Capítulo 7- El primer ataque
— ¿Entonces están seguros?— preguntó Viktor, intentando asegurarse de todo. Normalmente era Nathaniel quien se encargaba de estas cosas, pero a él no le quedaba otra opción. No confiaba en más nadie para algo como esto.
— Sí, ya te lo he dicho— aseguró Amelie por tercera vez. No entendía por qué el desespero de Viktor.
— Si sucede algo llámame a mi número privado— ordenó a la mujer. Las cosas siempre eran así con él y ella lo sabía.
—¿Qué pasó con Nathaniel?— interrogó, extrañada de que no fuera el hombre de gafas quien la llamase.
— Está indispuesto por el momento— fue la respuesta sin detalles de Viktor, aunque ya debía de estar acostumbrada.
— Viktor— dijo con tono preocupado— ¿Qué está pasando?
— Te llamaré si cambian los planes— respondió él con firmeza, obviando la pregunta y colgando la llamada.
Se dejó caer en el respaldo de la silla, llevando su cabeza hacia atrás y aspirando con fuerza del cigarro que tenía en la mano. Era un vicio malo, pero no podía evitarlo, lo necesitaba prácticamente. Meditó todos los eventos de las últimas 72 horas y sabía que lo que vendría solo podía ser peor.
El encuentro con Alexandra le había dejado claro que eran personas totalmente diferentes ella y Alexis, pero no sabía qué tanto podía confiar en ella. ¿Siendo diferentes, podía confiar en ella siquiera? Demasiadas preguntas sin respuesta en tiempos confusos y de riesgo. Ninguna medida era poca.
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La noche había pasado sin más novedades y Alexandra desayunaba en el restaurante del barco con tranquilidad. Sabía que Hideki no le fallaría y se mantenía serena sobre que la policía supiera quién era ella. Por el momento no habían hecho ningún movimiento y mientras eso estuviera así, no había más por hacer que esperar.
— ¿Puedo?— la melodiosa voz de Feing Long le llamó la atención mientras él señalaba el asiento al frente de ella, había tomado una mesa de dos plazas cerca de la ventana para ver el sol y el mar mientras pudiera disfrutarlos.
— Claro— indicó ella, apreciando el escultural cuerpo del chino mientras vestía unos sencillos pantalones de hilo blanco y una camisa azul celeste, con las mangas remangadas hasta la mitad de los antebrazos.
Feing retiró las gafas oscuras de sus ojos, subiéndolas a su cabeza. Le daban un aire casi femenino, con su larga cabellera negra recogida en una cola de lado suelta, que dejaba algunos flecos libres.
— Quisiera un café latté y unos panecillos de moras— le indicó a uno de los meseros que pasaban por allí, que de inmediato tomó su orden aunque esa no fuera su mesa. ¿Cómo decir que no al dueño?— ¿Qué tal se amanece?— preguntó con tranquilidad, apreciando el cabello recogido en una media cola que enmarcaba el rostro ligeramente maquillado de Alexandra.
Ella vestía un vestido sencillo, color beige, de corte cuadrado en el escote, pero cuya tela era liviana para poder soportar el calor que proporcionaba el mar. Había cierto frío pues estaban en noviembre, pero ella estaba acostumbrada.
— Supongo que de la misma forma en que amaneciste tú— respondió tranquilamente, disfrutando de sus panqueques rebosantes en jarabe.
— Yo no pasé una noche divina con Viktor Löwe clavándome hasta el fondo, así que permíteme discrepar— Alexandra ni se inmutó por el comentario. Le hubiese extrañado más que Feing no lo supiera y entre ellos nunca habían sido dados a las discreciones.
— Eso me hizo dormir relajada, pero no cambia nada— respondió sincera y era cierto.
Sus pulsaciones mentales habían parado, no sabía decir si por las pastillas o porque Alexis se calmó al sentir su cuerpo unirse al de Viktor nuevamente, pero lo demás seguía igual.
— ¿A qué debo el honor de tu compañía en mi desayuno? No creo que te me unieses solo para hablar de mis compañeros de cama— el mesero interrumpió sirviendo la orden de Feing, este esperó a que el joven se retirara antes de responder.
— Quería acompañar a una amiga— dijo, llevándose un panecillo a la boca y mordiéndolo, disfrutaba de Alexandra levantándole la ceja con mirada divertida, sabiendo que él mentía— La policía ha empezado a buscar a John Franco— dijo finalmente, sabiéndose a salvo en ese momento, mientras que Alexandra detenía a medio camino el tránsito de una rodaja de naranja hacia su boca.
— ¿Quién dio la pista?— preguntó, esperanzada de que él lo supiera.
— Sé lo que piensas y no, Vitrano no pudo ser— respondió Feing a su pregunta mental— estuve con él toda la noche jugando en el casino. Para cuando me avisaron que la policía empezó a buscar al sujeto, Vitrano todavía no había ido a su camarote.
— ¿Entonces?— Alexandra detestaba equivocarse. Claro, el que no fuera Vitrano quién pasara la pista, no significaba que él no estuviera involucrado.
— No lo sé— admitió Feing, tomando de su café con un lindo dibujo de una rosa, ese era el símbolo de su mafia. ¿Quién lo diría? Nadie que conociese lo letal que podía llegar a ser, lo hubiese adivinado— Nadie habló por celular ni envió mensajes diciendo nada respecto a esto.
— Escuchas nuestras conversaciones— no era una pregunta, porque Alexandra ya había pensado que la idea de llevarlos a alta mar era precisamente poder realizar hackeos como aquellos sin ser detectados o que los informáticos de cada mafia pudiesen detenerlos.
— ¿Qué te interesa a ti lo de Löwe?— intervino Feing, sabiendo que ella lo afirmaba precisamente porque el que él tuviera los teléfonos intervenidos, significaba que había escuchado sus conversaciones.
— No es a mí— esa respuesta bastaba para que Feing Long entendiera.
— ¿No crees que es hora de enfrentar la realidad?— su semblante se volvió repentinamente serio.
Pese a lo que se pudiese pensar, él sí se preocupaba por ella, por ambas. Una pulsación chocó en la cabeza de Alexandra, haciéndola derramar algo del jugo natural que tomaba en ese momento y llevando ambas manos a sus sienes.
El pulso se le disparó, se puso lívida y literalmente sentía como si le martillaran la cabeza mientras su cuerpo temblaba. Pudo percibir levemente una mano envolviéndola por los hombros mientras la hacían poner de pie. Recargó su peso en el cuerpo que la ayudaba, permitiéndose sentir entre sus mareos la luz del sol golpeando su piel y el olor a salitre aumentar.
Su respiración desigual había empezado a calmarse a medida que sentía afianzarse el agarre en su cuerpo y recibía caricias circulares de unos dedos en su espalda. Tenía su cabeza escondida en el pecho de su acompañante y el ligero olor a rosas le llegó, pudiendo notar que quien la ayudaba era Feing Long.
— Lo siento. No pensé que luego de tanto tiempo todavía tendrías esa reacción— era una disculpa sincera. Él jamás querría hacerle daño.
— Está bien— contestó ella, tranquilizándolo mientras sentía el control volver a su cuerpo.
— No, no lo está— respondió Feing Long, apretando más el abrazo alrededor del cuerpo de Alexandra.
Podía decirse que era la única persona con quien ella se permitía verse débil, ni siquiera Hideki había visto de ella lo que Long. Nunca había interiorizado mucho eso a decir verdad.
— ¿Puedo pedirte un favor?— su voz salía suave y baja. Cada que cosas así pasaban, ella perdía ligeramente la capacidad de mantenerse fuerte, pero con el tiempo había aprendido a recuperarse más rápido.
— Lo que sea— aseguró él en ese tono determinado de siempre.
— Necesito que asegures a Akina. Ella no merece que nada le pase y no quiero que esté en peligro— pidió lentamente— es mi madre, la que reconozco como tal, pero si la muevo yo…
— Estará a salvo— afirmó Feing Long sin dejarla terminar de hablar y Alexandra supo relajarse finalmente con eso.
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Había pasado el almuerzo en el camarote para recuperarse totalmente del episodio con Feing Long, eso había sido intenso y para nada quería repetirlo. Apangando la colilla que quedaba del cigarro y tomándose con el último trago de la copa de vino la pastilla correspondiente, salió de la habitación para caminar por el crucero.
Sus sandalias de plataformas de cuero de color amarrillas le daban un aire extraño a alguien tan seria como ella y eso fue algo que atrajo la atención de cierto rubio.
— No pensé que te fuera ese color— comentó, como si fuera un experto en modas. Alexandra no necesitó mirarle para reconocerle.
— Parece que juntarte con Ekaterina te ha enseñado a diferenciar modas en una mujer— respondió, aminorando el paso para que Dmitri se detuviera a su lado.
— Ella me contó lo que le dijiste en ese entonces, o bueno, lo que Alexis le dijo— se corrigió con rapidez y Alexandra agradeció que tuviese la delicadeza de marcar las diferencias.
— ¿Ya dejaste de verla como la niña que no es?— preguntó Alexandra, en un tono que dejaba claro la verdadera naturaleza pervertida de su pregunta.
— Estoy empezando a hacerlo— admitió sinceramente Dmitri, captando la pregunta perfectamente. Se sentía cómodo hablar con ella, aunque no fuera a quien conoció.
— Hazlo rápido— le apuró Alexandra— más de uno de tus hombres hace mucho que lo hicieron— está vez su tono era más bien maternal. Podía sentir como Alexis había sentido genuina preocupación por la chica y esto se reflejaba en ella, por más que no quisiera.
— No la tocarían. Saben que está prohibida— declaró firmemente Dmitri.
— Eso solo la hace más deseable— se rio Alexandra como si él fuera un niño tonto— imagínatela sola, llorando porque el amor de su vida no le hace caso. Pensando que es porque es una niña nada atractiva en comparación con las mujeres con las que sabe que te has acostado, yo entre ellas, incluso con aquellas con las que te ha visto o escuchado acostarte, ya que no eres dado a la privacidad y discreción dentro de tu territorio. Pese a que nadie antes había podido decir que tenías alguna relación, resultó ser que entre tus áreas de poder todos conocían tu vida depravada.
Por el tono de Alexandra, parecía más bien una acusación y a la vez una forma de felicitarlo. No muchos lograban ese nivel de discreción en ese mundo. Sin embargo, no por eso se detendría, torturaría al ruso definitivamente.
— Es un blanco apetecible de muy bien ver, atractiva y esa inocencia solo la hace aún más llamativa. ¿Cuánto crees que resista uno de tus hombres hasta caer en la tentación de consolarla? ¿Cuánto crees que resista ella antes de dejarse consolar por alguien que le da la atención de mujer que ella busca que tú le des?
Alexandra disfrutó de manera desmedida como el rostro de Dmitri expresaba todo su entendimiento. Pasó de la incredulidad a la realidad, a la furia consigo mismo y con la imagen mental que se creaba y finalmente, al miedo por la alta posibilidad de que algo así pasara, pues sus hombres habían visto más de una vez como él solo trataba como una niña a Ekaterina.
Alexandra decidió darle el empujón final. Había visto como entre los hombres que acompañaban a Dmitri no se encontraba su mano derecha. Eso solo significaba una cosa.
— La dejaste con Caius, ¿cierto? Sé que le perdonaste desde lo que pasó con Viktor y que incluso es tu mano derecha— Alexandra jugaba con el filo del cuchillo, era hora de clavarlo profundo— Por los recuerdos que tengo, era alguien muy atento con Alexis, todo un caballero. Un hombre digno y fuerte, que te hacía sentir segura y protegida. No soportaba que Alexis se sintiera mal por nada y la ayudaba. ¿Crees que será igual con Ekaterina?
El gruñido exasperado, acompañado de la mano temblorosa que pasó Dmitri por su cabello rubio, le hizo saber a Alexandra que había cumplido su cometido. Dmitri se veía desubicado, enojado, fuera de sí. Esto era bueno porque significaba que ya había descubierto algo que proteger y de esa forma podía evitar una desgracia con las garras de la policía y un traidor encima de ellos.
Sin mediar palabra, solo dándole una mirada furibunda a la nada, Dmitri se alejó de ella a la vez que marcaba un contacto de su celular. Alexandra sonrió triunfal.
El sonido de alarma, que todos habían activado en sus celulares para que sonaran en caso de emergencia, hizo presencia en ese momento y Dmitri giró mirando a Alexandra mientras todavía hablaba por teléfono. Ambos traían expresiones de alerta.
Dmitri colgó rápidamente y tomó a Alexandra de la mano, corrieron hacia el salón principal, a donde Feing Long les había indicado que debían de ir en caso de que las alarmas sonaran.
Llegaron a la vez que Francis, los demás ya estaban dentro y por la apariencia devastada de Woo Bin y el semblante perturbado de Viktor, que siempre se mantenía con cara de póker, Alexandra supo que algo iba jodidamente mal. Cuando entraron, la puerta automáticamente se cerró a sus espaldas y todos se quedaron en silencio.
— ¿Qué ha pasado?— preguntó Alexandra, no temía romper el silencio, solo quería respuestas reales de la situación.
— Han asesinado a John Franco, su cuerpo apareció mutilado, con visibles marcas de tortura, delante del edifico de Löwe— contó Feing Long, que parecía ser el más estable— la familia de Woo Bin fue atacada también. Hasta el momento sabemos que mataron a sus padres y secuestraron a sus hermanas menores. Su hermano mayor está al mando de quienes tienen que recuperarla, pero no sabemos qué podría pasar.
— Esto es un ataque directo— intervino Francis— no estamos seguros.
— Nunca lo hemos estado— comentó Dmitri y Alexandra pudo percibir el ligero temblor de su mano, todavía sosteniendo la suya.
— Yo tengo que regresar a mi país. La policía va a pedir hablar conmigo a toda costa— intercedió Viktor, explicando lo que ya sabían.
— Estarán esperando a que vayas— analizó Dmitri— es una trampa.
— Pero no puede no ir— dijo Michaelis finalmente, uniéndose a la conversación— sino sospecharán más de él.
— No necesariamente— la forma misteriosa y decidida en que habló Alexandra dejó helados por unos segundos a todos— necesito que todos salgan menos Vitktor y Feing Long.
— ¿Y ahora eso para qué?— protestó Francis, a lo que Feing Long le dio una mirada seria que le hizo callar. Era su barco, eran sus reglas.
Alexandra le apretó consoladoramente la mano a Dmitri antes de dejarlo irse, él tenía asuntos que atender para poner en protección a Ekaterina y cualquier otro miembro vivo de su familia. Sobre eso ella no tenía mucho conocimiento.
Cuando se quedaron solos, Alexandra percibió la mirada seria de ambos hombres sobre ella. Respiró profundo, analizando lo que haría. La idea era una locura que le vino de repente, pero era su única alternativa.
Si aquellos de los que estaba segura que eran inocentes en esta traición no se unían y ayudaban, estaban hundidos todos. Decidió que no podía alargar más el momento, miró seriamente a Viktor antes de hacer una declaración que jamás en la vida esperó hacer a nadie.
— Viktor, casémonos.
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Pero Alexandra, una cita primero siquiera, ¿o no?
Hola pequepinkypitufos, ¿qué tal les ha ido? Espero que bien. Yo aquí ya ven, les traigo lo prometido, 3 capítulos y una presentación de personajes. Ya saben...
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