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Capítulo 28- La nueva ella.

Todos se hallaban reunidos en el bosque central, nombre que le había sido dado a un invernadero de más de 200 metros que formaba parte de las posesiones de la familia Feing. Durante el verano y la primavera el techo era plegado para que recibiese la luz solar, y cuando el invierno llegaba lo desplegaban, cubriéndolo todo y manteniendo durante esta estación el clima floral de un bosque tropical.

Los árboles florecían, el césped era verde, los arbustos coloridos, todo tenía vida y esta se desarrollaba alrededor de un estanque de 50 metros cubierto de nenúfares con flores rosadas y blancas. En el centro del estanque había una caseta en forma de arco donde habían crecido enredaderas con flores rojas que la cubrían totalmente. La vista era hermosa, mas su significado era doloroso, ese lugar era el cementerio de los Feing.

Cada que un miembro de la familia Feing moría, por causas naturales, asesinado o en la ceremonia de poder, su cuerpo era cremado, sus cenizas y huesos sin pulverizar se colocaban en una caja de madera con una rosa tallada en la tapa y su nombre escrito debajo de esta. La caja era colocada en una barca pequeña con un motor debajo que luego se ponía en el agua y se encendía, dirigiéndose directamente hacia la caseta, pasando a través de las cortinas de enredaderas que tapaban la entrada y quedando dentro de la caseta.

Con los año, la humedad las afectaba y el peso las hacía hundirse hasta quedar en el fondo del estanque. Una ceremonia lenta, una tradición de muerte para aquella familia cuyo último miembro había muerto, condenando a la inexistencia aquel linaje de siglos.

En el ensordecedor silencio se podía escuchar el ligero canto de algunas aves que nadie podía ver y el húmedo sonido del agua del estanque. Sus trajes negros se camuflaban en el espeso verde, como un pacto no escrito, todos habían coincidido en que solo ella vistiese el blanco, era la única que podría considerarse familiar de Feing Long. Afuera el mundo estaba lleno de alegría y las familias celebraban la Navidad, pero allá dentro todos callaban y observaban cada delicado movimiento.

Con cuidado ella colocó la caja con la rosa grabada y el nombre de Feing Long en la pequeña barca color verde jade con adornos dorados, los dos colores que en vida él más había usado. Sus manos temblaban ligeramente cuando finalmente dejó de tocar la madera y le dio el empujón necesario que alejó de la orilla la embarcación.

Se puso de pie con parsimonia y estuvo mirando la caja alejarse lentamente sin hacer gesto alguno, el peso en su bolsillo del mando inalámbrico que encendería el motor se le hacía similar a una bala de cañón inmensa que pudiese hacer que el suelo bajo sus pies se abriera y la hundiese en el agua. Vio como poco a poco la barquita se iba deteniendo en el estanque, sabía que tenía que hacerlo bien, en honor a él.

Respiró hondo, pasó su lengua por entre sus labios y apretó el botón del mando, el sonido burbujeante del motor llegó a todos, que vieron como la caja se alejaba a un ritmo constante hasta que traspasó las cortinas de enredaderas y flores, desapareciendo de sus vistas y concluyendo la ceremonia.

Para ella el tiempo se detuvo y estuvo de pie delante de aquel estanque, sin moverse, sin pensar, solo observando cada detalle de aquella caseta verde y natural que contenía siglos de generaciones de aquella familia, pero que sobre todas las cosas, contenía al hombre que ella podía admitir que había amado en todas las formas humanas posibles. A su amigo, hermano, protector, compañero, oponente, socio y amante, a su igual.

No supo en qué momento los demás la fueron dejando sola, fue consciente de que ya nadie la acompañaba cuando finalmente reunió el valor para decir adiós y se dispuso a marcharse. Caminó a paso firme por el sendero marcado, rodeado de aquella naturaleza que Feing Long tanto amaba y cuidaba.

Su respiración se mostraba en forma de vapor a medida que se acercaba más a la salida, su ropa era de invierno y la protegería del frío afuera, a fin de cuentas, había sido consciente de usar un abrigo largo por encima de sus dos suéteres y pantalón con tela de abrigo. Percibía que la tierra manchaba sus botas blancas, pero no prestaría atención a esos estúpidos detalles, como Feing Long solía decir cuando alguien le comentaba que sus zapatos estaban sucios luego de visitar aquel lugar.

Pese a estar preparada, el frío fue mayor del esperado cuando salió del invernadero, las huellas se habían borrado y fue entonces que notó que había estado nevando, en esos momentos simplemente caían de forma suave los muchos copos de nieve, pero por la consistencia de la nieve bajo sus pies, era obvio que había nevado con fuerza recientemente. ¿Cuánto tiempo había pasado allá dentro? Ella no lo sabía, desde que había llegado el día anterior el tiempo se había vuelto algo sin sentido ni orden.

Era consciente que la noche la había pasado llorando en brazos de su madre desconsoladamente y que en algún momento de la mañana había tomado un baño y había ido a cremar el cuerpo de Feing Long, pidiendo exclusivamente que no pulverizaran sus huesos cuando la cremación había concluido.

No había notado quién la llevó, aunque el vago recuerdo de Dmitri manejando apareció en su memoria, no sabía cuándo volvió o siquiera recordaba haber llegado al invernadero, era como si todo lo hubiese hecho en automático. Sus recuerdos solo estaban llenos de las memorias de la ceremonia.

—Te resfriarás —comentó Viktor mientras le colocaba por encima un gorro blanco para cubrir su cabeza.

—¿Me estuviste esperando todo este tiempo? —preguntó y pudo escuchar el roto de su voz, estaba ronca y carrasposa.

Su mente finalmente empezaba a despertar, notaba detalles como el hecho de que Viktor la había estado observando al salir y ella no había percibido su existencia, lo cual era peligroso, sobre todo en esos momentos. Un despiste era algo letal para cualquiera de ellos.

—No te veías como alguien que pudiese estar sola —apuntó y su mirada se mostraba clara, simple y sincera, una mezcla que ni Alexis ni Alexandra habían visto en él nunca. Ella sabía que algo había cambiado en Viktor Löwe.

—Empiezo a notarlo —aseguró, mientras su cabeza se hacía más consciente de la realidad y el control llegaba a ella.

Feing Long estaba muerto, pero ella no. Su última petición había sido que viviera y si seguía por ese camino le fallaría grandemente. Todavía podía recordar su cuerpo perdiendo la vida, el olor metálico de su sangre sobre su propia piel cuando él tosió y sus palabras entrecortadas, todavía tenía pesadillas con aquel momento. No podía fallarle, no a él. Era quien era precisamente porque él la ayudó, si su último deseo había sido que ella viviera, sin importar qué sucediera, ella viviría. 

—¿Caminamos juntos de regreso? —ofreció interrogante Viktor, pura cortesía y ella lo sabía, incluso si se negaba, él simplemente la seguiría. Ese juego del gato y el ratón era algo que a ambos se les daba de maravilla cuando de estar juntos se trataba.

—Claro —accedió, siguiéndole el juego. Caminaron en silencio unos metros, el invernadero no estaba tan lejos de la casa Feing como para no llegar a pie y ambos preferían la caminata, pues esclarecía sus pensamientos —Me alegra ver que te has recuperado —comentó ella luego de unos minutos.

—No del todo, pero ciertamente estoy casi nuevo —explicó Viktor.

Era cierto que todavía tenía restricciones médicas que Dmitri se había encargado que él siguiera al pie de la letra, luego de que hablaran sobre Alexandra y Alexis ambos dedicaron mucho tiempo a esclarecer su relación y los eventos que los habían llevado a aquella guerra uno con el otro.

Dimitri todavía se sentía culpable y se disculpaba con Viktor, pero este había llegado a un acuerdo con el rubio donde ambos quedaban en paz y así podrían dejar el pasado atrás. Curiosamente, fue Dmitri quien ayudó a Viktor en sus negocios en lo que se recuperaba, por fortuna, el dolor ya era mínimo y su curación estaba casi finalizada. La verdad, tenía deseos de volver a su país.

—Escuché que tuviste complicaciones —comentó él sin querer ahondar en el asunto, no sabía que tan preparada estaba ella para tratar el tema.

—Sí, pero era de esperarse dada mi enfermedad —argumentó con una calma en su voz que no había tenido en días, su mente ya asimilaba la nueva normalidad, una vida sin Feing Long.

Podía notar cierta inquietud en Viktor y no necesitaba poder leer mentes para comprender qué era lo que quería, sonrió ante la idea que la respetaba lo suficiente como para no preguntar directamente.

—¿Quieres preguntar algo? —inquirió. Sabía que era un tema que nadie había tocado con ninguno de los dos por lo delicado del asunto, pero entre ellos era algo a hablar.

—Solo quiero saber una cosa —afirmó Viktor con seguridad, a fin de cuentas ella misma había dado permiso de cierta forma —Si lo hubieras sabido y no hubiese sido un embarazo ectópico, ¿Qué hubieses hecho?

—No lo hubiese tenido —no había duda o vacilación en su voz.

Era algo que ella misma había pensado durante esas semanas en cama luego de despertar. Ser madre no había sido jamás un plan para su vida, no era algo que deseaba ni añoraba verdaderamente. Podía decir sin miedo a equivocarse que no hubiese llevado a término el embarazo, su vida tal cual era se mostraba caótica y al filo de la guadaña de la muerte todo el tiempo, pero le gustaba.

Había algo en aquella forma de vivir que la hacía sentir viva y no lo dejaría, pero en medio de todo aquello, el instinto maternal no se había desarrollado. Sabía que no era imposible, Akina había sido una madre maravillosa para ella y era la esposa del jefe yakuza, pero eso no cambiaba sus deseos y planes personales.

—No lo hubiese tenido y no puedes juzgarme por ello —añadió, recordando los comentarios de pena que había recibido en su adolescencia cuando la declararon infértil, como su hubiese perdido un miembro o algo similar.

Cualquiera que supiera que había podido quedar embarazada lo hubiese considerado un milagro digno de celebración, pero ella no lo había visto así. Cierto que en su momento Alexis había sufrido aquello y había acusado a Alexandra por no sentir nada al respecto, pero Alexis era una parte infantil y llena de sentimientos que ella había creado para protegerse.

Ahora ellas dos ya no estaban, quedaba una nueva, un ser real que se había creado a raíz de todas sus vivencias desde la más temprana infancia y no le dolía la idea de no ser madre, de hecho lo agradecía.

—No lo hago —aseguró Viktor firmemente. Mantuvieron el silencio nuevamente hasta que los bordes del jardín de la casa fueron visibles —Es Navidad —comentó, viendo a lo lejos las luces brillantes que se usaban para celebrar la festividad —y tu cumpleaños.

—Cierto —dijo ella con voz queda y relajada, ambos habían dejado de caminar y miraban el cielo estrellado mientras la nieve continuaba cayendo suavemente.

—Sé que has cambiado —afirmó Viktor, llamando su atención, por primera vez desde que se habían separado hacía más de un mes, antes del fatídico día, volvían a mirarse uno al otro de frente —pero todavía te debo un regalo de cumpleaños.

—No tenemos música- comentó ella mientras veía a Viktor acercarse, quedando a centímetros de distancia uno del otro.

Tenía que admitir que le hacía ilusión saber que él recordaba aquella noche sin nombre donde por casualidad ella había decidido decirle uno de sus deseos, aunque entendía que él no comprendía lo que había oculto en esa petición.

—Imagina la que quieras.

La mano derecha de Viktor rodeó su cintura y la izquierda se unió a su mano derecha, alzándola y sosteniéndola con seguridad. Un tarareo bajo salió de la garganta del mayor, haciendo que resonara en su pecho, ella colocó su mano izquierda en su hombro y ambos empezaron a moverse a un ritmo lento, marcado por melodías imaginarias sin letra que les traían paz.

La nieve caía sobre sus cuerpos y ellos se movían en un bamboleante círculo en el mismo lugar, mirándose a los ojos. Nada sería igual luego de aquel momento, la vida que les esperaba estaba llena de incertidumbre y peligro, pero en ese instante eran ellos dos solamente.

—De niña tenía una hermana de crianza —relató, sabía que no le debía explicaciones, pero quería darle algo de ella, de la verdadera ella —Se llamaba Sakura, era cálida como el verano y adoraba pasear en la estación del amor, donde las flores de cerezo caían de los árboles. Solía bailar junto conmigo en los caminos mientras el viento hacía que aquellos pétalos rosados cayeran sobre nosotras como una lluvia suave.

Viktor permaneció en silencio, observándola y tarareando por lo bajo una melodía para los dos. Se mantenían dando vueltas en el mismo lugar y sin embargo nunca se habían sentido más cerca uno del otro. Percibió el calor de aquella delicada mano cuando se movió de su hombro a su cuello y empezó a hacer círculos con el pulgar, gesto que él imitó haciendo círculos en el dorso de su mano.

—Cuando llegaba el invierno se ponía triste porque no podía bailar bajo las flores de cerezo, así que una noche, luego de que todos celebraran Navidad y mi cumpleaños número nueve, me di cuenta que la nieve caía de forma suave, etérea, justo como ahora. Dormíamos juntas y la desperté, le puse un abrigo por encima y salimos al jardín, no había música y me arriesgaba a que nos enfermáramos, pero quería mostrarle todas las formas de belleza posible, así que tararee una canción mientras bailábamos bajo la nieve.

Él sabía que eso no era todo, aunque sonrió por la idea de imaginar una versión pequeña de ella jugando con otra niña y escabulléndose en la noche, comprendía que la historia no era feliz del todo. Dio otro giro lento más y permaneció en silencio, observándola y dejando que continuara si así lo deseaba. Luego de unos segundos en que ella solo lo miró a los ojos, la vio expulsar el aire en forma de vaho a través de sus labios antes de proseguir.

—Al terminar ella estaba feliz, con la nariz roja por el frío, pero feliz. Me sonrió con alegría y me prometió que al año siguiente sería ella quien haría nevar de forma tan hermosa y me sacaría a bailar, que ese sería mi regalo de cumpleaños, pero eso nunca pasó.

El tiempo, que hasta ese momento había pasado lento y aplastante, pareció haber decidió acelerar a tope su paso. Los fuegos artificiales que celebraban la media noche estallaron, iluminándolos, haciendo que la nieve blanca pareciese confeti de colores.

Ambos comprendieron la situación que acaban de vivir, la confesión que él acaba de escuchar esclarecía muchas dudas sobre Alexandra, Alexis y esa persona que tenía parada de pie delante de él. No era toda la historia, pero sería suficiente por el momento.

—Felices 25 años —dijo Viktor con simpleza.

Esas felicidades eran las primeras que recibía en mucho tiempo, su cumpleaños había sido algo vetado por años debido al dolor que le causaba el recuerdo de Sakura. Sin embargo, en ese lugar, ese día en específico, esas palabras habían marcado un antes y un después en la nueva ella.

—Gracias, Vitya —hablaba finalmente con normalidad. El dolor había pasado, era hora de seguir adelante.

Se separaron lentamente, entendiendo en consenso que el momento había terminado. Viktor emprendió nuevamente la caminata en dirección a la casa, que ya era más que visible desde su posición, ella le siguió unos pasos por detrás, observando su figura vestida de negro alejarse a paso seguro.

Cuando Viktor deslizó la puerta central de la parte de atrás de la casa, se quedó observando hacia el iluminado interior, ella lo miró desde la parte baja de los escalones intentando descifrar qué significaba aquello, hasta que lo vio girarse hacia ella con la mirada marcada con orgullo y a la vez ligera melancolía.

—Y por cierto, quiero ser el primero en darle la bienvenida a la nueva Jefa del Bajo Mundo y la mafia china. Aunque no estoy muy seguro de cómo he de llamarle ahora.

—Alexa, mi nombre es Alexa Rosen —sentenció con seguridad.

—En hora buena, Líder del Clan de las Rosas, Alexa Rosen —afirmó Viktor, bajando la cabeza ante ella por un instante, antes de darse la vuelta y adentrarse en la casa, dejándola a Alexa observar el cielo estrellado, aceptando su nuevo rango y poder mientras su cabeza maquinaba las decisiones que tendría que tomar.

El Bajo Mundo estaba por tener muchos cambios y la tormenta que se avecinaba era imparable.

*********Fin********
Sí, lo crean o no, este es el final, aunque claramente hay un epílogo y un tercer libro, esto fue todo en esta parte.

¿Qué les ha parecido la historia? ¿Vivieron junto conmigo esa intensidad?

Yo sinceramente estoy muy contenta con todo, así que ahora, damas y caballeros, sigan adelante, llegamos a la conclusión del segundo libro de Cuentas peligrosas.

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