29.- Nuevas Amistades.
Cheslay no sabía que era peor, el hecho de que estaban débiles y hambrientos, o el de estar atrapados con contaminados, con aquellas personas que no habían sido tan afortunadas como para ser inmunes al virus. Ella sabía que el utilizar sus habilidades la dejaría en un estado de vulnerabilidad, además nunca había manipulado a alguien con la enfermedad. Sabía que tanto Dylan como Sander estaban en su límite, por no hablar de Samantha, que estaba sumamente herida. Podía fiarse de Amanda y de Ian, pero ¿Hasta qué punto? Todos habían tomado una posición de defensa hacia Samantha, cualquier movimiento por parte de esas personas, que los superaban en número, ellos atacarían, incluso Sander y Dylan, a los cuales sus últimos ataques o rescates los habían dejado exhaustos, por no hablar de la falta de alimento y la fatiga.
Ni uno de los contaminados se movió, Cheslay estaba a punto de lanzarse contra el más cercano, cuando los escuchó hablar.
— ¿Samantha? ¿Es Sam?― preguntó una mujer.
Cheslay no les daría el lujo de verla dudar. Dylan ya le estaba dedicando esa mirada, en la que le pedía que entrara en la mente de los demás, a pesar de que no era su actividad favorita. Cheslay cerró los ojos, concentrándose en todos y cada uno de ellos, frente a sus ojos aparecieron más hilos de los que pudiera contar, había más de cincuenta personas en ese lugar. Los hilos se fueron haciendo más y más gruesos, hasta que se acercó a los de aquella mujer que había llamado a Sam. Ella se llamaba Giaselle, tenía treintaiocho años y se le detectó la enfermedad a los treinta, había sido rechazada por muchas personas, su familia incluida, ella no tenía a nadie más cuando se encontró con...
Cheslay se retiró de golpe. La mujer había comenzado a caminar hacia ellos, con un par de personas siguiéndola.
— ¡No se acerquen!― gritó Ian.
—Déjalos— dijo Cheslay—. Son del grupo de Chandra.
Los demás la miraron sin comprender. Cheslay dio un paso hacia atrás, permitiendo que los contaminados accedieran a donde estaba Sam, la cual temblaba de la cabeza a los pies, había vomitado sobre el suelo a su derecha. Parecía inconsciente.
— ¿Pueden ayudarnos?― preguntó Sander.
—Si—respondió la mujer. Su cabello era castaño, algo largo, pero en la cabeza faltaban algunas partes del mismo. Cheslay no sabía si su cabello había caído a causa de su putrefacción o si ella misma lo había arrancado en un acto de desesperación. Sus ojos eran de color verde, pero tenía algunas manchas en la parte blanca. Sus dientes no estaban completos y su piel tenía llagas, no por la lluvia acida, sino por la enfermedad.
Los otros contaminados que la acompañaban tenían un aspecto similar, a algunos les faltaban partes de la cara o del cuerpo, como las manos o dedos de los pies. Cheslay quería retroceder a causa de la repulsión y el hedor de ellos, pero solo eran personas enfermas y no eran malos. Se tragó su aversión y les indicó a los demás que se hieran a un lado para que la mujer se acercara a Sam.
Dylan e Ian fueron los más renuentes a permitirle el paso, pero al ver el estado de la chica, simplemente se retiraron, no completamente, solo lo suficiente para observar la escena. Cheslay se recargó sobre uno de los autos, Amanda la acompañó, mientras Sander se dejaba caer al suelo de nuevo, su pierna sin soportar su peso.
— ¿Sam? —La llamó la mujer mientras se inclinaba a la altura de su rostro— ¿Sammy?
— ¿Chandra?− susurró Samantha. Ella le había dicho a Azul en una ocasión que la única que la llamaba Sammy era su hermana Chandra.
—No cariño, soy yo, Gia— la voz de la mujer estuvo a punto de romperse.
Al parecer a Sam no le importaba quien fuera, ya que se acurrucó sobre el suelo, tratando de entrar en calor, cerró los ojos e ignoró al resto del mundo. Su piel se veía mal, completamente quemada, su respiración era muy agitada y la saliva le escurría por la barbilla.
— ¿Ella tragó agua?− preguntó Gia mientras se incorporaba.
—No lo sé—respondió Sander desde el otro lado. Su cabeza recargada contra la pared. La manzana de adán subiendo y bajando al ritmo de sus palabras. La barbilla cubierta por una sombra donde no se había afeitado en algún tiempo. El cabello seguía escurriendo gotas de agua, y se tornaba más oscuro a causa de la humedad. Sus ojos grises brillando en la oscuridad, iguales a los de un gato. Había pequeñas marcas blancas a lo largo de su cara, brazos y cuello, justo donde algunas de sus llagas habían comenzado a sanar. La ropa la llevaba rota, carcomida por el ácido, igual que el resto de ellos—. Cuando me percaté de que no estaba, fui a buscarla. Estaba sobre el suelo, cubriéndose la cara con los brazos...
—Necesitamos llevarla— le dijo Gia a los demás hombres. Algunos se acercaron, pero Dylan les estorbó el paso.
—Yo la llevaré— dijo. No era una petición, era una exigencia. Se inclinó para tomar a Sam en brazos, ella chilló a causa del dolor, pero Dylan no la soltó.
Gia asintió hacia su gente, los cuales comenzaron a caminar hacia el fondo del lugar. Ellos llevaban linternas para aluzar su camino. Cheslay siguió las luces, con sus amigos detrás de ella y de Dylan. Amanda e Ian ayudando a Sander. Los contaminados les lanzaban miradas desconfiadas, mientras esquivaban los autos del túnel. Cheslay tuvo la súbita sensación de encerrarse dentro de uno de ellos y dejar que todos se fueran, mientras ella gritaba en el interior hasta quedarse completamente afónica, cuando ya no tuviera nada más que gritar ni maldecir, pero no podía hacer eso, significaba debilidad o darse por vencida y no quería hacer ninguna de esas cosas, ella quería ser fuerte, por Sam, por Dylan. En lugar de gritar, cuadró los hombros, miró al frente y soltó la respiración que estaba conteniendo, habría un momento para llorar, habría un momento para dejarse vencer o para alcanzar la victoria sobre sí misma y sus emociones, pero este no era el momento y lo sabía. Recordó lo que Lousen solía decirle, que ella era más fuerte que toda la situación, que ella podía con todo, pero ese todo se estaba sintiendo como demasiado y pronto sus hombros sucumbirían ante el peso de diez mundos, pero ese no era el momento ni la hora de hacerlo.
Los contaminados doblaron a la derecha en el túnel, Cheslay se dio cuenta de que era una especie de resbaladero, una coladera grande, vieja y apestosa. No quería bajar por ahí, y sobre todo, no quería que bajaran a Sam ahí, eso significaba una infección segura. Las personas enfermas comenzaron a bajar ante una orden de Gia. Dylan y Sander intercambiaron una mirada, y después de envolver a Sam con los restos de la camiseta de Sander, Dylan se deslizó por el túnel, protegiendo a la chica con su cuerpo. Cheslay esperó a que todos estuvieran abajo, solo ella y Gia permanecían en el túnel. Cheslay se recargó sobre la pared, aun podía escuchar la lluvia afuera, los pasos de sus amigos en la profundidad del lugar, con las ratas, a Amanda le daría un ataque.
—Sé que no son malas personas— dijo en voz baja, para que solo Gia la escuchara, para que sus palabras no hicieran eco en el lugar.
Gia trató de ponerle la mano en la espalda para consolarla, pero Cheslay se retiró de su toque y giró bruscamente para enfrentarla, para que de sus labios salieran aquellas palabras que la atormentaban y la hacían querer vomitar, a pesar de que su estómago se encontraba vacío.
—Ella morirá— dijo Cheslay y sus palabras rebotaron en el túnel de vuelta a ella—. Nosotros no podemos curarla y creo que ustedes tampoco tienen el material necesario.
—Esta la resistencia.
—La resistencia es un cuento de hadas, no existe—interrumpió.
—Existe— aseguró Gia, y había algo más que esperanza en su voz, no era fe, era certeza—. Hemos estado ahí.
Cheslay le regaló una mirada amenazante, si tan solo se daba cuenta de que esa mujer le mentía, ella se encargaría de matar a todas las personas en ese lugar, fueran o no contaminados. Nadie tenía el derecho de jugar así con la fe de las personas, absolutamente nadie.
—Ahora, por favor, deslízate. Hay muchas cosas que debemos hablar con ustedes y hay algo que le puedo ofrecer a Sam para que soporte el viaje hasta el norte— dijo sin darle importancia a la amenaza implícita en los movimientos y miradas de la mentalista.
Cheslay le dio la espalda y tomó impulso para luego deslizarse por el lugar. Olía aun peor que arriba, el agua que le salpicaba las piernas y brazos estaba sucia y le empapaba los trozos de ropa que la cubrían. Sería más fácil solo andar por el lugar con sostén y bragas, aunque eso atrajera miradas no deseadas. Sus pies tocaron lo que parecía más agua, pero solo le llegaba a los tobillos. El lugar olía a metal, mezclado con agua y literalmente, con mierda.
Cheslay contuvo una arcada mientras se estabilizaba, una mano más pequeña que la suya la encontró en la oscuridad, y pudo ver frente a ella, unos centímetros más bajo, sus ojos brillaban verdes como los de un gato. Ian la ayudaba a encontrar su equilibrio en las pestilencias de la alcantarilla. Soltó la mano del chico, asintiendo como agradecimiento, no se atrevía a abrir la boca por asco de tener que respirar todas esas cosas. Se llevó el brazo a la cara para cubrirse la nariz. Los demás también contenían arcadas, pero los contaminados parecían acostumbrados a esto.
Amanda miraba en todas las direcciones, estremeciéndose, conteniendo sus ganas de vomitar, estaba muy nerviosa y temerosa a causa de las ratas. Cheslay se centró en ella, en cómo sus sentidos felinos se agudizaban al estar bajo tierra, en la suciedad de las personas. La mentalista sacudió la cabeza y siguió mirando al frente, donde Dylan cargaba a Sam, mientras él trataba de no respirar profundo, Sander llevaba su cara cubierta con ambas manos mientras cojeaba a lo largo del lugar, Ian parecía el más tranquilo de todos, iba caminando frente a Cheslay, sus ojos ya se habían adaptado a la oscuridad que reinaba en ese lugar, a pesar de las linternas de los contaminados, quienes andaban al frente. Gia cerraba la marcha justo detrás de Cheslay.
Ella había dicho que tenían algo que podía ayudar a Sam a soportar el dolor, también que tenían información para ellos. Deseó que esa información fuera sobre lo único que necesitaban en ese momento, sobre la resistencia del norte.
Siguieron caminando, entre ratas, cucarachas y una vez que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver colgados de las vigas del techo algunos murciélagos.
—Están infectados— le susurró Gia. Cheslay no respondió, se había dado cuenta de que los hombres de Gia evitaban apuntar con la luz de sus linternas al techo, por miedo de que los atacaran.
Cheslay estaba sintiendo claustrofobia por el lugar, sentía que las paredes se hacían más y más pequeñas a su alrededor, pero solo ella lo sentía, los demás parecían imperturbables. De seguro solo eran sus nervios y el hecho de que sentía que respiraba solo suciedad dentro de ese lugar. No le sorprendería que los atacara algo desde las profundidades del agua oscura.
—Llegamos— anunció un hombre que iba al frente. Gia pasó a Cheslay y a los demás y fue con él.
Pudo escuchar cómo rechinaban algunas bisagras, luego sintió el choque de aire fresco contra su rostro, y algo más, un olor que no sabía cómo detectar. Parecían plantas, Cheslay no era ninguna experta en herbolaria, pero lo que podía oler aun por encima de la mierda de ese lugar, eran plantas.
Los demás comenzaron a avanzar y ella los siguió, cada vez que uno pasaba por la puerta redonda, Gia les susurraba algo, pero Cheslay no sabía lo que era, hasta que fue su turno.
—Ve con cuidado y en silencio— susurró Gia.
Cheslay pasó y miró todo el lugar. Ya se podía respirar el aire del exterior. La lluvia había parado de caer o tal vez... ella miró al techo, solo para darse cuenta de que estaban cubiertos por una gran cúpula transparente. Había muchas gotas de agua resbalando sobre la superficie, se preguntó de qué material seria como para que la lluvia no le afectara. Pasó revista de todo el sitio, había un suelo frio de concreto, algunas áreas tenían tierra, y había mantas extendidas por doquier, también lonas simulando tiendas para campar. Había mucho humo por todas partes, no sabía si provenía de las fogatas o de los cigarrillos que las personas se llevaban a la boca. Todo el lugar estaba lleno de contaminados, a los cuales les faltaban partes del cuerpo.
La mentalista dejó de mirar alrededor cuando escuchó un extraño zumbido en su oído derecho. Gia pasó un aparato de color negro de arriba abajo. Cheslay quiso empujarla, pero eso sería contraproducente. El aparato no emitió sonido alguno y la dejó seguir avanzando.
Los contaminados los guiaron hasta la tienda de mayor tamaño.
—No puedo ofrecerles algo para curar a Sam, pero por lo menos la ayudara a soportar el camino— explicó Gia mientras hacía a un lado la manta que cubría la entrada a la carpa.
Cheslay echó un último vistazo alrededor, se dio cuenta de que no era la única con desconfianza, pero no quería entrar en la mente de esas personas. ¿No se suponía que habían recibido la vacuna? Ella lo vivió cuando Azul aún tenía el control del cuerpo. Sander había conseguido las vacunas para la gente de Chandra, pero estas personas lucían muy mal, se podría decir que se podrían en vida, ya que por encima del olor a plantas quemadas, y aun por encima del olor de la comida que hacía que su estómago gruñera... el olor que había era a muerte.
Cuando terminaron de pasar y Gia dejó caer la manta, se quedaron en la oscuridad por unos segundos, hasta que la mujer encendió varias velas ¿De dónde sacaron esas cosas? Las llamas arrancaban destellos de los rostros de sus compañeros. Ellas hacían que los ojos de Dylan parecieran dorados en vez del marrón de costumbre, cuando él se inclinó y dejó a Sam sobre una de las mantas que estaban extendidas en ese lugar. Dylan se retiró cuando Gia y un grupo de mujeres se acercaron a Sam. Él estuvo al lado de Cheslay, y ella se atrevió a dejar salir el aire que estaba conteniendo. Él noto que algo le sucedía, claro que lo notaria, por eso era Dylan, por eso siempre había sido él, la única persona para ella. Cheslay sabía que ella era la más fuerte a la hora de controlar sus emociones, pero algo en este lugar la estaba haciendo añicos, y no sabía lo que era. Sintió como la mano de Dylan tomó la suya y le dio un apretón, ella correspondió el gesto y no quitó su mano, ya que ese simple roce le ofrecía un apoyo inigualable, infinitamente reconfortante.
Cheslay miró como Gia se inclinaba sobre Sam, la cual solo susurraba algunas palabras incoherentes. Samantha estaba alucinando a causa del dolor.
— ¿Sammy?― susurró Gia. La chica no le dio alguna respuesta. La mujer tenía algo entre sus manos, era un objeto pequeño que arrojaba humo. De ahí era de donde emanaba el olor a plantas quemadas que Cheslay había percibido antes.
— ¿Cigarrillos? ¿Eso vas a ofrecerle?― inquirió Dylan molesto. Él se acercó dos pasos, pero ella lo sostuvo fuerte de la mano para que no siguiera caminando. Esas personas no le harían daño a Sam.
Gia colocó el cigarrillo entre los labios de Sam, pero la chica comenzó a dar arcadas, como si quisiera dejarse morir en ese sitio.
—Sammy, necesito que inhales esto, es importante.
— ¿Chandra?― preguntó Sam. No parecía saber en dónde ni con quien se encontraba.
Gia miró hacia los acompañantes de Sam con un gesto de disculpa, después se colocó a la chica en los brazos y acercó el cigarrillo de nuevo a Sam.
—Si— mintió—. Soy yo, Chandra. Y necesito que aceptes esto, porque de lo contrario no llegarás viva al norte.
— ¿Y quién quiere estar viva?― murmuró Samantha, pero aun así aspiró el cigarrillo. Pasaron unos minutos en los que solo se escuchaba Sam. Solo ella, sus quejidos y luego el silencio fue aplastante.
Gia se levantó con cuidado y Samantha no se quejó por el movimiento, al contrario estaba completamente tranquila, sin llorar, sin gritar sin quejarse a causa del dolor.
—Vengan conmigo— pidió Gia—. Se ven hambrientos.
—Me quedo con Sam— objetó Dylan.
—Ella solo necesita descansar— replicó Gia con infinita paciencia—. Mi gente puede cuidarla mientras ustedes se recuperan, de lo contrario, no serán capaces de llevarla en un viaje seguro hasta la resistencia.
Sorprendiendo a Cheslay, Dylan no discutió y siguió a sus amigos hacia la parte de afuera. Gia los llevó hacia una parte que no era de duro concreto, era tierra, y en el centro del lugar había una fogata en la que parecía que cocinaban algo.
El primero en sentarse fue Sander, al dejarse caer sobre una vieja silla, él se veía agotado. Cheslay vio como el joven se llevaba las manos para hacer presión sobre su pierna herida. No se había detenido a pensar en él desde lo que sucedió con Sam, ella quisiera decir que ya no era su problema, que no le importaba, pero no era cierto, Azul no le perdonaría el hecho de dejar que Sander sufriera.
—Necesitamos curar esa pierna— dijo Amanda, haciendo eco de sus pensamientos.
—Se curara sola— gruñó Sander.
Nadie respondió, todos se dejaron caer alrededor de la fogata. Calentando sus dedos, su ropa húmeda por la lluvia y la peste de los túneles se secaba. Ellos olían como ese lugar, como los contaminados, olían a putrefacción.
Gia comenzó a pasarles platos con comida, había pedazos de carne con un extraño olor, y un tipo de sopa que Cheslay no supo reconocer. Trozos de pan duro y cantimploras con agua, las cuales agotaron en segundos.
—Adelante— dijo Gia con un asentimiento—. Coman.
Cheslay no confiaba completamente en ella, pero sus pensamientos no tenían nada de malo, tampoco los de los demás contaminados, solo que algo le gritaba que no estaba bien, que algo en esas personas además de la enfermedad, no estaba bien.
—Sus mentes están siendo afectadas por... lo que utilizan para ayudar a Sam... no hagas movimientos bruscos, no los contradigas. Solo has lo que te dicen, nos iremos por la mañana—escuchó a Dylan en su mente. Era fácil que él hablara de esa forma con ella, ya que sus mentes estaban en sintonía.
Cheslay bajó la vista a su plato y comió sin detenerse, su estómago le agradeció el alimento, ella rompía los trozos de carne con los dientes y bebía agua casi en el mismo intervalo. Se moría de hambre y al juzgar por el modo de comer de los demás... no era la única.
Ian había vaciado su plato en segundos, Amanda aun masticaba la carne, Sander bebía agua como si fuera lo último que probaría, incluso esta comenzó a chorrear por un lado de su boca, hasta caer por su barbilla. Dylan era quien parecía más sensato, comía como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cheslay se planteó la posibilidad de arrebatarle la comida y correr para poder alimentarse más, hasta saciarse, pero sabía que no tenía que hacerlo, bastaría con decirle a Dylan que aún estaba hambrienta como para que él le cediera su plato. Pero ella quería hacerlo, quería golpear a alguien y seguir comiendo. Se sentía como una salvaje.
— ¿Qué es lo que quieres lograr?― preguntó Dylan. Sus palabras sonaban como si estuviera debajo del agua, amortiguadas.
Cheslay sacudió la cabeza para poder centrarse, pero todo se escuchaba lejano, y las cosas se movían lentamente a su alrededor, era como si tuviera mucho sueño, pero sin poder dormir, las cosas tenían un borde de color gris. Y así sin más, sintió la necesidad de reír, apretó los labios para que las risas no salieran, pero cada vez se estaba volviendo más y más difícil.
Vio como Amanda, Ian y Sander estaban en la misma situación, solo que no comprendía porque, no había nada gracioso en su situación.
—No te afecta como a los demás— dijo la mujer.
— ¿A qué se refiere?― preguntó Cheslay. Sus palabras salieron sin que ella se diera cuenta. Deseó reírse de eso también.
—Lo que le dio a Sam para el dolor... eso también estaba en la comida y en el agua— explicó Dylan con paciencia, a pesar de que ella se reía por sus palabras—. Al principio de la enfermedad, cuando el virus se propagó, los contaminados usaban esta planta alucinógena, les ayudaba con el dolor que les causaba la enfermedad, pero también duerme los sentidos y puede provocar agresión en las personas que no están acostumbrados a su consumo. Entiendo que la utilicen y también comprendo que se la hayan dado a Sam, pero no entiendo la razón de usarla en nosotros—. Él se veía demasiado serio, como un cazador. Su mirada era gélida y sus facciones estaban apretadas, él no quería parecer enfadado, pero lo estaba.
Cheslay encontró eso sumamente gracioso. Esas personas los habían ¿Drogado? Sintió las carcajadas escapar de su garganta, escuchó como Ian, Amanda y Sander le hacían coro.
— ¿Y a ti por qué no te afecta?― se escuchó preguntar Cheslay, su voz no parecía suya.
Dylan bajó la vista al suelo, evitando mirarla.
—Los cazadores acostumbran consumir esta planta para... lidiar con todo lo que hacen.
La sonrisa de Cheslay se borró de golpe.
—Desarrollaste tolerancia— susurró con reproche.
—No es algo de lo que me guste hablar—. Dylan rechinó los dientes—. Ese no es el punto ahora.
—Yo decido cual es el maldito punto— replicó ella y se puso de pie. Solo que las cosas a su alrededor comenzaron a girar y tuvo que cerrar los ojos para evitar vomitar. Alguien la sostuvo por los hombros y la obligó a sentarse de nuevo. Cuando Cheslay abrió los ojos, se encontró con Dylan observándola fijamente.
—No te levantes en la próxima hora— pidió y trató de levantarse, pero ella lo sostuvo de la muñeca.
—Mentiroso— murmuró y lo dejó ir ¿Por qué decía eso? ¿Por qué no detenía sus palabras al saber que lo lastimaba? Era como si su mente no funcionara. Su cerebro desobedecía.
—Yo quiero información— dijo Gia, ya no se parecía a aquella que los ayudó en los túneles.
—Tu cara es fea— le dijo Ian a la mujer y rompió a reír, seguido de Amanda.
El único que tuvo la decencia de contener las risas fue Sander. Dylan seguía enfadado, sentado a su lado con los brazos cruzados y la mandíbula apretada.
Gia le regaló una mirada fulminante.
—Debo decir— habló con voz pausada—. Que no esperaba que hubiera alguien resistente a esto. Así que iré al plan B. Responderé tus preguntas si respondes las mías.
—Bien—escupió Dylan.
— ¿Qué buscan en la resistencia?
—Lo mismo que los demás, una salvación.
— ¿Salvación?― se burló Gia—. Míranos. Buscábamos lo mismo, pero al darse cuenta que el virus estaba mutando nos echaron de ese lugar, fuimos transportados hasta aquí. Nos dejaron comida y agua suficiente como para sobrevivir hasta que el virus nos mate. La planta alucinógena nos la dieron como compasión para soportar el dolor que esta enfermedad provoca. La resistencia no es más que un sueño.
—Es lo único que tenemos—respondió Sander. Al parecer le estaba costando mucho trabajo el mantenerse despierto, ya que abría y cerraba los ojos de una manera que a Cheslay le pareció graciosa.
— ¿Qué me puedes decir del nuevo virus? ¿De los híbridos?− preguntó Dylan. Cheslay sabía que esas eran las únicas respuestas que realmente le importaban.
—Habían creado una vacuna— explicó Gia con la mirada perdida—. Hacia muchos años, cuando se dio el primer brote, ellos crearon una cura, pero el virus mutó y gracias a esa supuesta "cura" nosotros fuimos víctimas de la nueva enfermedad. Nuestros sistemas no estaban preparados para algo así. Moriremos.
— ¿Y qué me dices de los híbridos?
—Es lo mismo— dijo Gia, volviendo su atención a Dylan—. El virus mata a todos aquellos que no somos evolucionados, a aquellos que no tuvimos la suerte de nacer inmunes. Y con los evolucionados es diferente, comienza a nacer una nueva raza, y no sabemos si es bueno o malo.
— ¿Qué es lo que son?
—Es curioso— repuso la mujer con seriedad—. Que no sepan nada sobre los híbridos, cuando están viajando con uno de ellos.
Su dedo putrefacto se levantó para apuntar a un lugar lejano a Cheslay, donde sus amigos estaban sentados. Gia se puso de pie, y sacó el aparato de color negro con el que la había revisado antes, ella lo pasó frente a Sander y Amanda, pero la maquina no hizo sonido alguno. Cuando Gia llegó a la posición de Ian, el aparato comenzó a sonar de una manera alarmante y brillaba con luces de color rojo.
El muchacho parecía asustado, tanto que se puso de pie y retrocedió dos pasos, pero a causa de la planta alucinógena, él no podía moverse muy rápido, cayó sobre su espalda en la fría tierra.
Cheslay se dio cuenta de que lo había estado mirando fijamente. ¿Ian? ¿Un hibrido? Ella había sacado muchas teorías respecto a ellos, pero ¿Ian? Eso estaba mal. Él era una de las personas más inocentes y frágiles que ella conocía. Sin pensarlo se puso de pie y trastabillando se dirigió al chico para ayudarlo a levantarse. Él tomó la mano que ella le ofrecía sin que su rostro dejara de reflejar sorpresa, y había algo más debajo de esta expresión: Miedo.
— ¿Yo?― susurró— ¿Un hibrido?
Gia soltó una risa poco discreta.
—Será mejor que vayan a descansar. Le diré a mi gente que los lleve a su tienda. Les daremos ropa para el resto del viaje. Por la mañana los buscare para llevarlos al lugar donde serán trasladados a la resistencia. No pueden recibir más comida de nosotros, ya que toda esta revuelta con alucinógenos— habló y les dio la espalda.
Cheslay se dio cuenta de que alguien la estaba guiando, la sostenía por la cintura para evitar que se tropezara. Era Dylan. No supo cuando fue que soltó la mano de Ian o cuando los contaminados llegaron para llevarlos a su tienda o cuando habían comenzado a caminar.
Los hombres de Gia no intercambiaron palabras con ellos. Simplemente los dejaron en una tienda de tamaño considerable, les dieron ropa que no estaba tan rota como la que llevaban puesta y se marcharon.
—Siéntate aquí— pidió Dylan mientras la obligaba a sentarse a un lado de la puerta de la tienda.
Él acaricio su mejilla y fue a ayudar a los demás, a tratar de hablar con Ian, el cual solo miraba al frente con sus ojos nublados. No podía creer lo que era, y es que ni él lo sabía. Nadie sabía lo que era. Ese era el problema con el mundo.
Cheslay tomó un montón de ropa y salió de la tienda. Necesitaba pensar y tratar de aclararse, luchar contra esa bruma que llenaba su mente. Se detuvo de andar cuando llegó a la parte de atrás de la tienda, se quitó los trozos de tela que aun colgaban de su torso y se colocó una camiseta en buen estado. Hizo lo mismo con el pantalón y los zapatos. Cuando estuvo lista simplemente se quedó mirando a la nada, a la cúpula transparente y como la lluvia se estrellaba contra ella.
—Por favor, vuelve adentro— pidió alguien a su espalda.
— ¿Por qué no vienes conmigo?― dijo y extendió su mano para que Dylan la tomara.
Él no titubeó y se acercó a ella, envolviendo los brazos a su alrededor, descansando su barbilla en el hombro de Cheslay. Ella se giró, para que pudiera verla a los ojos.
—Me mentiste— murmuró.
—No, solo no te he dicho toda la verdad—respondió él.
—No juegues con eso. Quiero que me digas todo, que me cuentas cada cosa por la que has pasado mientras estuvimos separados.
La sombra que pasó por los ojos de Dylan fue tan fuerte y tan dolorosa que rompió algo dentro de ella.
—No tiene caso— dijo—. Mañana no recordaras nada.
—Supongo que tienes razón— Cheslay lo tomó por las mejillas, forzándolo a mirarla—. Justo en este momento me cuesta recordar otras cosas... es como...
—Como si tuvieras lagunas mentales. Así sucede, es normal. Mañana despertaras de mal humor y no recordaras nada.
—Espero que Ian tampoco pueda recordarlo— comentó Cheslay.
—Yo lo recordare— sentenció Dylan—. Y hablaré con él, me encargaré de que lo sepa del modo correcto.
Cheslay comenzó a guiarlo, ambos caminando al mismo ritmo, hasta que su espalda chocó contra la parte trasera de la tienda.
— ¿Dylan?― susurró.
— ¿Si?
—Bésame.
Sus ojos marrones reflejaron sorpresa, y luego simplemente, el espacio entre ellos fue inexistente. Se besaban, Cheslay enredó sus brazos en su espalda, mientras él la sostenía contra la tienda. Ella lo besaba como si no hubiese un mañana, como si eso fuera todo lo que tenían, como si el mundo alrededor comenzara a derrumbarse y no importara nada más. Cheslay comenzó a pasar sus manos una y otra vez por la espalda de Dylan, sintiendo cada una de sus cicatrices y heridas, hasta que sintió que no era suficiente, sus manos comenzaron a bajar...
—Espera— dijo Dylan entre jadeos. Ella ya estaba de pie sobre el suelo y él sostenía sus manos para que dejaran de tocarlo, su pecho subía y bajaba en busca de la respiración perdida.
—Tú no quieres estar conmigo— reprochó ella y se soltó de su agarre.
—No es eso—dijo y se pasó la mano derecha por el cabello—. Quiero estar contigo, no tienes idea de cuánto. Pero ahora no tendrá sentido si no lo recordaras por la mañana. Quiero que lo recuerdes y que seas consciente de ello.
Cheslay se detuvo de avanzar ante sus palabras.
— ¿Y cómo sabes que no recordare esto?
—Lo sabré por la mañana. Si amanezco golpeado o herido, sabré que lo recuerdas, pero si todo sigue normal, entonces me encargaré de que nunca lo sepas— se acercó y besó la punta de su nariz.
— ¿Y qué pasa si quiero recordarlo?
—Entonces me encargaré de que lo sepas, que lo recuerdes. Pero solo de la manera adecuada— Dylan depositó un ligero beso sobre su cuello, que la hizo estremecer.
—De acuerdo—sonrió Cheslay y juntos volvieron a la tienda.
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—Tu mente esta nublada— dijo la chica de su sueño.
Sander sabía que ella tenía razón. No podía enfocar bien nada y las palabras de ella sonaban lejanas y repetidas.
—Estas personas...— buscó la palabra para definirlas, pero no pudo encontrarla.
—No importa— susurró Azul. Sander sintió como lo tomaban del rostro—. Mírame.
—No puedo.
— ¿Por qué no?
—Esto es un sueño. Así es como puedo estar contigo, solo en sueños y sé que apareces aquí porque eres capaz de manipularlos. Y cada vez que te miro, solo es en un sueño, y cada vez que despierto, olvido como es tu rostro.
—No te reprimes para hablar— dijo ella y rozó sus labios con los suyos. Sander cerró los ojos y al abrirlos se dio cuenta de que su visión era normal de nuevo. Que su mente se sentía suya de nuevo.
— ¿Qué hiciste?― preguntó cuándo Azul se retiró de sus brazos.
—Me deshice de aquello que te hace daño.
—Ojala pudieras hacerlo siempre.
—No vamos a hablar de nada triste— dijo ella con genuina alegría—. Quiero hablar de nuestra historia ¿Recuerdas?
Sander sonrió, con su mente clara y sus pensamientos en una sola dirección: Azul.
Pudo ver que se encontraban en ese lugar de color blanco que ya le era sumamente familiar. Azul llevaba puesta una bata de laboratorio. Su cabello negro caía en ondas sobre sus hombros y espalda y eso era lo único que Sander podía ver y recordar de ella. No sabía la forma exacta o el color de sus ojos.
—Son vacaciones de verano— dijo Sander mientras trataba de seguirla, pero Azul se escabullía de sus brazos—. Y vendrás a la granja, mi madre quiere conocerte.
— ¿Le agrado?― preguntó ella con emoción, se detuvo de correr para que Sander pudiera alcanzarla. Azul se sentó sobre el suelo blanco y él hizo lo mismo, justo frente a ella, pero sin lograr verla.
—Sí, le agradas. Ella y Melody te secuestran mientras que yo trabajo en la granja con mi padre y mis hermanos...
Y Sander continúo con su historia. Hablándole a Azul de cómo hubieran sido sus vidas si fuesen personas normales. Soñando con un mundo que era enteramente suyo.
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