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30.- Esperanza.

Cheslay estaba de pie en una habitación. Miraba alrededor con un semblante confundido. Era su antigua casa, cuando su madre aún estaba viva, antes de que se sacrificara por ella. La luz de la tarde entraba por las ventanas, la sala de terciopelo negro arrojó polvo cuando se tropezó contra ella, aun dentro de su aturdimiento. Las motas de polvo quedaron suspendidas en el aire, haciéndose visibles gracias a la luz del sol. Olía a comida, a pan recién horneado. Pero se dio cuenta de que eso era imposible, pues toda la casa estaba cubierta de polvo, como si hubiese estado mucho tiempo abandonada.

— ¿Mamá?― preguntó a la nada. No hubo respuesta. Cheslay comenzó a caminar, a buscar cualquier señal de vida, pero lo único que era un indicativo de ello, eran sus propias huellas sobre el suelo de madera. Cheslay se quedó de pie frente al espejo que estaba a un lado de la puerta principal, justo donde ella recordaba que estaría. El objeto estaba roto, estrellado, faltaban algunas partes y las demás solo distorsionaban su rostro, pero aun así pudo reconocerse, no era una niña, era una joven de veinte años con el pesar del mundo en sus ojos.

Sacudió la cabeza y siguió avanzando, subió las escaleras, pero no encontró rastros de vida, solo todo lleno de polvo. Entró en la recamara de sus padres, que era la puerta al final del pasillo. La ventana arrojaba luz en la habitación, iluminando la casa, Cheslay se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo en ese lugar y aun así el sol seguía en la misma posición.
Giró la perilla y empujó la puerta. Dentro, la cama estaba hecha, y todas las cosas estaban guardadas en su sitio, la ventana estaba abierta, enviando corrientes de aire caliente dentro de la habitación. Cheslay sintió escalofríos a pesar de que el sudor escurría por su piel. Atravesó la recamara en grandes zancadas y cerró la ventana con un fuerte golpe. Su pecho subía y bajaba, estaba comenzando a sentir desesperación.

El suelo de madera rechinó, siendo vencido por el peso de alguien. Cheslay giró para evitar darle la espalda a aquello. Solo que no había nadie a su espalda, el sonido venia del pasillo.

Cerró los ojos, buscando concentrarse para poder entrar en la mente de cualquier invasor, de esa persona que buscaba asustarla, ponerla nerviosa. Solo que por más fuerza que imprimía, no logró captar pensamientos, pero los sonidos persistían. Avanzó un par de pasos para salir al pasillo.

— ¿Quién está ahí?― gritó enfadada.

—Los muertos no hablan— dijo una voz a su espalda.

Cheslay giró rápidamente. Y ahí, de pie junto a la cama estaba ella. No tenía un nombre, solo era el sujeto 1.

—Azul— dijo la chica y ladeó la cabeza.

—No me importa cómo te hagas llamar. Quiero irme de aquí.

— ¿Por qué?― preguntó con legítima curiosidad. Su cabello negro estaba cubierto de una fina capa de polvo, como si hubiera pasado mucho tiempo de pie ahí, sobre el suelo de madera. Formando parte del mobiliario de la casa.

—Porque este ya no es mi hogar.

—Aquí estaban las personas que cuidaron de ti. Amabas a tu madre, soportabas a tu padre...Y amas a Dylan.

—No lo metas en esto— gruñó.

— ¿Por qué no quieres meterlo en esto?

—Porque no quiero que lo menciones junto a los muertos. Él está vivo ¡Vivo!

— ¿No fue por él que te dejaste vencer?

—Si—respondió en un susurro. Era verdad, Cheslay pensó que Dylan estaba muerto y fue en ese momento que dejó a Azul tomar el control.

—Me tienes miedo— observó ella.

—Temo que olvides.

—No lo haré.

Cheslay asintió. Volviendo a escuchar los pasos en la parte de afuera, salió del lugar, con Azul pisándole los talones. Se detuvo por unos momentos al ver a la mujer de pie frente a la ventana. Era su madre, el cabello castaño y el cuerpo delgado.

— ¿Mamá?― la llamó, la mujer giró. Cheslay retrocedió unos pasos. No parecía su madre, tenía el rostro vacío, carente de expresión, sus ojos miraban al vacío, completamente empañados. Y sus labios estaban sellados. Los muertos no hablan.

¿Por qué le pasaban estas cosas a ella? Lo último que recordaba era haberse quedado dormida en los brazos de Dylan. Cheslay le dio la espalda a su madre y corrió escaleras abajo, y al pasar por el despacho, pudo ver a su padre sentado frente a la computadora. Con un semblante similar al de su madre. Abrió la puerta principal y fue corriendo al exterior, necesitaba aire fresco.

Se quedó unos segundos tratando de jalar aire, de serenarse, pero afuera había más personas con el mismo semblante. Estaban Nefertari, Lousen, todos los niños que habían muerto en el escape, Olivia, Regina, Dexter, Rocío...Incluso Dany el chico que Azul había conocido en los túneles. Estaban Bruno y Alicia, los refugiados que conocieron en sus viajes. Cheslay trató de hacerlos hablar a todos, pero parecía que ninguno la miraba, solo veían al vacío y no respondían a sus preguntas, por mucho que ella los golpeara o estrujara.

—Es suficiente— dijo Azul. Cheslay se había olvidado de que ella seguía ahí.

— ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué me muestras esto?― suspiró.

—Yo no te he mostrado nada. Fue tu culpa, o más bien la de esos contaminados. Consumiste una sustancia demasiado fuerte y te confundió. Yo solo estoy aquí porque quería saber lo que eso le haría a tu mente. Y al parecer te hizo recordar aquello que luchas por enterrar, aquellas muertes por las que te sientes culpable. Estás confundida y dispersa. Y ninguna de estas muertes fue culpa tuya.

—Yo soy más fuerte que todo esto—murmuró Cheslay, más para sí que para cualquiera.

Azul la tomó fuerte de los hombros y la obligó a mirarla, a perderse en lo que parecía un mar profundo de color negro.

—No eres más fuerte que todo esto. Y eso es porque aun temes perder algo—. Azul la soltó y apuntó hacia un lugar.

Cheslay no quería mirar, ella sabía que era lo que más temía perder y no podía soportar mirarlo así, sin que él le devolviera la mirada. A regañadientes miró en esa dirección.

Ahí estaba Dylan, con una pose derrotada, el cuerpo flácido, sus ropas sucias y cubiertas de polvo, al igual que su rostro. Él no era un niño, era el adulto que Cheslay conocía, el joven de veintidós años, y en su rostro estaba lo que ella tanto temía: Un muerto.

De pronto, a su mente acudieron recuerdos, no eran los suyos, eran los de ella. Cuando despertó en el campamento sin saber quién era, como no sabía leer, escribir, caminar o hablar. Como sintió miedo cuando Khoury se presentó ante ella, pero no sabía el motivo por el cual le temía. Presentó ante sus ojos todas las pistas que Cheslay dejaba para ella, como las notas que le entregaban, en las que no había nada escrito, pero Cheslay le hacía ver lo que ella necesitaba que supiera...

Se llevó las manos a la cara, presionando sus ojos para interrumpir todos los recuerdos, todas las ocasiones en las que protegía a Azul, tanto de los demás como de sí misma.

— ¿Qué estás haciendo?―chilló sin poder detener el flujo de imágenes.

—Te devuelvo el favor. Los protejo—. Ella la tomó tan fuerte de los hombros que le clavó las uñas en la piel— ¡Despierta!

Cheslay se sentó de golpe, su cabeza daba vueltas. El pecho subía y bajaba en una respiración agitada. El lugar olía a las plantas quemadas de antes. Miró alrededor, Dylan dormía a su lado, Sander e Ian estaba en una parte no muy alejada dentro de la tienda y Amanda estaba sentada junto a la puerta, haciendo guardia.

— ¿Estás bien?― preguntó la seis.

Cheslay asintió un par de veces, una capa de sudor frio la cubría. Esa pesadilla había sido espantosa. No, pensó, no era una pesadilla, era una advertencia de Azul. Estaba tratando de entrar en calma, cuando alguien dentro de la tienda comenzó a gritar. Cheslay no sabía lo que sucedía, hasta que Sander se sentó sobre su bolsa de dormir. Estaba pálido y respiraba agitadamente, mirando en todas las direcciones, buscando donde se encontraba. No fue difícil para Cheslay hilar todas las cosas y llegar a una conclusión: Ambos habían tenido una pesadilla provocada por la misma persona.

Iba a preguntar a los demás como se encontraban, cuando la manta que usaban de puerta se corrió a un lado y apareció Gia en la entrada.

—Es hora de que se vayan— dijo la mujer un poco alterada.

— ¿Qué?― preguntó Amanda, quien se había puesto de pie.

Dylan se removió y se incorporó en la bolsa de dormir. Miró un poco confundido alrededor, pero pareció entender todo en segundos, ya que la confusión dio paso a la comprensión en sus ojos.

—Recibimos un anuncio de la ciudadela. Es hora de que se vayan, los están buscando— explicó Gia—. Podemos llevarlos al lugar donde se encontraran con la gente de la resistencia, pero eso es todo, por lo demás negaremos su existencia y no dependerá de nosotros si llegan vivos o muertos.

Dicho eso salió del lugar.

—Levántense, tenemos que irnos— dijo Dylan con cansancio. Parecía agotado, esa era la palabra perfecta.

—Te ves horrible— observó Ian.

—Estuve cuidando sus traseros toda la noche, hasta que Amanda despertó hace veinte minutos. No pude dormir mucho, así que sí, me veo horrible― contestó.

Nadie tuvo un comentario para eso, se levantaron y como no tenían nada más que lo que llevaban puesto y la confianza de sus compañeros, todos juntos salieron de la tienda.

La luz del sol lastimó los ojos de Cheslay, pero pronto pasó y pudo caminar por el lugar, que sin la oscuridad de la noche parecía menos peligroso, ya no había tanto humo, pero el olor a plantas quemadas persistía.

Gia y un par de contaminados los esperaban en la salida del lugar. Cheslay agradeció el hecho de que no tenían que pasar por los alcantarillados de nuevo. Le sorprendió ver que había un hueco entre el domo y la tierra. Debían arrastrarse para poder llegar al otro lado, a la salida, Gia les dijo que dos de sus hombres los acompañarían hasta el lugar donde podrían encontrarse con las personas de la resistencia.

Primero pasó Sander, lo siguió Ian, y con mucho cuidado, pasaron a Sam, la cual ni siquiera se quejaba, Cheslay se preguntó en qué estado de inconsciencia iba, cuanta droga había consumido para poder ignorar todo ese dolor. Por lo menos, al observar a Sam, se dio cuenta de que los contaminados habían limpiado sus heridas y le habían dado ropa limpia, ella parecía una momia, envuelta en todos esos vendajes. Amanda fue la siguiente en ir por la ranura, ahora era el turno de Cheslay, ella se giró y enfrentó a Gia.

—Nos hiciste creer que nos ayudarías sin querer nada a cambio, pero nos drogaste a para obtener información—. Cheslay apretó los puños a sus costados para no golpear a la mujer en su putrefacta carne—. No tengo motivos para confiar en ti o en tu gente pestilente. Pero quiero saber que nos espera en la resistencia del norte.

Gia la escudriñó con la mirada. Si su intención era intimidarla, estaba muy lejos de hacerlo, había pocas cosas que pudieran intimidar a Cheslay, y una mujer moribunda no era una de ellas.

—No es lo que se imaginan—respondió y le dio la espalda.

Cheslay miró a Dylan en busca de apoyo, pero él negó lentamente. Se veía cansado, más que los demás, y había un motivo para ello, ya que Dylan pasaba mucho tiempo sin dormir, por cuidar de los demás. Era el único que sabía cómo sobrevivir en estas circunstancias y el cargar con las personas lo hacía cansarse más rápido. Había efectuado varios ataques con la gravedad desde que salieron de los túneles. Uno más de esa magnitud terminaría por derribarlo. Era demasiada presión para él y ella quería ayudarlo de cualquier manera, no quería que su sueño se hiciera realidad, no quería estar cubierta por el polvo de los muertos, no quería que Dylan se uniera a ellos.

Cheslay se arrastró por la ranura hasta llegar al otro lado, con su ropa llena de tierra. La capa de lodo cubriéndola de la cabeza a los pies. Unas manos la ayudaron a levantarse, Cheslay le agradeció a Amanda con un asentimiento y esperaron a Dylan. Cuando el uno terminó de pasar, tomó a Sam en brazos, ella enredó sus delgados brazos en su cuello.

—Será más fácil para todos si la llevas en la espalda— dijo Sander. Cheslay pudo percibir en sus pensamientos que él deseaba llevar a Sam, pero sería demasiado peso para su pierna desgarrada.

Dylan se detuvo, dejó que Cheslay y Amanda acomodaran a Sam en su espalda, atándola de tal manera que no cayera en cualquier movimiento. Dylan sostuvo sus piernas y ella enredó los brazos en su cuello de nuevo.

Los dos contaminados encabezaron la marcha, con los sobrevivientes de los túneles caminando a la par.

—Quería golpearla— dijo Cheslay a Dylan, pero los demás la escuchaban—. Quería hacerla sufrir por aprovecharse de nuestra situación.

—Están demasiado...afectados por todas esas cosas... no vale la pena. Además ¿Realmente se aprovecharon? Solo querían información, igual que nosotros—respondió Dylan con una sonrisa llena de perspicacia.

—Eras un niño miedoso— dijo Cheslay mientras se cruzaba de brazos, sin responder a su sonrisa—. Y bobo que confiaba demasiado en las personas. Y ahora... utilizas a los demás a tu conveniencia y te es difícil permanecer en grupos cuando antes te lastimaba no poder vivir en sociedad, cuando comenzaron a cazar a los de nuestra categoría no eras más que un chico asustado que renunciaba a su vida.

—Las personas cambian— contestó con paciencia—. Tuve que hacer muchas cosas de las que me avergüenzo... no es una conversación que me gustaría tener ahora.

—Me parece bien— aceptó y dejó caer los brazos, colgando a sus costados.

— ¿Cómo fue?― preguntó Ian. Ninguno de los dos se había dado cuenta de que él estaba escuchando— ¿Cómo lograron exterminar a los unos?

Dylan carraspeó un par de veces, como si el tema lo incomodara. Y tal vez así era, el único uno del mundo, era el sobreviviente de su categoría y eso porque estuvo escapando de Khoury, porque se había hecho pasar por un cazador... eso era todo lo que Cheslay sabía de su historia.

—Como un categoría cuatro ¿Cuántos ataques puedes efectuar en una pelea?− preguntó Dylan. Hablaba como un profesor.

—Nunca he estado en una pelea— admitió el chico avergonzado.

— ¡Sander!― llamó el uno—. Como categoría tres ¿Cuántos ataques puedes efectuar en una pelea?

—Cinco o seis ataques de máxima potencia, supongo, no los he contado... más tres o cuatro de una baja potencia...

— ¿Lo ves?― dijo Dylan a Ian—. Un tres como Sander puede efectuar cinco ataques poderosos en una sola batalla. Eso considerando que ha descansado y comido bien.

— ¿Y eso qué?

—Ahora— continúo Dylan sin prestarle atención a la pregunta—. Imagina que efectúas una gran catástrofe con la gravedad. Estas tratando con el centro de la tierra, provocas terremotos, haces que las cosas o personas tengan treinta o cuarenta veces más peso. Todo eso te agota, pero cuando haces algo como levantar objetos pesados o forzar los cuerpos para que se rompan... eso va más allá de simple agotamiento ¿Comprendes un poco ahora? Era más fácil agotar la energía de los unos que el de cualquier otra categoría. Ahora quiero que imagines otro escenario— Dylan se detuvo unos segundos y acomodó a Sam, la chica se resbalaba con cada paso que él daba—. Eres un chico completamente normal, un día te ataca una enfermedad y cuando despiertas te das cuenta de que puedes controlar la gravedad, todos los objetos a tu alrededor flotan, incluso las personas y todas ellas te llaman monstruo, fenómeno. Hubo tres escenarios diferentes para los evolucionados cuando surgió el virus. Uno era simplemente despertar después de una larga enfermedad y darte cuenta de lo que eras, por supuesto que tus padres también lo sabrían y en aquel entonces, los campamentos aun significaban una cura para tus hijos, así que los entregabas. Ahí, cuando estaban totalmente confiados e indefensos, el gobierno enviaba una orden en la que debían matar a todos los unos porque eran peligrosos para los demás. Y de cierta forma tenían razón, eran personas inestables y su habilidad lastimaba más que las demás, la gravedad no tiene un punto al cual llegar, es decir que no tiene un límite, ellos podían matar personas en un gran perímetro sin darse cuenta de lo que hacían, por eso los unos fueron los primeros en ser exterminados. El gobierno aprovechó el hecho de que ellos aun confiaban en el sistema. El segundo escenario es que decides escapar, pero no puedes unirte a ningún grupo porque eres peligroso para ellos, así que decides viajar solo. El gobierno comenzó a darles caza, contratando vigilantes y cazadores o incluso utilizaban a las máquinas. Los unos peleaban día y noche contra ellos hasta que caían rendidos por utilizar su habilidad. Los mataba más rápido el hecho de efectuar varios ataques dentro de veinticuatro horas que los mismos cazadores. Y un tercer escenario, era ser como yo, que desde que naciste estas en un complejo militar en el que te entrenan y hacen pruebas contigo como si fueras un conejillo de indias. Después escapas y te das cuenta de que en el mundo están cazando a los de categoría uno solo por tu culpa, porque te están buscando a ti, y no porque realmente fueran peligrosos.

—Y ahora eres el único que queda ¿No se siente extraño?― preguntó Ian, sin hacer caso de la mirada de advertencia de Sander para que se callara.

—No. Es solo que nunca estuve muy acostumbrado a convivir con demasiadas personas, siempre fuimos Cheslay y yo y eso parecía ser suficiente.

—Entonces...

—Ya es suficiente— lo interrumpió Amanda.

—Esta vez no iba a preguntar algo malo— objetó el chico, molesto por haber sido interrumpido—. Entonces ¿Cómo crees que sería el mundo si el Gobierno no hubiera comenzado a matar a los evolucionados?

Dylan frunció el ceño, Cheslay tuvo el impulso de querer golpear a Ian en la cabeza por hacer ese tipo de preguntas, pero se contuvo al ver que Amanda estampaba su mano en la nuca del chico, provocando un sonido hueco.

—No lo sé—respondió el uno después de reír—. Creo que la guerra era inevitable. Los humanos siempre tenemos miedo de lo que es diferente y tratamos de proteger aquello que amamos, aunque no lo hagamos de la manera correcta. Nada justifica el hecho de acabar con una vida. En mi opinión, si no valoras la vida, entonces estas muerto. Y eso es peor que dejar de respirar.

—No sabía que pensaras de esa manera— comentó Sander.

—Eso es porque a pesar de todo, no han dejado de pensar en mí como si fuera un asesino, un cazador.

Todos, excepto Ian, bajaron la mirada al suelo. Ese chico era el único que nunca había pensado nada malo respecto a Dylan. Cheslay sabía, por sus pensamientos que incluso, Ian lo admiraba.

—Yo aún viviría con mis padres y con mi hermano— dijo Ian—. Ya saben, si nada de esto hubiese ocurrido, o incluso si existieran las habilidades, ya saben, los evolucionados... creo que si el gobierno no hubiera comenzado a matarnos o a llevarnos a otros lugares, si el virus no hubiera matado a mis padres, creo que Belak y yo seguiríamos en casa, iríamos al escuela, una vida normal.

Cheslay no se atrevió a decir nada y al parecer Ian tampoco lo esperaba, ya que caminaba tranquilamente, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Su cabello estaba tan desordenado que apuntaba en diferentes direcciones. Tenía la cara y la ropa llenas de tierra y los zapatos cubiertos de lodo. Ella se atrevió a mirar a sus compañeros de viaje, todos tenían un aspecto similar al de Ian.

La mentalista miró alrededor, solo para no ver la esperanza de un mundo alterno en las miradas de sus compañeros, ya que incluso los dos contaminados que los guiaban parecían estar imaginando otra vida. Cheslay se dio cuenta de que habían llegado a otra ciudad abandonada, los letreros que antes anunciaban calles ahora estaban vacíos, las grandes pantallas comerciales ahora reducidas a circuitos rotos, los cristales de las casas y las tiendas estaban rotos y algunos eran sustituidos por cartón y madera vieja. El cielo exhibía un lindo color azul, ya no habría más tormentas, no más lluvia acida el resto del viaje. Se dio cuenta de que el camino iba hacia un lugar habitado, podía ver el fulgor verde de los detectores, iban hacia la ciudadela.

—Yo sería una actriz famosa— dijo Amanda después de un momento, llevándose el silencio con sus palabras y sacando a Cheslay de sus pensamientos—. Fue una broma— agregó cuando todos la miraron extraño.

—Y yo sería una linda y delicada bailarina— Cheslay siguió el juego.

Sander e Ian soltaron una carcajada, pero Dylan la miró de una forma que la hizo ruborizar.

—Yo sería profesor— continuo Sander—. Me gustaría enseñar a los demás.

—Yo... Supongo que... bueno, tendría un empleo, y saldría con una linda chica— contestó Dylan y sonrió a la nada. Su comentario provocó que Cheslay se detuviera por completo.

—No nos conoceríamos— dijo en un murmullo. Los demás detuvieron su andar y la miraron—. Ya saben, yo viviría en Rusia con mis padres. Sander en Irlanda con su familia, Ian...

—No sé—respondió el chico—. No sé dónde vivía antes de todo esto, tal vez Belak lo sepa, pero yo no.

— ¿Amanda?― apuntó Cheslay.

—California— dijo con una sonrisa melancólica.

—Yo no lo sé. Nací y crecí en un laboratorio que se encontraba en una frontera. Así que realmente no tengo un origen— explicó Dylan.

Todos siguieron caminando, cuando los contaminados les gruñeron un par de palabrotas y decían cosas como que si no llegaban al lugar antes de la puesta de sol, debían esperar un mes por más ayuda.

Cheslay decidió que era mejor guardar silencio el resto del viaje. Y es que ella quería, podía imaginar una vida de paz, en otro país, estudiando, trabajando, siendo feliz, pero había algo que no estaba bien en su historia: Ella no podía imaginarse una vida sin Dylan. Él siempre había estado ahí, y cuando lo creyó muerto fue una de las peores cosas de su existencia, más que las torturas, más que los experimentos, más que convertirse en el monstruo que era, una vida sin Dylan no significaría nada. Y de cierto modo estaba agradecida con todo lo que sucedió con el mundo, porque de esa forma fue llevada a ese laboratorio, donde un niño de siete años la esperaba. Era su destino conocerse.

— ¡Llegamos!― anunció uno de los contaminados. El hombre les indicó con un movimiento de cabeza hacia donde debían seguir avanzando. Al parecer ellos no podían seguir.

Estaban de pie sobre lo que parecía el techo de un viejo edificio, pero el resto de la construcción estaba sepultado por tierra y plantas. Tantos años de deterioro lo habían dejado casi al ras del suelo, por eso no supuso para ellos una diferencia en el camino. Los contaminados les dieron la espalda sin despedirse.

Cheslay se encogió de hombros y comenzó a bajar por la zona menos peligrosa, donde no había huecos ni rocas sueltas. Los demás la siguieron, Dylan fue al último, cuidando a Samantha sobre su espalda. Avanzaron con sumo cuidado en la dirección que los contaminados les indicaron.

—Y bien— susurró Ian—. Cuando surgieron los evolucionados, las personas... bueno, el mundo quedó reducido a esto— hizo un ademán con las manos como queriendo abarcar toda la ciudadela— ¿Qué...como piensas que pasara con los híbridos?

Dylan se detuvo en seco, sus ojos ampliados a causa de la sorpresa. Cheslay captó sus pensamientos, él esperaba que el chico no recordara nada sobre su condición, pero al parecer había esperado demasiado.

— ¿Por qué quieres saberlo?― inquirió Dylan con precaución.

—No soy estúpido— dijo él. Había un cierto tono de amargura en sus palabras. Era algo con lo que jamás se habrían imaginado a Ian—. Sé que a veces actúo como un inmaduro, pero no soy idiota. Recuerdo todo lo que pasó anoche, ella dijo que yo era un hibrido y quiero saber lo que hará lo que queda del mundo contra las personas como yo.

—No es tu culpa ser así, y esa no era la forma para que lo supieras...— comenzó a decir Sander.

—No quiero ser grosero—interrumpió Ian mientras pateaba una roca, sus manos seguían en los bolsillos de su pantalón y sus ojos estaban perdidos en la lejanía—. Pero no les corresponde a ustedes hablar de esto. Cuando encuentre a mi hermano... creo que me debe algunas explicaciones.

Los demás guardaron silencio y continuaron su camino, con algunos quejidos de Sam que rompían la quietud de todo el paisaje.

—Además— dijo Ian después de un momento. Su actitud había cambiado un poco—. Ella dijo que no es malo... solo que tengo miedo de la reacción de los demás.

—Para nosotros sigues siendo Ian—respondió Amanda y le revolvió el cabello.

— ¿Quién te dijo eso?― preguntó Cheslay.

Ian se encogió de hombros.

—No lo sé. Sé que era una chica, pero no me dijo su nombre. Soñé con ella anoche, me dijo que no era malo ser un hibrido, ella dijo que las cosas están cambiando y que necesito adaptarme rápido.

Cheslay y Sander intercambiaron una mirada ¿Qué cantidad de poder manejaba Azul como para poder manipular tres sueños al mismo tiempo? Algo en la reacción de Ian llamó la atención de la mentalista, pues no parecía asustado o extrañado de que alguien hablara en su sueño sobre su condición, además, recordaba todo lo de la noche anterior, su mente parecía lucida. Ian se acostumbrada rápido a las cosas, a la condición de Sam, como ella podía leer los pensamientos. Cheslay comenzó a sacar deducciones sobre los híbridos, más concretamente sobre aquel que conocía.

— ¿Qué demonios es eso?― preguntó Amanda, apuntando al frente.

Los otros aceleraron el paso para llegar a donde estaba la seis, sobre una pequeña meseta que les permitía ver todo el panorama. Estaban afuera de una de las zonas bajas de la ciudadela, aquella que estaba rodeada de mesetas y no dejaba ver al exterior, estaba rodeada por detectores, y más allá de estos, estaba lo que a Amanda le había llamado la atención. Evolucionados, más de cien evolucionados estaban en una hilera, todos listos para subir a un deslizador de color negro. No estaba hecho de metal, era un material parecido al plástico, que no emitía vibraciones, los compartimientos donde se guardaba la luz cegadora estaban vacíos. Era un deslizador robado a la ciudadela. Las luces del mismo comenzaban a encender mientras el sol se ponía, tenía la compuerta abajo y los evolucionados subían, cada quien con su grupo, como se les antojara, nadie estaba distribuido por categoría ni por edad. Solo eran personas buscando una salvación. Y ahí, subiendo cajas y ayudando a aquellos que no parecían ser autosuficientes, estaban ellos. Sus ropas parecían de un vigilante, pero si se fijaban bien, podían ver que eran uniformes viejos y remendados, aquellos eran de la época en la que Lousen peleaba, aquellos trajes que les había mostrado a Dylan y Cheslay cuando les contaba sus historias de guerra. Esas personas eran de la resistencia del norte, disfrazados como vigilantes de la ciudadela.

Con renovadas fuerzas bajaron la meseta corriendo, levantando tierra en su paso, dejando caer las rocas, siendo llevados por la inercia, todo su cansancio, todas sus heridas, sus batallas y sus percances habían valido la pena. Estaban tan cerca de alcanzar el deslizador, cuando Cheslay se percató de algo: Había demasiado silencio.

—Toma a Sam— susurró Dylan. Solo que la petición no era para ella, era para Sander, quien desató a Sam y la cargó en brazos. El uno se llevó las manos a la nuca, como para mostrar que estaba desarmado, y se dejó caer de rodillas sobre el suelo—. Está bien— gritó—. Todo está bien.

Cheslay no comprendía que le sucedía, pero pronto, de todos los lugares, detrás de los vehículos abandonados, de los árboles y edificios viejos, comenzaron a salir personas armadas, eran las mismas que llevaban las cosas al deslizador, ellas los apuntaban y les hacían señas para que se quedaran con su grupo.

—Al suelo— ordenó uno de ellos. Llevaba el cabello atado en una cola de caballo y tenía la cara cubierta por una máscara de color negro.

La mentalista intercambio miradas de asombro con sus compañeros, que solo duró unos segundos ya que tuvo que llevarse las manos a la cabeza y poner las rodillas contra el suelo, mientras esas personas la revisaban en busca de armas.

—Somos evolucionados—dijo Sander. Él no había obedecido por dos razones: Una su pierna no le permitía ponerse de rodillas. Dos: Tenia a Sam en sus brazos.

— ¿No escuchaste?― inquirió una mujer— ¡Al suelo!― gritó y lo golpeó en la pierna herida con la culata de su arma.

Sander soltó un grito pero se forzó a permanecer de pie, por el bien de Samantha.

—Escuchen— pidió Cheslay, pero al segundo se sintió aturdida. Ya que la misma mujer que había golpeado a Sander lo hizo con ella, atestando el golpe en su cabeza. Sentía mareos y un horrible pitido estaba en sus oídos, persistente.

— ¡Hija de perra!― gritó Dylan y se puso de pie. Todos ellos apuntaron sus armas a él.

Tal vez después de esto no me dejen subir al deslizador... vayan y encuentren refugio...—escuchó la voz de Dylan en su mente. Cheslay le permitía a él entrar, pero solo a él.

La chica comenzó a negar, pero ya era demasiado tarde, las rocas y todo aquello que no estuviera anclado al suelo comenzó a flotar. Dylan omitió a las personas de esto, ya que no quería que lo mataran, solo que los dejaran ir, quería que la atención estuviera sobre él y no sobre sus compañeros.

Los rebeldes comenzaron a apuntar hacia él, pero sin disparar. Dylan dejó de utilizar su habilidad y simplemente se llevó las manos a la nuca. Una mujer se acercó y esposó sus manos a su espalda, provocando que él pusiera los ojos en blanco. Podía romper las esposas si quería. Les permitieron ponerse de pie. Sander tomó a Sam de nuevo y cojeó hacia donde estaban Ian y Amanda. Cheslay permaneció al lado de Dylan a pesar de las réplicas de este.

—El uno quiere venir con nosotros— dijo la mujer que los había golpeado.

—Es un evolucionado y merece ser parte de la resistencia— objetó un hombre.

—Tu cállate— espetó ella.

—Creo que debemos votar. O llamar al general, estoy seguro de que le encantará formar parte de esto. Podría invitarte té y galletas— ironizó él.

La mujer no replicó.

—Me parece— dijo el de cola de caballo—. Que ya se ha decidido su situación. Los llevaremos, pero una vez en la resistencia, no les aseguro que el general los acepte. Tendrán que convencerlo.

—Te conozco— susurró Dylan mientras lo escudriñaba con la mirada. El hombre se quitó la máscara, y dejó a la vista unos ojos de color muy oscuro que parecían perderse cuando sonrió. Sus mejillas se abultaron y la piel alrededor de sus ojos se arrugó.

—Cuanto tiempo sin verte, Joshua ¿O debería llamarte Dylan?

— ¿Erick? ¡Sobreviviste!― Exclamó el uno, se veía contento a pesar de la situación. Seguía estando esposado.

—Si— contestó el chico con otra sonrisa—. Me encantaría abrazarte, besarte y todas esas cosas cursis, pero debemos avanzar— dijo y asintió hacia el deslizador.

Las personas de la resistencia comenzaron a caminar, empujándolos, llevándolos a punta de pistola. Sander comenzó a avanzar, con su pierna chorreando la sangre, dejando huellas por donde pisaba... La mujer lo empujó y cayó al suelo, sosteniendo a Sam fuerte contra su pecho. Cheslay avanzó dos pasos, pero uno de ellos la sostuvo por los brazos.

—Quítame tus asquerosas manos de encima— gruñó, apretando los puños una y otra vez para evitar golpearlo.

— Sigue caminando.

El hombre no tuvo tiempo de reaccionar, cuando Cheslay giró sobre sí misma y golpeó su cara de lleno en una fuerte patada. Salió despedido sobre la fría tierra, levantando polvo en su caída. La mentalista no se detuvo a ver su trabajo, si no que corrió a auxiliar a Sam y a Sander mientras los rebeldes se reían de su compañero.

—Derrotado— se burló Erick. Este se acercó y le ofreció a Sander una mano para levantarse, mientras Cheslay veía si Sam no tenía una nueva herida—. Ella se ve... mal. ¿Qué le pasó?

—Lluvia acida— contestó la dos—. Eso es lo que pasó.

Erick no respondió ante la amargura de sus palabras, se colgó el arma a la espalda y llevó a Samantha en sus brazos.

—Debemos apresurarnos— ordenó—. Si no estamos a bordo para cuando se ponga el sol, el piloto se irá sin nosotros.

El hombre al que Cheslay había golpeado caminó al frente, dándole una mirada de enfado. Ella había roto su máscara. Él tenía sangre en la barbilla. La mentalista le regaló una sonrisa de superioridad.

Amanda ayudaba a Sander a avanzar, con su pierna cada vez más lastimada el tres no duraría mucho tiempo. Ya estaba jadeando, tal vez tenía fiebre... Azul nunca la perdonaría si algo malo le sucedía a él.

Bajaron el último tramo del lugar y llegaron a la entrada del deslizador. Los demás evolucionados ya estaban dentro, cada quien en un asiento, atados con cinturones que se cruzaban en su pecho.

—Ya no hay asientos libres— observó Ian.

—No importa—respondió Erick mientras avanzaba al interior. Ellos fueron detrás de él. Depositó a Sam con mucho cuidado sobre una manta en el suelo, al lado de algunos evolucionados heridos. Todos llegaron a ese lugar después de un largo y duro viaje. Ian se sentó a un lado de Sam, y Amanda frente a él, buscando cualquier cosa a la cual sujetarse para mantener el equilibrio en el momento en que despegaran. Erick se ocupó de dejarle su asiento a Sander, le pidió a una de las chicas que atendían a los heridos que limpiara y vendara su pierna. Ella terminó y el tres abrochó su cinturón de seguridad. La mujer de antes, la que los había golpeado, esposó a Dylan a uno de los tubos del deslizador, dándole una amenaza sobre si intentaba algo estúpido, el uno no se dejó intimidar y le dijo que lo dejara tranquilo. Cheslay se sentó a su lado, justo a tiempo para ver como el sol se estaba poniendo.

—Lo logramos— susurró con alivio.

—Si, al fin es el camino correcto— contestó Dylan y ella le sonrió.

— ¡Ahora! ¡Ya! ¡Ya! ¡Han activado los detectores!― gritó un hombre mientras trataba de subir por la rampa, disparando a algo a su espalda. Cheslay se puso de pie para ayudarlo a llegar. Lo último que sintió fue la sangre salpicar su rostro mientras la compuerta del deslizador se cerraba y ascendían lentamente, con los disparos estrellándose contra el casquillo del deslizador.

No supo en que momento fue que se apartó de la compuerta y caminó para sentarse al lado de Dylan. Tampoco supo en que momento fue que limpiaron la sangre de su rostro. Solo sabía unas cuantas cosas con certeza. Una de ellas, la más importante, era que haría lo que fuera para que sus compañeros, para que Dylan, para que todos y cada uno de ellos, pudiera llegar a la resistencia.

—Trata de dormir un poco— susurró Dylan en su oído. Él tenía las manos atadas al tubo con las esposas y ella estaba recargada sobre su pecho. Mirando cómo los demás atendían a las personas heridas, Sam entre ellos. Los que eran como Erick se encargaban de vigilar a los demás y sus necesidades, pero nadie molestaba al piloto.

—Estoy bien así— contestó y la verdad era que no quería soñar con más muertos de nuevo.

Dylan no discutió contra eso. En algún momento, Erick se acercó a ellos, con un andar algo incómodo.

—No tenemos alimentos suficientes— dijo mientras se inclinaba para quedar a la altura de Dylan, el cual estaba contra el suelo—. Y queremos dárselos a los heridos para que tengan fuerza suficiente...

—Está bien así— dijeron al unísono.

— ¿Es ella?― preguntó Erick y asintió hacia Cheslay.

Dylan sonrió y le besó la cima de la cabeza.

—Sí, es ella.

—Debes saber— dijo Erick, haciendo de nuevo esa sonrisa que le arrugaba los ojos—. Que este sujeto recorrió gran parte del mundo para encontrarte. Yo no lo hubiera creído de no haberlo visto.

—Lo creo— contestó ella con seguridad.

—Bueno, bueno— sentenció Erick y volvió a su pose seria—. Será mejor que traten de descansar un poco. El viaje a la resistencia es de dos días en este viejo deslizador. Sería mucho más rápido si pudiéramos disponer de uno con avanzada tecnología.

Ambos asintieron, Erick se puso de pie y anduvo por todo el lugar, preguntando cosas y asegurándose que todos estuvieran bien.

Cheslay estaba a punto de quedarse dormida, cuando escuchó ruidos extraños. Era un sonido que indicaba que alguien se estaba ahogando con comida. Se incorporó rápidamente, al ver que el producto de aquel ruido, era Sam. Una de las mujeres de la resistencia estaba tratando de darle comida, pero la chica comenzó a vomitar todo. El lugar se llenó de quejas por el mal olor rápidamente.

Cheslay fue a donde estaba Sam y la levantó para que pudiera respirar bien, sosteniéndola en un abrazo contra su pecho, limpiando el vómito de su cara con un pañuelo que le dio una de las mujeres. Samantha estaba ardiendo en fiebre, pero aun no recobraba la conciencia y tenía dudas sobre si lo haría algún día.

—Está bien— susurró Cheslay—. Está todo bien, tranquila ¿Puede darme un poco de agua?― pidió a la mujer.

—Lo lamento, pero la estamos racionando...

—Entiendo— contestó y siguió limpiando a Sam. No le importaba hacerlo ya que ella nunca mostro desprecio o asco cuando tuvo que enseñar a Azul todo lo básico respecto al a higiene cuando la conoció en el campamento.

—Tal vez está infectada— murmuró uno de los rebeldes.

—No está infectada de nada— dijo Ian enfadado. También los había escuchado—. Quedó atrapada en la lluvia acida. Me gustaría ver que tú sobrevivieras a eso.

Los hombres que murmuraban sobre la condición de Sam se acercaron a Ian. Y más rápido de lo que alguna vez la vio moverse, Amanda estaba en medio de ellos y del chico. Una línea gruesa marcada sobre el suelo del deslizador, ella la había hecho con sus uñas.

—Quiero que algo quede muy claro— exclamó y les regaló una mirada de desprecio—. Ustedes no pueden cruzar esta línea y no pueden tocar a ninguno de los que viaja con nuestro grupo.

—No eres quien para dar órdenes aquí— espetó el hombre y dio un paso.

—No tolero a los abusivos— gruñó Amanda y tan rápido, que el sujeto no fue capaz de reaccionar, ella lo tenía de cara al suelo— ¿Tienen algún problema con mis peticiones?

El deslizador se llenó de risas de los rebeldes. Erick se acercó al hombre y le ofreció una mano para que se pusiera de pie.

—Yo puedo solo—graznó y aventó su mano. Erick no se inmutó.

—Será mejor que tomes los entrenamientos más en serio, al general no le agradará saber que dos chicas te patearon en trasero en un mismo día.

Cheslay soltó una risa al darse cuenta de que era el mismo al que había golpeado antes. Sostuvo a Sam hasta que dejó de vomitar, hasta que se quedó dormida en sus brazos. Incluso cuando todos dentro del deslizador se quedaban dormidos. Amanda con Ian, Sander sobre su asiento, los rebeldes donde encontraban espacio y los evolucionados sobre sus asientos. Quizá ya los había alcanzado la noche, pensó Cheslay. Su estómago gruñía a causa del hambre, pero se consolaba al pensar que en la resistencia podría comer lo que quisiera sin importar nada más.

El hombre que habían golpeado, se paseaba por el lugar, sin cruzar la línea que había marcado Amanda en el suelo. Él miró a Cheslay de una forma que la hizo sentir incomoda.

— ¿Qué?― inquirió ella.

—Nada.

Dylan soltó una risa sarcástica.

—Vuelve a mirarla de esa forma y te arranco los ojos— amenazó y el rebelde simplemente fingió no haberlo escuchado.

—Puedo cuidarme sola— dijo ella.

—De nada— respondió con una sonrisa. Sus manos seguían esposadas y en sus muñecas habían aparecido cortes debido al roce del metal.

Cheslay le devolvió la sonrisa, y hasta estar segura de que Samantha estaba profundamente dormida, se puso de pie con mucho cuidado y acudió a Dylan, primero revisando sus manos, pero él aseguró que no le dolía. Ella se acomodó contra su pecho y en algún momento del viaje se quedó dormida.

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Había mucho ruido alrededor, Dylan solo sabía dos cosas. Se sentía en paz, después de mucho tiempo se sentía bien con lo que tenía. Sus amigos estaban a salvo y en camino a una nueva vida. Y lo mejor de todo era que Cheslay dormía placenteramente entre sus brazos. Bueno, eso era un decir, ya que sus manos estaban esposadas. Le había dado mucho gusto volver a ver a Erick y que no pareciera muy cambiado.

Dylan había dormido mucho, no tanto como Cheslay, pero ya se sentía menos cansado. Despertó cuando sintió movimiento dentro del deslizador, y es que los rebeldes volvían a dar de comer a los enfermos. Provocando en Sam las arcadas, pero esta vez fue Amanda quien se levantó a atenderla.

El uno movió las manos un par de veces para evitar que se acalambraran, odiaba ese hormigueo que las recorría, y el ardor en las muñecas funcionaba para mantenerlo despierto. Estaba cansado y hambriento. Él sabía que una vez que llegaran a la resistencia lo llevarían a prisión hasta que pudiera hablar con el general al que Erick había mencionado, pero no quería que sus amigos se dieran cuenta de ello, no quería que Cheslay lo supiera, ya que tratarían de sacarlo de ese lugar, y lo que Dylan buscaba ahora era solo un poco de paz.

Recargó la barbilla sobre la cabeza de Cheslay y ella se estremeció, pero no despertó. Dylan comenzó a seguir con la mirada a aquel hombre que habían golpeado. Él era uno de esos que mientras tuviera un arma entre las manos se sentía invencible, un brabucón, lo hubiera llamado Nefertari. El joven se dio cuenta de que lo estaban observando, y Dylan no hizo nada por disimularlo, le gustaba intimidar a las personas así.

— ¿Qué quieres?― inquirió el rebelde.

— ¿Cómo te llamas?

—No te importa.

—Lindo nombre. Original a mí parecer...

—Muy gracioso ¿Por qué mejor no cierras la boca y...?― no pudo terminar la frase.

Todo el deslizador temblaba. Dylan se dio cuenta de que las luces habían comenzado a parpadear, todos los evolucionados se sacudían en sus asientos y las cajas que habían cargado antes volaban de un lugar a otro. El chico "no te importa" comenzó a hablar por su intercomunicador. Cheslay se despertó y rápidamente encontró un lugar del cual sujetarse para no ir con el equipaje, Amanda, la cual había vuelto a su lugar, también estaba sujeta de uno de los tubos del deslizador, Ian la sujetaba fuerte del brazo.

— ¿Qué está pasando?― preguntó Cheslay.

—Patrullas de la ciudadela— explicó la mujer de antes, la que los había golpeado. Ya sin la máscara puesta, Dylan se dio cuenta de que era sumamente joven, dieciocho, quizá veinte años—. Nos dispararon. Le dieron a una del as turbinas... Estamos cayendo.

—Suéltame— ordenó Dylan.

— ¿Qué? ¡No! Ellos dijeron que eras peligroso.

— ¿Quieres morir en este lugar? ¡Maldita sea! Quítame las esposas o lo haré yo, y romperé este armatoste ¡Quítamelas!

— ¡Sam!― el grito de Ian lo distrajo. El chico había soltado a Amanda, para lanzarse con el movimiento hacia donde estaban los enfermos, los cuales estaban atados, excepto Sam... a la que habían estado atendiendo cada pocos minutos. Ian la atrapó en el aire, cuando apenas comenzaba a ser llevada por la inercia de la caída.

Amanda aseguró a Ian y Sam junto a ella, los mantuvo contra la pared con mucho esfuerzo, enterrando sus uñas contra la pared para evitar el movimiento. Todo era un caos, mientras el deslizador seguía cayendo.

—No puedo ― dijo la chica.

— ¡Ahora!― gritó Dylan. Pero no hubo tiempo de quitarle las esposas, pues el deslizador dio un giro brusco y tembló, como si les dispararan de nuevo. El uno tiró fuerte de sus manos, rompiendo el tubo que lo mantenía atado al deslizador, sintiendo la sangre resbalar desde sus muñecas por lo brusco del movimiento.

—El piloto está inconsciente— dijo Cheslay. Era obvio que ella iba a tratar de manipular al hombre.

—No te sueltes— pidió él. Ella asintió—. Trata de entrar en la mente de quienes nos persiguen, has que se larguen.

— ¡Ya lo intenté!― respondió furiosa—. Hay algo que me bloquea...

Dylan sacudió la cabeza, solo tenía un intento.

—Voy a detener la caída, cuando el deslizador sea estable, vas a abrir la escotilla. Sander puede dispararles desde ahí.

Cheslay miró al tres, quien trataba de liberar su cinturón para ayudar a Amanda con los chicos. Ella asintió y fue a liberar a Sander para ayudarlo a llegar a la compuerta.

Dylan respiró profundo y colocó las palmas de sus manos contra el suelo del deslizador, cerró los ojos, buscando concentrarse. Todo era de ese extraño material que no emitía vibraciones, no sabía cuántas personas había exactamente en esa cosa porque el material no le permitía sentir demasiado. Pero más allá de todo eso, pudo sentir la tierra al final, supo que afuera hacia frio, que el aire raspaba la corteza del armatoste, que había dos deslizadores más siguiéndolos, eran de la ciudadela. Y pudo ver, más allá de todo eso, el centro de la tierra, aquello de donde nacía su habilidad. Dylan tomó una respiración profunda y concentró toda su energía en ese sitio, para que cuando estuvieran cercanos a estrellarse, el deslizador quedara suspendido, solo lo suficiente para evitar un fuerte golpe. El uno sintió a su cuerpo temblar, la sangre escurrir de su nariz debido al esfuerzo que esto le suponía. Sus brazos y piernas amenazaban con fallar y dejarlo caer, su cuerpo le exigía un descanso, pero él sabía que si fallaba, todas esas personas morirían. Abrió los ojos cuando logró estabilizar el deslizador. Aun le suponía esfuerzo, apretó los dientes y los puños para poder mantenerse en esa concentración. Vio como Cheslay jalaba la palanca y abría la compuerta. Mientras Sander reunía energía en sus manos y lanzaba ataques hacia las naves que los seguían. Pronto el lugar se llenó de humo que entraba por la compuerta, Dylan no sabía si era el de su propio transporte o el de las patrullas de la ciudadela. Todo estaba borroso a su alrededor, ni siquiera sabía si la energía que utilizaba Sander era aquella, peligrosa e inestable o la eléctrica del deslizador. Dylan sintió que se acercaban a la superficie, al lugar donde debían aterrizar, así que volvió su concentración, y justo antes de que el deslizador tocara la zona, se detuvo, parecía suspendido en el aire. Supo que lo había logrado, así que muy despacio fue cediendo a toda esa fuerza que lo aplastaba. El deslizador bajaba lentamente, hasta que con un fuerte golpe tocó el suelo, con la compuerta aún abierta.

Dylan se dejó caer, recargando su espalda contra la pared del cacharro. Se dio cuenta de que aun tenia las esposas puestas cuando levantó la mano para limpiarse la sangre de la nariz. Sintió como alguien lo sostenía de las mejillas y lo obligaba a levantar la vista. Y ahí estaba ella, con sus ojos azules llenos de preocupación.

—Estoy bien— murmuró. Trató de ponerse de pie, pero sus brazos y piernas temblaban, pudo ver como las venas se marcaban a lo largo de sus brazos, en sus manos... se preguntó si su cara y cuello tendrían un aspecto similar.

—No, no lo estás. Descansa. Los rebeldes se encargaran del resto— dijo Cheslay—. Al parecer tendremos que seguir caminando.

—Nos salvaste— la interrumpió la joven de antes, la que los había golpeado—. Pudiste tomar a tus amigos y largarte de este lugar, pero decidiste salvarlos a todos ¿Por qué?

—Porque...— contestó Dylan con sarcasmo—. Soy asombroso.

Escuchó una carcajada justo detrás de la chica, ahí estaba Sander, todos parecían estar en buenas condiciones, el más afectado parecía ser él.

—Lo lamento, pero no hay tiempo para descansar—. Erick parecía estar dirigiendo a los demás—. Debemos avanzar. Si la ciudadela pudo enviar dos deslizadores a atacarnos, puede enviar cazadores para matarnos. Ya habrá un momento para descansar. Tomen a su amiga, ella es su responsabilidad, nos vamos.

―¿Por qué no esperar por apoyo?― preguntó uno de los rebeldes.

Erick lo miró por encima del hombro.

―No podemos quedarnos a esperar.

―Si Velika estuviera aquí― señaló el mismo rebelde―. No tendríamos que obedecerte.

El viejo amigo de Dylan hizo el sonido parecido a una risa. Cuando la mujer de antes, la que golpeó a Sander, dio un paso al frente.

―Si Velika estuviera aquí― replicó, mientras levantaba una de las cajas sobre su hombro―. No habrían derribado el deslizador.

Decidió no prestar atención a esa discusión. Dylan hizo más esfuerzo en tratar de que sus amigos no notaran su agotamiento que en levantarse. Juntos salieron del deslizador, el cual echaba humo por las turbinas que las patrullas de la ciudadela habían destruido. Esa cosa no tardaría mucho tiempo en explotar, se dio cuenta de que esa era la prisa de Erick, más que el hecho de que enviaran a los cazadores por ellos, él no quería a nadie cerca cuando el deslizador explotara.

Tomó a Sam en brazos a pesar de que ahora resultaba más que agotador el ir con peso extra, pero nunca la dejaría atrás. Sander quiso llevarla, pero Dylan se sentía responsable por ella, así que la llevaría él, y nadie más. Los otros evolucionados que iban en el deslizador se unían a sus grupos y caminaban, alejándose del armatoste. Los sobrevivientes de los túneles los siguieron, viendo como el sol avanzaba hacia el atardecer, eso significaba que habían pasado un día en ese deslizador.

Todos iban callados, a pesar de que en la caravana iban más de cien personas, todos iban en silencio, guardando sus fuerzas para cuando las necesitaran. Seguían a los rebeldes que guiaban aquel grupo hacia la resistencia. Nadie sabía dónde estaba y dependían de esas personas para llegar. Según la información que Erick les había dado, tardarían dos días en llegar a la resistencia con un transporte aéreo, pero caminando ¿Cuánto tiempo les llevaría?

Dylan ya no sentía las piernas, tampoco los brazos que mantenían a Sam firme sobre su espalda. Le gustaría decir que cada paso le dolía, pero su agotamiento era tal que no sentía su cuerpo, simplemente se dejaba llevar por la inercia. Sus amigos iban en una situación similar. Al hacer el recuento de daños se dio cuenta de que Sander había quemado parte del deslizador con la energía inestable y aparte se había agotado a sí mismo. Amanda era la que parecía estar en mejores condiciones, eso sin considerar la falta de comida y de sueño. De Samantha no había mucho que decir. Ian se había fracturado la muñeca cuando se soltó dentro del deslizador para ayudar a Sam. Y Cheslay, ella había hecho contacto con las personas que los atacaban, poco antes de que estos murieran y eso provocó una inestabilidad en ella. Y a Dylan no le agradaba el hecho de que ella le diera esa mirada, la que decía que le preocupaba. Él había pasado mucho tiempo solo, sin que nadie se preocupara por él, y toda esa atención lo hacía sentir incómodo.

Los otros evolucionados, aquellos con habilidades animales que les daban fuerza y resistencia, ellos llevaban cargando en las camillas a sus heridos y enfermos. La caravana avanzaba lentamente, pero todos iban unidos. Los rebeldes que guiaban la marcha eran dos, el piloto y cinco personas habían resultado muertas durante el ataque. Y los demás se paseaban entre los viajeros para ofrecer ayuda. Erick no se había separado del grupo de Dylan, su amigo había envuelto la muñeca de Ian con un buen torniquete. Y ayudaba a Sander a mantenerse en pie cada vez que a este no lo sostenía su pierna herida. Dylan se dio cuenta de que estaban hechos un desastre.

En algún momento la noche los alcanzó. El frio era apenas soportable, no estaban vestidos para ese tipo de condiciones climáticas. El aliento salía de sus bocas en nubes blancas y se confundía con el ambiente, las personas frotaban sus manos para generar calor, se llevaban los brazos al pecho para conservar un poco de tibieza. Conforme avanzaban se daban cuenta de que se formaban pedazos de hielo entre las rocas y lo que antes habían sido casas y ahora quedaban solo los cimientos. Ninguno tenía la esperanza de encontrar algo en esos lugares, pues los saqueadores se habían encargado de dejarlos vacíos. En algún momento escucharon la explosión del deslizador, pero no los tomó por sorpresa. El fulgor del estallido iluminó la noche por unos momentos, para después dejarlos en total oscuridad, con las gruesas nubes cubriendo la luna.

Dylan estaba desesperado por soplar aire caliente sobre sus manos, recordando cómo había perdido los dedos, pero no podía soltar a Sam. Miró a sus amigos, todos tenían los labios morados a causa del frio, la punta de la nariz roja, al igual que las orejas. Ian y Cheslay temblaban sin parar, con la piel con ligeras cortadas por el gélido aire del norte. También se dio cuenta de que el grupo disminuía conforme pasaban las horas en el frio. Algunos se quedaban atrás y otros simplemente ya no querían seguir, se dejaban vencer. Los rebeldes no les habían ofrecido agua o comida, tampoco algo más abrigador, pero eso estaba bien, Dylan lo sabía, comprendía como pensaban esas personas: solo los más fuertes sobrevivirían. Por eso no los ayudaban con Sam, porque creían que ella era débil.

Él ya no quería dar un paso más y a juzgar por el comportamiento de las personas de la resistencia, no tendrían un descanso pronto. Sentía un dolor persistente en el pecho, como si algo se hubiera roto dentro de él, a pesar de que sabía que se debía solo al frio al que estaba expuesto. Las piernas le temblaban, más por el cansancio que por el clima, se sentía a desfallecer, pero no quería quedarse atrás y pedir un descanso porque sabía que sus amigos se quedarían con él y no quería retrasarlos, él no era una carga.

—Puedo conseguirte una manta para la chica— señaló Erick a Sam.

Dylan asintió. Aunque él y los demás también tenían frio, sabía que su prioridad era Samantha. Cuando su amigo volvió, con un pedazo de tela en las manos Dylan ya se sentía mareado. El haber detenido el deslizador lo había dejado en su límite.

— ¿Erick?― se escuchó decir.

— ¿Si?

—Toma a Sam— fue más una exigencia que una petición.

En cuanto Dylan dejó de sentir el peso de Samantha a su espalda y se aseguró de que ella estaba bien en los brazos de su amigo, fue que dejó que sus piernas fallaran, lo único que lo mantenía en pie era la fuerza de voluntad, sus brazos tampoco pudieron evitar que su cara se estrellara contra la fina capa de hielo que había comenzado a formarse sobre el suelo. Lo último que pudo percibir, fueron los pasos de Cheslay dirigiéndose a él.

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¿Cuánto había pasado? ¿Días? ¿Semanas? Cheslay no estaba segura. Ahora cargaban con demasiados heridos, Dylan apenas y podía consigo mismo. Ese lugar estaba desolado, cada vez hacia más frio, y el hielo se juntaba sobre la superficie, haciendo el suelo resbaladizo y su viaje más difícil. Sentía los dedos congelados y la cara cortada. Todos tenían los labios morados y más de uno había caído en el largo camino a causa del congelamiento. Los tres hacían lo posible por mantener a los demás en un buen estado, pero eso los agotaba. Las condiciones en las que viajaban eran deplorables. Ya debían estar cerca.

Recordó como Dylan había caído y tuvieron que quedarse a descansar hasta que despertó. Más de la mitad del grupo quiso esperar por él, pues era quien los había salvado de morir cuando su transporte cayó. Incluso se ofrecieron a llevarlo cuando despertó, pero Dylan, completamente huraño y enojado consigo mismo los rechazó. Ahora seguían caminando, se detenían a descansar cuando era necesario, no podía contar las veces que el sol se había puesto y vuelto a salir. Los tres se encargaban de derretir el hielo para que pudieran beber agua y a excepción de un poco de pan duro que aún tenían, ya nada más los mantenía en pie. Ya no había nada más que esperanza, ese era su único motivo para seguir.

Cheslay no se atrevía a hablar, por miedo a que sus palabras no salieran, o que el frio viento del norte se las llevara. Veía como sus compañeros arrastraban los pies para poder seguir avanzando.

—Está bien—gritó Dylan a la nada. Estaban rodeados por una alta montaña, todo el camino habían ido por ese hueco, ese camino que se abría entre dos grandes montañas, con el viento sonando fuerte, la nieve metiéndose en sus zapatos—. Puedo sentirlos desde que entramos a este lugar. Ya es suficiente, ninguno de nosotros puede dañarlos.

Cheslay creyó que se había vuelto loco a causa del cansancio y del hambre, pero pronto el lugar tuvo movimiento. En la parte alta de las montañas, detrás de las rocas y al final de aquel sitio, aparecieron personas, todas tenían ropa de invierno encima, y los apuntaban sus armas. Alguien se dirigía a ellos, tenía el andar de una persona confiada y segura de sí misma. La parte izquierda de su cuerpo estaba completamente cubierta, abrigada, pero la derecha exhibía un brazo metálico. Tenía insertadas partes robóticas. Era una mujer, se dio cuenta Cheslay. Ella tenía una sonrisa confiada, que se extendía por toda su cara, su piel era de un moreno natural, y su cabeza estaba rasurada en una parte y del otro lado tenía una larga cabellera de color negro azabache. Por su cuello se extendían algunas marcas de color negro, eran tatuajes, aunque la mentalista no pudo distinguir la forma de los mismos.

— ¿Son ellos?― susurró la mujer. Su voz era ronca.

Alguien estaba a su espalda. Era a quien le había hecho la pregunta. Las chicas no podían ser más diferentes, pues quien se ocultaba detrás de ella era muy pequeña, y sus rasgos le recordaban a Andy, era una asiática.

—Si—respondió completamente segura—. Son ellos.

En un rápido movimiento que ninguno de ellos fue capaz de captar, ella tomó a Dylan de la mano izquierda y miró sus dedos mutilados por unos segundos. Cheslay se dio cuenta de que era muy alta, pues sacaba por lo menos media cabeza a Dylan. Una sonrisa cruzó por sus labios.

—Sean bienvenidos a la resistencia del norte— anunció con una gran sonrisa—. Los estábamos esperando.

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