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28.- Juicios Erróneos.

Samantha no sabía cuantos días llevaba el viaje, o quizá eran semanas. Si, parecían más semanas de las que pudiera contar. Los alimentos se reducían de una manera alarmante, pero por lo menos no habían sido atacados, por lo menos las armas se mantenían intactas, al igual que el botiquín de primeros auxilios, el cual solo utilizaban para limpiar la herida y cambiar el vendaje de Sander.

Sam suspiró, su aliento empañó la ventana. Habían quitado la música cuando las canciones se repetían una y otra vez y Cheslay se quejó de que arrancaría sus orejas si seguía escuchando lo mismo.

— ¿Ya llegamos?― preguntó Ian desde la parte de atrás.

—Igual que hace cinco minutos que preguntaste, no, aun no llegamos— contestó Dylan en tono huraño. Se le veía más cansado que a los demás, ya que era el que siempre estaba conduciendo.

—Tengo hambre— dijo Ian. Parecía querer hablar, ya que nadie más en el auto lo hacía, cada quien estaba perdido en sus pensamientos.

Cheslay frunció el ceño a la ventana, Amanda suspiró, Sam puso los ojos en blanco, y Sander... bueno, él estaba dormido, al parecer era su nuevo pasatiempo ya que siempre quería estar en el mundo de los sueños. Dylan apretó el volante entre sus manos, remarcando los nudillos con un tono blanco. Si Ian se seguía quejando, era muy seguro que el conductor detendría el auto y lo bajara a patadas, para después ponerle un bozal y subirlo de nuevo. Sam sonrió ligeramente ante esa imagen.

—No eres el único que tiene hambre— replicó Amanda.

—Sí, pero yo estoy en crecimiento—objetó el chico mientras se estiraba todo lo que sus extremidades le permitían. El movimiento hizo que una de las maletas cayera sobre Sander.

El chico rubio saltó sobre el sitio donde estaba, completamente asustado, lo despertó el movimiento. Su pecho subía y bajaba en una respiración agitada.

— ¿Qué demonios?― preguntó mirando en todas las direcciones.

—Lo siento— dijo Ian. Aunque no parecía sentirlo.

Sam bajó la vista al suelo, ella sabía lo que Sander soñaba, no se metía en sus sueños por respeto, pero sus pensamientos estaban siempre en ella, en Azul y eso era difícil de ignorar, era como si una persona se pusiera a gritar en el centro de una callada iglesia.

—Solo compórtate—pidió Amanda a Ian—. Llegaremos pronto si no estás fastidiando a cada segundo.

—Yo no fastidio, solo quiero hablar.

—Nadie tiene ganas de hablar— contestó ella.

—Bien ¿A quién fastidio más? ¿Al cazador, a la chica con personalidad múltiple, a la chica gato, al bello durmiente o a Sam? Yo estoy muy aburrido y...— se quedó callado ante la mirada fulminante que le dedicó Dylan a través del espejo retrovisor.

Ian miró a Sander en busca de apoyo, pero este ya estaba dormido de nuevo, con la capucha de la sudadera puesta sobre la cabeza, y la misma recargada sobre el cristal, su rostro completamente en sombras.

Samantha suspiró. Todos estaban cansados a causa del largo viaje. Las piernas de Sam se estaban quedando dormidas, sentía un ligero hormigueo en ellas y un gran hueco en la boca del estómago, tenía mucha hambre, Ian no era el único que la sienta, pero a diferencia de él, Sam no se quejaba en voz alta, tampoco los demás, que hacían lo posible por reprimir su enojo en estos momentos. El no comer provocaba mal humor.

— ¿Por qué no jugamos a algo?― propuso Ian.

— ¡Si, claro!― exclamó Dylan un tanto animado—. Veamos quien soporta más tiempo sin hablar.

—Es que estoy aburrido.

—Perdiste— dijo.

—Pero...

—He dicho que perdiste, calla y mira por la ventana.

—Es fácil para ti decirlo. Quisiera saber conducir para poder tener algo que hacer.

—No tengo tiempo para enseñarte a conducir— gruñó Dylan.

— ¿Ves como no es tan difícil tener una conversación?― dijo Ian animado.

—Estas acabando con mi buen humor— indicó el uno.

—No sabía que lo tuvieras— contestó el cuatro.

Para sorpresa de todos, Cheslay resopló una carcajada, burlándose de Dylan. El uno le regaló una mirada de incredulidad.

—No me mires así— se defendió ella—. El chico tiene razón. No tienes un buen humor.

— ¿Por qué no intentan conducir durante el día y cuidar de un montón de personas durante la noche?― increpó este.

—Yo jugaré contigo, Ian— dijo Cheslay, ignorando por completo a Dylan.

—Tú me das miedo— apuntó el chico sin malicia. Ese era uno de los puntos buenos de Ian, pensó Sam. Que siempre decía exactamente lo que pensaba, era un libro abierto al que no le importaba el tener un filtro verbal. Y no lo hacía por ser una mala persona o por ser hiriente, lo hacía porque así era su personalidad.

Sam soltó una pequeña risita y miró por la ventana, mientras que Ian y Cheslay jugaban a adivinar las cosas que el otro pensaba, por lo menos ella estaba siendo justa y no miraba los pensamientos de Ian en busca de la respuesta.

Afuera, el desierto se extendía, rojo, caluroso y mortal. Los cristales y toda la carrocería estaban cubiertos de polvo, era un verdadero milagro que los paneles solares que hacían que el auto tuviera energía, siguieran funcionando, ya que la tierra de las tormentas estaba en todos sus circuitos. Dylan pensaba que el auto no les duraría mucho tiempo más. Solo unos cuantos días, y eso no les bastaría para llegar a su destino.

— ¿En dónde estamos?― preguntó Ian.

Dylan respiró profundo, frunció el ceño al parabrisas y se encogió de hombros. Una posición de frustración.

—No lo sé— dijo con resignación.

—Entonces, si no sabes dónde estamos ¿Cómo se supone que lleguemos a donde tenemos que llegar si estamos perdidos?

— ¡¿Quieres callarte?!― preguntó Dylan. El auto estaba apagado, ya no estaban avanzando, el uno había dejado de conducir, tratando de ubicarse.

—No, no quiero. No sabes dónde estamos ¿Entonces no sabes cuánto falta para llegar? Las veces anteriores me dijiste que faltaba mucho, que me callara, pero ni tú sabes dónde estamos...

− ¿Quieres conducir tú?― inquirió Dylan—. Si tienes las bases para quejarte, es porque significa que sabes más que yo.

—Sabes que no sé conducir— objetó Ian.

—Yo sé hacerlo— indicó Amanda. Sam casi se había olvidado de su presencia, pues estaba muy callada.

— ¿Qué?― preguntó Dylan.

—Yo se conducir. Y además de ti y de Sander, nadie más en este vehículo puede hacerlo.

— ¿Y por qué no lo dijiste antes?― estaba algo enfadado.

—Porque no había surgido el tema.

Dylan puso los ojos en blanco.

—De acuerdo, tú conduces... solo por unas horas, necesito descansar.

—Pero Amanda tampoco sabe dónde estamos, ni a dónde vamos.

—Sé a dónde vamos— indicó ella—. Vamos a Alberta.

Ian trató de abrir la boca para discutir algo más, pero Amanda se adelantó. Pronto Cheslay y Dylan entraron en la discusión también. Sam suspiró y dirigió de nuevo su vista a la ventana. No había movimiento alguno por ninguna parte, el desierto lucia solo y triste, abandonado ¿Qué ciudad era antes ahí? Solía peguntarse eso cuando miraba nuevos lugares, cuando era más pequeña y viajaba con Chandra y sus padres en busca de algo mejor. Antes de que Sam se convirtiera en lo que era, antes de que sus padres murieran por esa horrible enfermedad.

— ¿Qué demonios es eso?− se preguntó Amanda mentalmente.

¿Qué está pasando?− pensó Ian.

Los pensamientos de los demás les hicieron eco, provocando en Sam una punzada sobre su sien derecha. Samantha miró el lugar en el que los demás centraban su atención. Ian saltó del lugar, alejándose lo más posible de la causa de su miedo. Amanda estaba casi arriba de Sam, apoyando sus pies contra uno de los asientos. Dylan bajó del auto y Cheslay lo siguió. Pronto todo se llenó de pensamientos simultáneos, de miedos, de gritos internos. Eran tantas las cosas que pronto Sam sintió un fuerte dolor de cabeza.

— ¡Baja!― gritó Amanda. Ella empujaba a Samantha, quien estaba junto a la puerta.

Sam no podía escucharla bien, los pensamientos la opacaban por completo. Esto era, era el motivo por el que odiaba ser una mentalista, podía leer los pensamientos de los demás, cuando estos no los controlaban como lo hacían Dylan y Cheslay. Por eso Sam se había acercado a Azul cuando la conoció, porque ella era un libro en blanco, y su falta de pasado y sus pensamientos sobre cosas triviales, como el nombre de las cosas... eso hacía que su dolor de cabeza se amortiguara. Pero ahora no tenía a Azul, tampoco tenía a alguien que pudiera amortiguar el miedo de los demás.

La puerta se abrió, Cheslay estaba del otro lado, tomando a Sam por los hombros y sacándola del auto. Ian y Amanda la siguieron. Sam pudo ver el interior del vehículo por una fracción de segundo, pero eso parecía suficiente. Sander parecía a punto de estallar, él seguía dormido, Sam podía percibir sus sueños, pero sus manos brillaban con una energía de color naranja, era fuerte e irradiaba calor. Como si quisiera consumirlos.

Dylan sacó a Sander del auto, tomándolo por la chaqueta y arrojándolo al suelo, donde Sander comenzó a retorcerse sobre la arena del desierto, como si no tuviera control sobre sí mismo. Sus manos seguían refulgiendo con esa extraña energía, que quemaba, parecía quemar. Nadie se acercó a él. Dylan gritaba su nombre, pero Sander respondía con cosas incoherentes, entre sus pensamientos Sam solo distinguía algunas palabras como: No. Azul. Ella no...

Sam sacudió la cabeza y se acercó unos pasos a ellos, pero una mirada de Dylan la mantuvo a raya.

— ¡Esta dormido! Sigue soñando— gritó Samantha—. Debes despertarlo.

— ¿Y qué sugieres que haga? ¡No puedo acercarme!― espetó el chico.

Sam sentía que la cabeza iba a estallarle, le palpitaban las sienes, se llevó la mano a los ojos para cubrirlos de la luz del sol. Ella no se dio cuenta hasta que la figura de Ian estaba acercándose, corriendo lo más rápido que podía.

— ¡Ian, no!― gritó Dylan, pero ya era muy tarde. El chico estaba al lado de Sander, con el ceño fruncido ante la luz que irradiaban las manos del tres.

—Lo lamento— murmuró Ian y pateó a Sander en la pierna herida.

Al instante en que el tres abrió los ojos, la energía en sus manos desapareció, luego de exclamar algunas maldiciones y gritar de dolor, fue que se llevó las manos a la pierna que había comenzado a sangrar.

Ian retrocedió de un salto, mientras Dylan, con un semblante totalmente furioso se acercó, tomando a Sander de la chaqueta, lo ayudó a ponerse de pie... o al menos eso creía Sam, hasta que Dylan formó un puño con su mano derecha y la estrelló de lleno en la cara de Sander, quien solo se llevó la mano al labio y la retiró con una línea de sangre en ella.

— ¿Qué demonios estás haciendo?― chilló Amanda.

— ¿Yo?― inquirió Dylan— ¿Qué en todo el maldito mundo está haciendo él? ¡Casi nos matas!

—Estas exagerando— susurró Amanda.

— ¿Yo? ¿Exagero? Mira las llantas ¡Míralas!― gritó. Una vena apareció en su frente, se estaba conteniendo, estaba muy enfadado.

Sam e Ian retrocedieron ante su tono, ante su ira. Cheslay los colocó detrás de ella y se acercó a Amanda para observar las llantas del auto. Sam ahogó una exclamación. Todos los neumáticos estaban derretidos, fundidos completamente con la arena, perdiéndose... el auto solo era sostenido por los rines. Todos miraron a Sander, quien mantenía la mirada en el suelo, ni siquiera había tratado de devolver el golpe a Dylan.

El uno se pasó las manos una y otra vez por el cabello. Pensando, tratando de calmarse. Pasaron unos segundos y respiró profundo.

—De acuerdo— dijo, tomando el mando—. Oscurecerá en unas horas. Alguien ponga vendajes nuevos en su pierna. No dejen que se duerma, tiene estrictamente prohibido volver a dormir hasta que averigüemos como puede dejar de ser un peligro potencial. Debemos avanzar, ir a algún lugar a buscar ayuda. Puedo sentir que cerca de aquí hay personas, no sé cuántas exactamente, pero es lo suficiente para que se trate de un grupo de refugiados. Con un poco de suerte podremos conseguir llantas, con mucha maldita suerte, conseguiremos un auto nuevo.

— ¿No debería Sander quedarse en el auto?− sugirió Cheslay—. Está herido.

—Nadie se queda atrás— sentenció Dylan—. Ayudaré a llevarlo, pero nadie se queda atrás. No sabemos lo que nos espera en estos paramos.

Los demás asintieron. Sander lo miró con una mezcla de reproche y agradecimiento. Cheslay comenzó a cargar con los pocos alimentos una sola maleta. Amanda buscaba el botiquín, Ian se quedó pasmado sin saber qué hacer. Él había golpeado a su líder, a aquel chico que los había salvado a él y a Belak, Sander les había dado un hogar cuando no tenían nada más, e Ian lo había golpeado.

—No fue tu culpa— susurró Sam.

— ¿Qué?− parecía pasmado.

—No tienes que culparte por ello. Si no lo hubieras hecho, ahora estaríamos lamentando algo más grave... yo debí haberme dado cuenta de que corríamos peligro, pero quise respetar sus sueños, su privacidad...

—Tampoco fue tu culpa— dijo Ian, colocando una mano sobre su hombro. Sam se tensó ante el toque, pero él pareció no notarlo.

Ella se lo quitó de encima con un encogimiento de hombros y se acercó a Amanda para ayudarla a curar la herida de Sander. Lo hacía más para escapar de Ian que por ayudar en realidad.

Sander estaba sentado sobre el suelo, su espalda recargada contra el auto que ahora estaba muy cerca del suelo. Debajo de su pierna había un montón de telas ensangrentadas y sobre la misma, ya había un vendaje limpio. Amanda se levantó, sin hablar con él, sin ofrecerle palabras de aliento. Sam se sentó al lado de Sander, esperando que todos terminaran de cargar con sus cosas, mirando como Dylan le daba una lección rápida a Ian sobre cómo sostener un arma para disparar.

—Le gustas— dijo Sander, una sonrisa iluminando su rostro.

—No fastidies— replicó Sam.

—No lo hago, jamás podría fastidiar a alguien con eso.

—Es menor que yo— indicó Sam.

—La gran diferencia de un año— se mofó Sander—. Para estas cosas no hay edad... y mucho menos en tiempos como estos.

—No hables de ello como si supieras— murmuró Sam mirando al suelo—. Él cree que soy una especie de extraño ser... y si aún no lo cree, lo creerá algún día, y cuando ese día llegue, yo no estoy dispuesta a romperme por su culpa.

— ¿Ian? ¡Por favor Sam! Estas hablando de la persona menos prejuiciosa de lo que queda del mundo.

— ¿Y que si digo que si a lo que siente? ¿Qué pasa si algún día llega a creer que soy un monstruo que no respeta sus pensamientos? Para ese entonces yo ya sentiría algo por él, y me destrozaría el hecho de que pensara algo así de mí. Por lo que es mejor mantener las distancias.

—Sam, a ese paso vas a terminar sola. Mira— dijo Sander, mirando al frente, donde Dylan y Cheslay hablaban, luego reían y comenzaron a jugar— ¿Crees que ellos son infelices? Cheslay es una mentalista, de las más poderosas que hay, y aun así él la siguió, el busco y la encontró solo para que pudieran tener momentos como este.

—Pero Dylan aprendió a lidiar con el poder de ella, levantó barreras en su mente...

— ¿Sabes?− interrumpió Sander—. Las personas que te queremos lo hacemos porque eres Sam. La chica que finge que no le importa nada, pero se preocupa por sus amigos y por su hermana. Te queremos por ser tú, no por ser una mentalista. Y si haces lo posible por alejar a las personas, quien sufrirá las consecuencias será Sam y no el poder que ella lleva.

Samantha sorbió por la nariz, mirando a la lejanía. Sander tenía razón en muchas cosas.

—Pero Ian... él se merece algo mejor que una chica que sabe lo que piensa.

—Entonces, la decisión final no depende de ti, sino de él— señaló Sander—. Además, no me puedo imaginar algo mejor para él que tú.

Sam le regaló una sonrisa de agradecimiento, se puso de pie y le ofreció una mano a Sander para ayudarlo a levantarse del suelo.

—Vamos, antes de que a Dylan se le ocurra otro pretexto para venir a gritarnos—bromeó ella.

Sander sonrió y con algo de esfuerzo por parte de ambos, se puso de pie. Él se quedó mirando el lugar donde estaban Dylan y Cheslay por unos momentos. Estaban abrazados.

— ¿Duele?― preguntó Sam. Sander no supo si se refería a la pierna herida o al hecho de ver a la pareja unos metros más adelante.

—No. En cualquier caso, ninguna de las dos. Es solo que... ella no parece Azul. Es decir, es la chica a la que por mucho tiempo consideré Azul, pero sus ojos, sus expresiones... la manera de caminar... todo parece diferente y mi Azul no podría ser así.

—Vaya— fue lo único que Sam pudo decir.

Se unieron a los demás, con Sander cojeando ligeramente, pero el torniquete que Amanda había aplicado parecía ser eficiente. Formaron una fila, en la que al frente iban Amanda y Cheslay, atrás Ian y Sam, y por último Dylan y Sander, el uno ayudando a caminar al tres. Avanzaban despacio, ya que el peso de las cosas no les permitía ir más rápido, además de la herida que los retrasaba.

Dylan miraba al cielo constantemente, parecía preocupado, pero Sam decidió dejarlo pasar, si algo malo sucediera él sería el primero en dar la alarma. A ella le gustaba sacar conjeturas sobre las personas a las que no podía leerles la mente. Él y Cheslay parecían estar teniendo una comunicación sin palabras dichas, algo puramente mental, ya que él la miraba y ella asentía o negaba. Parecía ser algo serio. Sam quiso saber, pero ambos la dejaron fuera.

— ¡Oh! Con un demonio— exclamó Amanda—. Dejen de hacer eso y dígannos que pasa de una vez, van a volverme loca.

Al parecer Sam no era la única que se había percatado de que lo hacían. Cheslay asintió en dirección a Dylan.

—Bien— dijo este—. Las nubes se están aglomerando. Calculo que en unas tres o cuatro horas estará lloviendo y al ver las condiciones en las que se encuentra el páramo...

—Es lluvia acida— completó Cheslay.

El silencio que siguió a esa afirmación fue tan aplastante, como si la lluvia ya cayera sobre ellos. Nadie dijo nada, ni siquiera Ian, lo cual era extraño, ya que se había mantenido inusualmente callado. Todos apretaron el paso, hasta que sus huellas se fueron borrando de la arena por el fuerte viento que había comenzado a soplar.

Sam observaba alrededor, cubriendo sus ojos con la gorra que Sander le había dado antes. El páramo ya no podía verse en toda su magnitud, si no tan solo unos metros, ya que el viento soplaba tan fuerte que levantaba capas y capas de polvo. Entrando en los ojos de los viajeros, impidiéndoles respirar con normalidad. Sam sentía el cuerpo más y más pesado con cada paso que daba, hasta que los escuchó. Por encima del ruido del viento, estaba el alarido de los buitres, pero contrario a la vez anterior, estos no parecían querer comerlos, o atacarlos, simplemente trataban de huir de la tormenta que los había tomado por sorpresa.

— ¡Esperen!― gritó Sam—. Tengo una idea... la tormenta... ellos huyen de la tormenta. Van a algún sitio seguro...

— ¿Y eso que?― dijo Amanda.

—Que debe haber un lugar cercano en el cual podamos refugiarnos—Sam señaló hacia los buitres en el cielo.

—Ya—sonrió Sander, comprendiendo lo que quería decir—. Ian ¿Crees que puedas cambiar con ellos de nuevo? No será mucho tiempo, solo el necesario para saber a dónde se dirigen.

El chico asintió, cerró los ojos y luego su cuerpo quedó completamente flácido, un cuerpo que parecía vacío, pensó Sam. Dylan lo atrapó para que no se golpeara. Sam creía que el tiempo pasaría lento, pero en una fracción de segundo Ian volvió. Se le veía más pálido, pero era difícil saberlo con toda la tierra alrededor.

—Hay... un pilar... es algo así... no pude distinguirlo muy bien, pero no está muy lejos.

—De acuerdo— aceptó Dylan—. A partir de aquí tú guías el camino.

Ian asintió y se colocó al lado de Cheslay al frente del grupo.

Los demás lo siguieron sin refutar. Sam se estaba preocupando, no por él, sino por todos ¿Qué pasaba si no estaban en el camino correcto? ¿Qué ocurría si nunca podían llegar a la resistencia? Le bastaba mirar a los demás, sus semblantes cansados y derrotados, para saber que pensaban lo mismo, que todos tenían miedo de estar perdidos, de estar siguiendo tan solo un imposible, porque ¿Qué les esperaba en la resistencia? ¿Qué si todo era un invento de alguien? Hasta ese momento significaba esperanza ¿Y que si no la había? ¿Qué pasaba si la resistencia del norte no existía? Esa idea la aterrorizaba. Eso significaba que estarían expuestos, sin defensa, la mayor podía terminar con los evolucionados y nadie se lo iba a impedir.

Sam iba tan pérdida en sus pensamientos, que hasta que se golpeó fue que vio el árbol frente a ella. Aunque la palabra árbol le quedaba demasiado grande. Era un tronco de color blanco. Sin nutrientes, sin vida. Completamente muerto igual que el páramo, como ellos estarían si no encontraban un refugio.

—Ve con cuidado— le pidió Dylan. Sam asintió y siguió avanzando, cubriendo su nariz y boca con las manos.

Sam estaba a punto de perder las esperanzas, de dejarse vencer. Estaba cansada, muy cansada, tal vez ni siquiera tenía oportunidad de volver a ver a Chandra, a Luisa a todos sus amigos...

— ¡Allá!― gritó Ian y apuntó al frente. Todos estaban de pie en lo que parecía una duna en el desierto. Una duna roja y mortal, ya no había más árboles alrededor, pero el viento era más fuerte en las alturas.

Sam enfocó la vista y se sorprendió cuando de entre la arena surgió un gran pilar. No faltaba mucho para llegar, quizá veinte o treinta minutos, dependiendo de lo que tardaran en descender la duna. Parecía que el lugar era muy antiguo, ya que estaba hecho de rocas y las ventanas que antes debieron haber exhibido grandes vitrales, ahora estaban huecas, los cristales rotos. Y la mitad del lugar estaba cubierto de arena. Sam observó que los buitres se dirigían hacia ese sitio, entrando por una de las ventanas rotas.

—Una iglesia— dijo Amanda en voz alta.

—Parece muy irónico justo ahora— bromeó Sander.

Cheslay e Ian comenzaron a avanzar, dejándose llevar por la inercia de la caída, deslizándose sobre la duna, para caer en el suelo unos metros más abajo. Los demás siguieron su ejemplo, Dylan y Sam se quedaron a ayudar a Sander, el cual gritaba de dolor ante cada sacudida. Para cuando llegaron al suelo firme, el viento había aminorado lo suficiente como para dejarlos ver donde pisaban. Corrieron, con nuevas fuerzas en ellos, el refugio significaba no tener que correr más por lo menos en unas horas, y si había alguien más ahí, justo como Dylan había dicho antes... bueno, tal vez ellos pudieran ayudarlos. Darles algo de comer, un lugar para descansar... Sam imprimó más fuerzas a sus piernas para poder seguir corriendo. Ian y Cheslay ya estaban al lado de la ventana por la que entraban los buitres, esperaron unos minutos a que los demás los alcanzaran.

Primero bajaron Ian y Dylan, a los cuales les arrojaron los alimentos, la ropa y las armas. Después fueron Sander y Amanda, para ayudarlo a bajar. Y al final se deslizaron Sam y Cheslay.

Sam se quitó la gorra de los ojos y tomó una respiración profunda. Habían dejado afuera la espantosa tormenta de arena. Miró en todas las direcciones. El lugar por el que se habían deslizado estaba cubierto de arena, los buitres seguían entrando, pero se quedaban en las vigas del techo a varios metros por encima de ellos. El suelo estaba cubierto de excremento de aves, de bancas de madera hechas trizas, algunas aún se mantenían en su estado original, pero rechinaban cada vez que alguien las tocaba. El altar estaba vacío, no había nada en él, más que una mesa grande de cemento, y murciélagos colgaban de las figuras que alguna vez debieron tener forma de ángeles.

—Está vacío— susurró Sam.

Dylan frunció el ceño.

—Es extraño. Juraría que sentí vibraciones en este lugar... eran personas.

—Ojala no haya ratas. Con eso me sentiré feliz— sentenció Amanda.

—Tú nunca estás feliz— dijo Ian.

—Y tú deberías aprender a mantener la boca cerrada.

El chico sonrió y caminó hacia el altar, para ver que podía encontrar en el lugar.

—No creo que aquí podamos encontrar llantas o un auto, pero por lo menos nos servirá de refugio— dijo Cheslay—. Busquen algo que nos pueda ser útil para pasar la tormenta. Sander y Amanda pueden armar una fogata para mantener alejados a los carroñeros. Los demás a buscar.

Sam asintió y siguió a Dylan hacia la parte de atrás de la iglesia. Había algo sobre el lugar que la ponía nerviosa, no sabía si era el hecho de que sus voces y pasos hacían eco, o de que estuviera completamente vacía cuando Dylan aseguraba que había personas antes. Fue cuando Sam se percató de algo en el suelo. Hizo de sus ojos dos rendijas y prestó más atención, se puso en cuclillas y observó, en el piso había huellas, eras varios pares, al parecer uno de ellos iba descalzo, los demás parecían pesadas botas.

—Dylan...— susurró Sam.

— ¿Ya te diste cuenta? No estamos solos en este lugar, pero no parecen estar caminando en este momento... no puedo sentirlos, no sé si es por la tormenta o porque alguno sea un evolucionado capaz de bloquearme.

—Tenemos que irnos— dijo Sam asustada, poniéndose de pie.

— ¿A dónde? La tormenta nos tiene atrapados aquí, y no tenemos un auto al cual volver. Y hasta que ese viento del infierno no pase, entonces no podremos seguir caminando.

—No menciones en infierno en una iglesia— se mofó Samantha, tratando de aligerar el ambiente.

—Nunca había estado en una... quiero decir, había escuchado sobre ellas de Nefertari, pero nunca había asistido a una.

—Bueno, siempre hay una primera vez— dijo Sam— ¿Dylan?

— ¿Qué?

— ¿Quién es Nefertari?

El uno detuvo su andar abruptamente. Su cuerpo estaba tenso, Sam podía ver sus hombros completamente quietos, sus pies clavados al suelo. Fue cuando Samantha se dio cuenta de que Dylan no había querido decir eso, era información que simplemente había salido de sus labios.

—No impor...— pareció pensar un poco las cosas, negó con la cabeza y sonrió a Sam—. Era mi madre.

—Es bueno saber que tuviste una.

Dylan le revolvió el cabello y siguieron avanzando. Hablaron de más cosas, para sorpresa de Sam, él se comportó completamente abierto con su pasado, le habló de Nefertari, de alguien llamado Jared, de muchas cosas de Cheslay, le dijo de un cazador al que conoció y al que esperaba volver a encontrar, se llamaba Erick. También le habló de que él había visto a los rebeldes de la resistencia del norte en acción, que un hombre lo había salvado de la mayor en su época de cazador. Samantha estaba fascinada con sus historias, y con el hecho de que él pudiera hablar de todo eso, ya sin amargura y sin dolor.

—Sí, y después de eso...— Dylan se interrumpió de golpe— ¿Qué es ese olor?

Él parecía tenso. Estaba de nuevo en esa pose intranquila y examinadora. Dylan no se daba cuenta de que lo hacía, pero parecía un gato a punto de saltar para cazar algo. Sam no quiso decir nada respecto a ello, ya que le agradaba más el Dylan conversador, pero el Dylan cazador era más necesario. Samantha aspiró fuerte, para poder saber a qué se refería él, pero se arrepintió al segundo. El lugar, estaban en un pasillo, a lo largo de este se extendían confesionarios. Olía a putrefacto, como las fosas comunes.

Dylan se paseó lentamente por todo el pasillo. Había sacado un arma en algún momento y cada vez que abría una de las puertas de los confesionarios, apuntaba dentro. En los primeros cuatro no hubo nada. Sam lo seguía de cerca, hasta que se percató de que en la puerta del fondo, esta era de madera vieja y astillada, ahí se reunían moscas, muchas de ellas, algunas se iban sobre ella y sobre Dylan, pero él parecía ignorarlas, le importaba más lo que había del otro lado de la puerta. Con un ágil movimiento, Dylan pateó la vieja madera y esta cayó con un golpe seco.

Sam ahogó un grito y se llevó las manos a la nariz y boca para cubrir el horrible aroma. Retrocedió dos pasos. Dentro de lo que parecía un pequeño almacén, había un hombre, llevaba puesta una sotana de color negro, su boca estaba abierta, al igual que sus ojos, de los huecos de sus cara salían y entraban moscas. Sus manos estaban abrazadas sobre su pecho, sosteniendo una biblia cubierta de sangre y deshojada. Tenía un crucifijo colgado al cuello.

Dylan se colocó el pañuelo que había utilizado en el desierto, sobre la nariz y la boca. Guardó el arma y entró el pequeño cuarto.

—Tiene muerto por lo menos doce días— dijo, su voz amortiguada. Sam no era capaz de concebir como él podía soportar el olor ahí dentro, cuando ella estaba a punto de vomitar.

Dylan salió del lugar, con un arma ensangrentada en su mano derecha, la cual sostenía con un pedazo de su camiseta.

—No se suicidó... tiene una herida en el brazo, creo que supo que estaba infectado y se encerró aquí a morir, pero...

—La puerta estaba cerrada por fuera— dijo Sam.

—Alguien tuvo que haberlo encerrado— corroboró él.

—No me gusta este sitio.

—Nos iremos en cuanto la tormenta pase, mientras tanto...— Dylan no pudo terminar la frase. Fue interrumpido por el ruido de las campanas.

Ambos intercambiaron una mirada de asombro, y al salir de su estupor corrieron hasta el sitio donde habían dejado a los demás. Dylan se quedaba atrás para esperar a que Sam lo alcanzara, cuando por fin pudieron dar la vuelta en el pasillo, para salir de la parte de atrás del altar, fue que tuvieron una visión completa.

Hombres que tenían cubiertos los rostros por mascadas y gorras. Todos ellos estaban en el templo, apuntando sus armas hacia sus compañeros de viaje. Amanda, Sander, Ian y Cheslay estaban hincados sobre el suelo, con las manos sobre la cabeza. Esos hombres les habían quitado sus armas y sus alimentos. También, unos metros más adelante, dos de ellos seleccionaban sus ropas.

Dylan gruñó un par de palabrotas al darse cuenta de la razón por la cual no los había sentido. Todos ellos tenían un arnés atado a la cintura y hombros. Ellos habían estado esperando, ocultos entre la oscuridad del techo, entre las vigas, solo que nunca tocaron nada... tuvieron cuidado, se mantuvieron flotando con sus arneses hasta que fuera el momento indicado para bajar. Asaltantes del camino, así los llamaba Chandra.

— ¿Qué hacemos?― susurró Sam.

—Déjame pensar...

— ¡Voy a decir esto solo una vez!― exclamó uno de los hombres, levantando a Amanda del suelo y poniendo un arma contra su cabeza—. Los otros dos tienen cinco segundos para salir de su escondite si no quieren que esta dulzura muera.

—Quédate detrás de mí— instruyó Dylan, mientas levantaba las manos. Le entregó su arma a Sam y caminó al frente. Pareciendo inofensivo.

Un par de ellos se acercó a donde estaban. Uno golpeó a Dylan en la cabeza, haciéndolo caer al suelo. Sam pensaba las cosas rápidamente, trataba de atar cabos sueltos, el sacerdote que estaba en el almacén iba descalzo, de él eran aquellas huellas, pero las demás les pertenecían a ellos... Estas personas. No, se dio cuenta Sam, no eran simples personas, eran evolucionados. La forma en la que se movían, como podían, algunos de ellos, quedar suspendidos en el aire y evitar que Dylan sintiera cuando estaban cerca. Tampoco Sam o Cheslay habían podido captar sus pensamientos.

— ¿Qué planeas hacer con eso, dulzura?― preguntó el hombre... no, no era un hombre, era un chico, pensó Sam. Alguien de por lo menos la edad de Dylan. Él apuntó hacia el arma que Sam sostenía entre sus manos, mientras ella observaba como arrastraban a Dylan con los demás. Su amigo no intentaría nada hasta que todos estuvieran a salvo.

Samantha retrocedió dos pasos.

—Déjanos ir— pidió.

Todos los asaltantes rieron. ¿Quién era ella para amenazarlos? Solo una chica de quince años, que estaba cubierta de tierra de la cabeza a los pies, con los ojos llorosos, las manos le temblaba tanto que el arma no dejaba de moverse.

—Ustedes no necesitan estas cosas— dijo Sam con la voz tan firme como pudo—. Son evolucionados, igual a nosotros. No tenemos que pelear, no tienen que hacer esto.

—Eres una chica muy lista— dijo el joven, quitándose el pañuelo de la cara. Tenía ojos castaños y piel morena. Su cabello estaba lleno de polvo, pero se distinguía el color negro del mismo, por lo menos tenía los dientes blancos y completos, pensó Samantha cuando él se le acercó—. Demasiado para tu propio beneficio.

Se quedó a unos pasos de Sam, le quitó el arma, ella no hizo nada por impedirlo. Justo en este momento desearía ser una dos poderosa y freír el cerebro de todos ellos. Pero ella era simplemente Sam.

— ¿Y qué me darás si los dejo ir?― dijo él, mientras le pasaba una mano por la mejilla. Sam se estremeció.

— ¡No la toques!― gritó Ian. El simple acto hizo que se ganara un golpe en la cabeza con una de las armas.

—Basta, no les hagas daño, déjanos ir...

— ¿Y luego qué? Fueron ustedes los que llegaron a invadir nuestro refugio.

−Déjala en paz— dijo una voz muerta desde el centro del lugar. Dylan se estaba poniendo de pie. Los chicos retrocedieron, pero seguían apuntando sus armas hacia él.

— ¿O si no que?― lo retó, retirándose de Sam y acercándose a Dylan.

—Hasta donde sé, tienes un gran grupo de evolucionados en este lugar. Pero ninguno pasa de categoría cuatro. No tienes mentalistas ni controladores de energía, tampoco unos...

—Los unos no existen— espetó el chico.

Dylan se permitió una sonrisa arrogante.

—Bienvenido a la realidad.

Para cuando el asaltante ya se daba cuenta de lo que sucedía, fue demasiado tarde. Sus compañeros flotaban sobre el suelo, algunos dejaron caer sus armas ya que se volvieron muy pesadas de repente. El chico miraba a todas partes, completamente asombrado. Los amigos de Sam se pusieron de pie y ella acudió a donde estaban.

—Nos largamos de este lugar— dijo Cheslay—. Y más les vale no seguirnos.

Para sorpresa de todos, el líder de los asaltantes rompió a reír. Dylan destrozó las armas de todos, solo por el placer de hacerlo, para que no las emplearan en su contra de nuevo, aun si eso significaba que ellos también quedaban indefensos.

—Nadie volverá a tener miedo de los unos, o de los dos...

— ¿A qué te refieres?― interrogó Dylan, dejando caer a todos al suelo. No los mató, solo los dejó inconscientes.

El chico no parecía ser consciente de que estaba completamente solo ahora.

—Nadie volverá a tener miedo de los evolucionados ¿Acaso no has escuchado los rumores? El virus ha mutado. Somos la antigüedad, personas siguen muriendo y no hay una vacuna para ellos, pero a los inmunes los afecta de otra manera.

—Ve al maldito punto.

—Híbridos— dijo el muchacho y rompió a reír.

Dylan no lo soportó más, esa risa histérica y maniaca. Ese sujeto se había vuelto completamente loco, hablando de cosas sin sentido. El uno lo golpeó en la cabeza, dejándolo caer al suelo con un golpe seco.

—Vámonos— dijo Dylan.

— ¿Estás bien?― le preguntó Ian a Sam.

—No me ha hecho nada— contestó completamente distraída. Su mente procesando toda la información que el asaltante les había dado.

Sam miró por la ventana rota. La tormenta había aminorado, no podían seguir en ese lugar, con esas personas que se habían comido sus alimentos y habían destrozado sus ropas. Ya no les quedaba nada más que seguir adelante.

Se cubrió la cara con su gorra y el pañuelo y todos juntos salieron del lugar.

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Sander no podía enfocar bien la vista, ya que le había dado su pañuelo a Sam. Ella lo necesitaba más. La pierna le dolía más de lo que iba a admitir, sentía punzadas de dolor que recorrían desde la pantorrilla hasta la punta del pie y la cadera. No debería estar caminando, mucho menos corriendo, pero no podía pedirles que pararan. El cielo lucia horrible, con nubes negras que solo significaban lluvia acida.

No iba a pedirle a Amanda que le cambiara el vendaje, hasta que encontraran un lugar seguro, además, él se curaba rápido, no tanto como le gustaría, pero si mejor que los demás. Tampoco iba a pedir comida o agua, a pesar de que se estaba muriendo de hambre, ya que los demás estaban en una situación similar. Le ardían los ojos a causa de la tierra que entraba en ellos y sus labios estaban completamente partidos. Ahora más que nunca extrañaba los túneles, las comodidades de los mismos, a sus amigos, a Azul... pero todo eso cambio el día que Dylan llegó a ese lugar. No era su culpa, Sander jamás lo culparía, era culpa de Dexter, él fue el traidor que entregó su hogar a una mujer cruel y despiadada que lo único que quería era la extinción de los evolucionados, cuando ella misma era uno, a Sander no se le había olvidado eso, cuando ella, la mayor Khoury pudo tomar su energía y devolverle el ataque, además ella era mitad robot. Sander nunca había conocido a alguien más invencible.

Sander miró a sus compañeros, cada quien iba perdido en sus pensamientos, excepto Ian, el cual tarareaba una de las canciones que Dexter siempre ponía en los túneles. Eso solo lo hacía añorar más su hogar. Dylan y Cheslay iban al frente, mientras que Sam mantenía una conversación muy baja con Amanda. Ian era el más cercano a Sander. ¿Qué había querido decir el chico de la iglesia con híbridos? A Sander lo asustaba más de lo que podía admitir ¿Una nueva raza? ¿Cómo iba a reaccionar lo poco que quedaba del mundo ante esto? ¿Más guerras? ¿Más destrucción?

—We will. We will rock you...— seguía tarareando Ian.

Sander sonrió. Esa era la canción favorita de Azul cuando vivía en los túneles. Dejó que su mente recordara la música, el ritmo, cada nota, y pronto se encontró tarareando al lado de Ian. Los demás no los siguieron, pero por lo menos ya no tenían ese semblante de derrota en los rostros.

—Corran— dijo Dylan en algún momento.

—Esa parte no sigue...— replicó Ian.

Sander sacudió al cabeza, saliendo del hechizo, de sus recuerdos, de su vida en los túneles, de cada canción, cada comida, cada beso con Azul, incluso recordaba su vida en la granja, antes de que todo sucediera. Y las palabras del uno lo sacaron de su ensimismamiento.

El cielo había oscurecido considerablemente. Las nubes se frotaban unas con otras, y provocaban relámpagos, los cuales parecían caer muy cerca de la tierra. El aire dejó de soplar, pero en cambio, lo que sintió Sander lo hizo desear estar en medio de la tormenta de arena de nuevo. La lluvia había comenzado a caer. Su primer instinto, fue correr, pero al apoyar la pierna, sintió como la sangre escurría desde el vendaje, si seguía de ese modo, la herida nunca sanaría. Sus compañeros ya estaban corriendo, tratando de huir de la lluvia que caía, primero de una manera lenta, después más y más rápido. Cada gota se sentía como si pusieran un cigarrillo contra su piel. Ardía demasiado. Sander comenzó a correr, tratando de ignorar el dolor más fuerte, aun no sabía si era el de la lluvia cintra su cuerpo, o el de la herida que ante cada pisada parecía abrirse más y más. Apenas y podía distinguir su alrededor. De los arboles blancos ahora salían ligeras cantidades de humo, se estaban quemando, la lluvia los quemaba. Miró al frente, solo para ver cómo se formaban los riachuelos en la tierra roja del desierto, como sus amigos pisaban sobre ellos, y de las suelas de sus zapatos salía despedido más humo. Quería hacer algo por ellos, pero se dio cuenta de que él estaba en la misma situación, todos corrían y él cojeaba lo más rápido que podía. Trataban de cubrirse los ojos con los brazos. Las ropas estaban agujeradas en diferentes puntos. Sander se dio cuenta de que si no encontraban un refugio, morirían. Trató de encontrar algo alrededor, al parecer habían entrado en lo que era una vieja ciudad, ya que se podían ver los letreros de calles ahora sin nombre, y pedazos de pavimento en algunos lugares, también lo que parecían casas, pero ninguna de ellas tenía un techo que los cubriera de la lluvia, ya que esta se había encargado de corroerlos con el ácido y el tiempo. De cualquier cosa que el agua tocaba, salía más y más humo.

Sander apretó el paso, estaba a punto de dejar atrás a sus amigos, pero su nobleza podíamos que el dolor que ahora acentuaba cada parte de su cuerpo, él no era así, no podía dejarlos atrás. No quería gritarles que se dieran prisa, ya que debía ser muy peligroso que el agua entrara en su boca. Cerró los ojos para evitar que la lluvia terminara de hacerlos inservibles y siguió corriendo, al ritmo suficiente como para no dejarlos atrás.

—Hay un túnel adelante— escuchó la voz de Cheslay en su mente—. Sigan en esta dirección, no es muy lejos, dense prisa.

Sander corrió lo más rápido que pudo, sin hacer uso de su velocidad anormal, ya que eso terminaría por destrozar una parte de su pierna. En algún punto del camino escuchó más pensamientos por parte de Cheslay, alentándolos a seguir, a no dejarse vencer. Sander no podía verlas, ya que continuaba con los ojos cerrados.

Por unos segundos creyó que no iba a lograrlo, hasta que por una especie de regalo del universo, dejó de sentir que la lluvia caía sobre él, se dejó caer al suelo, mientras parpadeaba una y otra vez, tratado de enfocar la vista. Sus amigos entraron uno a uno en el túnel. Parecía de esos pasajes, aquellos lugares que abrían entre las montañas para seguir construyendo una carretera. Por donde entraron, pudo ver la lluvia caer, y los relámpagos refulgir en el cielo. El túnel estaba lleno de autos.

Sander escuchó un grito que provoco que la sangre se le helara. Miró alrededor, viendo como sus amigos recuperaban el aliento y la visión, cuando se percató de algo: Solo eran cinco personas.

— ¿Dónde está Samantha?― se escuchó preguntar.

Los demás se miraron, y en una fracción de segundo se dieron cuenta de algo, cada quien se preocupó por salvar su propia vida, todos corrieron como si de animales rabiosos se tratara. Habían dejado atrás a Sam, en la lluvia.

Sander pensó todo en unos momentos, sabía que no iba a poder utilizar su velocidad en mucho tiempo si la usaba ahora, sabía que su pierna terminaría muy dañada, pero nada de eso le importaba ahora, si Sam seguía ahí afuera. Lo primero que vio fue que Ian iba a correr a la tormenta de nuevo, pero Dylan lo sostuvo y por mucho que el chico pataleó, no pudo liberarse.

Sander salió del túnel, y aunque con la velocidad, la lluvia casi no podía sentirse, las punzadas en la pierna eran más y más fuertes, quería caer al suelo y tratar de amortiguar ese dolor, pero en vez de eso se concentró en el sonido de los sollozos de una pequeña chica. Corrió un par de metros más y fue cuando pudo verla, estaba hecha un ovillo en el suelo, cubriendo su cara con los brazos y llorando. Sus zapatos estaban hechos trizas y uno de sus pies parecía completamente ampollado. Sander no pensó las cosas dos veces, se acercó a ella y la levantó en brazos. Su pierna no podía resistir mucho más, pero por ella debían llegar al túnel y resguardarse de la lluvia. Sam se aferró a su camiseta rota y carcomida con ambas manos. Y pronto, Sander corrió más rápido de lo que había corrido nunca, sintiendo como los tendones y músculos de su pierna se desgarraban ante la herida. Sintió la sangre salir a borbotones, pero no dejó de correr. En algún momento, solo faltaban unos segundos para llegar al túnel. Sander vio la entrada al lugar, como la oscuridad los recibía, la entrada parecía una boca de lobo. Al llegar al lugar su pierna falló por completo, haciéndolos caer y rodar sobre la vieja carretera que estaba dentro del túnel. Sander apretó a Samantha contra su pecho para que ella no rodara a causa del fuerte impacto y de la velocidad menguante. Ambos rodaron un par de metro, hasta que su espalda se estrelló contra uno de los autos.

Los demás acudieron a ayudarlos, los sollozos y lloriqueos de Sam se escuchaban por todo el lugar. Sus manos y brazos tenían una serie de ampollas...

Sander sintió que lo levantaban y ayudaban a sentarse en un lugar apartado a Samantha. Eran Amanda y Dylan quienes lo ayudaban, ya que Cheslay e Ian estaban al lado de Sam, Cheslay se recargó contra la pared, sosteniendo a Samantha en sus brazos, acunándola como si de una bebe se tratase, al parecer eso ayudaba, ya que Sam seguía temblando, pero había dejado de llorar, ahora solo salían quejidos de su garganta. Ian rompía pedazos de su camiseta y colocaba los trozos contra las heridas de Sam que lucían más profundas y peligrosas. Ella se veía realmente mal, y no tenían nada con que atenderla.

Sander sintió un tirón sobre su pierna, donde Amanda había quitado el torniquete.

—No tengo como curarla...

—Déjala como esta— dijo Sander, tratando de jalar aire—. No puede estar peor, no podré usar la velocidad en mucho tiempo.

—Pero tus ampollas...— susurró Amanda.

—También déjalas.

—No se refiere a eso— intervino Dylan—. Se refiere a que tus quemaduras, las más superficiales están desapareciendo.

—Ah— murmuró—. Eso.

—Sí, eso ¿Qué significa?

—No lo sé— dijo Sander, tratando firmemente de no rascarse las heridas que comenzaban a sanar—. Siempre ha sido así, supongo que tiene que ver con el hecho de la velocidad también. Me curo rápido, más rápido que la mayoría. Olivia me decía que era porque había algo de curandero en mí, pero no podía exteriorizarlo, solo usarlo conmigo, y a no ser que la herida no sea muy grave, se cura rápido.

— ¿No ibas a mencionarlo nunca?― inquirió Dylan. Su cara también estaba llena de heridas, llagas, al igual que los demás.

—Tampoco es como si te importara, como si tuviera que contarte todo lo que puedo hacer y lo que no. Además, no es como si fuera Wolverine, solo me curo rápido, pero no es nada de lo que deba alardear.

Dylan casi sonrió, pero Amanda se veía preocupada.

—Déjame y ve con Sam, ella necesita más cuidados− pidió Sander. Amanda se retiró.

—No voy a replicar ante nada, primero porque tienes razón, no me debes explicación alguna y segundo, porque no sé quién es Wolverine y tus referencias me divierten— contestó Dylan.

Era extraño, pensó Sander. El poder llevarse de esa manera con él ¿Cómo habían llegado a ese punto? Primero enemigos, y ahora esto, como quiera que se llamase.

Pasaron unos minutos, y lo único que escuchaban era el sonido de la lluvia y el llanto de Samantha. Ella necesitaba ayuda, pero nadie ahí podía dársela. Iba a morir y ellos solo podían observar como sucedía. Sander nunca se había sentido más inútil e impotente. Cambiaria todo su poder, solo para convertirse en un curandero y salvar a los demás.

—Siempre— susurró Sam, los demás le prestaron atención. Cheslay y Amanda habían cambiado de lugar, ahora era la seis quien la sostenía. Mientras que Dylan e Ian buscaban cosas en los autos que pudieras serles de ayuda—. Cada vez que alguien moría, yo estaba en sus pensamientos. Vi las últimas imágenes de Regina y las últimas palabras de Dexter. Incluso percibí la decisión de Olivia. Siempre puedo ver y sentir cada vez que alguien muere— seguía hablando en susurros, sus ojos arrojando lágrimas, mientras se abrazaba más y más fuerte a Amanda—. Y nunca me pregunté cómo pasaría cuando llegara mi turno, ya que tenía miedo de la respuesta ¿Cómo será la muerte de alguien que ya sabe cómo se siente morir?

Esa pregunta quedó flotando unos minutos en el lugar. Solo sus respiraciones y la lluvia estaba presente, todos pensaban lo mismo, que sin la atención necesaria, Sam no sobreviviría la noche.

Sander miró hacia afuera. El cielo estaba completamente oscuro, no podían ver la luna o las estrellas, solo estaba la tormenta.

Sam estaba hecha un ovillo en los brazos de Amanda, temblando de la cabeza a los pies. Su piel era un conjunto de ampollas y heridas provocadas por la lluvia acida, sus ojos eran apenas dos rendijas. Amanda trataba de ayudarla, pero Sam se quejaba por el dolor que el movimiento le suponía. Sander se sentía impotente, pudo salvarla de la lluvia acida, pero no pudo evitar que sufriera daños, ella era solo una niña a su parecer, y ahora estaba muy lastimada. Sander no quería quedarse de brazos cruzados y verla morir de una manera lenta y dolorosa. Necesitaban ayuda, necesitaban medicamentos para ella. Podía ir al refugio anterior, al de la iglesia, usar su velocidad, aunque eso supusiera que su pierna volviera a abrirse...

—No lo harás— dijo Cheslay, leyendo su mente, adivinando sus intenciones—. La lluvia te lastimará, y los refugiados te mataran. Si eso no pasa, yo me encargaré de que llegues aquí para terminar el trabajo yo misma.

—Tú no entiendes, no puedo dejar que ella muera.

—No morirá, no sabes que tan fuerte puede llegar a ser. Y no podemos darnos el lujo de perderte, no tienes idea...— ella se vio interrumpida por el sonido de pisadas.

Los demás guardaron silencio, pronto solo pudieron escuchar las pisadas y los sollozos de Samantha. Ian se colocó frente a ella, protegiéndola del peligro potencial. Sander se puso de pie, encendiendo sus manos para poder ver mejor. Dylan se colocó al lado de Cheslay, ambos en posición de ataque, y Amanda ya estaba al lado de Sam, para ayudar en su protección.

Por un lado del túnel, podían ver y escuchar la lluvia caer, esa horrenda trampa de muerte. Y por el otro lado solo había oscuridad, muchos autos descompuestos, atorados en ese puente, en ese túnel, donde las personas buscaban una salvación. Dentro de algunos de ellos aún había esqueletos. Sander fijó la vista al final, después de los autos. Personas, había personas en ese lugar. Ellos avanzaban hacia los sobrevivientes de los túneles, tenían un paso dubitativo... Y Sander pudo verlos bien, pudo distinguir la piel carcomida, las ampollas en sus pieles y los miembros faltantes: Estaban atrapados con los contaminados.

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