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21.- Fugitivos.

Dylan estaba atrapado en un sueño tormentoso, cuando sintió una punzada de dolor en las costillas. Se levantó rápidamente, esperando ver algún enemigo o por lo menos un animal salvaje, pero en vez de eso se encontró con el semblante furioso de Cheslay.

— ¿Acabas de golpearme?− preguntó al tiempo que se frotaba la parte afectada.

— ¿Ahora si vas a hablarme? Llevamos dos días de viaje desde que escapamos de ese lugar y no me hablas, no respondes a mis preguntas, simplemente das por hecho que te estoy siguiendo, pero no me dices nada.

— ¿Qué quieres que te diga? Estoy preocupado por esas personas, y a diario vigilo la montaña para saber que nada ha sido incendiado. Además, no hace falta que te responda nada, tú puedes leer mi mente ¿Recuerdas?

—No me refiero a eso y lo sabes muy bien, Farmigan— espetó ella. Solo lo llamaba por su apellido cuando estaba más que enfadada, cuando estaba triste y ocultaba ese sentimiento con uno más familiar: La ira.

— ¿Y por eso me despiertas con un punta pie en las costillas? ¿Por qué no he querido hablar contigo? ¡Robaste mis recuerdos!― gritó fuera de sí y Cheslay dio dos pasos al frente.

Ambos respiraban agitadamente, Dylan no se dio cuenta de cuando se había puesto de pie, hasta que estuvieron frente a frente, casi chocando. Ya habían estado así de cerca antes, solo que nunca para discutir. Dylan podía sentir la energía fluir del cuerpo de Cheslay, esa rabia incontrolable. Se dio cuenta de que si había algún enfrentamiento, los dos saldrían perdiendo.

Tomó una respiración profunda antes de hablar.

—Estamos cansados, agotados y creo que también asustados. No hay un lugar en la tierra en el que podamos estar sin ser lastimados o lastimar a alguien. Tú me lastimaste a mí y yo te estoy castigando por algo que ni siquiera puedes controlar— Cheslay lo miró de vuelta— Levanta tus cosas, tenemos que avanzar— ordenó.

Había dormido más de la cuenta. El sol ya estaba en lo alto del cielo, en su zénit.

Ambos terminaron de bajar la montaña para antes del anochecer. Para cuando llegaron a las afueras del bosque, Dylan se sentía a desfallecer, pero Cheslay encontró un refugio temporal. Era uno de eso edificios viejos, aquellos que no habían alcanzado a demoler en la primera guerra entre las Alianzas. No parecía muy estable, pero les serviría para pasar la noche. Los cristales de las ventanas habían desaparecido y sido sustituidos por tablas y cartón. El suelo estaba cubierto de tierra, al igual que los pocos muebles que quedaban. Se dieron cuenta de que era una vieja tienda de ropa.

Cheslay comenzó a juntar los pedazos de tela en un rincón para poder acurrucarse a dormir sin perder de vista la puerta. Se estaba ayudando con la linterna.

Dylan simplemente se dejó caer en el primer aparador que encontró, pero esté se rompió bajo su peso. Siendo vencido por los años de abandono. Se quejó en voz alta, sintiendo algo incrustado en su brazo izquierdo. Estaba acostumbrado a las heridas y al dolor, pero por la debilidad en la que se encontraba su cuerpo, simplemente prefirió quedarse tendido en donde estaba, sobre los restos de madera y cristal.

Cheslay, al ver que no se levantaba, acudió a donde estaba, obligándolo a sentarse.

—Tienes un corte profundo desde el hombro hasta la parte baja del codo— anunció.

—Ya lo había sentido, muchas gracias— replicó.

Ella puso los ojos en blanco y buscó por todo el lugar un botiquín de primeros auxilios. Volvió unos minutos después, aplicó desinfectante y luego cosió la herida, ante un Dylan que parecía más muerto que vivo.

—Perdiste sangre, estas más cansado que yo... voy a vigilar esta noche.

— ¿Y luego que?− preguntó él con el ceño fruncido— ¿Amanecerá y volveremos a comportarnos como extraños? ¿Te seguiré culpando cuando es algo que no depende de ti?

—Luego, simplemente dejemos que suceda lo que tenga que suceder— dijo ella ya de pie— Mañana será un nuevo día, y no seré una extraña si tú no quieres que lo sea. Podemos ser el uno y la dos, el controlador de la gravedad y la mentalista. O podemos ser Dylan y Cheslay, justo como siempre. Y en cuanto a lo de la culpabilidad: Mírame, soy un monstruo que juega a ser Dios, a juzgar y matar a las personas por sus recuerdos y pensamientos. Soy un fenómeno que absorbe los recuerdos de la única persona que significa algo para ella. No te sientas mal por culparme, pues si en algo tienes razón es en que no puedo evitarlo, pero puedo intentarlo— ella se dio la vuelta, pero Dylan la sostuvo por la muñeca.

—No lo intentes. No quiero verte débil de nuevo... solo dime, ponme sobre aviso cada vez que vayas a extraer algún recuerdo... y dime cual será, de esa forma esteré preparado— pidió.

Cheslay trató de esbozar una sonrisa, pero se vio demasiado forzada, tanto que la alegría no llegó a sus ojos.

—De ahora en adelante— dijo Cheslay con seriedad—. Evitaremos los grupos, no viajaremos con nadie ni buscaremos compartir refugio. Seremos solo tú y yo, pero si te separas de mí, entonces podrás vivir en comunidad...

—Me gusta cómo suena el tú y yo en esa frase—respondió Dylan.

La sonrisa de ella fue más genuina.

— ¿Comprendes por qué? No debemos poner en peligro a las demás personas, a las comunidades como la de Gretchen. La mayor nos está cazando y tiene un ejército a su disposición. Esto significa que siempre debemos estar solos, incluso desistir de la idea de las resistencia del norte.

Dylan sintió una punzada ante sus palabras: Siempre debemos estar solos.

—No estaremos solos— rebatió—. Nos tendremos el uno al otro y eso será suficiente.

Dylan se había dejado caer sobre un montón de ropa que ella había apilado como cama. Cheslay se inclinó y lo tomó por las mejillas.

—Gracias. Creo que sin ti... me hubiera dejado vencer hace mucho tiempo. Eres lo único que tengo Dylan, eres lo único que siempre ha sido seguro y constante en mi vida y lo que menos quiero es hacerte daño.

—También te quiero—respondió y le dio un ligero beso en la frente.

Cheslay sonrió y trató de levantarse, pero Dylan tiró de ella y la atrapó en un abrazo.

—Quédate conmigo— pidió.

—Debo vigilar—discutió sin muchas ganas.

—No, puedo sentir las cosas alrededor, no hay nadie ni remotamente cerca.

—Presumido—dijo Cheslay mientras se acomodaba entre sus brazos para poder dormir.

— ¿Qué haremos entonces?− preguntó Dylan—. Si no buscamos la resistencia, debemos hallar algo que hacer, no podemos simplemente huir y sobrevivir...

—No dije que no haríamos nada. Aún hay campamentos y laboratorios por todas partes, aun podemos hacer algo para ayudar a las personas.

—Eso nos pondría en peligro y le daríamos a Khoury una razón más para odiarnos— comentó Dylan.

— ¿Y qué? ¿Te puedes imaginar ya la cara que pondrá cuando se entere de que los más buscados están liberando a los evolucionados? Pagaría lo que fuera por ver eso.

Ambos rieron de tan solo imaginar a la mayor haciendo una rabieta. Para los dos era algo divertido pensar en ese momento que podían convertirse en héroes. Y, por un tiempo así fue.

Pasaron tres meses más, en los que pasaban por campamentos y echaban abajo los sistemas, para después someter a los vigilantes, poniendo trampas y jugando a los cazadores. En ese tiempo liberaron dos campamentos y un laboratorio, los niños corrían por todas partes, mientras que Cheslay les decía lo que había escuchado en rumores: Que a las afueras de la ciudadela se encontrarían con la resistencia del norte. Enviaban a todos los evolucionados a esa dirección.

Cheslay se acercaba cada vez más a la edad de quince años y Dylan a los diecisiete. Aunque eso era algo que los tenía sin cuidado, no establecían lazos con nadie más, y eso los liberaba de cualquier atadura. Solo ellos dos importaban, y cada quien iba por su cuenta. Si no sobrevivían los evolucionados una vez siendo liberados, era porque no fueron lo suficientemente fuertes.

Dylan tomó una respiración profunda y bajó los binoculares. Habían asaltado a un grupo de cazadores durante la noche. Robando algunas de sus armas, ropas y herramientas de trabajo. Miró como Cheslay se acomodaba a su lado y tomaba los binoculares. Estaban en lo alto de una montaña, teniendo en la mira a un Laboratorio.

—Es de alta seguridad— dijo ella—. No podremos entrar a la fuerza, pero se puede hacer algo desde dentro.

— ¿Estas insinuando que...?

—Si— interrumpió la chica— Te disfrazaras de cazador y me entregaras.

—Puede ser peligroso... incluso más de lo que hemos estado haciendo hasta ahora.

—Mañana por la noche, después de haber pasado todas las pruebas, entrare en la mente de los de seguridad y tu podrás entrar al lugar. Vas a causar tanto desastre como sea posible dejaras fuera de combate a todos los vigilantes, y por mi parte, entrare en las mentes de los líderes de los evolucionados y voy a dirigirlos con la idea implantada de ir a la resistencia.

—O quizá simplemente puedas ignorarme y hacer los planes por tu cuenta— bromeó Dylan y ella le regaló una sonrisa.

—No es tan difícil, cariño— siguió el juego.

—Vuelve a llamarme así y no volveré a discutir contigo.

—En tus sueños, Farmigan— ironizó y juntos bajaron de la montaña.

Dylan se disfrazó de cazador. El traje de color negro, con las botas pesadas y el chaleco de alta tecnología que evitaba a las balas atravesarlo. Los guantes negros y flexibles para no dejar huellas, también los anteojos oscuros y la máscara oscurecida que solo cubría su boca y mandíbula.

Cheslay soltó un silbido por lo bajo.

—Lo misterioso te queda— lo felicitó mientras lo miraba de arriba a abajo.

—Harás me ruborice— bromeó él.

—Andando— ella llevaba puesta ropa roída y zapatos rotos. El cabello le cubría la cara y habían conseguido lentes de contacto para ocultar el azul de sus ojos.

—Tienes hasta mañana por la noche— le dijo Dylan mientras le ataba las manos y le cubría la boca con un bozal.

Las personas tenían la ridícula creencia que mientras los dos no hablaran, entonces no tendrían la oportunidad de jugar con sus mentes. Era una de las ideas más estúpidas que había, pero Dylan tenía que seguir las reglas de los cazadores mientras fingía ser uno.

—Hare de cuenta que no lo estas disfrutando—dijo ella en su mente.

—O sí, claro que disfruto cada momento contigo— le besó la cima de la cabeza, levantó sus armas y se dirigió hacia la puerta del Laboratorio.

Entregó a Cheslay a los vigilantes, argumentando que era una dos peligrosa, que la había encontrado tratando de entrar en la ciudadela. Ellos creyeron en su historia y después de lanzarle un fajo de billetes (el cual Dylan fingió que contaba) se llevaron a Cheslay.

—Hoy por la noche—pensó Dylan para que ella lo escuchara—Ni un minuto más. En cuanto el sol se ponga entrare, estés lista o no.

—Deja de preocuparte—espetó Cheslay.

Pasó ese día reuniendo las armas que había aprendido a identificar. A buscar cosas en la cueva en la que se habían establecido para vigilar el lugar. También contó el dinero, ahora de verdad, habían ahorrado lo suficiente como para fingir ser adultos y comprar comida en buen estado, o para conseguir un refugio decente. El dinero no importaba mucho, pero cada vez que fingía entregar a Cheslay, ellos le pagaban.

El sol terminó de desaparecer. Dylan tomó las cosas y bajó la colina, preguntándose la razón por la cual ella no se había comunicado. Se estaba poniendo nervioso.

— ¡Hola! ¡Hola!− exclamó feliz— ¡Se han tragado toda la historia! Puedes entrar por la puerta del sur, la que está en la parte de atrás. Los vigilantes están fuera de la jugada y los sistemas echados abajo. Los chicos se están organizando para salir.

—No te metas en más problemas, lo que sigue es mío—respondió huraño. Estaba enfadado porque no le había avisado de nada en todo el día.

Dylan corrió hacia el laboratorio y entró fácilmente por la puerta que Cheslay había indicado. No encontraba señales de vida, los vigilantes parecían desaparecidos, el aire se sentía frio y solitario contra su cara. Todo se veía como si fueran a atacarlo en cualquier momento.

¿Cheslay?− Preguntó mentalmente. No hubo respuesta.

El muchacho tragó saliva y continúo caminando entre las sombras hasta llegar a la torre de control más alta que había. El único sonido que podía escuchar era el de sus pisadas contra el concreto, incluso faltaban los sonidos característicos de los Laboratorios, el arrastre de las camillas, los anuncios de las bocinas, el sonido de las máquinas. Tampoco estaban los olores a antisépticos ni a podrido de los cadáveres de la fosa común.

Llegó a lo alto y se encontró con los vigilantes muertos, todos ellos tenían los ojos reventados y de los orificios de sus caras salía sangre. Por la frescura de la misma, Dylan supo que o había pasado mucho tiempo desde que estaban muertos. Salió de ese lugar al sentir la bilis deslizarse por su garganta. Afuera las cosas habían cambiado, una figura delgada corría hacia donde estaba Dylan, era ella.

— ¿Era demasiado pedir que me avisaras las cosas?− susurró molesto.

—No fue muy difícil—respondió Cheslay en tono normal. Dylan sacudió la cabeza.

—Larguémonos de aquí, todo este silencio me pone demasiado nervioso... ¿Dónde están los evolucionados?

—Se dirigen hacia la salida sur. No deberías preocuparte tanto, las cosas...— fue interrumpida por un fuerte ruido.

Las luces del lugar se encendieron, todas en tonos rojos y blancos, la alarma estaba sonando y llenando todo el silencio que antes había atormentado a Dylan. El chico se encontró deseando que el silencio volviera. Escuchó por encima de la alarma el característico sonido de las pisadas contra el concreto, aquel ruido que podía confundirse con la lluvia.

—Robots—escupió la palabra como si fuera veneno.

—Pero había incapacitado a todos...— replicó Cheslay.

—Ahora ese es el menor de nuestros problemas. Ayuda a los evolucionados a salir de aquí lo más rápido posible. Voy a ocuparme de esas malditas cosas.

Cheslay asintió, y corrió en dirección a la puerta del lugar. Dylan esperó pacientemente a los robots, sentía en cada parte de su ser las vibraciones que estos emitían al caminar y al levantar sus armas. Dylan cerró los ojos y se dejó caer al suelo al tiempo que se cubría la cabeza con ambas manos. La lluvia de balas comenzó un segundo después. No había un solo lugar al que pudiera girar la cabeza que no estuviera siendo llenado por una detonación.

Sacó el arma de su cinturón, se puso de pie. Eran los preciosos segundos en los que los robots recargaban sus respectivas armas. Dylan comenzó a disparar, acertando los tiros en el pecho de los robots, cortando sus circuitos, haciéndolos caer de rodillas sobre el suelo. Algunos seguían disparándole cuando acababan de recargar, pero él fue más rápido, colocando sus manos contra el suelo fue que el mundo a su alrededor comenzó a temblar. Con los vigilantes muertos, lo único por lo que debía preocuparse era por los robots y por el maldito soplón que había dado la alarma, lo demás lo dejaría en manos de Cheslay.

Vio por el rabillo del ojo como una figura aún estaba dentro del laboratorio. Era una pequeña niña, no podía tener más de diez años. Dylan soltó una maldición cuando vio que uno de los robots también se había fijado en ella. Corrió lo más rápido que pudo, disparando contra los robots y cubriéndose de las detonaciones, sus piernas eran firmes al igual que su agarre sobre el arma. Seguía corriendo en dirección a la niña, cuando presionó el gatillo una última vez, no salió nada disparado, se había quedado sin balas y sin tiempo. Pensó todas las cosas en un segundo y se abalanzó sobre la pequeña al tiempo que sentía un dolor agudo en el costado. Era como si esa herida drenara toda la energía que hasta hace unos segundos lo movía. Ambos cayeron sobre el concreto, Dylan sangraba, y la pequeña lloraba, pero por lo menos parecía ilesa.

El muchacho hizo acopio de todas sus fuerzas y poniéndose de rodillas buscó el centro de gravedad de las criaturas robóticas. Solo quedaban tres, eso significaba que el siguiente ataque no lo mataría, pero lo dejaría débil. Sintió la energía cobrar vida entre sus manos, los robots flotando sobre el suelo, soltando sus respectivas armas para buscar un punto de apoyo. Dylan juntó sus manos y ellos quedaron convertidos en chatarra.

Él se dejó caer al suelo, el sudor cubriéndolo y la sangre escapando de la herida en su costado, le gustaría decir que solo era un roce, pero sabía que no era así, la bala había entrado y aún seguía ahí. Presionó la herida con su mano derecha y se esforzó por mantenerse en pie. La niña que seguía llorando acudió a él y lo ayudó a apoyarse para que pudiera caminar.

—No te quedes atrás— la reprendió Dylan— Ve a la puerta sur y busca a una chica que los guía a la salida, dile lo que sucedió y ella vendrá a buscarme.

—Pero...— dijo ella. Su voz sonaba rota y dulce.

—Ve—pidió.

—Me temó que eso no será posible— dijo una hosca voz, seguida de el chasquido que indica que le quitó el seguro a su arma.

Dylan levantó la vista y cubrió a la chica con su cuerpo.

El hombre lucia igual a como lo recordaba. La bata blanca le llegaba a la altura de las rodillas y debajo llevaba un pantalón y una camisa negra. Se estaba quedando calvo, la piel alrededor de sus ojos estaba arrugada. El hombre lucía un par de ojos azules muy cansados e inyectados en sangre. Era Reidar Aksan, el padre de Cheslay.

—Cuanto tiempo sin verte, Dylan— lo saludó el hombre con una sonrisa asquerosa— ¿Mi pequeña también está aquí? La mayor se sentirá agradecida cuando sepa que los tengo.

—Tú no tienes nada— espetó él en respuesta.

La niña se estremeció en su espalda.

— ¿Cuál es tu categoría?― susurró Dylan a la niña. Ella no respondió— ¡Dime tu maldita categoría!

La niña se estremeció.

—Cuatro— dijo—. Cambia formas.

Dylan suspiró profundo. Eso no los ayudaba en mucho ¿Por qué no podía ser una tres o una dos?

—Voy a distraerlo y tu iras a conseguirme una de esas armas que cargan los robots ¿Está bien? —Ella asintió—. Bien, no te preocupes y no tengas miedo, todos ellos están muertos y en poco tiempo el doctor también lo estará ¿Puedes confiar en mí?― preguntó. Ella volvió a asentir— ¿Cómo te llamas?

—Emily.

—Ve, Emily— dijo y se movió lo más rápido que la herida le permitía. Manteniendo la línea de fuego en él y no en la chica. El doctor Aksan le apuntaba, pero era muy fácil darse cuenta de que el hombre no sabía disparar muy bien. Dylan ya no podía seguir corriendo, a cada paso que daba la sangre salía más y más de su cuerpo, se preguntó cuándo Emily volvería o si en realidad lo haría.

Tropezó con sus propios pies cuando la vista se le nubló por la pérdida de sangre y el dolor. Iba a morir ahí, y Cheslay hallaría el modo de revivirlo, solo para poder matarlo de nuevo por haberse dejado vencer.

Dylan escuchó como alguien gritaba su nombre. Era Emily, la niña corría en su dirección sin importarle nada. Él le había prometido que iba a estar bien, que ninguna de esas cosas o personas podían hacerle daño. Se levantó trastabillando y atrapó en el aire el arma que Emily le lanzó, Dylan disparó directamente al pecho del doctor Aksan, pero él ya había hecho una detonación más, solo que Dylan no sintió el dolor de una nueva herida. En cambio, pudo observar a la delgada figura de Emily caer al suelo. Ahogó un grito de frustración y acudió a donde estaba la niña, quien lo miraba con ojos tristes.

Dylan se inclinó y sostuvo su cabeza en su regazo.

—Gracias— susurró ella y cerró los ojos.

Él se llevó las manos a la cara y la frotó, tiró de su cabello hacia atrás y gritó por el coraje y la desesperación. Apenas y la conocía, pero le dio esperanza para luego arrebatársela. No había sido capaz de salvarla.

Dylan escuchó las respiraciones forzadas del doctor, se puso de pie y casi arrastrando los pies se dirigió al hombre, poniendo el arma en alto.

Reidar Aksan rompió a reír, de su boca salía sangre.

—Ella viene... esta... en camino— dijo entre risas. Dylan no tuvo que preguntar nada, sabía que se refería a la mayor.

Dylan Farmigan, levantó su arma y apuntó directo a la cabeza del hombre.

—Un día de estos te acompañara en el infierno— espetó y apretó el gatillo.

Acudió a donde estaban los demás evolucionados, que solo eran unos pocos. Cheslay se apresuró a ayudarlo, pero no llegó a tiempo para impedir que Dylan besara el suelo, se había desmayado por la pérdida de sangre. Curiosamente había algo dentro de él que se había roto esa noche. No era por los robots con los que tuvo que pelear, tampoco lo herida, ni el doctor Aksan, era más bien la mirada y la última palabra que esa niña le dedicó: Gracias.

Dylan se dejó llevar por la inconciencia mientras pensaba en que no era un héroe, solo era un niño jugando a los vigilantes y estaba perdiendo.

Abrió los ojos cuando sintió que colocaron algo frio contra su frente, la fiebre lo había mantenido en un estado de abstracción.

—Más te vale no morir ahora y mucho menos por algo tan patético como una herida infectada— amenazó Cheslay.

Dylan se esforzó por mantener los ojos abiertos. Estaban en una casa vieja y abandonada, no tenía cristales en las ventanas y la puerta estaba caída hacia un lado. Había telarañas en cada rincón y el suelo y los muebles estaban cubiertos de polvo. Mucha comida y ropa estaba regada por todo el lugar. Las fotografías de la familia que antes habitaba ahí, estaban rotas, algunas continuaban colgadas en las paredes. Dylan supo que ellos se habían preparado para escapar del lugar cuando fueron atacados, todo mostraba señales de una pelea.

— ¿Qué pasó?− susurró, su garganta se sintió rasposa.

—Te dispararon. Llegaste hasta donde estaba casi desangrado— explicó ella mientras buscaba cosas en su mochila. Cheslay tenía puesta la misma ropa que cuando la había visto en el Laboratorio, solo que una gran mancha de sangre cubría la parte alta de su camiseta rota—. Acabaste con esos robots, pero no tengo idea de cómo resultaste herido.

—La mataron— se escuchó decir Dylan—. Había una niña y no pude protegerla aun cuando se lo prometí. Se llamaba Emily...

Cheslay detuvo lo que hacía y lo miró.

—No fue tu culpa— dijo después de un momento de silencio.

— ¿Cómo pude prometerle que estaría bien y después dejarla morir?

—Dylan— dijo ella con voz firme, tomándolo de las mejillas—. No fue culpa tuya—repitió—. Esa niña debía estar con los demás evolucionados, si de alguien es la culpabilidad, entonces es mía, yo debí haberla llevado a salvo hasta la salida.

—Los robots iban a disparar contra ella, salté entre Emily y las detonaciones. Una me alcanzó...

Cheslay soltó una risa exasperada.

—Fue más de una. Tienes dos en la espalda, una te atravesó el hombro, tenías un roce en la pierna y la del costado derecho se infectó. Tienes mucha maldita suerte de aun continuar con vida.

Dylan le regresó la mirada.

—Entonces estoy hecho papilla y no podré continuar viajando— sentenció. La mirada de Cheslay se oscureció.

—No voy a dejarte— dijo con total seguridad y continuó buscando por el lugar alguna cosa que la ayudara a curarlo.

—Él me lo dijo— siguió hablando Dylan—. Encontré a Reidar— esperó a ver la reacción de Cheslay, pero ella no dijo nada—. Él dijo que la mayor ya estaba en camino, le tomará poco tiempo encontrarnos si nos quedamos aquí... Lo maté Cheslay, maté a tu padre a la única familia que te quedaba... pero él mató a Emily...

—Tú eres mi única familia— pronunció con total seguridad y sin titubeos.

La chica, ya desesperada, comenzó a lanzar las cosas hacia todos los lugares, no encontraba botiquines ni nada que pudiera ayudarla a salvarlo. Escuchó el sonido de la lluvia sobre el techo, y poco a poco el agua comenzó a entrar por las goteras.

—Lo que me faltaba— espetó con rabia—. Que comenzara a llover.

—Por lo menos no son robots— comentó Dylan.

—No me menciones a esos hijos de perra.

Dylan soltó una risa, seguida de una mueca de dolor. Ella acudió hasta él.

—Siempre me pareció graciosa la manera en la que maldices.

Cheslay decidió dejar de buscar, así que simplemente se acurrucó a su lado, cambiando el pañuelo de su frente y enjuagándolo en agua fresca para después volverlo a colocar y tratar de bajar la fiebre.

—Si no nos encuentran moriré— dijo Dylan.

—Y si nos encuentran nos llevaran a un Laboratorio, creo que la muerte es mejor opción—respondió ella.

— ¿No tienes miedo? — preguntó él.

—Tengo miedo de dejar de ser yo.

—Me voy a asegurar de que eso no pase.

—No puedes prometer algo así. Solo yo puedo protegerme de mis propios monstruos.

—Cheslay, no eres un monstruo, eres alguien que lucha por sobrevivir, y en el camino ayudas a todos. Estoy seguro de que algún día podremos volver...

—No guardes demasiadas esperanzas, un paso nuestro son diez de ellos. Y la maldita mujer del parche nos está pisando los talones.

Dylan bajó la vista al suelo. Cada una de sus heridas envía punzadas de dolor por todo su cuerpo, no se dio cuenta de cuando había comenzado a respirar agitadamente.

— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Cheslay.

—Nada, tú no harás nada. Solo si las cosas se salen de control me dejaras aquí y escaparas—respondió.

—Sabes que no hare eso, voy a pelear hasta el final.

—No quiero que tengas un final, yo quiero que...— no pudo terminar la frase.

La pared de cemento en la que estaban recargados se vino abajo, interrumpiendo lo que Dylan iba a decir. Había polvo, cristales, ruido y lluvia por todas partes.

Él podía sentir a todas las personas que estaban afuera, ellos eran demasiados, por lo menos no había robots entre sus filas. Dylan miró con preocupación a Cheslay, él no podía pelear, le pedía con la mirada que escapara, que lo dejara.

Las personas del exterior comenzaron a disparar, pronto Dylan sintió un pinchazo en el cuello, su mente se nubló y sus ojos se cerraron lentamente. Era un calmante, un somnífero, no los querían muertos... Ese fue su último pensamiento antes de caer en un profundo sueño.

Cheslay vio como Dylan caía sobre el suelo, sus heridas abriéndose por el brusco movimiento. Había un dardo paralizante en su cuello. Ella se puso de pie y corrió, en su mente solo podía ver la última mirada que Dylan le dio, esa que decía: Ponte a salvo, vete.

Pero no podía irse así simplemente, debía saber que Dylan estaba a salvo, que ellos curarían sus heridas, que lo llevarían a un lugar donde pudiera sacarlo después. Los vigilantes lo levantaban en brazos para luego colocarlo sobre una camilla. La lluvia caían sobre la chica y las gotas entraban en sus ojos y el agua escurría por su ropa y cabello, lavando la sangre de Dylan de ella. Se dio cuenta de que los trajes de los atacantes estaban completamente cubiertos, estaban preparados para ella, para evitar el contacto con sus pieles.

Corrió lo más rápido que la lluvia y el cansancio le permitían, los vigilantes le cerraron el paso con sus armas de dardos. Cheslay tacleaba a unos cuantos en el camino sin importarle lo que ocurriera con ella, solo debía averiguar a donde lo llevaban, saber cuál era el Laboratorio más cercano. Ella debía ir ahí y sacarlo de ese lugar ya cuando sus heridas fueran atendidas.

Después de esquivar a unos cuantos vigilantes más, fue que pudo ver el logotipo en la puerta de la camioneta. Sonrió cuando supo hacia donde se dirigían. Cheslay dio media vuelta y corrió lo más rápido que las piernas le permitían. Sintió un pinchazo en el hombro izquierdo, luego uno sobre la nuca, dos más en la pierna, la velocidad con la que corría fue disminuyendo. Los vigilantes dejaron de seguirla, ya que los dardos paralizantes harían el trabajo por ellos. La cabeza le palpitaba fuerte contra las sienes y todo se tornó oscuro.

—Dylan...—fue lo último que pudo decir.

...................................

— ¡VETE!− gritó completamente fuera de sí.

La voz en su mente soltó una siniestra carcajada.

—Sabes que no podrás hacerlo sin mí.

—Déjame sola. Ya habías desaparecido, ya te habías ido. No te necesito, yo puedo ayudarlo— Cheslay se pasó las manos por el cabello y sollozó.

—Mírate, que débil— se burló la chica.

Cheslay comenzó a tararear y a mecerse adelante y atrás, para así poder ignorar a la voz. ¿Sería acaso una doble personalidad? ¿Alguien más? ¿Se estaba volviendo loca? ¿Cómo podía lidiar entonces con ese dolor?

Ella había despertado en un cuarto de un blanco inmaculado. Las paredes, el baño, la cama, incluso su ropa era de ese color. Y al lado derecho de la cama había una ventana que le permitía ver el pasillo, podía mirar cómo pasaban los científicos y vigilantes, nadie le prestaba atención, por más que golpeara el vidrio. Se había preguntado si era a prueba de ruido o si ellos simplemente la ignoraban.

Del otro lado del pasillo había un cristal similar, solo que en la habitación del frente estaba Dylan, su pecho subía y bajaba en una dificultosa respiración, estaba conectado a varios tubos y máquinas. Era algo que a Cheslay le rompía el corazón ¿Y si moría? ¿Qué pasaba si Dylan moría? Ella no podía vivir con eso.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero ella simplemente se sentaba en la cama para vigilar el sueño del chico.

La chica había comenzado a hablar en su mente de nuevo, mostrándole todo el odio y desesperanza que era capaz de sentir. Esos sentimientos estaban a punto de volverla loca, lo único que la mantenía cuerda era ver como el pecho de Dylan seguía subiendo y bajando, cada respiración de él era un minuto más de cordura para Cheslay.

—No voy a escucharte— sentenció para que la voz la escuchara.

— ¿Y que se supone que harás entonces? Soy tu única salida y lo sabes.

Cheslay decidió ignorarla y mirar al frente, hacia Dylan. Así pasaban los días, le llevaban comida y ella ingería sus alimentos sin siquiera preguntarse lo que eran o si estaban llenos de quien sabe que medicinas.

Ella miraba al frente, solo viendo como Dylan luchaba por su vida, cuando la puerta de su habitación se abrió. Cheslay no se molestó en mirar, sabía que era la mayor, esa mujer podía percibirse desde metros de distancia.

—Muy bien, Aksana, haremos esto de una buena manera.

Cheslay se cruzó de brazos y no dejó de mirar al frente. Su mente se sentía nublada y lenta a causa de los sedantes que ponían en la comida.

—Llámala— ordenó la mayor.

— ¿A quién?− preguntó Cheslay, burlándose de ella. Sabía muy bien a quien se refería.

—Sabes que tengo métodos para sacar lo mejor de ti, así que te lo pediré una vez más: Llámala.

— ¿Eso era una petición? ¡Vaya! Y yo que creí que estaba siendo grosera.

La mayor no se inmutó. Su uniforme lucia pulcro y sin una sola arruga. Las medallas estaban sobre uno de sus hombros, cada una de ellas ganada por torturar niños o matar personas inocentes. El cabello estaba atado en una cola de caballo muy apretada. Sus facciones seguían siendo aquellas que no se molestaban en mostrar sus emociones. Ella era un libro en blanco, ya que Cheslay ni siquiera podía leer su mente. Se preguntó si era por las drogas que le habían administrado o porque la mayor era muy buena manteniendo su mente fuera.

—Tú has hecho la elección. Te he observado, Cheslay— ella odió la forma en la que pronunció su nombre— Farmigan está siendo atendido en estos momentos por nuestros mejores cirujanos y por su padre. Ninguno de ellos dudara en matarlo si yo doy la orden y lo único que tú tienes que hacer para mantenerlo con vida es llamarla a ella. Llama a la Mente Maestra, ahora.

Cheslay soltó una risa, era más de desesperación que de diversión.

— ¿Mente Maestra? ¿Así la llaman? Yo pensaba que era el prototipo ¿Por qué cree que ella vendrá si la llamo? ¿Acaso su corrompida mente no comprende que es incontrolable?

—Entonces hallaremos el modo— replicó la mayor y salió del lugar.

Cheslay respiró profundo. Podía salvar a Dylan, sí, pero no quería darles a la chica, eso solo sería contraproducente ya que una vez que tuvieran lo que querían, los matarían a ambos. O quizá la dejaran viva para utilizarla después y matarían a Dylan frente a sus ojos.

—Dale lo que quiere.

—No.

Cheslay se quedó dormida, siendo vencida por las drogas que le administraban. Despertó bruscamente cuando sintió que la ataban a la cama. No lucharía, aun no era el momento.

La trasladaron en la camilla hacia el pasillo, en el cual pasaron por tres habitaciones más, hasta que llegaron a una puerta grande de metal. Cheslay pudo olfatear la sangre y el desinfectante. Uno de los vigilantes abrió la puerta y se encontró con la escena. Había una cama ahí, esta era plana y de metal, tenía mecanismos en la parte de abajo y la rodeaban diferentes instrumentos de tortura. Pinzas, máquinas de electrochoques, agujas...

Ella solo cerró los ojos y suspiró profundo cuando la cargaron para moverla hacia la cama de metal. Unos segundos después, entró Khoury al lugar y cerró la puerta detrás de ella. La mujer colocó un par de esponjas en sus cienes, después le puso un pedazo de cuero entre los dientes.

—Conoces el procedimiento— dijo la mayor con voz pausada—. Comenzaré por lo más bajo, hasta llegar a lo más alto, si para cuando lleguemos a eso aún no has hablado, serás atendida por los médicos para reanimarte y continuaremos con diferentes cosas hasta que hables ¿Entendido?

Cheslay simplemente la miró como respuesta, no hablaría con ella. Tensó las manos y arqueó la espalda cuando la electricidad comenzó a correr por todo su cuerpo. La mayor había mentido, no comenzó por la parte lenta de los electrochoques, fue directamente a la dosis más alta. Cheslay apretó los dientes e hizo un esfuerzo sobrehumano por no gritar. No quería que Dylan escuchara cuanto dolor le estaban causando.

—Deja que yo me haga cargo ¡Dale lo que quiere!

— ¡NO!

—Hay actividad cerebral— dijo uno de los científicos encargados de las máquinas.

Cheslay lo miró, los ojos de la chica estaban inyectados en sangre y de su boca escurría un hilillo de saliva. El hombre de la computadora comenzó a arrojar sangre por la boca, sus ojos se oscurecieron y cayó al suelo completamente fulminado. Cheslay centró su atención en la máquina que tenía, de esta comenzó a salir humo, y chispas, las luces del techo parpadeaban y todo aquel objeto que no estaba pegado al suelo estaba flotando.

La mayor, sin molestarse si quiera en ver al hombre muerto, pasó sobre él y desató a Cheslay de la camilla, la cual cayó con un golpe seco sobre el suelo. Cheslay colocó las manos para evitar golpearse la cara, cuando sintió el puntapié en las costillas, después los golpes en la cara y como la mujer pisaba sus manos y sus piernas. Ella no gritó, tampoco acudió a la voz en su mente, no haría nada que la mayor quería que hiciera.

Un golpe más en la cabeza y dejó que la oscuridad viniera por ella.

Las torturas se repetían. Metían agujas entre sus uñas para que no doblara los dedos a causa del dolor. Cheslay no pudo más cuando las torturas se intensificaban, así que comenzaba a gritar cuando no soportaba el dolor. Había electrochoques y golpes, metían su cabeza en agua fría para que hablara o que llamara a la voz en su mente. También marcaban su espalda y brazos con un fierro caliente.

No sabía cuánto tiempo pasaba, se preguntaba si eran días o años, ya que perdía la cuenta entre tortura y tortura, también dormía mucho a causa de los sedantes, cuando los doctores la reanimaban para continuar con la dosis de dolor.

Cheslay caminaba con la cabeza baja, su cuerpo estaba perdiendo peso, había ojeras bajo sus ojos, tanto porque no la dejaban dormir como por luchar todos los días con esa voz en su mente que quería tomar el control de su cuerpo. Estaba cansada, se sentía agotada y derrotada. El cuerpo le dolía después de haber pasado toda la mañana respondiendo a preguntas en un interrogatorio para nada amigable. El pasillo se extendía ante ella como un camino diario. Dos vigilantes la escoltaban de vuelta a su habitación.

Cheslay miró hacia la derecha, era un hábito que se había formado, el mirar hacia la habitación de Dylan cuando pasaba por ese pasillo, solo para poder ver como seguía en esa camilla, recuperándose de sus heridas. La chica se detuvo en seco, la visión había cambiado.

Él ya no estaba postrado en cama, al contrario, estaba de pie justo frente al cristal que daba al pasillo. Un uniforme de color blanco lo cubría. Dylan estaba muy pálido y delgado, había pasado tanto tiempo en cama, que incluso su barba había crecido. Él la miraba de vuelta, ella sabía la imagen que le estaba ofreciendo, una chica demasiado delgada, casi en los huesos, el cabello reseco y enmarañado, apuntando en todas las direcciones, demasiado pálida y ojerosa. Los ojos hinchados por las noches que pasaba llorando.

Dylan sonrió para ella desde el otro lado del cristal y Cheslay corrió hacia él, ignorando las amenazas y protestas de los vigilantes. Se detuvo frente al cristal y colocó su mano contra el frio material, Dylan hizo lo mismo del otro lado, y su boca se movió en palabras que ella no podía escuchar.

— ¿Estas bien?− preguntó Cheslay mentalmente.

— ¿Te preocupas por mí? Solo mírate... podía escucharte gritar...

Cheslay se tragó las lágrimas y sonrió para él. Asintió lentamente, sin poder mantener la conexión mental, ese era su grado de debilidad.

Dylan dijo algo más, pero ella no comprendió lo que decía. Los vigilantes la tomaron por la cintura y la cargaron para llevarla de vuelta a su habitación. Él golpeó el cristal y gritaba amenazas que nadie podía escuchar, ya que el vidrio era contra sonido. Dylan se veía furioso, aun a pesar de su condición.

Cuando los vigilantes se fueron, dejando a Cheslay encerrada en su habitación, ella se volvió hacia el cristal y sonrió para él. Era lo único que podía ofrecerle por ahora. Dylan estaba vivo, él había despertado. Sintió que cada tortura, cada día que había pasado ahí había valido la pena.

No durmieron esa noche, ambos lucharon contra las drogas en su sistema, manteniéndose despiertos y simplemente mirándose a través del cristal. Ninguno trató de establecer la conexión mental, solo mirarse parecía suficiente por ese momento.

La mañana siguiente, la mayor entró en la habitación de Cheslay.

—Luces diferente— dijo la mujer.

—Me veo igual que todos los malditos días— replicó.

Khoury negó con la cabeza.

—Hagamos un trato. Tú me entregas a la Mente Maestra y yo los dejo ir, a ti y a Farmigan.

— ¿Cómo sé que no miente?― la miró con desprecio y desconfianza.

—No lo sabes.

—Y es exactamente por eso por lo que no le daré nada— espetó Cheslay.

Khoury sonrió, y como cada vez que ella sonreía, sabía que algo malo sucedería, esa mujer siempre estaba un paso delante de ellos. Salió de la habitación de Cheslay, ella creyó que iría directamente por el pasillo, pero pronto vio cómo entre la mayor y los vigilantes sacaban a Dylan de su propio cuarto. Él trataba de pelear, pero ellos eran más y Dylan se encontraba débil debido a sus meses de recuperación.

—No— gritó Cheslay, pero nadie además del prototipo, podía escucharla.

—Sabes que le harán daño. Él es tu debilidad y tú eres la suya. Tarde o temprano te obligaran a entregarme y lo sabes. Entrégame y déjame hacerles daño.

—No lo hare. Ellos te quieren por un motivo, y si la mayor no te tiene miedo es porque sabe que puede controlarte o por lo menos mantenerte a raya. No sé lo que planean hacer contigo, pero no puede ser nada bueno viniendo de ellos.

—Piensas demasiado las cosas— dijo la voz, completamente enfadada— Si tuvieras agallas, ya todos estarían muertos y tú y tu novio se irían camino a algún lugar. Pero no, eres demasiado débil...

—Cállate. Sea lo que sea, quien tiene el control soy yo, y no te dejare tomarlo a no ser que sea necesario.

—Nada de esta estaría pasando si hubieras aceptado mi ayuda desde el inicio.

— ¡Dije que te calles!− gritó Cheslay y se llevó las manos a la cabeza para cubrirse los oídos. Lo único que podía escuchar era la risa del prototipo en su mente.

Cheslay se quedó recostada sobre el suelo, mirando al techo, las luces parpadeaban durante algunos segundos, luego volvían a la normalidad, después parpadeaban de nuevo. Ella sabía lo que significaba, ella sabía que era porque estaban utilizando demasiada energía en la máquina de electrochoques. Cada vez que las luces fallaban era porque estaban torturando a Dylan. Ella dejó que las lágrimas resbalaran por su cara, apretaba las manos en fuertes puños cada vez que escuchaba los gritos de Dylan. Aquel sonido desgarrador que rompía cada parte que quedaba intacta en sí misma.

—Perdóname— susurraba una y otra vez. Pero sabía que el perdón para ella ya no existía, y si lo hacía, estaba más allá de unas simples palabras.

Pasaban los días, los meses o quizá eran años. Ninguno de los dos sabía exactamente en qué año se encontraban o cuánto tiempo había pasado. Los llevaban a la sala de torturas para que Cheslay entregara a esa chica, pero no lo haría. Había intercambiado un par de palabras mentales con Dylan y él estaba de acuerdo en su sacrificio, él soportaría lo que fuera necesario con tal de no hacerle más daño al mundo del que ya le habían hecho. Las torturas cada vez eran más seguidas y hechas con más sadismo. La mayor tenía una imaginación ilimitada para este tipo de cosas y ellos eran sus juguetes preferidos.

—Sé que quieres verlo— dijo la mayor, mirando a Cheslay sin expresión alguna. La chica estaba recostada en su cama— Eso es lo que te ofrezco ahora. Cada vez que tú me des información los dejare verse, comer juntos si quieren.

—Te estas quedando sin opciones, Charlotte— sonrió Cheslay sin dejar de mirar al techo. Había pasado bastante tiempo y aun no lograban sacar a esa persona a la que llamaban Mente Maestra.

—Entonces quieres que este juego continúe, muy bien, yo no tengo problemas con ello.

—A Dylan tampoco le importa. Una vez que les quitas las esperanzas a las personas, ya no puedes pedir nada de ellos, por mucho dolor que les administres.

—Puedo quitarles algo más que la esperanza— espetó la mujer y salió del lugar.

Cheslay no sabía si era de mañana, tarde o noche, cuando fueron a sacarla de su celda. Le cubrieron la cara con una máscara, no podía ver hacia donde la dirigían, pero conocía el lugar lo suficientemente bien como para saber que iban directo a la sala de torturas. Cuando llegaron, escuchó el rechinido de la puerta y luego la dejaron caer sobre una silla para después atar sus manos. Al menos ahora era algo nuevo. Cuando le quitaron la máscara fue que pudo ver. Frente a ella, en una silla igual y también con las manos atadas, estaba Dylan.

Él la miraba con la confusión flotando en sus ojos. Parecía diferente, su cabello estaba más largo, y aunque ya no llevaba barba, se veía mayor ¿Cuánto tiempo exactamente llevaban en ese lugar?

—Hola—sonrió Cheslay, sintiendo sus ojos llenarse con lágrimas.

—Te ves hermosa— bromeó Dylan. No había nada que pudiera acabar con su sentido del humor.

Un carraspeo los hizo mirar hacia la derecha, donde estaba Khoury, ella sostenía un botón de color rojo.

—Esto es muy simple— aseguró con una sonrisa sádica— Cada uno de ustedes tiene un botón similar a este pegado a uno de los brazos de la silla. Mis hombres los ayudaran a atar sus manos a los brazos, solo que el juego no termina ahí. También sobre ustedes, si pueden observar, se encuentra un taladro, no es el arma más original, pero servirá a mis propósitos.

Cheslay miró hacia el techo al mismo tiempo que Dylan. Había dos de esas cosas, una punta metálica y retorcida, estas giraban sin cesar. Parecían peligrosas a esa distancia, al tenerlos cerca debía ser peor.

—Esto funciona así— continúo Khoury—. Voy a accionar los taladros con este pequeño botón de aquí— dijo y levantó su mano derecha— Y estos ya no se detendrán de bajar, a no ser que ustedes pulsen el botón que tienen en la silla. Si Aksana pulsa el suyo, el taladro la perforara a ella en una de las piernas, no quiero dañar sus pequeñas mentes por ahora, ya que necesito que hablen, pero sus piernas no las necesitan. Ahora, si Farmigan acciona el taladro, la punta perforara su propia pierna y así sucesivamente, si no quieren que el otro reciba el daño, lo deberán recibir ustedes mismos— finalizó y pulsó el botón rojo.

Los chicos intercambiaron una mirada, y más rápido de lo que alguna vez se había movido, Dylan apretó su botón. El taladro comenzó a bajar, entrando en su piel, haciéndolo retorcerse y gritar de dolor, y de pronto el avance de la maquina se detuvo, mas no su sonido. Al abrir los ojos vio como Cheslay apretaba los labios para no gritar mientras la punta de metal perforaba su pierna izquierda, las lágrimas brotaban de sus ojos. Eso era algo que Dylan no podía soportar. Quizá no tenía la fuerza suficiente como para enfrentar a esas personas y a la mayor para salir de ese lugar, pero podía acudir a su habilidad para detener un simple botón. Dylan presionó para que la tortura fuera hacia él. Y con la mayor concentración que era capaz de lograr, hizo todo su esfuerzo para que el botón de Cheslay no bajara, por mucha fuerza que ella imprimiera.

— ¡¿Qué haces?!− gritó ella— ¡Maldito tramposo! ¡Detente! ¡Basta!

El primer pensamiento de Dylan había sido detener el avance de los taladros, usando el interruptor de la mayor, pero ella siempre estaba un paso adelante. Al parecer, para poder hacer que ese se detuviera, había que cortarle la mano, ya que la mujer lo mantenía presionado mientras observaba la escena con una sonrisa triunfante.

Cheslay escuchó el crujido de un hueso cuando el taladro siguió bajando en la pierna de Dylan.

— ¡Basta!― lloró a la mayor— ¡Basta! Haré lo que quieras, pero por favor ya basta... déjalo ir...

Khoury soltó el interruptor en un segundo.

— ¿Ven? No había que llegar a tales extremos.

Les hizo una señal a los médicos y vigilantes para que se llevaran a Dylan. Él negaba con la cabeza y le pedía en susurros que no dijera nada, que no les diera nada de lo que querían. Cheslay se sentía derrotada, humillada. Si había algo que no soportaba era ver sufrir a Dylan.

Khoury se inclinó para quedar a la altura de los ojos de la mentalista.

— ¿Qué es lo que tienes para mí?− inquirió.

Cheslay respiró profundo antes de hablar, sabía que estaba firmando la sentencia de muerte.

Los vigilantes la sacaron de la sala de tortura después de su conversación con la mayor. Ellos la llevaban por un camino que no conocía. Doblaron en el pasillo hacia la derecha y continuaron andando hasta llevarla a unas puertas dobles. Ellos la empujaron dentro de la habitación y cerraron la puerta.

El lugar pudo haber sido un comedor comunitario hacía mucho tiempo. Era grande, con las paredes de un color verde muy claro. Había ventanas que estaban aseguradas con rejas. Muchas mesas y sillas distribuidas equitativamente. Y ahí, en medio de todo, estaba él. Tenía la mirada en el suelo, sus manos pasaban por su cabello una y otra vez. Estaba sentado sobre una silla de ruedas, con su pierna envuelta en vendajes justo en la parte en la que el taladro le había hecho daño.

Cheslay ahogó un sollozó y cojeó hacia donde estaba Dylan. Él la escuchó acercarse y giró la silla justo a tiempo para que Cheslay lo abrazara, ella cayó de rodillas en el suelo, ocultando la cara en su pecho. Estaba llorando, sus lágrimas empapando la camiseta de Dylan.

—Lo lamento— dijo cuándo pudo hablar—. Tuve que decirle ella... fui débil.

— ¿Estas bromeando?− preguntó Dylan, se veía muy pálido—. Estaba a punto de pedirte que le dijeras todo.

—Mentiroso— dijo ella. No se levantó del suelo, permaneció ahí, dejando que Dylan le limpiara las lágrimas.

—Vamos a salir de esto— prometió él. Tenía más fe que ella—. Estas cosas no son nada, recuerda todo por lo que hemos pasado. Esto solo es un tropiezo más en el camino.

—Hablas como Nefertari— comentó Cheslay.

—Siempre admiré esa parte de mamá— él suspiró y la animó para que se sentara en una de las sillas del comedor. Dylan sostuvo sus manos fuertemente antes de preguntar— ¿Qué le dijiste a Khoury exactamente?

—Hay micrófonos en el lugar—dijo Cheslay en su mente.

—Lo sé—respondió Dylan—No me digas más de lo necesario, solo lo que le dijiste a ella.

Cheslay asintió.

—Le dije que soñaba con una niña desde que era pequeña y que podía escuchar su voz en mi mente, pero que hace años que no puedo escucharla, que todo sucedió cuando era pequeña.

—Bien— la felicitó Dylan.

Ambos continuaron hablando de cosas sin sentido para los que escuchaban su conversación. Hablaban de sus viajes y de su vida en el complejo militar. Completaban cosas y comentarios en sus respectivas mentes, para evitar que la mayor supiera algo más.

—Las torturas volverán cuando nos hallamos recuperado de las últimas— le dijo Dylan—. Y ella ya sabe cómo utilizarnos.

—Yo soy más fuerte que toda esta situación— sentenció Cheslay y le dio un ligero beso en los labios—. Te extrañé.

Dylan sonrió y le devolvió el beso.

—También yo.

Pasaron unos minutos más y los vigilantes entraron al lugar, separándolos y llevando a cada uno a su habitación.

Cheslay estaba consciente de que la mayor sabía que le estaban ocultando algo, de lo contrario no se esmeraría tanto en algo que pensaba era una pérdida de tiempo. Ella sabía sobre la persona que hacía más fuerte a Cheslay, ella conocía al prototipo y lo llamaba Mente Maestra. Khoury conocía mejor que nadie las habilidades y debilidades de cada uno de ellos.

Repitieron las torturas por más tiempo, pero los llevaban por separado y ellos tenían que escuchar los gritos del otro desde su propia habitación. Es ocasiones los llevaban a observar a través del cristal. Se limitaban a cerrar los ojos y a pedir disculpas en silencio.

Esa mañana se habían llevado a Dylan. Cheslay simplemente vio como lo sacaban a rastras de su habitación y lo llevaban por el pasillo hacia la sala de tortura. Se recargó contra la pared del cristal y se llevó las manos a los oídos para tratar de amortiguar los gritos de Dylan que le llegaban desde el otro lado del pasillo. Solo que los gritos nunca llegaron, el silencio en el lugar se volvió aplastante, casi asfixiante ¿Qué estaba pasando?

Cheslay se puso de pie frente al cristal, esperando que los vigilantes lo trajeran de vuelta. Había visto como el padre de Dylan, el doctor Isaac Farmigan ayudaba a los hombres a cargar con su hijo para someterlo a otra clase de tortura. Cheslay miró hacia el pasillo una última vez, y sintió que su alma abandonaba su cuerpo.

Una camilla. Él estaba sobre una camilla que el doctor Farmigan empujaba. Dylan estaba más pálido que antes, sus ojos estaban cerrados y su pecho no subía y bajaba. Él no respiraba.

— ¡NO!― gritó Cheslay y golpeó el cristal— ¡NO!

El doctor detuvo la camilla justo frente al cristal y le dedicó a Cheslay una mirada triste y acabada. Dylan estaba muerto. Muerto.

—No lograste nada— espetó la voz en su mente.

Dylan estaba muerto.

Los puños de Cheslay siguieron golpeando el cristal, hasta que sus fuerzas la abandonaron, sus manos se abrieron al tiempo que se dejaba caer al suelo, las lágrimas bañando su rostro y su boca abierta en un grito que nadie podía escuchar. Vio como sacaban a Dylan por la puerta al final del pasillo.

No podía respirar, sentía que cada parte de su ser temblaba de tan solo recordar la causa por la cual había soportado todo lo que le había ocurrido, desde que lo conoció afuera de su casa aquel día, cuando él se acercó a hablar con ella, con esa mirada temerosa e insegura en sus ojos marrones. Como en cada paso que daba hacia Cheslay se veía la decisión y fuerza que le costaba poder acercarse. Él había prometido que nunca la dejaría sola.

Cheslay se hizo un ovillo en el suelo, apretándose el pecho, luchando contra aquella sensación de soledad y pérdida que la inundaba poco a poco. Sus gritos salían desagarrados y las lágrimas simplemente eran un torrente interminable de sueños rotos y tragedias infinitas.

—Ya no tienes nada que perder— dijo la voz en su mente. No había pena en su tono, simplemente era alguien que sabía tenía la razón.

— ¿Qué quieres?− preguntó con voz rota.

—Déjame salir, hare que paguen.

—No puedes contra ellos, ni siquiera tú.

—Me estas subestimando.

Cheslay tomó una respiración profunda. Ya no le quedaba nada que perder. Dylan era lo único que tenía, era la única razón, la única persona que la mantenía cuerda, que la mantenía siendo ella misma, Dylan era su esperanza, aquello que la tenía unida a su parte humana.

—Bien— aceptó y se puso de pie, mirando directamente al cristal, viendo su reflejo acabado en el vidrio.

La voz soltó un suspiro.

—Pero tengo mis condiciones. Te dejare usar el cuerpo, harás lo que quieras con él, pero como en todo intercambio justo, yo también debo obtener algo. Te doy mi vida a cambio de tus recuerdos.

— ¿Qué? ¿Por qué?

—No voy a dañar más este mundo. Yo no dejare a un monstruo suelto, no de nuevo.

— ¿Cómo se supone que voy a odiarlos si no los recuerdo?

—No te estoy prestando mi cuerpo para que los odies o para que hagas daño.

— ¿Entonces para qué?− replicó molesta.

—Lo hago para que comprendas, que aprendas. Y cuando hayas aprendido lo suficiente yo desapareceré.

— ¿Y si no lo aprendo? ¿Qué pasa si algo te hace recobrar la esperanza y decides volver?

—Mi única esperanza era Dylan, y a no ser que él vuelva, entonces el cuerpo es tuyo.

La voz permaneció callada por unos segundos.

—Bien— aceptó al fin— Toma mis recuerdos... todos ellos.

—Pronto aprenderás.

Cheslay cerró los ojos al sentir el ininterrumpido flujo de imágenes pasar por su mente. Los experimentos y demás abusos que habían hecho con esa chica. Como cuando era pequeña la llevaron a un laboratorio y jamás había salido de ahí. Lo único que el prototipo conocía era dolor y sufrimiento. Ella no sabía nada de la fe, la esperanza o el amor que a Cheslay habían mantenido con vida. Cheslay solo pidió que en algún lugar allá afuera, pudiera encontrarse con alguien que le mostrara que aún quedaba un poco de bondad en las personas, alguien que le mostrara como amar.

Cheslay se dejó llevar por la oscuridad que llenaba su mente y pronto pudo sentir que solo era una conciencia flotando en un vacío interminable.

— ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?− hizo eco la chica que ahora ocupaba su cuerpo.

Tú eres yo—respondió. Entre menos supiera sobre ella misma, más oportunidades tendría de empezar desde cero.

Sintió la pesadez que la inundaba cada vez que la mayor estaba cerca. La mujer empujó la puerta y entró en su habitación, sin siquiera molestarse en encerrarla de nuevo. Ella sabía lo que la muerte de Dylan le había hecho a Cheslay.

— ¿Hablaras ahora?− inquirió.

Cheslay no contestó, pronto sintió la histeria subir por su garganta y las risas escaparon de su boca como si fueran un torrente interminable. Pronto las carcajadas se escaparon por la puerta abierta, rio tanto que sintió dolor en el estómago y la garganta, aún así no paró de reír. Esa era la salida, ella había entregado aquello que Khoury tanto quería, pero no de la forma en la que la mujer la esperaba. Entregaría a la mente maestra, pero sin recuerdo alguno, en vez de encontrarse con el monstruo que buscaba manipular, ella se toparía con una pared, al solo ver a una criatura asustada, porque eso era el prototipo, sin sus recuerdos no era nada, incluso el poder con el que contaba simplemente era algo a lo que le temería, porque no sabría de qué se trataba. Cheslay continúo riendo hasta que sus risas se escucharon por todo el laboratorio, erizando las pieles de aquellos que la escuchaban. Era una carcajada llena de histeria, derrota y desesperación. Pero había algo más, había una nota de triunfo, no había ganado la guerra, pero por lo menos, por una vez en su vida, estuvo un paso por delante de la mayor. 

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