiazul la observó con cuidado y notó con gran facilidad las marcadas ojeras que ella poseía. No podía estar seguro de si eran las potentes luces blancas del lugar o porque ella era así de pálida, pero lo que sí sabía era que las líneas de expresión lucían bastante marcadas, lo que parecía aumentarle la edad que en realidad tenía. Ni siquiera el porte firme que ella trataba de mantener lo engañaba.

—Es suficiente por hoy —concluyó sin previo aviso y se volvió para bajarse de la plataforma.

—¿Qué? No, claro que no.

Quiso sorprenderlo y sin dudarlo se lanzó sobre el hombre, sin embargo, no había aplicado la fuerza suficiente ni una buena estrategia en su ataque, pues apenas una de sus manos hizo contacto con el Soldado, éste ya estaba reaccionando. En un abrir y cerrar de ojos, la volvió a tener aprisionada contra el suelo.

Alexandra exhaló con fuerza gracias al impacto, sintiendo el dolor del golpe extenderse por toda su espalda.

—Un respiro estaría bien —comentó en un hilillo de voz.

Parecía que el valor con el que anteriormente se había lanzado a atacar —o intentado hacerlo—, había desaparecido en su totalidad sin dejar siquiera rastro. Ahora estaba a su merced y lo tenía que admitir, por más que eso hiriera su orgullo. Ella sabía que, si él lo deseaba y quisiera seguir haciendo un punto claro sobre su falta de descanso y energía, como si no fuera demasiado obvio ya, la noquearía con suma facilidad, pero eso no fue lo que sucedió.

El Soldado agarró con su mano de metal el brazo derecho de Alexandra con firmeza, sin llegar a lastimar. Después pasó su brazo derecho por la cintura de la mujer y la alzó hasta que ambos volvieron a quedar de pie.

La castaña rojiza no había estado lista para ello, así que tropezó sobre sus propios pies, casi cayendo sobre el castaño oscuro quien se mantuvo firme. Murmuró una sencilla disculpa y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos. Cada partícula de su cuerpo comenzó a gritar al darse cuenta lo que cerca que estaban el uno del otro. Casi sentía que su espalda tenía intenciones de encenderse en llamas por la zona donde él todavía hacía contacto; su rostro debía estar sonrojado y Alexandra sabía que no sería solo por la agitación de la práctica.

Por un micro segundo deseó que el hombre que tenía en frente suyo, el que tenía su pecho apoyado contra el de ella, fuera Bucky en verdad y no un Soldado sin alma ni cabeza.

Y solo en ese instante se preguntó: ¿qué o cómo se sentiría?

De repente las puertas del gimnasio se abrieron de par en par, provocando el rápido alejamiento entre Alexandra y el ojiazul. Ambos llevaron sus miradas alarmadas a la entrada del lugar, como si en verdad los dos hubiesen sido conscientes de lo que acababa de empezar, empero la mujer no podía asegurar que eso mismo sucedía en la cabeza del Soldado. Así que neutralizó sus expresiones con rapidez y se enderezó, mostrando una vez más aquella coraza eficaz e invencible con la que enmascaraba sus verdaderos pensamientos y emociones.

—Muy bien Soldado, hora de ir a la camita —avisó Brock con un tono burlón que no pasó desapercibido por Alexandra.

El simple pensamiento de recordar el lugar en el que James tenía que dormir hacía que la sangre le hirviera con enojo a la mujer.

La agente Pierce observó con cuidado a los demás agentes que acompañaban a su mentor, los cuales tenían sus armas listas, como si a cada segundo esperaran alguna desgracia o descontrol por parte del activo. Unas tremendas y desconocidas ganas de gritarles a los demás que Bucky no era un animal salvaje y que solo era un ser humano, quizás mucho más humano que todos los presentes en el lugar, incluyéndola a ella, se instalaron en su anatomía de un segundo a otro.

Con el ceño fruncido dirigió su mirada hacia el hombre en cuestión y lo encontró concentrado, observando con ojos apagados un punto al azar del espacio, esperando la siguiente orden. Incluso ella se atrevía a pensar que esperaba el siguiente maltrato. Parecía ser que él estaba demasiado consciente de las cosas que sucedían a su alrededor, más de lo que alguna vez lo notó.

Tal vez por eso, esa noche parecía ser mucho peor que cualquier anterior, y no entendía por qué parecía dolerle el pecho con aquellos pequeños descubrimientos que hacía sobre él. No sabía si Bucky lograba reconocerla en esos momentos o si tal vez estaría teniendo algún destello de cualquier recuerdo desordenado que solo lo estaba confundiendo.

—¿Mal día o qué?

Alexandra parpadeó y llevó sus ojos al rostro de Rumlow.

—Mal año —contestó con una fría sonrisa, comenzando a quitarse la cinta protectora de los nudillos.

—Ya falta cada vez menos para la misión. La tranquilidad y el orden volverán pronto —animó el agente, a lo que los demás de inmediato estuvieron de acuerdo.

El corazón de la fémina pegó un salto en su pecho al escuchar aquellas palabras. Llevaba oyéndolas por años, repitiéndolas en su mente hasta que se convirtieron en un mantra. Por mucho tiempo había creído que nada en el mundo sería lo suficientemente fuerte como para que ella dejara de creer en los ideales de HYDRA, hasta que se comenzó a hacer preguntas y a investigar cosas que, si jamás las hubiera descubierto, tal vez no estaría en esos dilemas actuales.

—Iré a preparar el siguiente informe para SHIELD —avisó bajándose del cuadrilátero para hacer un camino directo hacia sus cosas.

Brock asintió y le hizo una seña a uno de los otros agentes, el cual tomó del hombro al Soldado y lo trató de empujar hacia la salida del gimnasio.

Algo debió haber molestado al castaño de ojos azules glaciales, ya que al siguiente segundo empujó a dicho agente lejos de sí mismo. Cuando otro se le acercó, no dudó en agarrarlo y alzarlo con el brazo de vibranio. No pasó mucho tiempo antes de que el otro hombre terminara siendo lanzado hacia el vacío cuadrilátero como si no pesara más que un simple muñeco de trapo. Ante esos ataques, los demás guardias, incluyendo a Rumlow, tuvieron las armas listas y sin seguro apuntando hacia la anatomía de Bucky, pero eso solo sirvió para inquietarlo mucho más.

En cuanto él se enderezó en su lugar e iba a dar un paso al frente, listo para defenderse de las amenazas, Alexandra no dudó en posicionarse enfrente del Soldado con rapidez, dándole la espalda y enfrentando a sus compañeros. Tenía las manos alzadas en un gesto de mandarlos a detenerse, sabiendo que no harían nada cuando la hija de su director estaba en la línea de fuego.

—Será mejor que guarden sus armas —advirtió con tranquilidad, a pesar de saber que estaba cometiendo una estupidez.

Si hubiera llegado siquiera medio segundo después, entonces James podría haber avanzado más y los agentes habrían disparado... y ella habría sido el blanco.

—Alexandra, quítate de ahí —ordenó Brock completamente tenso —. ¡Está inestable! —gritó como si eso fuera lo más obvio del mundo.

—Lo haré cuando dejen de apuntar —contestó con simpleza.

—Maldita sea —masculló su mentor entre dientes.

No hacía alta recalcar que el hombre estaba preocupado de cierta manera por ella. Todos en el lugar lo sabían. HYDRA podría ser una organización autoritaria de terroristas, criminales y paramilitares empeñada en dominar y manejar el mundo a su manera, pero incluso eso no quería decir que cierta camaradería no existiera entre los agentes. Era una tiesa amistad de años que los unía y eso no se podía negar. La fémina era muy consciente de ello.

En el segundo menos esperado, las puertas de entrada al gimnasio y cuadriláteros se volvieron a abrir de par en par. Por ella entraron muchos más agentes con sus armas listas y se afanaron en apuntar en su dirección. Alguien más había llamado refuerzos y eso solo ayudó para enojar más a Alexandra y a inquietar más al Soldado, quien tenía una estancia ofensiva detrás de la figura atlética de la ella.

—¿Es en serio? —preguntó con exasperación al mismo tiempo que observó a los demás, retándolos con la mirada a que hicieran algún movimiento en su contra.

Tal vez ella todavía no había sido capaz de vencer al Soldado, pero ninguno de los que ahí se encontraba en frente de ella se salvaba de que no pudiera patearles el trasero con facilidad.

—Agente, tiene que seguir el protocolo —recordó un guardia, dando un paso al frente —. Retírese de la línea.

—No lo haré —gruñó cruzándose de brazos. Al menos había podido desconectar cámaras y micrófonos del gimnasio cada vez que entrenaba con Bucky o ya habría creado una ola de problemas que pronto la ahogarían.

Si es que no lo estaba haciendo ya.

—Alexandra... —llamó Rumlow en la misma posición que los demás agentes, comenzando a acercarse a ella sin bajar la guardia.

Mientras que la castaña rojiza siguió plantada en su sitio cual montaña sin ceder a desplazarse, toda su vista fue obstruida de un segundo a otro cuando dejó de ver a Brock y ahora todo lo que veía era la espalda del Soldado del Invierno, quien se había adelantado y puesto delante suyo. La amenaza nunca había sido para la mujer y ella había decidido defenderlo. Lo que no se esperó fue que James decidiera ahora ser su escudo humano.

El aire se le atascó en la garganta por un momento. ¿Cuándo fue la última vez que alguien había querido protegerla de forma tan desinteresada?

—¿Pero qué demonios? —Escuchó que alguien preguntó.

No era como si ella necesitara dicha protección, pues podía hacer el trabajo sucio sola y claramente tenía experiencia en el área. La diferencia radicaba en que el ojiazul había acabado de hacer todo eso por propia voluntad, y ese era un campo que nunca nadie había pisado antes.

Ante ese repentino cambio, un silencio pesado se formó. Ya nadie estaba seguro de lo que debía hacer a continuación: si seguir las órdenes extremistas a las que estaban acostumbrados o ignorarlas para creer en lo que sus mismos ojos observaban.

Alexandra se movió por un lado de la anatomía de James para poder ver la cara de Brock, sin embargo, no logró hacer ni mirar mayor cosa cuando una vez más el Soldado se había movido para protegerla y no dejarla avanzar más.

—Yo lo llevo a su celda —dijo después de darse cuenta que no lograría que Bucky ni que los demás agentes se rindieran.

—No puedo permitir eso —contestó su mentor con el ceño más fruncido que antes —. Está actuando de una manera demasiado inestable, habrá que llevarlo a revisión.

—¡Todos ustedes se han encargado de desestabilizarlo con cada estúpida acción en su contra! —alegó con enojo contenido —. HYDRA ha pasado décadas y décadas perfeccionando esta arma. Es nuestra única y mejor oportunidad para quitar a Los Vengadores del mapa.

Inhaló profundo, tratando de no seguir perdiendo la paciencia.

» Bajen las armas ahora mismo —ordenó sin dejar de tratar de ver los ojos del agente Rumlow.

No tenía el nivel ni la autoridad para mandar como se le diera la gana a los demás presentes y agentes de la base, pero aparentemente su reputación, el momento y su manera de controlar la situación —que parecía una bomba que no iba a tardar en explotar— había ayudado a que los hombres terminaran haciéndole caso y bajaron las armas. La confusión seguía presente en el aire, pero la energía tensa comenzó a disiparse en cuanto notaron que el Soldado no hizo ningún otro movimiento que les llevara a volver a apuntarle.

—Toma las llaves y la tarjeta —cedió el pelinegro malhumorado, alzando una de sus manos que sostenía dichos objetos.

—Bien —habló moviéndose para tomar las cosas y después dirigió una mirada severa hacia los demás —. Nadie me seguirá, ¿entendido? —puntualizó alzando la voz, no solo para ser escuchada por todos, sino también para dejar en claro lo que se haría a continuación.

Esa vez no volvió a haber ninguna clase de objeción ante sus palabras y aprovechó aquello para hacerle una señal al ojiazul de que saliera antes que ella del gimnasio. En cambio, él no hizo caso y conservó la misma actitud defensiva y protectora en su lugar. Alexandra optó entonces por empezar a caminar ella misma hacia la única entrada y salida, esperando que así James la siguiera.

No tuvo que esperar mucho cuando ya sintió la presencia del hombre detrás de ella y relajó un poco los hombros, ya que eso le quitaba un problema de encima. En verdad había creído por un momento que todo resultaría siendo un desastre y agradecía que no hubiera ocurrido así. Acababa de ahorrarse dolores de cabeza y una cita del Soldado con los científicos que se encargaban de dañar sus memorias.

Cuando llegaron a las celdas, no le costó nada saber en dónde debía estar el Soldado y caminó hacia el lugar indicado con aparente calma y seguridad. Con ojos curiosos y tristes observó el reducido espacio que contenía una cama que lucía más incómoda que los sillones modernos y tiesos, mientras que al otro lado se encontraba un baño.

Mordiéndose el labio, se obligó a concentrarse en la puerta que le daba entrada al lugar y cuando la abrió, se hizo a un lado para dejar pasar al Soldado, quien hizo aquello sin musitar palabra alguna. Cerró la puerta de metal y dejó caer su cabeza entre los barrotes en señal de derrota y se quedó mirando el suelo.

Entendía que él no tuviera un gran espacio en el que descansar, dado el hecho de que pasaba más tiempo congelado que despierto, empero eso no podía ser sano ni digno bajo ninguna circunstancia. Cada vez descubría más cosas que comenzaba a odiar. Cada vez descubría lo que era tener una consciencia que no fuera manipulada por alguien más.

—Estaré bien, Alexandra —escuchó que una voz algo ronca le avisó.

Inhaló con fuerza sorprendida, sintiendo el corazón saltarle en el interior al escucharlo, pero sobre todo, por haber oído su nombre con tanta familiaridad por parte de él. Alzó la cabeza y se despegó del metal, golpeándose en el proceso por el movimiento repentino, hasta que sus ojos verdosos se posaron en los que Bucky.

Porque ahora estaba segura de que sí era él.

—¿Por qué hiciste todo eso en el gimnasio? —curioseó y se aseguró de darle la espalda por completo a la cámara que sabía que se ubicaba de manera diagonal, apuntando hacia la celda del Soldado. Así no podrían observar sus expresiones, mucho menos leer sus labios.

—No quería que se dieran cuenta de que... era yo, creo... —Contestó desganado y agachando la cabeza —. No quiero que me quiten ningún recuerdo de ti.

Ahí entendió en su interior que todo valdría la pena cuando se trataba de salvarlo a él.

La situación era complicada porque Bucky no siempre era el que estaba presente. Su mente se tambaleaba entre la cordura de lo que comprendía como su identidad y el vacío programado del Soldado de HYDRA. Esos cambios podrían llegar a ser demasiado bruscos, podrían lastimarlo de maneras inesperadas y quizás hasta irreversibles, pero al mismo tiempo, no era algo que ellos pudieran controlar por el momento, ya que era la primera vez en años que pasaba tanto tiempo fuera de la criogenización.

—Por favor no olvides lo que te prometí —pidió en voz baja, aunque sabía que el lugar no contenía micrófonos.

—Nunca.

La mirada de Bucky Barnes pareció haber terminado de quemar todo el interior de Alexandra. El azul de los orbes ajenos se intensificó y sinceró de una manera que la mujer no había creído que sería posible, poniéndola nerviosa y haciendo que su corazón diera extraños botes en su caja torácica.

Algo le decía que no solo nunca olvidaría lo que ella le había prometido noches atrás, sino que tampoco la olvidaría a ella en específico.

—Nos vemos mañana —se despidió con suavidad. Le dedicó una última mirada, antes de retomar el mismo camino para regresar al gimnasio.

Sintiendo el corazón en la garganta, la agente Pierce ingresó a la estancia de entreno para recoger sus pertenencias y retirarse de la base. Notó que todos los agentes seguían reunidos, solo que ella no le dirigió ninguna mirada a nadie, tampoco se interesó en hablar con Rumlow, quien no pensaba quedarse callado más tiempo.

—Retírense —ordenó Brock a los demás mientras se movía para quedar a pocos pasos de su pupila. En cuanto quedó a su izquierda, estiró una de sus manos, con la palma mirando hacia arriba.

La castaña rojiza alzó una ceja sin voltearlo a ver directo al rostro, dejó las llaves y la tarjeta en la mano masculina y centró su mirada en el espacio que estaba quedando vacío. Apenas se quedaron solos los dos, fue cuando decidió hablar.

—¿Sucede algo?

La exasperación y el enojo volvieron a recorrer sus venas en pocos segundos, así que prefirió poner toda su concentración en reunir sus cosas en su maleta para poder irse lo más pronto posible.

—No se te ocurra volver a hacer un juego como ese —concretó con seriedad.

—Solo ayudé a controlar una situación que se estaba yendo de las manos —contestó. Sus palabras estaban pintadas de irritación —. Además, de nada sirve que mi nuevo entrenador esté muerto. ¿En verdad crees que Alexander Pierce dejaría que aniquilaras su mejor juguete?

—No habría sido aniquilar —le corrigió cruzándose de brazos —. Tampoco habría sido algo nuevo para el Soldado, ha sobrevivido cosas peores.

—En todo caso, ya está solucionado —concluyó desinteresada, colgándose la maleta en uno de sus hombros. Antes de irse, fue cuando lo miró por primera vez desde que volvió al gimnasio —. Lo mínimo que puedes hacer es aceptar la confianza que depositaste en mis manos el segundo en el que me permitiste entrenar a solas con el Soldado.





Editado.

a-andromeda

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