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Capítulo nueve.

LUZBELL Jayán rastreó al escurridizo conocedor después de que este se les escapara por milésimas de segundo en las Cuevas de Génesis. Lo encontró en Urano poco después. No exactamente a él, sino a su huella existencial. Con esta nueva información Luzbell alzó vuelo junto a él; a cada minuto que pasaba lo detestaba un poco más. 

—¿Crees que él nos de la información necesaria?—le preguntó Luzbell, buscando la mirada de su acompañante—Sabe bien que Ciclio también lo está buscando, y no creo que quiera enfrentarse a su ira. 

—Lo hará. Nos dirá lo que necesitamos saber sobre el elemento. Tengo mis técnicas, y estas nunca fallan. Créelo—le contestó Jayán. 

Y quiéralo o no, a Luzbell se le erizó la piel. Había algo en el centinela que lo intimidaba y eso no era fácil de lograr. Este parecía carecer de propósito, solo hacia lo que hacia por una obsesión enfermiza con su persona; no por gloria, ni por poder propio y esto a su parecer podría traerle muchos inconvenientes futuros. 

—¿En que piensas, belleza?—inquirió Jayán unos minutos más tarde. Seguramente al notarlo tan perdido en sus pensamientos. 

—Nada en especial, solo proyecciones del mañana—le respondió pensativo. Luego se giró para verlo a los ojos—Jayán... No me digas belleza, ni hermosura ni delicia, ni nada que se le parezca. Soy un hombre, no una muñeca. Fui el más temido caído que conoció la tierra y el comandante de las Fuerzas Satánicas por miles de años, ¿entiendes eso? 

El aludido solo se carcajeó sin darle importancia a la advertencia detrás de sus palabras. —

Me follo a una jodida estrella, lo sé y lo entiendo bien. Y sabes algo, te llamaré como quiera, te usaré como me plazca y cuando se me antoje. Porque... Luzbell, tú no tienes poder para hacer absolutamente nada al respecto—le dijo—Así que no vuelvas a dirigirte a mí de esa manera. Tengo amor y solo amor en mi corazón para darte. No conviertas eso en una sentimiento menos propicio y mucho más peligroso para ti. 

Luzbell solo lo miró por un momento con toda la intensidad que podían despedir sus ojos claros. La sonrisa que le siguió fue conciliadora, con ese deje tan suyo de seducción. 

—Jayán, no te enfades conmigo. Soy tuyo, lo sé y lo sabes—suspiró—Esta bien, dime como quieras. Me han llamado de maneras horrendas en estos siglos pasados sin siquiera conocerme. Un "belleza" no va a matarme. 

El Centinela sonrió complacido. Una de sus grandes manos tomó el delicado rostro de Luzbell para acercarlo al suyo.

—Tienes razón, eso no va a matarte, pero la contenida pasión que produces en mi entrepierna quizás si lo haga.Luego de su burda declaración solo comenzó a carcajearse. Como odiaba Luzbell ese sonido. Como odiaba a ese maldito.Se obligó a sonreír en respuesta, y respirando hondo volvió su mirada a el frente. Por un momento cerró los ojos y visualizó una escena en su mente. Era la imagen del Centinela desangrándose a sus pies mientras él sostenía en su mano aquel pedazo de carne del que se jactaba tan vulgarmente. Él vería que se hiciera realidad, costara lo que costara.


PILAR


Marianne volvió a la mañana siguiente preocupada, igual que Nora, por las visiones que la acosaban. 

—¿Así que volvió a suceder?—le preguntó con un tono que transmitía empatía.

—¿Quieres que llame a un sacerdote? quizás él pueda liberarte de esa presencia satánica. Pilar la miró a los ojos y esbozó una sonrisa débil antes de darle una respuesta. 

 —No Marianne... Sabes, ya no estoy tan segura de que quiera lastimarme, más bien parecía que quería decirme algo. No sé qué. La última vez me miraba con sufrimiento, y hasta casi podría decir que con... Amor. 

—¿Amor?... No entiendo a que te refieres ¿No será que te estas perdiendo bajo su hechizo de seducción? 

—No. Bueno, no lo sé. Estoy tan confundida—confesó con desgano y su prima asintió sin acotar más nada.

Horas después desayunaban juntas en un silencio solo roto por el sonido tintineante de los cubiertos de plata al ser usados con delicadeza. 

—Señorita Pilar, el joven Hamond se encuentra en la entrada. Quiere verla—le informó Jeofrey y ella le indicó que lo hiciera pasar. Vestido con un elegante traje negro que contrastaba con una blanquìsima camisa y un corbatín azul, su prometido se acercó a ella con un gesto de preocupación perturbando sus bellos rasgos. 

—Perdona el haberme presentado sin avisar, Pilar. Pero Vera encontró a Nora en el mercado y esta le relató los padecimientos que estas sufriendo. 

Pilar negó con la cabeza, los chismes del servicio parecían correr rápidamente. 

—No te inquietes Uriel, agradezco tu preocupación ¿Quieres quedarte a almorzar?— le preguntó con un sonrisa agradecida. Antes de que él respondiera ella notó de reojo a su prima (más a bien a su sonrojo y al sonido ansioso de su respiración) La vio erguirse en la silla y adoptar una pose coqueta. No se inquietó ni sintió celos. Esas emociones iban de la mano con el amor, y a ella no la había tomado de la mano. 

—Te lo agradezco, pero tengo cierta inapetencia desde hace días. Te esperaré en la sala, y podemos conversar cuando concluyas dando un paseo por el jardín. 

—Por supuesto, iré en unos minutos. 

—Allí te esperaré—dijo él y después con un movimiento de su cabeza las saludo, antes de dirigirse a la sala. La exclamación que anticipó de Marianne no se hizo esperar. 

—Es tan lindo. 

—Lo es, es verdad—concordó. Lo que siguió lo dijo en un murmullo—Y ahora es mi prometido. Mariane abrió la boca con incredulidad al oírla; parecía querer decir algo pero no encontrar las palabras. 

—¡Y recién ahora me lo mencionas!—exclamó al fin—¡Seras la señora Hamond!... Qué afortunada eres prima. Su tono era dulce, sincero, casi musical; una ambivalente melodía de alegría y pena. 

—Tienes razón, lo soy. Pero baja la voz, no quiero que él nos oiga cuchichear a sus espaldas. 

—¿Estás feliz? 

—Me hubiera gustado casarme por amor, y lo sabes, pero si, sé que el indicado... 

—Quizás no lo ames ahora pero ¿ cuánto puedes tardar en enamorarte de un hombre como él?—le preguntó Marianne interrumpiéndola—Yo lo hice a los treinta segundos de conocerlo. 

 Pilar se rio. Adoraba a su prima. 

—Ay Marianne, ya aparecerá aquel que llene ese anhelo tuyo de romance eterno. Este...—dijo ella señalando hacia la sala con disimulo—ya está enlazado. Así que, te amo prima, pero búscate otro candidato.

Las dos siguieron bromeando y riendo aun durante el almuerzo. Su compañía logró que Pilar olvidara por un momento aquel extraño suceso que perturbaba su vida. Cuando Marianne se marchó ella y Uriel salieron al jardín a dar un paseo. 

Las amapolas perfumaban el aire con delicadeza. Sus flores de pétalos arrugados en botones de rojo intenso le hicieron rememorar algo, pero no supo qué.

—¿No crees que haya alguna otra explicación más verosímil para lo que te está sucediendo?—le preguntó Uriel, luego de que le relatara resumidamente sus encuentros con lo que sea que fuera Hariel, como le dijo se llamaba el demonio. —¿Cómo que es un producto de mi invención? ¿O alguna clase de sugestión? 

Uriel encogió los hombros con suavidad. 

—Algo como eso, sí. No estoy diciendo que seas una mujer fantasiosa ni mucho menos. Una de las razones de mi interés por ti es justamente que seas tan centrada y realista. Pero que un demonio infernal quiera tener contacto contigo, pues es algo un tanto...

Pilar completó su oración. —Difícil de creer. Lo sé Uriel, pero hablo con total veracidad... ¿Y si te quedas esta noche conmigo para verlo con tus propios ojos? Ante su propuesta vio a su prometido palidecer y abrir con asombro los ojos. —Pilar, ¿qué dices? ¿Cómo podríamos estar solos en tu cuarto? Eso es impensable. Ella suspiró. Sabia que necesitaba encarecidamente que alguien aparte de si misma lo viera. Marianne no tenia permitido quedarse mucho tiempo, pero Uriel tenia la libertad de hacerlo. Necesitaba corroborar que su cordura aún estaba intacta, que Hariel no era un fruto de su mente... Lo necesitaba. Se frenó en ese momento y decidió usar una de las técnicas persuasivas femeninas que había visto de lejos pero jamás empleado. Se acercó a Uriel levantando su rostro, pues él era unos viente centímetros más alto. 

—Por favor. Te necesito. 

Notó que su respiración se aceleraba y que su pecho se elevaba más rápidamente por la agitación de su osada cercanía. 

—Pilar, no creo que... 

 —Uriel. Hazlo por mí. 

Posó el verde de sus ojos en el avellana de los suyos, y sintió un cosquilleo en el estómago al hacerlo. De cerca era aún más apuesto. No se dijeron nada por unos segundos y luego el solo sonrió y bajó su rostro hasta el suyo, hasta llegar a sus labios entreabiertos para atraparlos en un delicado beso. Su boca sabia dulce, como a caramelo. La besó despacio y lento. Olía a manzana y sabia a fresas. Realmente la sorprendió. 

—Yo... Lo lamento mucho—empezó a disculparse ni bien se alejaron sus labios. 

—Yo no—respondió ella y Uriel soltó una pequeña risa. Luego tomo con timidez una de sus manos y siguieron caminando. 

Su método quizás fue un poco atrevido pero funcionó. Uriel decidió quedarse a custodiarla esa noche. Con algo de suerte seria testigo de su repetida visión.

Tuvo que dejar a una refunfuñona Nora abajo, quejándose de la indecorosa presencia de su prometido en su cuarto, y subir con él luego de cenar. 

—Aún sigo pensando que esto no es correcto, Pilar—le repitió Uriel, traspasando la puerta con una marcada reticencia. 

—No haremos nada impropio. Conoces mis razones a la perfección. 

—Sì, pero si se supiera tu reputación se vería muy afectada. Él parecía realmente muy preocupado. A ella en ese momento su reputación era lo último que le preocupaba. 

—Pero no lo sabrán—dijo para tranquilizarlo—Ahora siéntate, que iré al tocador a cambiarme-. Antes de cerrar la puerta del tocador vio que Uriel se sentaba rígido en una butaca cerca de la ventana. 

Sonrió, seria fácil tomarle cariño. Era adorable. 

Poco después volvió con una bata cubriendo su camisón. Su novio al notar su vestimenta se ruborizó y volteó su rostro hacia la pared para permitir que terminara la tarea de prepararse para dormir. Ya estaba acostada y con las mantas hasta el cuello cuando lo llamó. 

—Ya puedes ver—dijo, y al notar que no cambiaba de posición repitió el mensaje—Uriel, ya voltéate. 

Se terminó girando aunque lo veía incomodo y nervioso. 

—Duérmete Pilar, estaré aquí cuidándote. Esas palabras, y la seguridad detrás de ellas bastaron para que luego de darle las buenas noches cayera en un profundo sueño.

No supo cuantas horas pasaron, pero cuando abrió los ojos aun era de noche. Ubicó la razón de su despertar; era una pequeña luz que conocía bien y que comenzaba a ensancharse. 

—Uriel—lo llamó. Se había dormido—Uriel, despierta. 

Su prometido se despertó sobresaltado; su ojos fueron primero hacia ella, después al lugar en que estaba su mirada. Frunció el ceño ante esa luz. Una de sus manos tomó uno de los veleros de bronce que estaba sobre su mesa de noche. 

—¿Qué es eso? 

—Así empieza—le dijo Pilar y luego mirando su improvisada arma le cuestionó.

—¿Para que quieres eso? 

—Para golpearlo con él si sale. 

—No creo que eso le haga nada—le advirtió ella. 

 En ese momento lo vio aparecer en medio de aquella inexplicable luminiscencia. Él la miraba con esa mezcla de sentimientos y dolor al que ya se estaba acostumbrando. Alargó su mano hacia ella. Ella lo observó a detalle como nunca antes. Era increíblemente hermoso.

—Pilly...—la nombró en un jadeo. 

Su estado era peor; sus brazos y manos tenían heridas sangrantes. La sangre también brotaba de sus oídos y labios. Todo en él era rojo... Como aquella amapola.

Miró su mano y supo lo que debía hacer. Saltó de la cama ante la incrédula mirada de Uriel y se acercó hasta estar frente a él. 

—Hariel...¿ Qué quieres de mí? 

—No puedo soportarlo más. Toma mi mano. 

El eco de su voz, lejano y electrizante resonó en aquel cuarto. Hubo un segundo de duda, no más, y en el notó a su prometido que se acercaba hacia ellos con decisión. 

 —No lo hagas—le pidió Uriel. Interpretando, y bien, sus intenciones. Pero ella lo hizo.

Antes de que una fuerza avasalladora tirara de ella hacia el interior de aquella luz sintió que Uriel tomaba su otra mano, tratando en vano de retenerla en su lugar. Luego todo brillo. Todo se hizo nada... Y todo escapó de su control.

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