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17.- Primeras huellas.

Hola!

Espero que estén muy bien. Voy a subir el libro. No está del todo editado, solo arreglé algunos detalles. Espero que les guste, no olviden que sus comentarios me ayudan a mejorar.

Muchas gracias por seguir aquí. 

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Huían, ellos escapaban. No tenían idea de que, o de quien, pero no podían dar marcha atrás. Todo lo que conocían estaba acabado. Ya no existía.

Cuando despertaron en la cabaña, después de haberse dado cuenta de que su plan había fracasado, fue que decidieron seguir andando y que harían lo posible por ayudar a los demás. Llegaron con un grupo de refugiados, eran personas que sabían moverse en el desierto, llevaban niños con ellos, algunos de los refugiados eran inmunes y otros estaban contagiados, podían escuchar cómo tosían y arrojaban sangre por la boca.

Dylan y Cheslay se mantenían alejados de ellos para no contagiarse, si es que acaso podía suceder, con la nueva etapa del virus, que los inmunes como ellos fueran afectados.

Las personas del desierto no vivían bajo tierra, más bien se movían de un lugar a otro, así fue como los encontraron en la cabaña. Con ellos venia una pareja de adultos, los demás eran niños que habían recogido en el camino o personas enfermas que decidían ayudar. Dylan supo que así no durarían mucho, pero en aquel entonces aun creía en la humanidad.

El nombre de la mujer era Alicia y su esposo era Bruno, pero por una extraña razón, todos lo conocían como Aquiles y ni Cheslay ni Dylan tuvieron problemas para llamarlo de esa forma también. Se hicieron de un pequeño grupo de amigos, ya que aquellos nómadas no rebasaban a las cincuenta personas.

Al tercer día de caminatas por el desierto, llegaron a un refugio, donde el líder solo los admitiría temporalmente, ya que no quería que su gente se contagiara de los enfermos. Decía que iría a la ciudadela a buscar asilo, nadie sabía que planeaba intercambiar niños por un lugar seguro, si lo hubieran sabido, habrían hecho algo al respecto.

Estaban sentados alrededor de una fogata. Dylan y Cheslay habían acordado no decirle a nadie sobre su condición y sobre el lugar del que habían escapado, era su secreto, y obtendrían información haciéndose pasar por niños inocentes a los que sus padres habían abandonado, su historia era una mezcla de verdad: Eran vecinos desde pequeños y luego sus padres los abandonaron cuando surgió el virus.

—... Y así fue como evadimos a esos vigilantes de mierda— terminaba de contar Aquiles. Él tenía un vocabulario poco digno de un caballero, pero sus historias eran divertidas.

Cheslay le sonrió, ella tenía la boca llena de pollo, aquel alimento que los refugiados habían compartido con ellos. Y a Dylan le encantó aquel gesto, el hecho de que ella aun fuera capaz de sonreír lo llenaba de ternura.

—Y los hijos de puta— continúo Aquiles—. Nunca supieron que fue lo que los atacó...

— ¡Bruno!― lo reprendió Alicia, su esposa—. Cuida tu boca con los niños.

Aquiles tenía el cabello entrecano, una barba que le cubría la mayor parte de la cara y unos ojos tan hundidos en sus cuencas, que difícilmente reconocerías su color azul. Era ancho de espalda y de gestos bruscos, si no lo conocieran bien, pensarían que estaba enfadado, pero no era así. Y Alicia, ella era delicada, con cabello muy largo y rizado, de facciones finas y ojos grandes de color marrón, tenía una sonrisa y palabras sabias para todos ellos cuando más las necesitaban.

La mujer se sentó al lado de su esposo, frente a la fogata.

— ¿Ya comieron lo suficiente?− preguntó con preocupación.

—Si— respondieron los chicos al unísono.

—Recuerden que mañana seguiremos la caminata hasta llegar a los principios de la ciudadela. Dicen que hay una resistencia que está recibiendo refugiados. Bruno y yo iremos ahí, y bueno... me preguntaba... ¿Quieren venir con nosotros?

—Si queremos— dijo Cheslay antes de que Dylan pudiera pensar en nada más.

Era peligroso, pero si las cosas seguían como hasta ahora, entonces no habría problema en que siguieran con aquellos caminantes del desierto.

Cheslay estiró los brazos por sobre su cabeza y bostezó. Los demás chicos y enfermos ya se habían ido a dormir, solo ellos cuatro estaban despiertos. Ella se puso de pie y se despidió de los viejos y de Dylan para irse a dormir. Él no dejó de mirarla hasta que se metió en la cabaña donde dormían las mujeres.

— ¿Te gusta?− le preguntó Bruno.

— ¿Eh?− Dylan fingió que no lo había escuchado.

—La chica te gusta, no, no se mira así a una persona que te gusta. Tú la miras como si la quisieras algo más fuerte de lo que pueden querer los chicos de tu edad.

—Es mi amiga— dijo Dylan y bajó la vista, se había ruborizado.

—Ajam— gruñó Aquiles.

—Como sea— agregó el chico y se encogió de hombros. La fogata le arrancaba destellos dorados a su cabello castaño— Nunca me querrá como algo más.

— ¿La quieres?− preguntó él.

—Más que a mi propia vida— aceptó—. Pero no sé qué hacer para que ella me quiera de igual forma...

—El amor— dijo Alicia con un tono que solo dejaba entrever sabiduría—. El amor es entrega y sacrificio, quien ama verdaderamente es capaz de renunciar a sí mismo.

— ¿Renunciar a mí mismo?− inquirió Dylan con el ceño fruncido.

—Piensa en ello cuando estés dormido. Tienes que descansar— ordenó Bruno y lo envió a dormir—. Yo me quedaré a hacer guardia. Aunque nos hayan abierto las puertas de su refugio no confió mucho en estas personas.

Alicia negó con la cabeza.

—Tú siempre tan desconfiado— dijo y le dio un beso en los labios.

Ellos parecían una pareja muy dispareja. Dylan nunca había conocido a alguien así, ellos eran relajados y querían ser felices aun después de todo lo que pasaba con el mundo.

Les agradeció por la cena y por el consejo y se fue a la cabaña de los hombres, donde cayó en un inquietante mundo de pesadillas, de niños muertos y de vigilantes sin esperanza.

Despertó cuando las luces de la mañana calaron en sus parpados, salió de la cabaña y fue a lavarse la cara a uno de los estanques. Vio como los chicos lo miraban con algo de recelo. Dylan suspiró profundo después de lavarse y se dirigió a ellos, era ahora o nunca, preguntar cuando no hubiera adultos cerca.

—Hola— saludó.

Algunos sonrieron y otros simplemente se fueron.

—Hola—respondió un chico.

— ¿Cómo te llamas?− preguntó Dylan.

—David— dijo y le dio una sonrisa lobuna.

—Soy Dylan. ¿Puedo preguntar algo?

David se encogió de hombros, como queriendo decir que no importaba. Dylan se pasó la lengua por los labios, estaba pensando en cómo preguntarlo.

—Tu...bueno ¿Tu puedes hacer cosas que los demás no pueden?― preguntó con precaución.

David frunció el ceño.

— ¿Qué cosas?

—Nada, no importa— dijo Dylan y le dio la espalda, pero antes de que pudiera dar un paso, alguien lo tomó por la muñeca, se giró para ver a David. El chico no podía tener más de doce años, su cabello era castaño cobrizo y sus ojos de color café chocolate, la piel se desprendía de su cara a causa de que el sol lo había quemado.

—Te diré lo que quieras saber a cambio de que me lleves contigo, mi hermana y yo iremos con tu grupo a cambio de las respuestas. Yo ya no quiero estar con estos refugiados, no son buenas personas— susurró.

— ¿Podemos hablar ahora?― preguntó Dylan.

El chico negó con la cabeza y apuntó hacia un lugar lejano, donde se encontraban los residuos de la fogata de anoche.

—Bien, te veré ahí en cinco minutos— aceptó Dylan—. Trae a tu hermana y yo llevaré a mi amiga ¿Si?

David asintió y se alejó de él justo a tiempo para que uno de los refugiados del otro grupo no los viera charlando. La verdad era que a Dylan tampoco le habían dado buena espina.

Corrió hasta la cabaña de las mujeres para buscar a Cheslay, pero ella ya había salido, así que esperó a que regresara y antes de que pudieran cruzar palabra, la tomó del brazo y la arrastró con él hasta donde había quedado con David. El chico llegó unos minutos después, con una niña de unos seis años. Cabello rubio, mejillas abultadas y ojos color miel.

—Te diré rápido todo— dijo David, parecía muy nervioso y miraba a todas partes para vigilar—. Y-yo p-puedo manipular la energía y Lena, ella p-puede curar con sus manos.

— ¿El virus afecta tan rápido?− preguntó Cheslay—. No ha pasado ni una semana desde que lo soltaron.

— ¿Una semana?― preguntó David confuso—. No, esto ya ha estado pasando hace años, casi diez años con estas cosas.

— ¿Diez años?− preguntaron los dos escandalizados.

—Si el contenedor con las habilidades fue lanzado hace cuatro días... ¿Cómo demonios presentaron estos cambios hace diez años?

—No lo sé— dijo David mientras negaba—. Lo que sé es que hubo un virus muy fuerte, que mató a nuestros padres. Después tomé a Lena y escapé de unos hombres que querían llevarnos con ellos a un lugar que todos llaman campamentos. Hay muchos niños ahí, y según los rumores, también hay laboratorios. Lena y yo no queremos ir a esos lugares, por eso nos unimos a estas personas, pero ellos quieren cambiarnos por un puesto en la ciudadela, escuché como hablaban de ello.

Dylan y Cheslay intercambiaron una mirada.

—Yo puedo controlar las mentes— explicó ella con tranquilidad—. Y Dylan puede controlar la gravedad. El rumor de los laboratorios es cierto, pues escapamos de uno de ellos. Deben guardar el secreto si quieren venir con nosotros.

David y Lena asintieron.

—Hablaremos con Bruno y con Alicia para pedirles que vengan. Partiremos hoy mismo— dijo Dylan.

Los hermanos se fueron a empacar sus pocas posesiones, para poder marcharse cuanto antes de ese sitio.

—Utilizarlos como paga—escupió molesto.

—Que eso sea lo que menos te preocupe—respondió Cheslay, tenía el ceño fruncido, estaba pensando en algo importante—. Si los evolucionados comenzaron a cambiar hace diez años, entonces ¿Qué fue lo que lanzaron en las capsulas?

—Vamos a buscar a Bruno y Alicia, les diremos toda la verdad y luego nos largaremos de aquí. Explicaciones después—rebatió Dylan.

Juntos caminaron hasta la cabaña donde dormía la feliz pareja. Lo que más querían hacer en ese momento era correr, pero eso levantaría sospechas, así que solo caminaron. Cheslay llamó a Alicia por su nombre, pero un hubo respuesta, después Dylan gritó por Aquiles, pero nadie contestó. Ambos se preocuparon y entraron en la cabaña.

Cheslay ahogó un grito y Dylan maldijo por lo bajo. Alicia estaba sobre la cama, sus ojos abiertos y perdidos en el techo del lugar, en su garganta había una cortada grande, la habían matado durante la noche. Buscaron a Aquiles, y lo encontraron en una situación similar justo donde se había quedado a hacer guardia.

Cheslay y Dylan, fueron a buscar a cualquier adulto, no importaba que fuera un enfermo, cualquiera que no formara parte de aquel grupo de refugiados traidores, pero a todos los encontraron con la garganta cortada, al igual que la pareja que había decidido adoptarlos.

Decidieron buscar a David y Lena para que escaparan solo ellos cuatro, pero cuando los hallaron ya era demasiado tarde. Los hermanos yacían boca abajo, con la sangre escapando de sus pequeños cuerpos, ellos no se habían soltado de las manos cuando les habían disparado.

—Eso sucede— dijo el hombre, el líder de aquellas personas—. Cuando tienes la lengua demasiado larga.

Dylan se colocó entre el sujeto y Cheslay, para cubrirla y protegerla con su cuerpo. El hombre jugaba con un cuchillo que estaba lleno de sangre.

— ¿Y bien? ¿Se van a quedar ahí parados o van a pelear? Debo decirles que me encantaría matarlos ahora mismo, pero encontré algo curioso en las noticias de la ciudadela. Están buscando a un par de chicos que lucen exactamente igual a ustedes— el hombre se pasó la lengua por sus grasosos labios— Ustedes dos van a asegurarme un sitio en la ciudadela y van a hacerme jodidamente rico.

—Ni en tus más profundos sueños, bastardo— espetó Cheslay.

El hombre iba a responder, pero pareció atragantarse con sus propias palabras, de sus ojos y nariz comenzó a gotear sangre, y en pocos segundos cayó al suelo, completamente fulminado.

—Nos vamos ahora mismo— dijo Dylan con voz firme. Se encargaron de recoger sus cosas, de sepultar a los inocentes y de cargar con suficiente agua y comida para poder llegar a los inicios de la ciudadela, justo el lugar donde Alicia había dicho que podían ser encontrados por los de la resistencia del norte.

Guardaron silencio todo el camino, ninguno tenía ganas de hablar ni tampoco de llorar, se sentían culpables, y es que, parecía que a donde iban, la sombra de la muerte los seguía.

Pasaron dos días más, acampando y comiendo en el desierto, hasta que divisaron las primeras luces de una ciudad. No era la ciudadela, pero era una civilización y tenían comida y agua. Con las fuerzas renovadas, corrieron hasta ese lugar, con los labios partidos y la piel ampollada por el sol.

Dylan utilizó su habilidad para saltar el muro que los separaba de aquel lugar, y luego ayudó a Cheslay a pasarlo también. Sus ropas estaban desgastadas y corroídas. Y sería mucho decir que seguían usando zapatos, ya que estos habían quedado hechos trizas los primeros días en el desierto.

Giró para ver el lugar que les aguardaba y no pudo hacer nada más que maldecir. Personas iban cubiertas de pies a cabeza con trapos viejos, algunos de ellos lucían enfermos, pero otros parecían ser como ellos: evolucionados. Les apuntaban con armas que ninguno de los dos conocía.

Uno de los hombres estaba mirando a Cheslay de una forma poco agradable, tanto que la chica cruzó los brazos sobre el pecho para protegerse. La verdad era que su cuerpo estaba cambiando y a pesar de que no se alimentaba bien, estaba tomando la forma de una señorita y ya no era más el de una niña. Dylan se colocó entre ella y el hombre para evitar que la miraran.

—No venimos a hacer nada malo, solo buscamos refugio por una noche y nos iremos— dijo en voz alta. Todos rieron.

— ¿Y por qué debería ser gratis?― inquirió el hombre— ¿Por qué no te cambiamos toda la comida que quieras y refugio por esa preciosidad que tienes ahí?― preguntó y avanzó dos pasos hacia ellos.

— ¡No la toques!― gritó Dylan y empujó al hombre.

Los demás quitaron los seguros de sus armas, y Cheslay se pegó a su espalda, para evitar que hiciera alguna estupidez.

—Déjalos— susurró ella—. Si lo que quieren es a mí... a cambio de seguir vivos...

— ¿Estás loca?― inquirió él—. No dejaré que se te acerquen.

—No tenemos opción.

—Podemos matarlos.

—No creo poder matar a nadie ahora, estoy débil, a punto de desfallecer y sé que tu estas igual-... por favor, Dylan...

—No van a tocarte, punto final— gruñó.

— ¿Es tu novia? ¿O tu hermana?― preguntó una de las mujeres y se quitó la pañoleta de la cara. Le faltaba la nariz y parte del labio. Dylan retrocedió.

—Es mi... es mi novia— dijo al fin.

El sujeto dio un paso al frente.

—No la vas a tocar— separó las palabras lentamente, rechinando los dientes, haciendo que pareciera una amenaza. Las piedras más pequeñas comenzaron a flotar sobre el suelo y los demás las miraron, maravillados.

—Señoras y señores— exclamó la mujer—. Estamos ante dos evolucionados. Y no son cualquiera, son los que busca la ciudadela ¿Cómo se llamaba la mujer que pasó por aquí hace dos días? ¿La del parche?− preguntó.

Dylan tragó saliva.

—Khoury— susurró Cheslay, ya que él era incapaz de pronunciar palabra.

— ¿La conocen?− inquirió la mujer— ¡Son nuestros prisioneros! Llévenlos al calabozo y denles algo de comer, que no sea demasiado, solo lo suficiente para que no mueran—ordenó—. Nadie los toca, ni siquiera a la chica. Lancen la bengala para que Khoury sepa que están aquí.

Cuando las personas se acercaron a ellos, Dylan comenzó a pelear, a lanzar golpes para que nadie se atreviera a tocarlos, pero alguien apretó una zona en su cuello y fue tragado por la oscuridad.

Le dolía la cabeza. Se sentía mareado y era difícil centrarse en cualquier cosa o idea. Escuchó una respiración a su espalda y luego, al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba atado a un poste.

— ¿Cheslay?― preguntó con cuidado.

— ¿Si?― contestó ella. Estaba atada a su espalda, de ella era la respiración que lo despertó.

— ¿Cómo estás? ¿Te hicieron daño? ¿Te tocaron?― gruñó.

—No, te noquearon y nos trajeron aquí. Nos ataron a este poste y no ha venido nadie en media hora. Creo que Khoury volverá pronto.

—Nos llevara con ella y nada habrá valido la pena, va a matarnos— aceptó Dylan.

—El primer paso hacia la victoria es aceptar que moriremos algún día— dijo Cheslay—. Mamá solía decírmelo.

—No suena como si me gustara ser victorioso en este momento. Si para vivir tengo que ser un perdedor, adelante— bromeó sin muchas ganas. Sintió como los dedos de ella buscaban sus manos, y a pesar de que las cuerdas le lastimaban las muñecas, buscó también las de ella. Ninguno se detuvo hasta que sus dedos estuvieron entrelazados.

Dylan echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—Bien— dijo Cheslay después de un momento—. Parece que ahora si tenemos tiempo para pensar. ¿Qué había en las capsulas si no era el virus para crear a más evolucionados?

— ¿No te pone a pensar en más cosas? Por ejemplo ¿Para qué experimentar en nosotros si los evolucionados estaban naciendo sin la necesidad de las intervenciones en los laboratorios?

—Sí, pero solo puede pasarle a aquellos que nacieron inmunes al primer brote— comentó ella, estaban armando poco a poco el rompecabezas—. El primer brote del virus mató a más de un tercio de la población mundial, asesinó a más personas que los bombardeos entre las alianzas. El primero en atacar con bombas biológicas, fue el mismo que fundó la ciudadela, donde refugiaron a todos sus políticos y a su gente millonaria. Entonces ¿Qué sentido tenía crearnos si no era para ganar la guerra entre alianzas? Éramos el arma secreta contra la segunda Alianza y su vínculo con la ciudadela... pero más personas comenzaron a nacer como nosotros...

—Inmunes— continuo Dylan— ¿Y si solo los inmunes pueden ser evolucionados? Digo ¿Por qué no intentarlo también con sus vigilantes si lo que querían era obediencia? No tenía sentido, porque...

—Morirían en las pruebas, y aún queda el misterio del sujeto 1, la chica que habla en mis sueños ¿Ella habrá sido la primera en nacer así? Si lo piensas, tiene sentido.

—Pero eso no nos da la respuesta ¿Qué había en las capsulas que lanzaron? Si los evolucionados existen desde antes...

—No lo sé, pero lo que sí es seguro es que los experimentos que hicieron con nosotros, no nos dieron estas habilidades, más bien aceleraron el proceso. Quizá, a un ritmo normal, las hubiéramos desarrollado a una edad adulta, pero... ¡Ya se!― exclamó Cheslay— ¿No lo comprendes? ¡Eso era lo que había en las capsulas! No les dan las habilidades, a los niños que nacen con ellas, simplemente los pasa por alto, pero a los inmunes a aquellos que desarrollaron tolerancia al virus, igual que nosotros dos ¡En ellos acelera el desarrollo de las habilidades! Así que para antes de que termine este mes, habrá cientos de personas que puedan controlar diferentes cosas, no solo los niños...

—Eres un genio. Pero... ¿Qué le hará esa cosa a las personas que no son inmunes?― preguntó.

—No lo sé—contestó sombríamente.

Pasaban las horas, y nadie iba a verlos, nadie les llevaba los alimentos prometidos ni siquiera había entrado el hombre asqueroso de antes a tratar de intentar algo con Cheslay. Ellos tampoco hacían ruido, ya que fuera del lugar en el que estaban, reinaba el silencio.

— ¿No te parece extraño que una comunidad tan grande como ellos no haga ruido?― preguntó él.

—Llevo bastante tiempo pensándolo.

Dylan ya no dijo nada más. Cerró los ojos y se concentró en la herida de su hombro, aquella que aún no curaba por completo, comenzó a golpearla una y otra vez contra el poste, hasta que sintió como lo que ya era una costra, se abría de nuevo y dejaba que la sangre resbalara. Siguió haciéndolo, aún después de sentirse agotado por el esfuerzo y por la pérdida de sangre, siguió golpeándose.

— ¿Qué haces?― inquirió Cheslay.

—Shhh— replicó él, ya sin fuerzas. La sangre llegó hasta sus muñecas, lo que hizo que la cuerda se humedeciera y que su mano se pusiera resbalosa. Dylan suspiró profundo, eso solo lo haría un poco menos difícil, pero no sencillo. Torció su muñeca en un ángulo poco favorable y ahogó un grito, cuando con un crujido su mano salió de su amarre.

Se llevó la muñeca al frente y la acomodó entre la barbilla y el pecho para acomodarla de una vez. Fue doloroso, y pataleó y gimió a causa del dolor, pero aun así se las arregló para terminar de desatarse y luego desatar a Cheslay. Ella rápidamente revisó su mano y la acomodó de la manera correcta y después rompió su camiseta para hacer presión sobre el hombro herido de Dylan.

—Eres un loco masoquista.

—Nos acabo de liberar, así que de nada— replicó.

—No tienes que hacerte daño, debía de haber otra manera...

—Sí, pero ya estamos libres ¿No?― le regaló una sonrisa, pero ella no le correspondió.

Juntos avanzaron hasta la puerta, la cual, para su gran sorpresa, estaba abierta. Dylan la abrió con cuidado y asomó una parte de la cabeza para revisar el exterior.

— ¿Qué es lo que ves?― preguntó angustiada.

—Emm... pues... ¿Recuerdas que nos preguntábamos lo que les sucedía con el contenido de la capsula a aquellos que no eran inmunes?− preguntó.

— ¿Eso que tiene que ver?― espetó molesta por el cambio de tema.

—Que creo que ya tenemos la respuesta— dijo y se hizo a un lado en la puerta para que ambos salieran.

Cheslay ahogó una exclamación. Todas las personas estaban muertas, a algunas les faltaban partes del cuerpo, otras simplemente habían caído ahí donde estaban. Algunos estaban en medio de conversaciones, de vigilancia, cerca de ahí, en una olla hervía algo y una mujer con un cucharon en la mano estaba tirada a un lado del fuego.

— ¿Crees que...?― titubeó ella.

—Sí, todos están muertos— dijo Dylan con calma—. El virus tardó cuatro días en llegar hasta este lugar, pero... ¿Qué pasó con los evolucionados?

—Tal vez decidieron huir— dijo ella, encogiéndose de hombros.

—Es el tal vez de esa oración lo que no me gusta— pensó Dylan en voz alta.

—Como sea—concluyó Cheslay con tono autoritario—. Me importa un rábano donde están. Vamos a hacernos cargo de tus heridas, luego vamos a tomar la ropa y todos los alimentos que podamos cargar de estas personas y nos largamos de aquí.

Dylan no pudo hacer nada más que asentir. Cheslay encontró un botiquín bien abastecido, así que se dedicó a lavar y a poner puntos en la herida del hombro, también le ordenó que se limpiara un poco y cuando él lo hizo, ella envolvió su mano en ungüentos y vendajes para que dejara de doler y el hueso se pegara de la forma correcta. Después de que Cheslay también se lavó, se cambiaron con ropa de esos refugiados, robaron un par de zapatos y bastante comida y agua.

Para antes de que el sol se metiera, ellos ya caminaban por los últimos tramos del desierto hacia la ciudadela.

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Algo normal. Debía pensar en algo normal, algo como... como ¿Azul? Samantha bufó, Azul era lo menos normal que conocía.

Dylan le había dicho que el levantar barreras en su mente era algo simple, que solo debía pensar en algo normal, en algo que las demás personas no debían interesarse. Se reacomodó en la cama y pensó con más fuerza.

Chandra, ella era medio normal a pesar de que cambió aun después de ser una niña, seguía siendo normal, a pesar de ser una mandona grosera. Bien, ya tenía a una persona... Chandra lavando los platos.

Samantha soltó una risa. ¿Chandra lavando los platos? ¿Por qué querría su hermana lavar los platos? Quería seguir pensando, pero la puerta de su habitación se abrió de golpe. Era Azul.

— ¿Qué pasa?― preguntó Sam alarmada. La mente de su amiga era un torbellino como para poder captar una idea simple.

Ella comenzó a pasearse por toda la habitación, tratando de gesticular con las manos algo que no podía hacer con los labios.

— ¿Qué está pasando?― repitió Sam.

Azul cerró los ojos, se detuvo y respiró profundamente.

Samantha se concentró en su mente, haciendo a un lado todo aquello que pudiera distraerla, tratando de captar solo aquel pensamiento que fuera más nítido, aquel que Azul quería compartir con ella.

—Ayúdalo— susurró una voz mental que no era la de Azul—. Está en peligro, tienes que ayudarlo. Azul irá contigo porque yo se lo estoy pidiendo. Dylan bloqueó su mente para que nadie lo encontrara. Debes ir a la universidad abandonada; debes ir... por favor, no volveré a pedirte nada.

En cuanto Cheslay terminó de hablar, Sam se concentró más y más, para poder llegar a ese recuerdo, a ese pensamiento que la haría llegar hasta Dylan.

Era un lago, los árboles, todo estaba congelado y cubierto de nieve... una línea de sangre derretía la nieve... Samantha siguió esa señal y llegó hasta un edificio abandonado... ahí estaba él. Su color no era nada normal se estaba tornando de un color azul y las puntas de sus dedos estaban moradas... estaba a punto de morir.

Samantha abrió los ojos y vio el camino. Se levantó, tomó su chamara, guantes y gorro. Para cuando se dio cuenta, vio que Azul tenía una ropa similar. Ella había ido lista a buscarla, porque sabía que Sam no le negaría la ayuda. Juntas fueron por los túneles; era una buena señal que no se encontraran con alguien, ya que los refugiados estaban siendo trasladados, y tanto Sander como los otros al mando estaban ocupados con ello. Fueron a la puerta por la que Dylan había salido esa mañana. Empujaron la escotilla y el frio viento las recibió.

Azul se llevó las manos a los ojos para cubrirlos de la luz. Sam recordó que hacía bastante tiempo que su amiga no abandonaba los túneles. Esperó los segundos pertinentes para que se recompusiera y caminaron por toda la línea, hasta llegar a un edificio abandonado, que era donde los refugiados guardaban algunas cosas que usaban en el exterior. Samantha pasó de largo el edificio, llegaron a un camino, había huellas recientes ahí, y cadáveres de vigilantes, bastantes de ellos en realidad. Ella ni siquiera se molestó en pasar a un lado, si no que los pisaba para poder avanzar, Azul hacia lo mismo; al parecer estaba demasiado apresurada, tanto que a ninguna de las dos les importó el hecho de pisar a aquellas personas que posiblemente tenían familia, amigos... Sacudió la cabeza para deshacerse de esas ideas y apresuraron el paso. Llegaron a lo que parecía el final de aquel lugar, del espeso bosque que se extendía por lo que antes había sido la universidad. Llegaron a la laguna de la visión, pero luego se dieron cuenta del rastro de sangre y lo siguieron, en cierta parte del camino, el rastro desapareció, pero tanto Sam como Azul, sabían que él se encontraba en el edificio. Lo habían visto ahí, gracias a la conexión que Cheslay aún mantenía con la mente de Dylan.

Buscaron por todas y cada una de las habitaciones, y no lo encontraban. Decidieron separarse y buscar en lugares diferentes. Sam le dijo a Azul que provocara algún sonido cuando lo encontrara.

Samantha abrió la puerta de lo que supuso era un viejo salón de clases, pero ahí no estaba, y las opciones eran reducidas ahora. No podía haberse alejado tanto estando en ese estado.

Un ruido inundó todo el lugar, pero no era un sonido aturdidor, era el ruido de un cristal rompiéndose, y llenó todo el silencio que reinaba en ese abandonado lugar. Samantha fue contra su propia lógica y corrió hacia donde había escuchado el ruido. Llegó a tiempo para ver cómo Azul sostenía una roca entre sus manos. Había muchas como esas en el suelo y ella las lanzaba contra los cristales rotos y residuales del lugar. A su lado había un viejo sofá rojo, estaba carcomido por quien sabe que cosas y justo detrás del sofá sobresalían unos pies. En el izquierdo llevaba una bota y el derecho iba descalzo.

Samantha sacudió la cabeza para salir de su aturdimiento y ayudó a Azul a mover el viejo sillón destartalado. Su amiga había querido moverlo ella sola, pero entre las dos solo pudieron moverlo unos centímetros, los suficientes para poder sacar a Dylan de ese rincón.

Sam lo tomó de los pies y Azul de debajo de los brazos, juntas lo colocaron sobre el sillón. Por un momento Samantha se llenó de temor, ya que al levantarlo, se dieron cuenta de que era peso muerto, no reaccionó ni cuando lo movieron.

—Esta... muerto...— susurró.

¡NO!― gritó la voz en su mente—. No, aún está vivo... ve por ayuda, no podrán llevarlo entre las dos.

Sam sacudió la cabeza.

—Quédate con él— le ordenó a Azul—. Iré a buscar ayuda.

Azul asintió y Sam corrió fuera de ese lugar. No podía quitarse la imagen de Dylan, aquel chico con el que había establecido una amistad sincera, el primero que la apreciaba por lo que realmente era y no por la manipulación que ella ejercía. Dylan tenía las puntas de los dedos moradas, su piel estaba adquiriendo una tonalidad azul, al igual que sus labios. Y sobre su cabello, pestañas y cejas había una fina capa de hielo ¿Cuánto tiempo llevaba así?

Los refugiados habían llegado a la bodega hace un día, y Dylan había actuado como distracción la tarde anterior, lo que significaba que llevaba en ese estado más de ocho horas. Sam miró hacia el cielo, observó cómo el sol se estaba metiendo, si la noche lo alcanzaba y la temperatura disminuía... no quería pensar en lo que sucedería. Cheslay le había dicho que estaba vivo, y ellos dos tenían una conexión única, que Samantha no podía comprender.

Llegó al límite de lo que ahora era un bosque, podía escuchar sus pisadas contra la nieve, como crujía bajo sus pies, pero no disminuyó el ritmo. Ese sonido la ponía nerviosa, ya que era lo único que había. No estaban los ruidos de las aves, tampoco los de la naturaleza... no había nada. Sam apretó el paso y corrió lo más rápido que pudo, hasta que vio el viejo edificio abandonado, aquel donde se guardaban las cosas para la madera. El aire frio le calaba en la nariz y en la garganta, sentía las piernas ligeramente dormidas, pero se obligó a seguir corriendo. Ella pensaba que al llegar, aun debería recorrer la mayor parte de los túneles, y encontrar a alguien que pudiera ayudarla, si era un curandero, todo sería más fácil... Estaba en una carrera contra el reloj, porque mientras ella avanzaba más, el sol iba perdiendo intensidad, y si llegaba la noche, Dylan moriría.

Soltó un suspiro de alivio, cuando vio a un grupo de chicos explorando el área. Los reconoció de los túneles, era inconfundible el hecho de ver a los hermanos, de los pocos que quedaban, contándolas a ella y a Chandra. Belak e Ian caminaban a la par, comentando y bromeando sobre algo. Belak llevaba sobre las manos un fusil de asalto; de las armas más viejas que podían existir, pero no los usaban para pelear, eran para...

—Hey— gritó Sam—. Aquí, aquí estoy.

Los hermanos le hicieron señales a alguien más y pronto se reunieron con ella Mateo y Hugo. Dos chicos más que también eran habitantes de los túneles. Samantha leyó en sus mentes la confusión, pero también llegó a una explicación. Ellos estaban ahí, con los rifles de asalto porque estaban haciendo vigilancia, Sander había establecido un perímetro para que encontraran a Dylan, incluso antes del segundo día que el chico había pedido. Sam les explicó todo rápidamente, y mientras Ian y Mateo corrían a informar a Sander, Belak y Hugo la acompañaron. Ninguno de ellos era un curandero; Belak era un tres que podía leer la energía en las cosas y de esa manera las arreglaba. Y Hugo tenía una habilidad animal. Pero por lo menos podían ayudarla a cargarlo hasta los túneles, donde sería atendido por Olivia.

Sam no dejaba de correr, ya que podía ver como el bosque se iluminaba con los últimos rayos. No lo había logrado, no había llegado a tiempo.

......................................................

Dylan abría y cerraba los ojos, frente a él pasaban varias imágenes a las que no podía ponerles orden ni forma, tampoco nombre.

—Dylan— susurró ella—. Escúchame... tienes que despertar. No puedes quedarte aquí, hiciste una promesa en la que decías que volverías...

—Y tu prometiste que nunca me dejarías— replicó mentalmente.

—No te he dejado, sigo aquí, solo que no has buscado lo suficiente...

—A mí me parece que sí. Estoy cansado, ya no quiero nada, solo déjame ir ¿Por qué me prohíbes morir justo ahora?

—Tienes prohibido morir mientras yo siga viva.

—Egoísta.

—Imbécil—respondió Cheslay.

Dylan abrió los ojos. Su cuerpo temblaba, todo él estaba temblando, pero ya lograba captar las imágenes. Cheslay estaba ahí con él, en el edificio abandonado de la universidad. Dylan se dio cuenta de que ella se estaba quitando su chamarra. Ella lo ayudó a sentarse sobre el sillón, mientras lo obligaba a quitarse la ropa mojada, sus movimientos eran precisos y fuertes, como los de quien sabe lo que está haciendo. Cheslay cuidaba de él, justo como lo había hecho siempre. Dylan se dio cuenta de que ya no tenía nada puesto de la cintura para arriba, Cheslay lo cubrió con su propia cazadora, y lo recostó en el sofá, para segundos después tomar lugar junto a él, frotando su pecho y su espalda para hacerlo entrar en calor. Sentía que el frio escapaba de él. Sobreviviría, o por lo menos no moriría de hipotermia, con el calor de regreso en su cuerpo, pudo sentir la sangre escurrir de la herida debajo de su costilla, justo donde la mayor había colocado su bala.

—Por lo menos moriré en tus brazos— suspiró, pero ella lo interrumpió colocando un dedo sobre sus labios y negando con la cabeza.

—Azul quiere decirte que no hables, que ahorres fuerzas. La ayuda está en camino...

—No te vayas— pidió.

—Ya no me puedo quedar más, pero volveré. Lo prometo...

Lo siguiente que supo fue que había demasiado escándalo, lo retiraron de los tibios brazos de Cheslay y sintió que estaba flotando. Más personas ocupaban la habitación, uno de ellos colocó una cosa sobre la herida e hizo presión. Ahora estaba cubierto por algo que parecía acolchonado y también tibio, pero no de la misma manera reconfortante que ella. Dejó que lo llevaran, ya que algo le decía que no eran enemigos, y si lo eran que importaba, no tenía las fuerzas suficientes para pelear. Cerró los ojos, y con la seguridad de que despertaría después, se dejó llevar por la oscuridad.

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Samantha vio como dejaban a Dylan en el cuarto de curación, justo donde Olivia lo recibió y se dispuso a curar su herida de una manera convencional. Se preguntó porque lo hacía de esa manera y sin utilizar su habilidad, cuando la respuesta de la chica llegó sin problemas a su mente, era, más bien, un recuerdo; uno donde Dylan le pedía que no importaba el estado en el que él volviera. Ella no se mataría a si misma tratando de curarlo.

Así que Olivia se encargó de aplicar primeros auxilios y de elevar su temperatura corporal, ya que había estado a punto de morir de hipotermia. Liv sacó a todos del lugar, excepto a Azul, quien no se retiró del lado de Dylan por mucho que la corrieran o trataran de razonar con ella, decidió quedarse.

La puerta se cerró en la nariz de Sam y de Sander, quien observaba todo con mirada confusa.

Él se dejó caer al suelo y Sam se colocó al frente, recargando sus pies a sobre los de él, para poderlo ver a los ojos.

—Ella tuvo un recuerdo... una especie de visión en la que veía a Dylan herido y solo en un lugar frio, salimos a buscarlo y nos encontramos con eso. Volví por ayuda y cuando regresé... la encontré con él, ella estaba descongelándolo, supongo que esa es la palabra que define esto...Fue extraño, ya que no actuaba como Azul...

—Belak y Hugo me han dado toda la explicación— dijo Sander.

—Oh. Entonces supongo que mejor me voy— contestó Sam, pero no se movió de donde estaba.

—Ella ha estado distante— dijo Sander después de un momento de silencio. Se pasó la mano por la nuca—. No nos comunicamos de la misma manera desde que Dylan llegó aquí... ella ya no me deja ver sus pensamientos, ni sus recuerdos desde que él aterrizó en este sitio. Azul no se comporta igual conmigo, y lo único que puedo hacer para estar con ella es calmarla mientras duerme, porque las pesadillas la atormentan...— Sander se frotó las sienes—. Lo último que quiero es presionarla.

Samantha suspiró y cerró los ojos, pensando en todo lo que estaba en juego, en las cosas, la guerra a un cabello de estallar de nuevo, los refugiados, las zonas contaminadas, la escasez de alimentos y de vacunas, y Sander se preocupaba por que una chica lo tenía loco, no correspondido. Lo comprendía, pero también entendía a Dylan, y estar en esa situación la estaba matando, ya que había logrado conectarse con los pensamientos de ambos y a pesar de que no se llevaba muy bien con el líder de los túneles, no le deseaba la perdida por la que tenía que pasar... Sam tomó una respiración profunda y habló:

—Ella no quería que te lo dijera, pero dada la situación. Supongo que no hay otra salida. Hay algo que debes saber sobre Azul.

Por la forma en la que Sander la miró, ella pensó que se trataba de una sentencia de muerte, y tal vez para él, para una persona que amaba demasiado... así lo era.

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