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                    Las decisiones eran demasiado complicadas. El momento en el que se tenía que elegir qué hacer o no, se afianzaba en las acciones que dictarían un futuro cercano del que ella sería entonces la responsable. Por eso, mientras manipulaba las cámaras y micrófonos del gimnasio desde el cuarto de control de la base de HYDRA, porque no quería que su práctica de esa noche quedara grabada para siempre en la base de datos de la organización, supo que no habría vuelta atrás una vez empezara a mover los hilos que complementarían su plan.

Su plan.

Era extraño pensar de esa manera, sobre todo cuando se estaba moviendo con autonomía y no por órdenes de alguien más.

Había escogido un rumbo del que todavía no estaba segura, pero si no decidía empezar pronto, sabía que después no tendría el coraje ni el tiempo para hacerlo. Tampoco quería el hecho de que su madre y la mujer que pudo haber sido su hermana mayor quedaran en el olvido. Ambas habían buscado algo diferente, algo por lo que luchar y, a pesar de que Alexandra todavía no conocía la razón de por qué estaba haciendo esas cosas o las que haría después, algo en su interior parecía indicarle que era lo adecuado.

Así que puso en reboot todas las cámaras y las apuntó hacia otros puntos muertos, apagó los micrófonos, limpió los artefactos usados para no dejar huellas y, así como entró al lugar, salió disparada hacia el gimnasio. Ya se le había pasado un poco más de tiempo del esperado entre las misiones de SHIELD y colándose en los controles, por lo que corrió a través de los corredores sin importarle quién se le cruzara en el camino. Simplemente se apresuró a llegar a su destino lo más rápido posible para no levantar innecesarias sospechas, ya que la hija de Pierce siempre había llegado temprano a todas y cada una de sus sesiones de entrenamientos.

No tenía que empezar a dar razones para que los demás dudaran de ella, mucho menos antes de tiempo.

En cuanto llegó, abrió las puertas del espacioso lugar y las cerró tras de sí. Se percató que aún no había llegado nadie y se permitió respirar con más tranquilidad. Fue a una de las bancas para dejar su maletín, se sentó y empezó la rutina de vendarse sus nudillos con la cinta mientras esperaba.

En el segundo en el que las puertas se volvieron a abrir, el corazón le pegó un salto en el pecho, pero se calmó con rapidez cuando vio a su mentor ingresar.

—Puntual, como siempre —saludó el hombre.

—Ya me conoces —saludó devuelta. Nunca antes se había sentido tan hipócrita al pronunciar esas palabras.

A veces ni siquiera se conocía ella misma.

Se levantó al terminar de proteger sus manos y comenzó calentar, activando articulaciones y músculos, preparándose para lo que llegaría. Brock la observó un segundo antes de llevar su mirada a la entrada. Posó su mano derecha sobre su oído y habló.

—Tráiganlo.

La última vez que Alexandra había tenido el impulso de curvar una sonrisita nerviosa, había sido incluso antes de la muerte de Victoria Pierce. Gracias a lo anterior, se pateó mentalmente, clasificando esa sensación como algo simple e infantil, no lo que una mujer de veintisiete años debería estar haciendo o pensando.

—Estoy lista —anunció subiéndose con rapidez al cuadrilátero.

—Sus órdenes han sido bastante estrictas —dijo Rumlow cruzándose de brazos —. Es solo entrenamiento.

La mujer asintió y caminó alrededor de la plataforma, sin dirigir ninguna mirada a las puertas. Ya casi no estaba segura si podría ocultar lo que fuera que sentía si se quedaba pendiente observando la entrada, por lo que prefirió distraerse moviéndose alrededor, practicando algunos movimientos en solo. Cuando el sonido de la entrada la alertó, detuvo sus acciones y sin poder evitarlo, sus ojos viajaron a la fuente del ruido, encontrándose con los guardias que acompañaban al Soldado.

Los ojos azul frío del hombre conectaron con el cálido verde de Alexandra, robándole por un segundo el aire.

La agente se preguntó por un segundo si él llegaría a reconocerla, después de poco más de dos años congelado, aunque era consciente de que lo más seguro es que ya le hubieran borrado la memoria varias veces, contando desde que ella tenía ocho años, incluso mucho antes que eso. El suero era el perfecto factor para mantenerlo en forma, no solo su aspecto físico, sino el resto de sus órganos y HYDRA tomaba increíble ventaja con eso.

Era probable que el Soldado tuviera cualquier tipo de recuerdo de ella destruido en las sombras de su mente, pero al parecer Alexandra no quería soltar la mínima esperanza de que, por alguna razón, un destello de alguna memoria de ella renaciera en su cabeza. Justo como pareció suceder cuando estaba limpiando el desastre de Emily Sinclair en la sala de control de electrónica.

—¿Y bien? —Habló Rumlow, rompiendo el silencio que se había formado —. ¿Estás esperando a que se presente o qué?

Alexandra alzó una ceja.

—¿De mal humor tan pronto?

El hombre resopló y le hizo una seña al Soldado mientras que la fémina lo esperó en posición en una esquina del cuadrilátero. En cuanto su nuevo contrincante se instaló al otro lado del espacio, solo hubo un corto momento de quietud hasta que, sin ninguna clase de aviso o advertencia, el castaño oscuro se lanzó a atacar.

La agente se movió con rapidez, esquivando por poco el golpe que era dirigido en su dirección. Poniendo a trabajar sus músculos y memoria corporal, siguió evadiendo las ofensas del ojiazul y trató de ejecutar las suyas propias a diestra y siniestra.

Había visto al Soldado luchar en varias ocasiones. Sabía que a la hora de atacar, él no perdonaba ni esperaba, pero también sabía que ahí mismo, en esa pelea de entreno, el hombre no estaba yendo contra ella con toda la fuerza que todos sabían que contenía. Al ser consciente por primera vez de ese detalle, se distrajo, lo que le costó un último movimiento en vano, facilitándole a su contrario el poder agarrarla con facilidad para lanzarla sobre su hombro en dirección al suelo.

Alexandra aterrizó sobre su espalda en el medio acolchonado piso con un sonido sordo. El impacto provocó que se le saliera todo el aire de los pulmones y el dolor en la espalda no tardó en aparecer. Medio segundo después, la mano derecha del Soldado estaba alrededor de su cuello mientras que la otra estaba empuñada, preparada para salir disparada hacia su cara.

Aquella posición y derrota no era para nada nueva, pero la expresión del ganador era bastante diferente esa noche.

—¡Es suficiente! —intervino Rumlow.

Dicho eso, las cuatro armas de los agentes que custodiaban al ojiazul estaban apuntadas en su dirección.

Al principio la castaña rojiza no había notado eso. Había estado demasiado concentrada e impresionada observando los orbes del Soldado. Juraría que por un momento había visto algo cambiar en la mirada ajena, como si con esos grandes ojos, él le acabara de dar alguna especie de indicio de recordarla en el segundo en el que la piel de su mano hizo contacto con la del cogote de ella.

Solo por ese momento, sintió que una vez más su parte racional de la cabeza se desconectaba del resto de su cuerpo. Los ojos claros del hombre que tenía sobre ella se fueron suavizando de a poco y la agente soltó un suspiró tembloroso, sintiéndose atrapada. Pero no incómoda ni asustada.

Entonces él la soltó y se levantó con rapidez, tensionando su cuerpo y esperando otra orden.

Fue ahí cuando Alexandra se sentó y tosió una sola vez, limpiándose el sudor de la frente. Con un movimiento indicó que los demás agentes bajaran las armas y para impresión de todos, obedecieron a la mujer, incluso cuando ella no tenía el poder o la autoridad para hacerlo. Quizá ser la hija de Alexander y una buena agente colaboraba en su reputación.

—Deberían irse —sugirió levantándose, aunque en realidad se alcanzaba a captar la orden por debajo del tono de voz usado.

—Eso no es decisión tuya —contradijo Brock con el ceño fruncido y acercándose a la plataforma —. Necesita estar bajo vigilancia constante —señaló al aludido, el cual estaba caminando de un lado a otro, como si fuera un león enjaulado.

—No puedo concentrarme si cada vez que me derriba tendrá armas tras la nuca.

—Alex... esas no fueron las condiciones de tu padre.

—Rumlow, él es un arma —recalcó, tratando de probar su punto —. No solo estará pendiente del entreno, su otro 50% de concentración estará en los hombres que lo están amenazando.

De alguna manera estaba mintiendo y para ella era bastante claro, pero era algo que debía y necesitaba hacer para poner en movimiento su cometido. Parte de la razón por la que estaba yendo por todas esas molestias, era para poder tener un momento a solas con el Soldado. No en una misión, no era otro trabajo; quería y necesitaba que fuera diferente aquel encuentro.

Y al final del día, todos tenían que aceptar que sus argumentos eran válidos también.

—Puede llegar a sobrepasarte con su fuerza —advirtió el castaño oscuro. Él tampoco mentía.

—Dijiste que sus órdenes habían sido estrictas. Si salgo lastimada de aquí será por mi culpa. —Tomó aire y se encaminó para acercarse a su mentor. Una vez estuvo a menos de un metro, se agachó un poco para quedar a la misma altura que el hombre y mirarlo a los ojos sin complicación.

» De eso se trata todo esto. ¿Cómo más podría mejorar yo? Hablando de fuerza pura sería imposible ir en contra de Rogers, pero si logro encontrar la forma de usar eso a mi favor, sabes que esta es mi única y mejor opción.

Alexandra muchas veces lograba manejar a las personas a su antojo cuando quería. Su padre le había hecho estudiar mucho sobre la psicología humana, solo que con Brock no tenía que esforzarse tanto. Ambos compartían un lazo débil que hasta ahora no se había destruido. Él era el único con el que compartía más palabras que con cualquier otra persona durante el día y confiaba hasta cierto punto en él, siendo esa confianza y lazo estrictamente profesionales.

Los ojos mieles del hombre la escrudiñaron desde su posición, esperando encontrar alguna clase de duda, pero no encontró nada que resultara preocupante. Asintió con la cabeza, cediendo ante la petición de la fémina.

—Nos dispersaremos alrededor del...

—No —lo cortó Alexandra —. Fuera del gimnasio. Al menos posiciónense en el pasillo —se apresuró a aclarar antes de que Rumlow se negara y perdiera su oportunidad.

Su compañero volvió a asentir con la cabeza para después indicarle a los demás agentes que se retiraran fuera del gimnasio. Apenas éstos cruzaron las puertas dobles, Brock se volvió a observar a su pupila, todavía dudoso. Alexandra asintió de manera alentadora.

—Solo... no termines con huesos rotos. Pierce mi decapitaría si eso sucediera.

La mujer quiso refutar la defensa que su padre haría a su favor y solamente sonrió con la típica ironía.

—Creo que él se enojaría más si no cumplo con lo propuesto.

Dicho eso, Rumlow abandonó por completo la estancia, cerrando las puertas detrás de sí.

En cuanto la castaña rojiza volvió sus ojos hacia el Soldado, lo encontró ahora estático por completo, mirándola devuelta con una genuina curiosidad. Aun así, ella no pudo evitar notar que el hombre se había alejado todo lo posible, estacionándose en la esquina más lejana de la de ella.

—Te recuerdo.

Por un segundo creyó que lo estaba imaginando todo, pero la certeza de tenerlo frente a ella le señalaba que todo era real. Además, era la segunda vez que escuchaba esas mismas dos palabras por parte de él y, aunque las circunstancias fueran distintas, también lo era el hecho de que esta vez Alexandra sí le tomó importancia a aquello.

Sin poder evitarlo, sus hombros siempre tensos parecieron relajarse y comenzar a derretirse con cada exhalación. Escuchar aquello en específico no había sido algo que la mujer esperase que llegara a tener tanto poder en su cuerpo y alma. A veces le parecía que no había nada lógico en cómo reaccionaba ante él.

Al final solo atinó a mover la cabeza de arriba abajo con suavidad.

—¿Cómo es que...? —Trató de formular una pregunta, pero su mente se había quedado en blanco a media frase —. No puedo creer que me recuerdes.

El hombre frunció el ceño.

—No puedo, no puedo recordar todo —habló con voz ahogada, como si estuviese tratando de aplacar algún dolor o sufrimiento invisible por fuera, pero que era muy real y palpable por dentro, en su mente.

Estaba confundido y extrañamente adolorido y exhausto. Tenía la impresión de saber cosas que no comprendía, y estaba desesperado para que una imagen se formase en sus destruidos recuerdos y le diera el empujón que necesitaba para poder distinguir algo que resultara coherente. No obstante, en esos momentos solo eran memorias lejanas y desconocidas, sinsentido, que parecían pertenecer a alguien más.

—James —dijo Alexandra de un momento a otro —. James Buchanan Barnes es tu nombre —le confesó.

No sabía qué tipo de reacción esperaba por parte del Soldado, empero la decisión que ella había tomado en ese segundo para decirle su verdadero nombre traería consecuencias. Dudaba de si comenzar a arrepentirse de haberlo hecho, puesto que vio la manera en que las neutras expresiones del hombre comenzaron a distorsionarse en muecas de dolor, como si estuviera en una constante agonía.

Habían informaciones delicadas que podrían lastimarlo y ella no sabía cómo ser suave al respecto de ello. Era la primera vez que las intenciones que tenía no guardaban ningún daño por debajo. Al menos no intencionado.

No estaba segura cuánto tiempo tendría con el Soldado o con James, así que debía tener cuidado y descubrir cuándo hablaba con uno o con el otro. Tenía que seleccionar bien sus palabras, porque si no lo hacía, entonces todo lo demás terminaría en la basura.

—Bucky... soy Bucky.

Quizá él nunca habría llegado a esa conclusión sin ayuda de Alexandra, sin aquella cuerda salvavidas que ella acababa de lanzar en su dirección. Se sentía de alguna manera agradecido, aunque el pánico también abordó su anatomía, la cual se tensó con rapidez y descubrió. Una vez más, aquella lucha en su interior que llevaba años tratando de ganar, se desató con renovada energía.

—Esa es una gran señal —dijo Alexandra, dando un paso en dirección al hombre —. Recordar apodos de la infancia ayuda a que la identidad no se... ¿sucede algo? —preguntó al ver la manera en que la respiración de James se había comenzado a agitar.

La castaña rojiza miró por un momento la entrada del lugar, asegurándose de que continuara cerrada y después llevó sus preocupados orbes a los del ojiazul. Mientras que Bucky trataba de encontrar consuelo en los confundidos irises verdosos de la agente, aquello no calmó el creciente ritmo de su corazón o respiración, sin embargo, sintió bastante familiaridad. Nada en el universo pareció asustarle más a él que el hecho de dejar de verla a ella en específico.

Sabía que había visto esos mismos ojos en más de una ocasión, pero encontró grandes diferencias. ¿Dónde estaba ese brillo de aquella niña que una vez le ofreció una taza humeante?

Todo rastro de inocencia estaba eliminado en la mirada de aquella mujer, pues ahora llevaba la carga de una vida donde las decisiones eran limitadas e impropias, donde la libertad parecía ser nada más que algo a lo que los humanos aspiraban. Una ilusión.

—Eres diferente —comentó el hombre, tomándose el atrevimiento de observarla de pies a cabeza y viceversa.

Esas simples palabras arrebataron una sonrisa de labios de Alexandra y la obligaron a observar sus tenis con un leve rubor en las mejillas, las cuales ya estaba coloradas desde el esfuerzo físico del entrenamiento.

—Ya no soy una niña, es verdad —concordó después de aclararse la garganta.

¿Hace cuánto no reaccionaba sin tanta precaución? No podía dejarse distraer, debía avanzar.

» Muy bien, ahora necesito preguntar algo —habló de inmediato, recuperando la firmeza en su tono —. ¿También sentiste eso cuando nos tocamos? —Estaba siendo demasiado directa con sus palabras, y la verdad era que no sabía muy bien cómo hablarle. Nada le aseguraba si era el Soldado o James, por lo tanto no se podía andar con rodeos tampoco.

—Fue casi como si despertara de un sueño pesado —contestó él agachando un poco la cabeza —. Una pesadilla —rectificó —. No es algo claro, pero sí. Siento descargas de memorias desordenadas cuando eso sucede —dijo volviéndola a mirar y la mujer supo que no habían sido imaginaciones suyas. Algo se había despertado en la mente del ojiazul.

» Pero luego me sientan en esa silla para atacar mi cerebro y... no tengo la fuerza suficiente para lucharlo —confesó con pesadez.

La agente sintió que las esquinas de sus ojos comenzaron a picarle y, sin medir sus acciones, se acercó a Bucky —porque ahora estaba bastante segura de estar hablando con el hombre y no con el arma de HYDRA— para posar sus manos en los hombros de él.

—Siento mucho por todo lo que tienes que pasar —pronunció con profunda sinceridad.

El castaño se sobresaltó y se alejó despacio del toque femenino. Había sido como si algo le quemara o simplemente le costara hacerlo, a pesar de saber que debía.

—Ellos están vigilando —murmuró desviando su mirada hacia las puertas del gimnasio.

—Por favor —resopló ella cruzándose de brazos —. Lo menos que puedes hacer es darme algo de crédito. Yo misma me he encargado de que no fuera así.

Esa vez no intentó acercarse más, respetando la distancia que James había decidido mantener. De todas formas, ya se estaba regañando a sí misma por aquella manera de reaccionar sin cabeza. Tampoco tenía la voluntad de volver a hacer aquello que era completamente nuevo para ella.

—Vas a salir de aquí. Te lo prometo.

Él negó con la cabeza y frunció aún más el ceño.

—No lo harás, no puedes.

—No tienes razones para subestimarme —respondió sintiéndose ofendida.

—Si te descubren, entonces... —Pausó cerrando los ojos con una clara expresión de dolor —. Pueden matarte. No quiero que arriesgues tu vida por un caso perdido.

Su voz fue grave, parecía no querer dejar lugar para discusión, empero a Alexandra no le importó en lo más mínimo.

—Déjame hacer algo bueno por una vez en mi vida —susurró, pero pronto se recompuso —. No dejaré que me descubran, no es algo de lo que te debas preocupar. Sé cómo hacer todo esto.

Ella ya había hecho tantas cosas incorrectas que sentía que sacarlo a él de allí era lo único que podría redimirla de alguna manera; incluso cuando ya no debería tener tremenda oportunidad.

La mujer respiró hondo y trató de transmitirle solo con sus ojos la calma que James buscaba tanto. Después volvió a atreverse formar contacto y posó su palma derecha sobre la mejilla de él. Era una de las pocas veces que hacía algo con tanta tranquilidad. También sintió y vio la sutil manera en que la cabeza del hombre se recostó un poco sobre su mano, como si de forma inconsciente buscara su calor.

¿Cuándo había sido la última vez que alguien lo tocó así?

—¿Cuál es el plan? —Su tono fue bajo y tembloroso, mientras cerró los ojos. Con aquel simple gesto, le había dado luz verde a la fémina para ejecutar todos los pasos de lo que estaba planeando.

—No puedo decirte nada. Así estaremos más seguros los dos, pero por ahora, necesito entrenar —le recordó.

Pasaron los segundos y ninguno de los dos mostró intenciones de romper el contacto ni la extraña cercanía. Estaban demasiado concentrados disfrutando de aquel inocente momento que compartían por primera vez y que, a pesar de no quererlo, podría ser el único por un tiempo.

—¿Crees que puedas confiar en mí? —preguntó Alexandra.

Sin perder otro latido, James asintió.






Editado.

a-andromeda

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