09
(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: ►)
Dos años después. 2014.
► El odio y la verdad eran armas que, si eran bien usadas, podían ser el perfecto detonante de grandes desastres causados por el ser humano, que se consolidaban en formas de guerras y muerte. Ella tenía en su posesión ambas. Tenía la increíble oportunidad de manejar a su favor aquella verdad que había conocido en los últimos años, siendo empujada por el creciente odio que se había hecho un hogar en su interior.
Abrió los ojos de golpe, encontrándose con los mismos papeles que no había dejado de leer una y otra vez desde que los tuvo en sus manos por primera vez. En cada momento que su mente recordaba las historias de esas personas en específico, su corazón se estrujaba y cierto sentimiento de inconformidad e ira se incrustaba con fuerza en su cabeza.
Verdad y odio. Dos líneas finas y cortas que determinaban también las acciones de todo ser sensible.
—Amelia Pierce... —susurró para sí, observando la imagen que tenía ante ella y que formaba parte de los archivos que tanto ojeaba —. Después de todo descubrí qué era lo que te ponía tan triste en esta época del año, mamá.
Ya podía sentir llegar otro terrible dolor de cabeza.
Tantas cosas sucedían alrededor de la vida de cualquier persona, que Alexandra comenzaba a desear, más veces de las necesarias o esperadas, haber tenido la oportunidad de vivir experiencias diferentes. En días en los que sus actividades laborales eran tranquilas, le daba el tiempo suficiente para pensar —o quizás para torturarse— de cualquier manera, ella había tomado la costumbre de retroalimentar sus memorias, por miedo a olvidar quién era o quién podría llegar a ser. Apenas sentía que podía seguir el ritmo de la vida que le había tocado aceptar a temprana edad como suya, que la necesidad de poner a prueba sus propios ideales y moral resultaba más importante que ser la soldado que habían formado.
Se había convencido por tanto tiempo que lo que hacía y para qué lo hacía era para una buena y necesaria causa.
Más o menos, desde el año 2009 había empezado a acatar todas y cada una de las órdenes de Alexander Pierce, quien a su vez las formaba a partir de la visión de HYDRA. Aunque en realidad ella lo llevaba haciendo por muchos más años, quizá desde el día en que su madre murió asesinada.
¿Pero qué tan diferente sería si no fuera Alexandra Pierce?
Soltó una risa amarga entre dientes y se sobó el rostro con ambas manos, tratando de alejar esos pensamientos y concentrarse en lo que debía. Le resultaba más sencillo fingir que no tenía consciencia para poder avanzar, porque en el fondo sabía que el querer cambiar no le serviría de mucho. Podía intentarlo y hacerlo todas las veces que quisiera. Podía armar sus propias opiniones e ideales, pero sabía de sobra que al final del día, no le quedaría de otra más que estar al lado de su padre.
Aprovechar su lado más oscuro para seguir adelante parecía ser la única opción más viable para ella.
Sí, podía tener compasión por el Soldado y por muchas más personas que ni siquiera conocía. Podía sentir la necesidad de ayudar, no obstante, le aterraba ir en contra de todo lo que ella misma había ayudado a construir, porque eso significaría ir en contra de todas las cosas en las que alguna vez creyó con fiereza. Pero quedarse quieta era precisamente una de las otras tantas cosas a las que más temía. Así que en su interior se le incrustó un inexplicable temor a la inacción, lo que la llevó y ayudó a accionar sin pensar.
Todo era más sencillo cuando fingía que veía al mundo a través de ventanas, porque sabía que ni siquiera Dios tendría tanta misericordia como para salvar a alguien como ella.
Y aun así, aceptar todo aquello le producía náuseas. Pero Alexandra no sabía cómo podía hacer algo que fuera considerado bueno, cuando no tenía ni la más mínima idea de qué era lo correcto.
Unos golpes en la puerta de su oficina en los cuarteles generales de SHIELD, la sacaron sus pensamientos y con rapidez recogió los archivos para guardarlos en el primer cajón que encontró despejado. Se levantó de su silla y fue a la entrada para darle ingreso a la persona que solicitaba su presencia.
Al otro lado, en el ajetreado pasillo del Triskelion, encontró a cierto rubio de ojos azules y contextura ancha y trabajada. Steve Rogers, Capitán América.
—Buenos días, agente Pierce.
—Capitán —respondió devuelta, haciéndose a un lado para que el hombre se adentrara al lugar.
Cerró la puerta y cuando se volvió a mirar al rubio, lo encontró con la cabeza inclinada hacia su escritorio. Con el ceño fruncido siguió su línea de visión y se encontró con algo que no alcanzó a recoger de los documentos: la imagen de Amelia.
Tratando de ocultar sus ganas de saltar sobre el hombre y obligarlo a olvidar lo que sus ojos observaban a punta de amenazas que no sabía bien si servirían, caminó con recolectada calma a la mesa y la rodeó para sentarse en su silla correspondiente. Evitó mirar con el mismo interés la foto. Ni siquiera se movió para tratar de ocultarla, sabiendo que eso solo levantaría sospechas innecesarias en el soldado, cuya curiosidad era muy presente en su persona desde que había sido sacado del hielo. Despertar en el siglo equivocado debía ser confuso y lleno de sorpresas.
—¿Es familia? —preguntó con casualidad, a la vez que tomó asiento en frente de ella.
Alexandra se removió en su sitio y tragó saliva, de la forma más imperceptible que pudo.
—No. Es parte de un papeleo que todavía no he entregado —contestó demasiado rápido y cortante.
—Entonces sería extraño considerar que tiene parecido contigo —comentó sonriendo con amabilidad, como si tratara de hacer alguna especie de amistosa conversación.
Pero la cosa era que ellos nos eran amigos. El hombre era el actual enemigo de la castaña rojiza, a pesar de que él fuera ignorante de aquel detalle.
—Bastante extraño —apuntó cruzándose de brazos y recostándose en el espaldar de su silla giratoria —. ¿Se le ofrece algo, Capitán?
El ojiazul asintió un poco incómodo al escucharla. Actitudes como aquellas le hacían desconfiar un poco de la agente Pierce. Le daba la sensación de que era una joven mujer que cargaba con el universo en la espalda, empero no podía saber nada más allá que de esa suposición. Steve tenía la leve impresión de que podía leer bien a las personas, aunque con ella la situación había sido demasiado diferente durante el tiempo que llevaba conociéndola.
Trabajaban muchas veces juntos, pero eso no parecía ser suficiente. Ni siquiera Natasha Romanoff parecía poder leerla, cosa que resultaba extraña, dado que la espía era buena descifrando a los demás.
El rubio carraspeó y trató de continuar con el mismo tono cordial de siempre.
—El director Fury tiene una nueva misión para nosotros. Dado que no me pude comunicar con Rumlow, he decidido avisarte para que le informes también al resto del equipo STRIKE.
—Me temo que en estos momentos solo estoy yo presente, los demás están en otra misión.
—Pues no ha sido de urgencia, quizás solo sea de extracción y protección.
—Entonces no creo que sea necesario todo un grupo —declaró con tranquilidad a lo que él hombre asintió, dándole la razón —. ¿Hay algo más que necesite saber sobre eso?
Rogers se levantó de su sitio. Llevaba puesto su traje de combate, lo que le indicó a la fémina que dicho trabajo tendría que ser ejecutado ese mismo día. Se quejó en su mente, esperando la obvia respuesta del rubio. Mientras que Rumlow estaba en esos momentos en HYDRA, esperándola para entrenar, ella estaría atascada con el Capitán por unas cuantas horas más.
—Dentro de poco serán aclarados los detalles —completó —. Fury nos quiere en su oficina en quince minutos.
—Excelente —trató se sonreír, pero pronto volvió a su habitual seriedad —. Gracias, Capitán.
Él volvió a asentir y salió de la oficina de la agente, cerrando la puerta tras de sí.
Suspiró pasándose una mano por el cabello. Siempre terminaba con la misma extraña sensación después de pasar pocos minutos con Alexandra Pierce, sobre todo cuando no estaban envueltos en el campo de acción. ¿La razón? Todavía era un total misterio para él.
La pregunta más importante que siempre se hacía cada vez que se sentía de esa manera con respecto a la castaña rojiza era: ¿en verdad era confiable? Tenía que admitir que muchas veces le llegaba a ser ridícula, puesto que la mujer trabajaba para SHIELD. La llevaba conociendo desde que Loki había decidido invadir Nueva York con un ejército alienígena y el equipo STRIKE, junto a Jasper Sitwell, habían llegado a la torre de Stark para recoger el cetro y el cubo.
Pero, de todas formas, al mismo tiempo sentía que hablaba con una desconocida, con una firme pared de cemento.
Su respiración era rápida y pesada gracias a la agitación y el esfuerzo que había estado haciendo las últimas siete horas. Su ropa de entreno estaba pegada a su anatomía, no solo para aumentar la facilidad de sus movimientos, sino por la misma sudoración. Sus cabellos ondulados y de largo medio estaban recogidos en una cola de caballo, pero aun así, varios mechones mojados se encontraban sueltos de manera desordenada. Sus ojos verdosos lucían un poco cansados, junto a cierta palidez en su rostro por la constante falta de sueño y descanso.
Trabajar como agente doble de día y de noche no era algo sencillo, sin embargo, hasta ahora se las había apañado de una buena manera, mejor de lo que cualquiera esperaría. Los días en los que debía salir en misiones eran los más pesados, dado que debía entregar doble reporte a los diferentes directores de las organizaciones para las que trabajaba, y después llegar a la base de HYDRA para practicar sus tácticas. No obstante, sin importar cómo, una fuerza e increíble energía parecía literalmente fluir por sus venas cuando menos se lo esperaba.
Soltando un gruñido junto a otra llave, ya tenía a su mentor en el suelo del cuadrilátero por enésima vez esa noche. Para ser una mujer de contextura atlética y delgada, tenía más fuerza de la que aparentaba.
—Mierda —masculló el Rumlow levantándose después de su pupila lo liberara —. Creí que después de todos estos años me habría ganado siquiera un poco de tu aprecio.
La mujer lo observó con una ceja alzada, en posición, lista para volver a atacar.
» Es suficiente, me rindo. El tiempo pasa y pareciera que solo tú te haces más fuerte —dijo bajándose de la plataforma para ir hacia sus cosas.
—Supongo que no todo el mundo tiene la bendición de envejecer como vino fino —suspiró la mujer, secándose el sudor de su frente con su ya mojada camiseta.
El castaño oscuro detuvo la acción de tomar agua a medio camino en cuanto la escuchó.
—¿Acaso eso fue un chiste? —preguntó fingiendo una exagerada sorpresa.
—Sabes que yo no hago eso —le cortó resoplando.
—Yo tengo la impresión de que sí lo fue —comentó con voz cantarina. En cuanto terminó con su botella de agua, prosiguió a secarse la cara y los brazos con una toalla.
Alexandra lo ignoró y también se bajó del cuadrilátero.
—Necesito algo más que lo mismo de siempre —habló cambiando de tema, sentándose en la banca donde estaban todas sus pertenencias.
Sacó también una toalla de su maletín y se la colgó alrededor del cuello por la parte de atrás. Apoyó sus codos sobre sus muslos y miró a Brock con atención, esperando una buena respuesta.
No era la primera vez que decía eso. Ya estaba cansada de entrenar con las mismas personas, sentía que estaba en un punto muerto de su proceso, donde no avanzaba más, cuando sabía que todavía tenía mucho que explotar. De hecho, a veces parecía que ella fuera la instructora de algunos otros agentes. Rumlow podría haberle enseñado la mayoría de las cosas que ella realizaba, pero en el momento en el que empezó a vencerlo en su propio juego, supo que ya no tenía nada más para aprender de él.
—Ya me cansé de tenerles lástima —terminó con una sonrisa burlesca.
Todo humor sencillo y ligero no hacían parte de las intenciones de Alexandra. Mientras podía fingir que era broma, en realidad lo que expresaba era la verdad, su verdad. El tono de voz que usaba y la actitud con que lo acompañaba se le sumaban a un aura cínica, en donde ella era la experta usando esos detalles a su favor.
¿Una sonrisa real? No era algo que ella acostumbrara a curvar en sus labios.
—Lo sé, lo sé —contestó el hombre asintiendo —. Ya he hablado con tu padre sobre eso y... le propuse lo que tú me dijiste.
—Y así es como seguiré pateándote el trasero por el resto de la eternidad. —Torció los ojos, antes de pasar su interés a guardar sus cosas para retirarse del lugar.
—¿Escucharás la respuesta?. —La agente Pierce asintió, quedándose en silencio —. También le dije que deberías innovar tus habilidades con el Soldado del Invierno.
Su corazón pareció saltar en su pecho ante la mención de... ¿el prisionero de guerra? ¿James? ¿El mejor amigo de Rogers? Después de todo, pensar que lo volvería a ver hacía que todo su interior despertara inesperadamente y empezara a sentir que su parte racional parecía querer desconectar de nuevo, agarrándose con fuerza de la emocional que llevaba enterrada por años.
Alexandra bufó, tratando de ocultar la manera en que su mente comenzó a correr con diferentes ideas. Una de ellas, que no dejaba de darle vueltas.
—Apuesto a que declinó la maravillosa oferta.
—Perderías hasta tu casa con esa mala apuesta —bromeó —, porque aceptó.
La mujer posó sus incrédulos ojos en el rostro de su mentor.
—Creía que lo habían llevado devuelta a Europa...
—¿En verdad crees que Pierce no lo traería devuelta en estos meses?
La mujer asintió una única vez, dándole la razón a Rumlow.
En cuando los dos agentes se terminaron de organizar, salieron del gimnasio y se adentraron en los pasillos grisáceos de la base de HYDRA en Washington DC. A pesar de ser media noche, el lugar nunca permanecía solo, por lo tanto, no tardaron en encontrarse con personas caminando en el lugar.
No era como si hubiese tiempo para descansar. El proyecto más importante en los últimos años estaba a poco tiempo de ser ejecutado.
—¿Conoces su historia? —curioseó el hombre de un momento a otro.
Ella se encogió de hombros.
—Lo único importante es que tiene el suero del Capitán Rogers —contestó con fingido desinterés.
Claramente sabía mucho más de lo que se permitía mostrar. No solo había terminado de saciar su curiosidad visitando el Instituto Smithsoniano donde había establecida una exposición del Capitán Rogers, centrándose en la sección que era dedicada a los Comandos Aulladores, lugar en donde encontró más información sobre el Soldado. Ahí había descubierto lo que por mucho tiempo había pasado por alto gracias a su ignorancia en ese entonces: la historia de un hombre que vivió una vida tan humana como la de cualquier otro en su época. Fue ahí donde habían perfectas pruebas de lo que ella sospechaba sobre la organización clandestina a la que le había dedicado tantos años de su vida.
Resultaba ser que aquel hombre de ojos glacialmente azules y vacíos de cualquier especie de sentimiento o identidad, era nada ni nada menos que una víctima que cayó en las manos equivocadas.
—¿Dijo algo más el director sobre entrenar con el Soldado?
—En realidad no aceptó la propuesta tan rápido —aclaró —. Puede que hayas ido a misiones con él antes, pero nunca has luchado en contra suya. —En ese momento se detuvieron frente a las puertas del ascensor —. Pierce piensa, y sinceramente no es el único, que te puede llegar a matar.
—¡Eso es ridículo! —exclamó con exasperación ingresando al elevador, seguida de Rumlow quien la observó con extrañeza —. Dentro de poco el Proyecto Insight será llevado a cabo. Tarde o temprano se tendrá que luchar en contra del Capitán América, un súper soldado.
—Y todo este tiempo lo has tenido bajo la mira.
—Tú mismo lo acabas de decir: misiones juntos, nunca en contra —recalcó —. ¿Cómo vencerlo si no tomamos oportunidad de la ventaja que hay con el soldado que tenemos bajo nuestro control?
Ignoró el sabor amargo que se instaló en su boca y miró la forma en que el castaño se cruzó de brazos, después de escucharla declarando sus puntos de vista. No necesariamente estaba en desacuerdo con ella, pero sí alcanzaba a observar algo diferente en la actitud de la fémina. Alzar la voz no era algo que ella hiciera mucho y él lo sabía de sobra.
—De todas formas, la solicitud fue aceptada —le recordó con paciencia —. Sabes que eso señala que serás tú la responsable de que todo salga como ha sido planeado, ¿no?
—Y no será la primera vez que yo acepto el reto.
Dicho eso, las puertas de la caja metálica se abrieron de par en par y Alexandra Pierce salió de ahí, después de despedirse de Brock. Poco tiempo después se encontraba en su carro rumbo hacia su apartamento en absoluto silencio exterior, mientras que su mente no dejó de hacer ruidos.
Era impresionante cómo una inesperada y aterrorizadora idea se había colado en su línea de pensamientos.
Estaba emocionada y asustada, una combinación que ella conocía bastante bien. Mientras que esa misma mañana había estado taladrándose la cabeza para encontrar ese punto que podía ser considerado correcto, ahora sentía que lo había hallado. Alexandra sabía muy bien que la puerta de las oportunidades era demasiado angosta y que solo se abría una mísera vez, pero lo que la motivaba ahora era una razón y un objetivo bastante claros.
Tenía que formar una nueva fachada, no obstante, si pareciera o no, Alexandra Pierce iba a tomar una decisión propia que se negaba a seguir ignorando.
Toda su vida se había dejado arrastrar por las decisiones de otros, dejándose llevar al lado oscuro, el cual parecía ser el único que conocía.
¿Adónde terminaría después de hacer lo menos esperado?
Editado.
a-andromeda
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro