LVIII
—Sigue hablando sobre Catalina.
—Le enseñé quien era el que mandaba a partir desde ese día. Y puedo asegurarle que en aquella ocasión ya no pudo volver a jugar conmigo.
—¿Seguro?
—Completamente. Ya no caía en sus juegos como siempre. Le mostré la vida de casada y para mi suerte con hijos.
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