25.- Hasta siempre.
Dylan quería hablar con ella, no podía decir cuanto lo deseaba, pero Cheslay se mantenía a raya, en todo el camino no había hablado con él, con Sander o con ninguno de los otros, incluso mantuvo a Sam fuera de sus pensamientos.
¿Cómo podía decir algo así de alarmante y luego permanecer en silencio? Ella parecía diferente.
Habían llegado a un hotel abandonado en las afueras de la ciudad. Desde donde estaban podían ver el fulgor de los detectores de la ciudadela. Las luces del lugar parpadeaban, diciéndole al mundo donde se encontraban.
Dylan miraba por la ventana con aire pensativo, mientras se frotaba la cicatriz sobre el estómago, aquel único rastro de aquella herida que Liv había curado. Olivia había sido valiente y fuerte, se merecía algo más que una muerte como esa, pero ella lo había decidido.
Ian y Sam estaban sobre la alfombra llena de tierra, no fueron capaces de llegar a una de las camas o sillones del lugar, ellos cayeron rendidos sobre la alfombra a causa de su agotamiento. Sam estaba de cara al suelo, sus ojos cerrados y sus hombros moviéndose en una rítmica respiración. Ian estaba acostado sobre su espalda, su pecho subiendo y bajando, la boca abierta y los ojos cerrados. Amanda había avanzado algunos pasos más, para poder recostarse sobre la cama, la cual levantó plastas de tierra y polvo por el movimiento, ella quería estar en la cama para evitar las ratas del suelo. Sander se había encerrado en el baño, él quería estar solo para lidiar con sus sentimientos. Dylan podía escuchar cómo rompía las cosas del interior, podía ver la energía que Sander evocaba por debajo de la puerta. Y Cheslay, ella estaba en la ventana del lado contrario de la habitación, la que daba a un grande balcón, observaba la ciudadela con aire pensativo. Se comportaba distante...
Contra su voluntad, Dylan apartó la mirada de ella y la centró en las montañas del otro lado de la ciudadela, justo por donde el sol comenzaba su aparición. Miró como las nubes comenzaban a reunirse en el horizonte, saltó desde donde estaba y cayó en cuclillas sobre el suelo. Tenía la garganta rasposa a causa de su larga carrera para escapar de los túneles, su piel estaba cubierta por capas y capas de tierra, sus compañeros tenían un aspecto similar, con los labios partidos y los ojos inyectados en sangre. Dylan estaba acostumbrado a viajar solo, de esa forma podría avanzar más rápido, pero ahora que había establecido lazos con estas personas, no podía simplemente abandonarlos.
—Despierta— susurró mientras movía ligeramente a Sam del hombro. Ella se removió y giró sobre sí misma para luego aplastar a Ian con su peso. Tanto ella como el chico abrieron los ojos al mismo tiempo, y al darse cuenta de la situación, saltaron en sentidos contrarios, el rojo de la vergüenza cubriendo sus rostros y orejas.
Cheslay, al captar movimiento se acercó a la habitación, llamó un par de veces a la puerta del baño, sin respuesta alguna. Ella miró a Dylan en busca de apoyo.
—Despierten a Amanda, luego busquen en el hotel algo de ropa, agua, comida. Cualquier cosa que nos sirva en el viaje al almacén. Sam va con Cheslay y Amanda con Ian. Nos vemos en la entrada del hotel, yo me hago cargo de Sander.
Los demás asintieron, como si el peso de las últimas horas volviera a sus hombros, mostrando la tristeza en sus ojos, los semblantes derrotados. Dylan esperó a que despertaran a Amanda y salieran para llamar un par de veces a la puerta. Sander ya tenía su tiempo de duelo, por eso se lo habían dado, él necesitaba de esto, pero ya era suficiente, no podía comportarse así por siempre, no era la primera ni la última persona en ver morir a sus amigos. Aunque quizá, la información sobre la Mente Maestra y él, no era algo que se pudiera asimilar tan fácil.
Dylan tomó una respiración profunda y abrió la puerta. El picaporte estaba roto, la luz parpadeaba sobre el techo, colgando de un par de cables de cobre, el espejo estaba hecho mil pedazos como si un puño se hubiese estrellado contra él, la tina estaba manchada con sangre, al igual que el suelo, los azulejos estaban rotos en diferentes puntos, deformando por completo el lugar de aseo, que ahora parecía el escenario de una película de terror.
— ¿Sander?− preguntó.
Podía escuchar la respiración entrecortada del chico, miró en la dirección que su instinto le indicó. Sander estaba sentado sobre el suelo, sostenía su mano derecha contra su pecho, la cual sangraba sin parar, su cabello estaba revuelto y lleno de tierra, sus manos brillaban con la energía eléctrica del lugar, tenía la mirada clavada en el suelo, mientras que sus hombros subían y bajaban en busca de autocontrol.
—Debemos irnos— dijo Dylan con voz controlada— Y si continúas así no podremos avanzar muy rápido.
—Váyanse sin mi entonces— replicó.
—Sabes que no podemos hacer eso.
—Porque soy necesario para evitar la destrucción de todos ¿No es así? ¿No es eso lo que Azul significa? ¿Por eso la buscan? ¿No es eso lo que Cheslay quiso decir?− levantó la vista para hablar.
—No fue eso lo que ella quiso decir. No entiendes por las cosas que ha tenido que pasar, Cheslay es diferente en cierto modo... aún nos quedan por averiguar muchas cosas, y si amas a Azul como dices hacerlo, entonces levantaras tu trasero de ese lugar y nos seguirás hasta el almacén.
Sander apoyó su mano sana sobre el suelo y lentamente se puso de pie. Sus ojos encontrando los de Dylan, llevando toda la culpabilidad y responsabilidad en ellos. Se llevó la mano derecha al pecho de nuevo, manteniéndola en alto.
—Romper espejos no es un buen remedio para el enojo— murmuró mirando de nuevo al suelo.
Dylan no respondió, simplemente salió del baño y entró de nuevo en la recamara del hotel, donde todos habían dormido. Sander le recordaba un niño pequeño, de esa forma actuaba y se responsabilizaba por aquellos que amaba, así se culpaba cuando los perdía. Un niño que quería ser un superhéroe y proteger a todos. Y cuando se daba cuenta de que no podía ser así, simplemente golpeaba cosas, provocándose daño.
Sander se dejó caer sobre una de las camas, mientras que su mano chorreaba sangre fresca a través de la costra que llevaba ahí toda la noche, sus nudillos estaban en carne viva.
—Tienes que aprender a dominar ese tipo de instintos— lo reprendió Dylan mientras rompía un pedazo de las sabanas. Su tuvieran agua o algún antiséptico, se lo aplicaría, pero como no tenían nada de eso, debía usar los métodos rudimentarios. Quitó algunos de los cristales de la mano de su amigo y luego la envolvió en el pedazo de tela.
—Y así ser más fuerte ¿No?− se mofó Sander.
—No se trata de ser más fuerte o más débil, todo es cuestión de autocontrol— contestó.
Sander torció la boca en una media sonrisa sarcástica. Se puso de pie y juntos salieron del lugar.
Encontraron a los demás en la entrada del hotel. Llevaban una sábana a modo de costal, esta medio llena con cosas que habían encontrado. Amanda dijo que en las cocinas no había mucho, que ya habían vaciado el lugar, Ian llevaba sobre su espalda lo poco que habían encontrado, Dylan supo que eran un par de sabanas más, en caso de necesitarlas, también tres botellas con agua que había de racionar y un par de enlatados, fuera de eso, no había más. Dylan le quitó el peso extra al chico y juntos abandonaron el lugar.
—En la bodega habrá más cosas— dijo Sam para animar a todos—. Incluso tenemos agua corriente, podrán bañarse y ponerse ropa limpia, también comer y recuperarse, incluso puede que podamos tomar armas para seguir nuestro camino.
—Si la bodega no corre peligro alguno, tu, Ian y Amanda deben quedarse, no voy a ser responsable de la muerte de nadie más— dijo Sander.
Sorprendentemente, Sam no replicó.
Todos caminaban en silencio, Sander encabezaba la marcha, seguido por Sam, Ian y Amanda, Dylan iba justo detrás, con Cheslay pisándole los talones, pero aun sin mantener una conversación con alguno.
— ¿Quién eres?− le preguntó Dylan en alguna parte del camino.
Ella simplemente sacudió la cabeza con una mueca de dolor en el rostro, era como si mantuviera una lucha interna.
El camino estaba pasando de las calles sin nombre de una ciudad abandonada a terrenos estériles que ocupaban la mayor parte del paisaje, la tierra era roja, mezclada con rocas de color negro, el cielo lucia azul, con las nubes grises aglomerándose desde el horizonte, si no se daban prisa la tormenta los alcanzaría.
—Debemos apresurarnos— gritó— ¿Pueden ir más rápido?
—Estamos cansados— replicó Samantha—. Además, no creo que nos estén siguiendo, no puedo escuchar los pensamientos de nadie, además de nosotros.
Dylan miró a las nubes de nuevo, era verdad lo que decía Sam, aun no los estaban siguiendo, pero no podían confiar en que no lo harían. Él tampoco podía sentir los pasos de nadie más, aparte de ellos seis y algunos animales que estaban corriendo a ocultarse.
—Se avecina una tormenta— susurró.
Solo Ian pareció escucharlo, ya que alzó la vista al cielo y se detuvo por unos momentos.
—Quizá si debamos correr— anunció el muchacho.
— ¿Por qué tanta urgencia?− preguntó Sam.
Él no respondió, simplemente apuntó a algún lugar en el cielo, todos siguieron su dedo con la vista, para encontrar un montón de aves dando vueltas, eran grandes y de color negro.
—Buitres— dijo Sander, protegiendo sus ojos del sol—. Hace años que no veía esas cosas.
—Es por que fueron de los primeros en morir al alimentarse de cadáveres infectados—respondió Dylan—. Avancemos más rápido, el próximo que se detenga por una tontería será dejado atrás.
Los demás emprendieron la marcha. Dylan seguía mirando a las aves, si estaban ahí, significaba que había cadáveres cerca, y él no tenía mucho entusiasmo por empaparse con el olor fétido de la muerte. No faltaba mucho para llegar a la bodega, y si los buitres, que lo más seguro era que estuvieran infectados, no les prestaban atención, si todo seguía así podían llegar sin algún contratiempo. No sabía que le preocupaba más, la tormenta que se estaba formando o los buitres acechando, cualquiera de las dos supondría algo doloroso. Ya que, como Fernando le había enseñado, Dylan podía reconocer las nubes que cargaban lluvia acida con ellas, ya que en vez de permanecer del color gris normal, tenían un matiz anaranjado en las orillas. Y las aves, aunque ellos eran inmunes las aves podían atacarlos y aunque no corrían el riesgo de ser infectados, si los lastimaría y retrasaría.
—Si sigues mirándolas vas a terminar atrayéndolas— le dijo Amanda.
—Me tiene inquieto el hecho de que haya algo que las atraiga... hay algo en esa dirección, ya sean cadáveres o personas vivas, quizá algún animal... algo más de lo que debemos cuidarnos.
—También lo he pensado, pero si se los dices a los demás, solo los pondrás nerviosos, lo más que podemos hacer es llegar rápido al almacén.
Dylan asintió. Observó a Amanda marcharse hacia el grupo, Sander iba al frente, su mano derecha colgando a su costado con los pedazos de sabana sangrienta aun rodeándola, con la mano izquierda se cubría los ojos para evitar los rayos del sol. Sam e Ian iban algunos pasos atrás, manteniendo lo que parecía una animada conversación, ya que él decía cosas graciosas y movía las manos para dar énfasis, mientras Samantha trataba de no reír en voz demasiado alta, estaba fracasando en ello. Amanda ahora caminaba al lado de Cheslay, ninguna hablaba, cada quien sumida en sus pensamientos. Y Dylan cerraba la marcha, vigilando la tormenta cercana y las aves carroñeras.
Sintió las vibraciones de la tierra antes que cualquier otra cosa. Se inclinó y recargó su mano sana sobre el suelo árido, no eran simples pisadas, eran llantas, un par de camionetas los seguían, Dylan no quería saber si se trataba de refugiados o de vigilantes. Miró alrededor, el único recordatorio que había de que alguna vez hubo vida en ese lugar, eran las ramas de los árboles, blancas, secas, completamente contaminadas con radiación y lluvia acida. No había vida a su alrededor, no podía pedir a sus amigos que se resguardaran en ese lugar ya que no había algo más que solo tierra infértil y árboles muertos. Dylan tomó la decisión en segundos.
— ¡Corran!― gritó.
Los demás lo miraron con el ceño fruncido.
— ¡Corran, maldita sea!― exclamó furioso y alarmado, ya que sus movimientos repentinos habían atraído la atención de los buitres.
El primero en reaccionar fue Ian, quien tomó a Sam de la mano y corrió al frente, por ahora no se podían dar el lujo de perder a Sam, ya que era la única que conocía todas las entradas a la bodega. Sander sacudió la cabeza y esperó a que Amanda y Cheslay lo pasaran y poder correr a la par con Dylan.
— ¿Qué demonios está pasando?
—Nos están siguiendo— dijo Dylan sin dejar de correr, a pesar de que Sander podía usar su velocidad para superarlos, no los dejaba atrás—. No sé si son vigilantes o refugiados, pero no nos vamos a arriesgar, además...
Dylan no pudo continuar, los alaridos de los buitres lo interrumpieron, las aves iban en picada hacia donde se encontraban. Ellas graznaban mientras aleteaban para poder alcanzar al grupo de seis personas que buscaban un refugio.
— ¡Ve con ellos!― gritó Dylan por encima del ruido—. Ayúdalos a llegar a la bodega, yo voy justo detrás.
—Eso dijiste la última vez que salvé tu trasero— espetó Sander, pero aun así, desapareció en cuestión de segundos de su vista, para luego aparecer al lado de Sam. Ellos discutían un par de cosas que Dylan no alcanzaba a escuchar, hasta que Sander, ya harto, tomó a Samantha en brazos y desaparecieron gracias a la súper velocidad de él.
Amanda y Cheslay apretaron el paso, mientras que Ian le hacía señales a Dylan para que se diera prisa. El chico gritaba algo más, pero Dylan no podía escucharlo, los chillidos de las aves llenaban todo el lugar, sus gritos y sus aleteos llenaban cada centímetro de ese sitio. Dylan pudo alcanzar a Ian al tiempo que apretaba la mano en el brazo del chico para arrastrarlo junto con él.
Ian trataba de decirle algo, pero Dylan, en su desesperación y prisa no le prestaba atención, el chico seguía gritando palabras que le eran difícil captar. Dylan apretó los dientes para imprimir más fuerza a su agarre sobre el muchacho, que había comenzado a resistirse y a pelear por liberarse.
Ahogó un grito cuando sintió el primer pinchazo de dolor sobre el cuello, después continuo sobre los brazos y cara, las aves cerniéndose sobre él, el aleteo y los graznidos no le permitían escuchar nada más. Escuchaba los gritos humanos de su compañero tan solo unos centímetros lejos de él, Ian luchaba contra los buitres, trataba de alejarlos con manotazos y solo por eso sus manos y brazos estaban mordidos, Dylan le echó un vistazo, de la cara y brazos le chorreaba sangre, tenía múltiples mordeduras, incluso en el cuello. No quería malgastar fuerzas en palabras que él no lograría escuchar, así que imprimió más fuerza para seguir corriendo...
No sabía cuánto tiempo llevaban en esa situación, los gritos de ellos mezclándose con los de las aves, estas tenían los ojos rojos y partes de sus negros cuerpos lucían putrefactas, completamente infectadas por el virus. Dylan miró al frente, solo para tratar de enfocarse en algo más allá que el batir de alas negras, logró divisar un pedazo de tierra, el horrendo paisaje en una mezcla con una pesadilla. Ya no corría nadie frente a ellos, Sander había ido y vuelto por las chicas. Eso lo ayudó a calmarse un poco, pero aún seguía en estado de alerta, tanto que cuando una mano se posó sobre su hombro, Dylan se giró para tomarlo del brazo e iniciar autodefensa, pero al ver que se trataba de Sander solo maldijo. El chico también estaba lleno de arañazos y mordidas.
— ¡Sácalo de aquí!− gritó Dylan en dirección a Ian
— ¡El edificio no está muy lejos, puedo llevarlos a ambos!− vociferó Sander, era complicado escucharlo por encima de todo ese ruido infernal.
A Dylan no le gustaba la idea de ser transportado por el tres, era vedad que él pensaba que era mejor viajar solo, ya que los grupos grandes retrasaban demasiado, pero nunca pensó que él también podía llegar a ser una carga y aún más, después del ataque que había hecho en los túneles, si intentaba algo más sobre la gravedad dentro de las siguientes veinticuatro horas, terminaría inconsciente.
Miró al frente y se encontró con un edificio que se alzaba sobre el árido suelo, parecía haberse quemado en otra época, ya que el exterior estaba chamuscado, las ventanas rotas estaban cubiertas con tablones, y solo mostraba una única puerta. Dylan apretó el paso, sabiendo que su salvación estaba cerca, ya que podía ver las tres diminutas figuras al lado de la puerta ¿Por qué no habían entrado aún?
Dylan sabía que solo habían pasado unos segundos desde el ofrecimiento de Sander de llevarlos a ambos, que su mente había pensado en un sinfín de posibilidades en poco tiempo, pero en ese pequeño lapso no se había dado cuenta de algo: Ya no sentía su mano cerrarse sobre la de Ian. Dylan miró hacia atrás quedándose completamente sorprendido. Eran pocas las cosas que podían sorprenderlo. Ian estaba frente a la parvada, sus ojos se pusieron en blanco y antes de que cayera al suelo, Sander lo atrapó. Un pequeño grupo de aves, no más de diez, giró y se encontró con las restantes de la parvada. Ellas pelaban entre sí, estando distraídas por eso, dejaron de atacarlos. Sander tomó a Ian en brazos y corrió hasta donde estaba Dylan, él no tardó en reaccionar y pronto corrían a la par.
—Llévalo— espetó Dylan.
—No puedo. Ian es un cuatro, necesita estar a cierta distancia para que su objetivo sea víctima de su habilidad.
— ¿Qué clase de cuatro?− inquirió Dylan. Estaba enojado porque sangraba de las múltiples heridas de su cuerpo, estaba enfadado por el hecho de que Ian trataba de decirle algo importante cuando corrían, pero él nunca se lo permitió.
—Uno muy peculiar, no puede cambiar de forma él, al menos aun no, pero puede que cambie de forma el ambiente que lo rodea por unos minutos y solo con un objetivo en específico y a cierta distancia de este. Esas aves en este momento creen que nos siguen atacando a nosotros, pero van sobre sus compañeras.
Dylan quería reclamar algo, no sabía qué, pero el hecho de ser excluido de esas cosas lo hizo sentir un inútil egoísta. Solo entonces se daba cuenta de cuan buen líder era Sander, él conocía a todo su grupo, su historia familiar, sus habilidades y debilidades. Y nunca trataba de sacer provecho de ellas de una manera que los lastimara.
El almacén estaba a unos metros de distancia, Dylan podía saborear la protección que este les ofrecería. Ian abrió los ojos, su respiración entre cortada, pidió una disculpa muda cuando las aves descendieron sobre ellos de nuevo. Dylan cerró los ojos, esperando ser mordido de nuevo, pero el suelo se movió a sus pies, pronto no podía siquiera observar el paisaje a su alrededor, todo parecía borroso y difuso. Fue cuando se dio cuenta; Sander sujetaba a Ian con una mano y a Dylan con otra, estaba haciendo demasiado esfuerzo por llevar tanto peso con esa velocidad, pero antes de que el cazador pudiera replicar, estaban en la entrada del almacén, escuchando la voz histérica de Amanda, presionando a Sam para algo.
Dylan, una vez en suelo seguro, apoyó las manos sobre las rodillas, sintiendo las náuseas que su pequeño viaje con una súper velocidad provocó. Cerró los ojos un par de veces para controlar los mareos, y al mirar a su derecha se dio cuenta de que Ian estaba en un estado similar, el color había desaparecido de su rostro. El muchacho no podía tener más de quince años, su cabello era castaño claro, casi rubio, y corto, lo llevaba mal cortado ya que mechones sobresalían sobre sus orejas y frente. Sus ojos eran muy grandes, con un color verde esmeralda. Su barbilla estaba partida y el hecho de que estuviera haciendo esfuerzos por no vomitar, hacía que tensara la mandíbula. Su piel era muy pálida, como la de cualquier habitante de los túneles al cual no le daba el sol. Dylan le dio un par de palmadas en la espalda para animarlo, el chico correspondió con una ligera sonrisa, si Ian no les hubiera ganado tiempo, aun estarían atrás peleando con pájaros infectados.
Estaban en un pequeño pórtico, con una puerta de metal muy grueso cubriendo la entrada, Sam miraba un pequeño aparato sobre el portón. Este emitía un ligero color verde de la pantalla y había un teclado con botones en la parte de abajo. Sam se frotaba la barbilla y mordía sus labios para poder concentrarse mientras los gritos de Amanda se mezclaban con los de los buitres que se acercaban cada vez más rápido. Ella apresuraba a Sam en busca de una clave, pero Samantha solo negaba con la cabeza.
—Fue Luisa quien las puso, no Chandra...— espetaba en respuesta.
—Pues más te vale averiguarla justo ahora— dijo Ian mientras se ponía de pie y miraba como las alas negras cubrían el sol— Por que las mordidas de esas cosas duelen, y mucho.
—Eres inmune al virus—rebatió Sam.
—Pero aun así podemos sentir dolor y sangrar ¡Apresúrate!− gruñó Dylan.
Samantha no discutió y se centró en el pequeño panel. Cheslay y Amanda se colocaron detrás de ella para protegerla en caso de ser necesario y para ayudarla con la clave.
— ¿Puedes hacerlo otra vez?− preguntó Dylan a Ian.
—Necesitan estar más cerca...— dijo el muchacho con nerviosismo.
Sander se acercó a ellos, reuniendo energía en sus manos para dispararla hacia las aves.
— ¡No!− rugió Dylan y se lanzó sobre él, para que la energía perdiera su enfoque— ¿Estás loco? Quien quiera que nos siga, aun esta allá atrás y tú les darás una señal directa a nosotros.
Sander lo empujó hacia atrás, tenía el ceño fruncido.
—Y tal vez si tú no te guardaras toda la información para ti, podríamos hacer algo al respecto antes de que las cosas sucedan ¡Señor cazador!―gritó enfadado.
— ¿Qué querías que dijera? ¿Qué tu mejor amigo era un traidor? ¡Eso solo me hubiera ganado un boleto de nuevo a mi celda si te lo decía desde el inicio! ¿Qué hay otra chica en la mente de Cheslay? ¡Me habrías tomado por un loco! ¿Qué más quieres sabes? ¿Qué nos están siguiendo? ¡Creí que lo deducirías por lógica! ¡Maldita sea!― gruñó y se pasó las manos ensangrentadas por el cabello.
Sander, al igual que él, estaba desesperado, su cara y brazos también tenían mordeduras, y Dylan supo en ese momento, que todos, tanto como él, solo deseaban un momento de paz. Sander iba a responderle, pero algo lo interrumpió, él hizo a Dylan a un lado y avanzó hasta Ian, para levantarlo del suelo, los ojos del chico estaban en blanco y las aves volvían a pelear entre ellas. Dylan podía sentir las vibraciones de los vehículos acercándose, aún estaban lejos, pero si seguían en ese estado de inutilidad los alcanzarían. Él miraba al frente, en espera de que algo más sucediera.
— ¡Ian!― exclamó Sander. Dylan les prestó atención. Sander golpeaba las mejillas del chico, al cual le escurría un hilillo de sangre desde la nariz hasta la barbilla—. Despierta, Ian, ya es suficiente— ordenó Sander, pero él no despertaba, Ian sabía que si dejaba de utilizar su habilidad, las aves irían sobre ellos.
—Apártate— ordenó Cheslay. Era la primera vez que hablaba desde que iniciaron ese viaje. Ella se inclinó contra Ian, mientras que Sander se levantaba rápidamente, evitándola como si ella fuera un leproso. Cheslay colocó su mano contra la frente del chico y cerró los ojos, concentrándose, sacándolo de ese ensimismamiento en el que se sumía para poder utilizar su habilidad. Tanto Cheslay como Ian abrieron los ojos el mismo tiempo.
— ¡Lo tengo!― gritó Sam con júbilo desde la puerta. Sus dedos se movieron rápidamente sobre los botones y las bisagras hicieron un ruido al indicar que se estaba abriendo.
El pequeño grito de Sam fue casi interrumpido por los graznidos de las aves, que iban contra ellos de nuevo. Sander reaccionó rápido, haciendo a Cheslay a un lado y tomando a Ian en brazos, Dylan reaccionó, sin dejar de mirarla, Cheslay se puso de pie y Dylan la siguió, todos corrieron al interior del lugar. Amanda cerró la puerta justo a tiempo para que escucharan como las aves se estrellaban contra ella, haciendo vibrar el metal. Dylan se dejó caer en el piso, justo al lado de Ian, quien reposaba contra la pared. El chico echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír, pronto Sam le hizo coro.
— ¿Se puede saber que es gracioso?− preguntó Amanda—. Porque me encantaría reír en este momento.
—Solo estamos vivos, supongo que ese es suficiente motivo para reír. Eso es en lo que Ian pensaba y me pareció gracioso. Es una completa ironía que sigamos vivos, pero aquí estamos.
Todos sacudieron al cabeza. Les extrañaba el hecho de que nadie hubiera ido a buscarlos. Dylan se puso de pie, apoyándose en la pared a su derecha. Caminó solo unos pasos, había escalones al frente, muchos de ellos que señalaban la entrada a lo que parecía un lugar vacío. La bodega estaba completamente deshabitada.
—Tenemos un problema— anunció.
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Dylan recargó las manos contra la pared del frente, mientras el agua caía sobre su cabeza. Samantha les había dicho la verdad, en la bodega había agua corriente y alimentos. Era verdad que tenía hambre, pero primero quería deshacerse de toda esa suciedad que llevaba encima. Las chicas habían tomado su turno del baño antes que ellos. Dylan podía escuchar una regadera más abierta, ese era Sander. Ian dijo que los alcanzaría más tarde. Cerró los ojos y dejó que el agua siguiera cayendo sobre su cuello, llevándose toda la sangre y suciedad con ella. Podía verla correr hacia la coladera mezclada con todo lo que antes cubría su cuerpo. Soltó un suspiro al darse cuenta de que habían llegado a salvo hasta ahí, solo para encontrar el lugar vacío. Ellos revisaron cada rincón de ese sitio, pero no haya rastro de las personas que antes lo habitaban, ni evolucionados ni contaminados. Todos habían dejado atrás cosas, ya que en la bodega había comida, agua, aun en los baños, también ropa y lugares para dormir. Estarían bien por unos días, en lo que averiguaban que había sucedido ahí y se recuperaban lo suficiente para saber que parte del viaje seguía.
Escuchó como se abría y cerraba la puerta del lugar. Alguien había entrado, miró por debajo de la cortina un par de pies descalzos. Era Ian, quien silbaba una melodía alegre mientras abría las llaves de la regadera, colgó la toalla a un lado, esta se asomó en el cubículo de Dylan.
— ¿Se puede saber que te tiene tan feliz?− preguntó Dylan desde su lugar, mientras cerraba la llave que permitía al agua correr.
—Estar vivo es suficiente motivo para mí, aunque tenía la esperanza de encontrar a mi hermano aquí...
—Él está bien.
—Lo sé—respondió Ian.
Dylan no quiso decir nada más, el chico parecía animado, feliz, a pesar de que no encontraba en ese lugar lo que había ido a buscar. Dylan se había percatado, por la forma en la que Ian miraba a Sam, como si estuviese viendo la rareza más extraña del universo y aun así le resultara hermosa. Salió del lugar con una toalla envuelta en la cintura, deteniéndose frente al espejo, la barba había comenzado a cubrir su mentón, sus ojos aun lucían cansados, inyectados en sangre. Su cabello estaba largo y revuelto. Estaba más que cansado, así que dejó de mirarse y se cambió con la ropa que había encontrado antes en la bodega. Un pantalón de color negro, una camiseta blanca que se adhería perfectamente a sus brazos y pecho. Una chaqueta café y una gorra para cubrirse los ojos y cara del sol del exterior y del viento que arrastraba partículas de tierra hacia él. Debían llevar la mayor parte de sus cuerpos cubierta para evitar quemaduras o cualquier cosa que los retrasara, también debían llevarse los más posible, comida, agua, ropa, medicinas...
Salió del baño ya vestido, buscando un par de zapatos por el lugar. Con la gorra en su mano se encargaba de sacudir aquellos objetos que estaban llenos de tierra. Ese lugar tenia deshabitado por lo menos una semana.
— ¿Buscabas algo?− preguntó Sam a su espalda. Dylan giró para encararla. Ella había encontrado un pantalón de azul claro, una camiseta de manga larga de color verde y unas botas que le cubrían hasta la rodilla. Su cabello atado en una cola de caballo.
—Zapatos—respondió Dylan.
—Hay botas de cazador en la parte de atrás, supongo que estas familiarizado con el material.
Él respiró profundo y se dirigió a donde Sam le había sugerido. Era una parte de la bodega que estaba cubierta por una valla, pero la puerta estaba abierta. Dentro, la luz sobre el techo, aquellas que Sander había hecho funcionar cuando llegaron, lo dejaba ver varios estantes, sobre algunos descansaban armas de precisión, AK-47, R-15, bazucas, granadas y luces cegadoras. En uno más había chalecos antibalas, de los que utilizaban los cazadores, aquellos que eran sumamente ligeros, pero resistentes. Botas y trajes completos con compartimientos para guardar armas en ellos. Tomó un par de botas y las abrochó lentamente, gracias a su falta de dedos. Ya había retirado los vendajes que Regina había colocado sobre ellos. Le molestaba ver los muñones donde antes debían estar esas partes de su cuerpo. Tomó un par de manoplas y se las colocó con sumo cuidado. Por lo menos podía mantener las manos protegidas de esa manera. Colocó un par de cuchillos de combate y salió de la armería. Debía decir que el atuendo le resultaba sumamente familiar.
Caminó hacia donde se encontraban las chicas, a la parte más escondida del lugar. De ahí provenía un olor que hizo a su estómago gruñir. Eran las cocinas del lugar, había un par de estufas de leña, neveras que funcionaban con electricidad, una mesa de madera al centro. Cheslay estaba apartada del grupo, Sam y Amanda abrían y cerraban cajones y las neveras en busca de alimentos, había latas abiertas sobre la mesa, también tazas humeantes. Dylan se sentó sobre la banca que también era de madera. Tomó una lata de piña y comenzó a sacar pedazos de la misma para meterla en su boca, Amanda le lanzó un tenedor que atrapó en el aire.
—Gracias— murmuró Dylan con la boca medio llena.
Minutos más tarde Sander entró y tomó una de las tazas humeantes, oliéndola primero y dejando que la taza caliente elevara la temperatura de sus manos. Dylan sabía que se trataba de café, hacía mucho tiempo que no bebía café. Sander se sentó en la banca del frente, al lado de Sam. Ella comía directo de una lata de verduras, llevándoselas a la boca con una pequeña cuchara.
Amanda frotó sus manos y echó aliento sobre ellas.
—Dios— comentó— A pesar del calor de afuera, este lugar es muy frio...
—Te acostumbras después de un tiempo—respondió Sam con la boca llena.
—No nos quedaremos aquí el tiempo suficiente para eso— dijo Sander.
—Supongo que ahora, como no hay nadie aquí, seguiré viajando con ustedes— señaló Sam.
—O podríamos dejarte afuera y dejar que los buitres te coman— bromeó Dylan. Los demás rieron por eso.
Sam estrechó sus ojos contra él.
—Muy gracioso. Si esta cosa no fuera tan deliciosa te lanzaría la lata a la cabeza.
Cheslay seguía de pie, apartada del grupo, recargada sobre una pared mientras sostenía una taza de café entre sus manos. Amanda se sentó del lado izquierdo de Dylan, ella comía pedazos de pan con la bebida caliente. Ian entró al lugar, dirigiéndose concretamente a Amanda y susurrándole algo al oído.
— ¿Por qué ahora?− preguntó la chica—. Solo digo que antes no te importaba.
Ian se puso rojo como un tomate antes de responder.
—Porque es necesario, por eso ¿Lo harás?
— ¿Qué es lo que quieres?− preguntó Sander, ligeramente preocupado por el chico.
Ian miró al suelo y comenzó a patear una parte sobresaliente del concreto.
—Quiero que Amanda corté mi cabello, parezco un espantapájaros.
—No esta tan mal— comentó Samantha, pero se arrepintió al momento, ya que todas las miradas se posaron sobre ella, las puntas de sus orejas se cubrieron de un color carmesí.
— ¿Y con que quieres que lo haga?− replicó Amanda, divertida— No tengo el material necesario aquí.
Dylan, rápidamente se sacó un cuchillo de combate de una de las botas y lo clavó en la mesa. Todos miraron el gesto. Sander soltó una ligera carcajada al ver que el color huía de la cara de Ian, se puso pálido en unos segundos.
—Un cuchillo parece buena idea— se burló Amanda— Aunque no te aseguro que conservaras las dos orejas.
—No es tan malo perder una parte— dijo Dylan mientras movía su mano mutilada en dirección a Ian, quien retrocedió dos pasos.
Los demás rompieron a reír.
—Podemos encontrar un par de tijeras en alguna parte— dijo Sam, un poco molesta mientras se ponía de pie— No hace falta que sean groseros— tomó a Ian del brazo y lo arrastró fuera de la cocina, para ir en busca de unas tijeras.
Dylan sonrió, tomó el cuchillo y lo colocó en su bota de nuevo.
— ¿Ellos dos están...?− preguntó Amanda.
—Parece que si—respondió Sander al reprimir una sonrisa.
Los tres rieron por ello, mientras que Cheslay solo bebió de su taza y permaneció en silencio, apretando los labios para impedir que la risa saliera. Dylan conocía demasiado bien ese gesto.
— ¿Dónde conseguiste las armas?— preguntó Sander.
— ¿En la armería?− respondió Dylan sarcásticamente.
—Muy gracioso.
Amanda había salido de la cocina cuando Ian, completamente victorioso, le entregó un par de tijeras en la mano. Ella cortaba el cabello del chico.
—Pueden ir a buscar armas— dijo Samantha, ella había regresado después de cumplir su misión. Miró en dirección a Cheslay— Ella y yo podemos reunir alimentos y ropa, mientras ustedes reúnen las armas necesarias para el viaje. Cuando terminen pueden venir a ayudarnos.
—Consigue ropa suficiente como para cubrirse del sol— ordenó Dylan mientras se ponía de pie— Gorras, pañuelos, yo traeré las manoplas y las botas... lleva agua, bastante... medicinas, comida, lo que encuentres...el problema será transportarlo...
—Hay un jeep abandonado en la parte de atrás—interrumpió Cheslay mientas se miraba las uñas de manera distraída.
El silencio que siguió su comentario fue aplastante, nadie estaba acostumbrado a escucharla hablar. Dylan sacudió la cabeza y asintió en dirección a Sander, para que lo siguiera.
Llegaron a la armería, donde sacaron tres maletas de color negro, Sander comenzó a cambiar sus zapatos deportivos por botas de cazador.
—No parecen ser tu estilo— comentó Dylan mientras lanzaba municiones hacia una maleta.
—No lo son, pero si trato de utilizar la velocidad con los zapatos deportivos, quedarán hechos trizas. Al menos las botas soportaran un poco más.
—Tiene sentido— se encogió de hombros para restarle importancia. Cargó seis armas de cada tipo en total, dejando atrás las luces cegadoras, ya que estas las podrían usar en su contra. Dejó una bolsa para las municiones y granadas, otra para cuchillos de combate y artefactos como detectores para descontaminar los lugares y máscaras de gas. En la última cargó las armas que encontró.
Sander tomó cuatro pares de botas, de manoplas y cuatro chalecos antibalas. La más pequeña de ellos en tamaño era Sam, y el chaleco no le quedaría muy bien.
Salieron de la armería y se dirigieron al centro de la bodega, justo donde Amanda cortaba el cabello de Ian. Los mechones rubios caían sobre el suelo, su cabeza ahora estaba cubierta por mechones más regulares y no parecía un vago. Ian se levantó de la silla cuando Amanda terminó, el chico sacudió la cabeza y de ella se desprendió cabello.
Dylan y Sander dejaron caer las bolsas sobre el suelo, el sonido que provocaron hizo eco en todo el lugar. Sander comenzó a sacas botas, manoplas y chalecos para lanzárselos a sus amigos.
— ¿Qué encontraron?− le preguntó a Sam.
—Por lo pronto reuní algunos medicamentos y vendas...
Sander sacudió la cabeza.
—Vamos, ayúdame con los alimentos y la ropa— pidió.
Esa era la diferencia entre Dylan y Sander, el primero ordenaba las cosas, mientras que el segundo simplemente las pedía. Dylan era impositivo y Sander un líder que se preocupaba por los demás y conocía de ellos.
Samantha e Ian lo siguieron hacia el almacén para poder recolectar alimentos, agua, ropa y demás cosas. Más tarde subirían todo al jeep y se prepararían para partir, solo que la gran interrogante seguía presente, solo que nadie se atrevía a decirla en voz alta ¿Partir a dónde?
Dylan se dejó caer en la silla que antes ocupaba Ian, se frotó la cara un par de veces para tratar de centrarse. Él no era el único ahí que trataba de sobrevivir, y no todo dependía de él, pero después de tanto tiempo solo, había aprendido a valerse por sí mismo, y sentía que si él no hacia las cosas, entonces no saldrían bien, pero ya confiaba lo suficiente en el liderazgo de Sander como para saber que las cosas podían resultar correctas aun sin su intervención, solo que era un hábito difícil de dejar atrás, el ser un solitario. Debía aprender a trabajar en equipo.
Sintió unas manos sobre su cabello, estas pasaban una y otra vez. No se molestó en mirar, de seguro Amanda quería cortar también el suyo. Levantó la vista cuando se percató de que no estaban cortando su cabello. Tragó saliva al percatarse de la situación. En la habitación solo estaban Cheslay y él, nadie más. Amanda había seguido a los demás.
— ¿Qué haces?− preguntó Dylan con precaución, mientras ella le pasaba las manos por los hombros. Él no se retiró, ya que anhelaba ese contacto.
—No será la primera vez que corto tu cabello—respondió en un susurro.
— ¿Hablarás ahora?− inquirió Dylan mientras la tomaba de las muñecas, atrayéndola para estar de pie frente a él.
Cheslay suspiró.
—Es... complicado. Pasé mucho tiempo sin escuchar el sonido de mi propia voz. Solo podía escuchar la de ella. Disculpa si no me he portado muy comunicativa, pero... me resulta difícil...
— ¿Ella quiere tomar el control?― preguntó preocupado—. Siempre has sido más fuerte...
—No— ella negó rápidamente—. Es todo lo contrario, Azul quiere irse, me esfuerzo por hacerla quedarse, trato de darle motivos, pero piensa que está siendo egoísta al querer algo que no puede tener.
—Déjala que se vaya— espetó Dylan.
— ¡No puedo! Le mostré la piedad, la amistad, el amor... no puedo solo arrebatarle todo lo que ha aprendido— en sus ojos azules se reflejaba una batalla interna—. No comprendes, no puedo hacerle esto a ella...si desaparece...
— ¿Y qué hay de mí?― preguntó él, poniéndose de pie, aun sosteniéndola por las muñecas— ¿Por qué no se lo puedes hacer a ella, pero si me lo haces a mí?
— ¡Creí que estabas muerto!− exclamó Cheslay sin soltarse—. Khoury me hizo creer que estabas muerto, por eso dejé que la mente maestra tomara el control... yo...
—Estoy aquí—murmuró Dylan—. Estoy vivo. Soy tan real como lo eres tú. Y estoy aquí por ti.
Los labios de Cheslay comenzaron a temblar, y en un parpadeo recargó la cabeza en el pecho de Dylan y rompió a llorar. Él cerró los ojos, soltando sus manos y abrazándola fuerte. Justo como deseaba hacerlo al encontrarla.
—Sé que estas vivo. Y cuando me encontraste— dijo con voz rota—. Fue como despertar de un largo sueño. Yo permití que Azul tomara todo el control, que ella conociera, que aprendiera...que sintiera. Y ahora voy a dejar que se marche, se lo arrebataré ¿No lo entiendes? Eso me convierte en una mala persona, me convertirá en alguien como Khoury, alguien que da esperanza y luego la arrebata.
Dylan la alejó unos centímetros, sostuvo sus mejillas, pero ella mantenía los ojos cerrados, las lágrimas deslizándose de ellos.
— Mírame— pidió Dylan, sintiendo como las emociones que mantenía a raya amenazaban con desbordar—. Mírame y dime que no me amas, que jamás lo hiciste y entonces me iré, entregaré todo lo que queda de mí a la mayor, dejaré de luchar, porque durante mucho tiempo tú fuiste mi razón. Ahora solo te pido que me mires, para que puedas ver lo que cualquiera de tus respuestas me hará. Te pido que veas el trabajo terminado, porque si tu respuesta es que sí, me amas, entonces seguiré luchando contra todo y todos... pero si tu respuesta es no, y me dices que la dejarás ganar, porque su amor a Sander es más grande que el nuestro... lo único que quedará ante ti, será la imagen de un asesino que alguna vez creyó que podía ser un héroe.
Cheslay negó con la cabeza, abrió los ojos y lo miró fijamente. El azul de estos completamente perdido en el torrente de lágrimas.
—No me hagas esto, por favor... no.
Dylan la soltó y le dio la espalda. Cheslay se quedó en su sitio, cayendo de rodillas y cubriéndose el rostro para evitar que las lágrimas salieran, que los sollozos escaparan. Quería volver, levantarla y decirle que todo estaría bien, pero algo dentro de él se rompía al comprender que no era el mismo Dylan de antes, que al recuperarla a ella, no se recuperaba a sí mismo, que los dos estaban rotos de igual manera, que sus mentes y espíritus estaban maltratados de tal forma en la que no podían ser reparados. Guardó todos los sentimientos dentro de sí y caminó al frente.
Llegó hasta las regaderas del lugar, su pecho subía y bajaba en una respiración agitada, estaba enfadado con ella, con él, con todo el mundo. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, ni siquiera había sentido cuando salieron de sus ojos. Tenía la cara cortada en diferentes puntos, uno sobre el tabique de la nariz, algunos más en la frente y mejillas. Eran las mordidas de los buitres de los que habían escapado... escapar... a eso se resumía su vida, huir y matar. Gritó de frustración y estrelló la mano derecha contra el cristal. Los vidrios cayendo sobre el lavabo y el suelo en conjunto con gotas de sangre. Dylan no sintió el dolor físico, ya que el de su alma era más fuerte. Era más fácil reparar un espejo que un corazón roto.
Esperó el tiempo suficiente para que su respiración se calmara. Se quitó la manopla y enjuagó su mano en el lavabo. Los cortes no eran muy profundos, colocó de nuevo el guante y miró el espejo roto. Era un bobo inmaduro, hasta hace poco tiempo había reprendido a Sander por hacer eso. Se miró una vez más en el espejo y se dio cuenta de que seguía siendo ese mismo rostro que evitaba observar cuando era un cazador. No quería seguir siéndolo, ser un cazador era sinónimo de asesino. Dylan tragó saliva, sacó uno de los cuchillos de combate y se miró en uno de los espejos intactos.
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Sam suspiró un par de veces. Ellos volvieron hacia la parte grande de la bodega, Cheslay miraba hacia alguna parte, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos hinchados, como si hubiera estado llorando. Dylan no se veía por ninguna parte.
Sander guio a Ian hacia el Jeep, donde cargaron todas las cosas, primero la comida, luego las medicinas, la ropa y al final las armas. Las pusieron en un asiento trasero, para tener fácil acceso a ellas. Volvieron cuando hubieron acabado con su tarea.
Sam levantó la vista, ignorando lo que Amanda estaba diciendo sobre la responsabilidad, y miró en la dirección por la que entraban los chicos. Ian bajó la mirada al encontrarse con sus ojos y ella sonrió. Samantha leía sus pensamientos, sabia como él pensaba de ella, sabía que le gustaba, pero nadie podía querer a alguien con Sam, quien no tenía respeto por la intimidad de las personas al poder entrar en sus mentes.
Detrás de Sander e Ian, venia Dylan. Su cabello estaba corto, casi al ras de la cabeza, y se había afeitado. Sam pudo ver que algunos de sus dedos de la mano derecha, tenían cortadas y eran recientes.
—Luces diferente— le dijo a modo de saludo.
—Me siento diferente—murmuró.
—No— dijo Sander—. Sam tiene razón, pareces más joven, incluso.
— ¿Cómo que más joven?− preguntó Dylan confundido—. Tengo veintidós.
—Yo hubiera jurado que eras más viejo— se burló Sam.
—Entonces me veo años más joven— siguió el juego. Aunque era tonto, apreciaban los pocos momentos de humor.
—Nah— se mofó Sander—. Solo como tres días.
Los labios de Dylan insinuaron el fantasma de una sonrisa, pero sin llegar a ella. Estaba afectado por algo, pero él tenía su mente bloqueada, dejando a Sam fuera de sus pensamientos.
— ¿Ya está todo listo?― preguntó Dylan.
—Ya cargamos todo—respondió Sander. No parecía responder a una instrucción, más bien parecían entenderse de diferente manera, era extraño verlos comportarse así, como si hubieran sido amigos toda la vida y se complementaran de una forma extraña. A Sam no le sorprendería que pronto uno completara las frases del otro—. Pero no tenemos un destino. No sabemos qué sucedió aquí.
—Tal vez podamos encontrar algo en las computadoras de Luisa— añadió Sam.
—Ya las he revisado— contestó Dylan mientras negaba con la cabeza—. No pueden encenderse, están bloqueadas.
—Oh, Dylan— suspiró Sam—. Aun tienes mucho que aprender sobre las personas. La mente de Luisa no funciona igual que la de los demás. Ella es como un espécimen único. Si dejó un mensaje, no fue para ustedes, fue para mí, para alguien en quien confía.
Todos la miraron con la interrogante flotando en sus rostros. Sam se permitió sonreír.
— ¿Quién es el cazador ahora?― preguntó divertida.
—Si puedes encenderlas y encontrar información útil— dijo Dylan—. Voy a reconocer que eres mejor que yo.
Sam puso los ojos en blanco. Caminó en dirección a la sala de máquinas, con los demás siguiéndola de cerca. Podía escuchar los pasos de cada uno de ellos, los más cercanos eran los de Ian, y esa simple acción la puso nerviosa. Subieron una escalera más y Sam vislumbró las máquinas, estaban llenas de polvo, a excepción en lugares que Dylan había tocado antes.
— ¿Luisa?― preguntó Sam en voz baja.
Dylan ahogó una risa y Samantha lo fulminó con la mirada.
— ¡Maldita sea, responde!― gruñó Sam y pateó la computadora.
—Muy sutil— ironizó Dylan—. Pero no creo...
—Reconocimiento de voz, activado― interrumpió una voz robótica.
Las pantallas comenzaron a encenderse, al igual que los teclados. Todo brillando en colores rojos y verdes. En los monitores apareció el rostro de Luisa, la chica siete de la bodega. Ella no sonreía.
—Frase clave: Maldita sea—respondió Luisa en la pantalla.
Sam sonrió con suficiencia en dirección a Dylan.
—Tú eres la cazadora— comentó y le revolvió el cabello de manera paternal.
Todos miraban con atención las pantallas con el rostro de la siete en ellos.
— ¿Si te digo que he visto un pájaro amarillo volar por el lugar?― preguntó Luisa— ¿Qué responderías?
Sam frunció el ceño.
— ¿Qué clase de enigma es ese?― preguntó.
—Respuesta incorrecta— dijo Luisa—. Tienes dos oportunidades.
—Eso no tiene sentido— dijo Sander—. No se han visto aves de ese tipo desde el primer brote.
—Respuesta incorrecta— dijo la maquina una vez más—. Queda una oportunidad.
Nadie se percató de que Cheslay se había acercado a la máquina, hasta que habló:
—Diría que eres parte de la ciudadela. Fueron los únicos preparados para la conservación de las especies— contestó fríamente.
La Luisa de la pantalla sonrió. Dando paso al rostro de Chandra.
Todos miraron a Cheslay con sorpresa, pero nadie dijo algo al respecto.
—Sam, quiero que escuches con atención— dijo su hermana en la pantalla, tenía un semblante preocupado—. Tuve una visión, en ella aparecía una mujer con un parche en el ojo, esta mujer entraba a la bodega con un ejército y nos exterminaba. Quise enviar un mensaje a los túneles, pero nunca obtuve respuesta. No tuve más remedio que organizar a los refugiados y llevarlos lejos de aquí. Dejé abastecidas algunas partes de la bodega por si llegabas a este lugar, hay un jeep en la parte de atrás y todo lo que necesiten. En la visión, cuando tomé la decisión de marcharnos, aparecieron seis personas que llegaban a la bodega, por eso decidí dejar este mensaje. Samantha, el futuro me resulta incierto a partir de ahora. No puedo tomar decisiones sin que las personas a mi cargo resulten afectadas. Cada paso que doy debe ser calculado, y... yo no quería dejarte atrás, pero debes comprender que tengo demasiada responsabilidad y que sabía que estarías a salvo con Chispitas...
—Chispitas— murmuró Sander, un poco divertido.
—... Luisa recibió un mensaje pocas horas antes de marcharnos. En él había una simple palabra, un sitio en realidad. Liam dijo que él había escuchado de ese lugar antes, cuando las personas se referían a la resistencia del norte. Él nunca viajó tan lejos, pero todos estamos depositando nuestra fe en este lugar. A partir de ahí, el futuro me resulta difuso. Puedo ver fuerzas vigilantes, y robots, pero todo se confunde y parece...— Chandra se detuvo al no encontrar una palabra que definiera su confusión—. Te deseo toda la suerte del mundo, Sam. Si todo sale como lo he planeado, espero encontrarlos en la resistencia. La palabra dentro del mensaje que recibimos es: Alberta.
El mensaje desapareció. Las pantallas se apagaron al mismo tiempo.
― ¿Quién demonios es Alberta?― se quejó Ian.
―No es una persona― aclaró Sander―. Es un lugar, el mensaje lo dice.
―Eso está en Canadá― añadió Dylan.
— ¿Canadá?― preguntó Amanda—. Eso está muy lejos de aquí.
—Tenemos el Jeep— dijo Ian, tratando de animar la situación.
—Con la mitad del tanque lleno de combustible— espetó Dylan—. Eso no nos llevará hasta Canadá.
—Lo importante es que sabes cómo llegar— dijo Sander—. Con o sin jeep, lo lograremos.
—No tienes ni la menor idea de cómo es el camino hacia allá. No sabemos nada de esos paramos― Dylan intentó tomar una respiración―. Además el clima cambia constantemente y...
Los dos líderes continuaban con su discusión, mientras Amanda aportaba algún comentario, pero Sam, Ian y Cheslay se mantuvieron al margen.
—Así que ahora te reconoció como cazadora— dijo Ian en broma.
—Siempre he sabido que soy mejor que él— se mofó Sam.
—Él te gusta— dijo Ian mirando al suelo—. Dylan, quiero decir.
Sam soltó una risa. Ella sabía lo que el chico pensaba.
—No, solo es mi amigo. Supongo que solo es admiración.
—Está bien— dijo él encogiéndose de hombros—. No me interesa, yo solo...
Fue interrumpido por un fuerte ruido. Venia de una de las pantallas, en la cual había aparecido el rostro de Luisa.
—Por cierto— dijo la chica con una sonrisa—. No podemos dejar pistas atrás. La bodega será destruida en cinco minutos.
Sam miró a sus amigos en busca de una reacción, pero todos tenían el mismo semblante confundido.
— ¡Hasta siempre!− exclamó Luisa, para luego ser sustituida por un reloj de números rojos en retroceso.
El silencio que siguió la frase fue aplastante. El primero en reaccionar fue Dylan.
—Fuera— gritó y los empujó a las escaleras— Todos al jeep.
Los demás reaccionaron y corrieron en dirección a la parte trasera de la bodega.
—Me gustaba más cuando solo eras Sam— dijo Ian mientras corrían.
—A mí también— murmuró.
Llegaron al jeep, todos subieron rápidamente. Sam se quedó en la parte de atrás, Ian subió en el porta equipajes, con las cosas que habían cargado antes, Amanda subió en medio de Sam y de Cheslay, Dylan subió al asiento del conductor y Sander al de acompañante. Abandonaron la bodega, dejando atrás un pequeño descanso. Las estelas que levantaba el jeep al pasar por la tierra desierta era el único indicio de que alguna vez estuvieron ahí. Dylan aceleró lo más que pudo, estaban a tal distancia, que sintieron la detonación en el aire y vieron como la bodega se hundía en la tierra, para que nadie pudiera descubrir nada sobre ellos. Siguieron en el Jeep hasta que perdieron de vista los restos de lo que alguna vez fue el hogar de Sam.
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