15.- Errores.
Hola a todos!
Espero que estén muy bien. Aquí dejo el siguiente capítulo, una disculpa por la tardanza, he estado algo triste últimamente.
Muchas gracias por seguir con este desastre de escritora.
Ya saben que los quiero.
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Fue incapaz de respirar al darse cuenta de todo lo que sucedía, sus manos temblaban tanto que le era imposible sostener firme la pantalla, no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que las lágrimas se deslizaron por su cara, o tal vez era sudor, no estaba del todo seguro.
No eran la cura; soltó el aliento y respiró profundo, tratando de asimilarlo. Eran un arma; parpadeó fuerte para aclarar sus ideas. Un ejército diseñado para acabar con la Alianza enemiga; dejó la pantalla sobre el suelo y apretó los puños para que sus manos dejaran de temblar. El motivo de su existencia era para la guerra; para acabar con los refugiados que esparcían el virus.
No era una cura lo que lanzarían esa noche, se trataba aquello que extrajeron de ellos, de sus cerebros. Esa cosa sería enviada al resto del mundo, lo que convertiría a los inmunes en máquinas de guerra, en evolucionados.
No se percató en que momento comenzó a caminar por el túnel, quizá su cuerpo intentaba decirle por medio del acto reflejo que tranquilizara sus pensamientos o tendría un ataque de ansiedad.
Leyó la información una y otra vez hasta que se agotó la batería de la pantalla. Pasó las manos por su cabello, arrancando mechones entre sus dedos, la desesperación lo carcomía rápidamente. Corrió hasta llegar al segundo túnel, donde pudo ver a través de los pequeños cristales como los científicos seguían trabajando en los niños, siendo espectador de la forma en que sacaban sangre, tejido, líquidos, para colocarlos en frascos, siendo transportados a un a un lugar donde los procesarían y dirían: ¡Esto es la cura!
¡Una maldita mentira! Se trataba de una enfermedad más grande, algo que terminaría de destrozar a la humanidad. Necesitaba hacer algo, Lousen escondió esa información en los túneles por una razón, quizá esperando que Dylan o Cheslay la encontraran. Detener las capsulas que serían lanzadas al día siguiente era su prioridad en ese momento, hacer algo para ayudar a los niños encerrados en el complejo. Cualquier cosa, excepto quedarse en ese lugar como un idiota. Sin embargo, no podía hacerlo solo. Necesitaba a Cheslay, salir juntos de ese lugar, liberar a tantos evolucionados como fuera posible y evitar que lanzaran la capsula que contenía el virus que atacaría a los inmunes, ese virus que se encargaría de acabar con la humanidad.
Dylan salió de los túneles, ni siquiera se dio cuenta de cuando abrió la escotilla, hasta que la lluvia cayó sobre él en un torrente que parecía interminable, cegándolo, entrando en sus ojos y boca, empapándolo en cuestión de segundos. Corrió hacia el complejo habitacional, pasando al lado de su casa, ignorando todo a su alrededor. Antes de detenerse a pensar, pudo ver que se dirigía a donde estaba Cheslay.
No se molestó en arrojar piedras al cristal de su habitación para despertarla, se sentía desesperado. Dylan descubrió la verdad y necesitaba con urgencia que alguien más además de él, tuviera ese conocimiento.
Lousen le había entregado eso, tenía el presentimiento, casi la certeza de que el sargento esperaba que él lo encontrara, su cabeza daba vueltas sobre ese pensamiento una y otra vez. Pero ¿Qué podía hacer? Era solamente un muchacho de dieciséis años.
Hablaría con Nefertari, ella sabría que hacer, al igual que Daphne, la madre de Cheslay, ellas prometieron ayudarlos, sin embargo, en ese momento solamente necesitaba que Cheslay creyera en sus palabras, que lo apoyara en esto, que ella encontrara la forma de hacer algo al respecto, porque Dylan se sentía ansioso y asustado y por más que lo pensaba, por más que trataba de calmarse, no encontraba una salida para esa situación.
Trepó el árbol cuando un relámpago hizo retumbar el cielo, iluminando todo por unos segundos. No se distrajo y saltó desde la rama hasta el alfeizar de la ventana, pero sus estúpidos dedos resbalaron y cayó con un golpe seco sobre el suelo. El aire salió de sus pulmones, el dolor en su espalda le impidió moverse por unos segundos, con el aire tratando de llegar a sus pulmones. Con el agua cayendo sobre su cara le era imposible respirar profundo, y las mil preguntas en su mente, todas contradiciéndose, peleando y formando el murmullo similar a un panal de abejas, le impedían encontrar una solución para su pequeño percance.
Logró hacer acopio de un poco de fuerza, rugió al levantarse e intentó trepar de nuevo, esta vez prestando atención en donde ponía los pies. Sus manos tenían pequeños raspones, sintió la sangre deslizarse por su rodilla, donde se había golpeado al caer, el cabello le cubría los ojos y hacia que más agua entrara en ellos.
El cielo se iluminó por unos segundos, en esta ocasión, prestó atención y pudo ver las capsulas iluminadas durante unos segundos. Fue cuando la respuesta llegó: No podían hacerlo solos, necesitaban a los otros niños. Debían llegar a la torre de control, con una formación entre tres, unos y seis, analizar los movimientos del enemigo con los cinco, someter a los guardias con aquellos de categoría dos y cuatro, acceder a las computadoras con los sietes para detener el lanzamiento de esas cosas. Después... ya pensaría que hacer después, primero necesitaba que Cheslay también supiera todo lo que encontró en esa memoria.
Saltó por segunda vez, en esta ocasión pudo sostenerse del alfeizar, empujó la ventana con la palma de la mano, y aterrizó dentro de la habitación, procurando hacer el menor ruido posible. Se levantó y pudo ver a Cheslay. Ella estaba sentada sobre la cama, los ojos reflejando sorpresa, vestía su pijama de color verde, y lo miraba esperando una explicación.
—Tenemos que irnos— dijo él, casi sin aliento.
Obtuvo un breve vistazo de sí mismo en el espejo de la habitación y sabía exactamente qué aspecto estaba ofreciendo: Completamente empapado y cubierto de lodo, el cabello escurriendo agua sobre su cara que tenía raspones y tierra debido a la caída.
— ¿De qué hablas? ― preguntó tranquilamente. La clase de calma que él necesitaba en ese momento.
No sabía por dónde empezar. Sus pies comenzaron a moverse, pronto estuvo paseando en círculos, yendo y viniendo, no podía hacer que sus brazos dejaran de temblar. No sabía si era por frío o por la información que acababa de obtener.
—Creo...creo que sé quién es la chica de tus sueños— dijo para comenzar, deteniéndose para mirarla fijamente—. Ella... ella es el verdadero prototipo. Las pruebas que hicieron en nosotros fueron en base a ella, pienso que es la primera evolucionada... Lo que expulsaran en esas capsulas no es una cura. Lo que entendí es que se trata de una variante del virus, algo que también afectará a los inmunes, pero de una forma diferente... ese nuevo virus los hará como nosotros.
Cheslay bajó la mirada a sus manos, que estaban haciéndose puños lentamente, envolviendo el cubrecama. Abría y cerraba la boca en busca de palabras que no podía pronunciar.
— ¿Qué haremos?― murmuró la pregunta, más para si misma que para él.
Dylan negó un par de veces, las gotas de agua en su cabello salieron despedidas en diferentes direcciones.
—No lo sé—respondió, manteniéndose de pie, sin atreverse a mirarla a los ojos.
Cheslay se levantó, envolvió sus dedos fríos con sus tibias manos para indicarle que se sentara sobre la cama, cuando él se quedó sobre su trasero, ella buscó ropa seca que Dylan había dejado en su casa antes. A veces se olvidaba de la existencia de esa ropa, hasta que Daphne se la regresaba, bromeando acerca de que se mudaba a su casa por partes.
Cheslay le entregó una camiseta de mangas largas, un pantalón deportivo y un par de tenis secos. Él se quedó mirando la ropa, como si ahí se encontraran todas las respuestas, parpadeó al darse cuenta de que no era así, sintiendo algo presionar contra su pecho, lanzó las prendas hacia la cama.
—No hay tiempo para esto― exclamó ansioso―. Debemos advertir a los demás, hacer algo para detener esas capsulas...— seguía temblando y no podía dejar de tartamudear.
— ¡Dylan!— dijo Cheslay en tono firme—. Siéntate— ordenó y lo atrajo de nuevo hacia la cama, donde los dos quedaron sentados, sus piernas tocándose—. Relájate y piensa ¿Dónde leíste esa información? Debe ser una fuente confiable. No podemos simplemente irnos. No ahora, recuerda que les pertenecemos.
—Van a matarnos— murmuró Dylan entre dientes. La información daba vueltas en su cabeza, de tal forma que le era imposible ordenarla—. A todos... se desharán de todas las pruebas, de todo aquello que los haga parecer culpables― respiró profundo para intentar tranquilizarse―. Tienen como objetivo abrir una serie de lugares; campamentos y laboratorios. Todo para adaptar a los evolucionados a sus necesidades. Estaba todo en la pantalla... ellos harán un ejército de evolucionados para la guerra con la Alianza enemiga.
La respiración de Cheslay se volvió forzada, sus ojos se ampliaron a causa de su creciente miedo.
— ¿Y por qué ahora?― preguntó frunciendo el ceño, aunque parecía mas una reflexión para ella.―. Necesitamos planear bien las cosas. Llevarnos a tantos evolucionados como sea posible...
Dylan apretó los puños, lo último que necesitaba era que Cheslay perdiera el sentido de esa manera a causa del miedo que no quería demostrar. Alguno de los dos debía mantenerse cuerdo, y se dio cuenta de que debía ser él, por lo menos una vez.
La tomó de la cara con ambas manos para que pudieran verse directamente a los ojos. Por unos segundos no hicieron falta palabras para expresar lo que sentían en ese momento.
—Debemos irnos, porque si no lo hacemos nos matarán― murmuró despacio, acariciando sus mejillas con los pulgares―. Y te pido que vengas conmigo porque estoy enamorado de ti. He estado enamorado de ti, incluso desde antes de saber lo que era el amor.
Cheslay apretó los labios, él se dio cuenta de que ella intentaba no llorar, se preguntó si se sentía rebasada por esa situación, igual que él.
Antes de que Dylan pudiera pensar en otra cosa, ella se acercó y lo besó, tomándolo por sorpresa, sin embargo, reaccionó al contacto. Sus labios eran reconfortantes y familiares, justo como la primera vez que se besaron. Tal vez era un idiota por pensar en que estaban destinados desde el principio, tomando en cuenta todo lo que habían pasado.
Contrario a lo que sucedió la primera vez; su corazón no latió más rápido. Ella parecía tener algo que lo ayudaba a pensar con claridad y a no tener en su mente otra cosa que no fuera Cheslay. Por un momento ella lo llenó, ocupando cada uno de sus pensamientos. Cheslay se recostó sobre la cama, Dylan solo podía seguirla, no había nada más que pensar. Sin dejar de besarse, ella le quitó la camiseta y enredó las piernas en torno a su cintura, algo en él comenzó a sentirse perdido cuando tocó la piel desnuda de Cheslay por debajo de su camiseta.
Dylan abrió los ojos y se separó de ella, soltándola de manera rápida sobre la cama. Cheslay lo miró, con una mezcla de vergüenza y confusión, sus mejillas comenzaban a pintarse de rojo.
—Espera— dijo él, respirando agitadamente, sentado del otro lado de la cama, lo más alejado que pudiera estar de ella.
Cheslay subió las piernas hasta su pecho, abrazando sus rodillas las acercó lo más que pudo, como si de esa forma encontrara consuelo o un escondite improvisado.
—Que estúpida―murmuró entre dientes―. Yo pensé que...
Dylan sonrió sin dejar de mirarla.
— ¿Te estás burlando de mí?― inquirió molesta.
—No— dijo mientras negaba con la cabeza—. Yo quiero estar contigo de todas las formas posibles... solo que este no es un buen momento.
— ¿Por qué no? Quizá mañana estemos muertos— replicó.
No tenía ni la menor idea de cómo responder a eso. Tal vez tenía razón y morirían dentro de poco, ya fuera tratando de detener las capsulas o siendo asesinados por la mayor, pero no podía, no quería estar con ella de esta forma, solo porque quizá no tuvieran la oportunidad de vivir al día siguiente. Él lo quería porque ella también, porque Cheslay lo amara con la misma magnitud con la que él lo hacía.
—No estaremos muertos mañana― contestó después de un momento y se inclinó para besarla en la mejilla―. Ni en ninguna fecha cercana. Tendremos un vida larga, y entonces si, en esa vida quiero estar contigo.
Dylan se puso de pie para cambiarse de ropa. Cheslay entró en el baño y unos minutos después, salió vestida con su ropa de entrenamiento, aquella que le permitiría ser rápida y flexible.
—Tenemos cosas que hacer― dijo ella con firmeza, mientras ataba las agujetas de sus botas―. Llamaré a Nefertari y a Daphne, voy a explicarles todo lo que sucede. Tú encárgate de informar a los niños. Te respetan y van a creerte. Asegúrate de ser discreto, lo último que queremos es que Khoury se entere.
Dylan sonrió, por eso la necesitaba, para que pusiera orden en sus pensamientos e ideas, que lo ayudara a tranquilizarse... él la necesitaba mucho más de lo que ella creía.
Terminó de cambiarse de ropa y salió de la casa por la ventana, quedándose en el alfeizar, la mitad de su cuerpo fuera y la otra dentro.
Cheslay se acercó, manteniéndose de pie frente a él.
—Nos veremos en el primer cuadro de inspección― instruyó con calma―. Manténgase ocultos hasta que les de la señal, y si todo sale bien, estaremos largándonos de este lugar al atardecer.
Él asintió y se inclinó para darle un beso en los labios.
—Te veré pronto.
—Ahí estaré— dijo Cheslay y salió de su habitación.
Dylan saltó y cayó sobre la tierra mojada, sus pies haciendo ruido contra el lodo y el pasto remojado. No se dio cuenta de en qué momento dejó de llover, aunque bueno... estuvo ocupado con Cheslay. Sonrió para sí mismo al recordar, pero luego sacudió la cabeza para centrarse. Necesitaba poner toda su atención en sus siguientes acciones.
Decidió visitar las residencias de los chicos mayores, aquellos que podrían tener un poco más de criterio para entender la situación, los niños pequeños no le serian de mucha ayuda en una misión casi suicida. Llegó a la primera casa justo cuando las primeras luces del día comenzaron a aparecer, dejando atrás una noche llena de secretos y pesadillas.
Sin molestarse en avisar, o lanzar piedras a la ventana, saltó usando su habilidad y entró en la habitación del chico que podía ayudarlo. Abraham, tenía quince años, era delgado y ojeroso, tampoco era muy bueno disparando, pero sabía pelear bien, y lo necesitaba porque era un siete, un controlador de máquinas. Explicó la situación rápidamente y el chico tardó lo que pareció una eternidad en procesarlo, hasta que Dylan le mostró la pantalla y el siete buscó la manera de cargar la información a su propia computadora... Abraham se cambió de ropa y lo acompañó.
Dylan lo envió por más evolucionados, advirtiendo que tuviera cuidado de no ser descubierto por la mayor Khoury, y que ningún guardia se diera cuenta de lo que estaba haciendo, o todos estarían muertos antes de mediodía.
Abraham se fue y Dylan siguió hablando con los evolucionados. Al final, cuando dio la hora, tenía bastantes seguidores: cuatro controladores de máquinas, nueve con habilidades animales, unos pocos mentalistas y visores del futuro, tres controladores de gravedad, algunos manipuladores de la energía y cambia formas.
Poco antes de que el sol alargara sus sombras sobre el concreto, ya circulaba por las calles menos utilizadas del complejo con un grupo de evolucionados siguiéndolo. Todos ellos ardiendo de furia y de terror. Dylan sabía que si el sistema de emergencia se activaba, entonces los robots serian activados y todo se volvería más difícil, sin embargo, no era imposible. Ellos eran evolucionados; especialmente creados para la guerra, podían con esto. Además, tenían entrenamiento militar, la Alianza había creado aquello que se volvería en su contra, eso que sería su perdición.
Como uno solo, marcharon hasta al primer puesto de registro, aquel donde los guardias revisaban a cualquiera que quisiera entrar al área restringida.
Un hombre, con su uniforme desarreglado y con una cara de cansancio, se acercó a ellos. Dylan se dio cuenta al primer vistazo de que no tenía ningún puesto, no era nadie en la cadena alimenticia, solo un vigilante, a quien le asignaron una tarea.
Cuatro vigilantes más se dieron cuenta de que los evolucionados avanzaban hacia ellos, pero antes de que pudieran sacar sus armas o presionar el botón de emergencias, Dylan colocó las palmas contra el suelo, provocando que de un segundo a otro, la tierra comenzara a temblar, dejando a los vigilantes sepultados bajo los escombros de su puesto. No estaban muertos, sin embargo, debían tener heridas. Se sentía mal por eso, pero tampoco quería ser un asesino.
Los evolucionados que pasaban a su lado le dedicaban miradas de admiración o respeto. Siguieron sus pasos hacia el siguiente puesto de registro; de la misma forma pasaron por los siguientes tres, hasta llegar al más cercano a los laboratorios, donde probablemente se encontraba la mayor Khoury.
Dylan sabía que el peligro se avecinaba, que no podían pasar desapercibidos por siempre, y que pronto tendrían que hacer algo al respecto. Corrió hacia el siguiente puesto, con su energía drenándose poco a poco después de utilizarla sin reservas.
Abraham lo seguía, casi pisándole los talones, gritando instrucciones a los mentalistas, para que ellos las hicieran llegar a los demás. Dejó a dos chicos con habilidades animales en el primer puesto, otros dos controladores de energía en el segundo, y a un mentalista en el tercero. Ahora tenía que elegir a otro evolucionado para que vigilara, el seleccionado fue un chico de catorce años llamado Darío, un mentalista de nivel bajo, no podía reventar mentes, pero podía leerlas y transmitir mensajes a los demás.
El último puesto apareció ante sus ojos, cuando Dylan cruzó miradas con uno de los guardias, el hombre se movió rápido para llegar al sistema de emergencias. El maldito activaría la alarma.
Dylan corrió como si no hubiera un mañana, impulsándose más rápido gracias a su habilidad, si las circunstancias fueran otras, habría disfrutado, se sentía casi como volar. Dejó atrás a Abraham quien se encargaba de organizar a los evolucionados. Las cosas parecían difusas a su alrededor mientras corría. Llegó a la puerta de cristal y la lanzó con la suficiente fuerza como para arrancarla de las bisagras. Se movió lo suficientemente rápido como para que los disparos del vigilante pasaran a los lados, sin embargo, uno rozó su brazo. Ignoró la herida y siguió corriendo escaleras arriba para evitar que el hombre sonara la alarma, la sangre escurriendo por su brazo se sentía tibia contra su piel. Tropezó en un escalón y al llegar a la parte de arriba se detuvo en seco.
Un vigilante le apuntaba justo en la cabeza.
Dylan lo miró a los ojos, no iba a suplicar por su vida. No cuando peleaban por algo más grande... El hombre cayó inconsciente sobre el suelo, detrás de él estaba la delgada figura de Cheslay. Ella mantenía una de sus manos extendida, como si hubiera tocado la cabeza del guardia para hacerlo caer.
—Llegué antes— comentó con una sonrisa, mientras bajaba la mano.
— ¿Está muerto?― preguntó Dylan, intentando respirar normalmente.
—No― respondió, un toque de sarcasmo tiñendo su voz―. En este momento solo está desmayado, soñando con una playa y... ¿Estás herido?
El cambio en la voz de Cheslay fue notable, tanto que Dylan se replanteó si en realidad el vigilante estaba muerto. Él sacudió su brazo, como si eso pudiera hacer que la herida desapareciera.
—No es nada― aseguró y tragó saliva a pesar de que su boca estaba seca―. Hay que volver, los otros siguen avanzando hacia la torre de control.
Cheslay asintió lentamente, pero en sus ojos se reflejaba la duda por su pequeña mentira sobre la herida. Claro que le dolía, claro que se sentía agotado, y ninguna de esas cosas era un impedimento para seguir avanzando.
Juntos bajaron de la torre y corrieron al encuentro con los demás. Los evolucionados dejaron atrás al mentalista Darío, estaban a punto de tomar la segunda torre, donde se encontraban las computadoras que controlaban el lanzamiento de las capsulas con la supuesta cura.
Dylan y Cheslay intercambiaron una mirada victoriosa. Estaban a punto de lograrlo, sin que ninguno de los suyos cayera, tampoco se convirtieron en asesinos en su cansada batalla. Evitarían una nueva propagación del virus.
— ¡Salgan! ¡Fuera! Los robots...—la voz de Darío, el chico mentalista del último puesto, quedó muerta en sus mentes.
Las cosas sucedieron rápido, primero miró la torre, y al siguiente segundo saltaba sobre Cheslay para cubrirla con su cuerpo, justo a tiempo para que la lluvia de disparos comenzara. Alguien logró activar la alarma, las pisadas de los robots provocaban eco por todo el complejo. Sobre el suelo, Dylan mantenía a Cheslay contra el suelo, no se dio cuenta en que momento fue que cayeron, pero a pesar de escuchar las detonaciones, no sentía ninguna herida en su cuerpo, no había sangre suya, sin embargo, podía ver los pequeños riachuelos rojos formarse en el concreto... en ese momento se atrevió a levantar la vista, y su estómago se revolvió ante lo que encontró, vio algo que rompió una parte de él y una de Cheslay que nunca podrían recuperar.
Daphne, la madre de Cheslay estaba frente a ellos, cubriéndolos de los disparos.
Él no tenía idea de cómo reaccionar cuando el cuerpo de la mujer cayó, la sangre formando pequeñas líneas que se deslizaban hasta ellos. Quizá una despedida habría sido lo mejor, pensó Dylan egoístamente en ese momento, pero al instante en el que el cuerpo tocó el suelo ya estaba muerta.
— ¡No!― gritó Cheslay, empujándolo para liberarse de su agarre— ¡No! ¡Mamá, no...!
Ella luchaba, arañando los brazos de Dylan, no dejaba de pelear y solo tenían unos segundos para huir. Su prioridad era llegar a la torre y detener esas cosas aunque fuera lo último que lograran. Él sintió un dolor punzante en la cabeza, algo que lo obligó a soltar a Cheslay para llevarse las manos a las sienes y presionar fuerte. Ella estaba se saldría de control debido al shock por ver a su madre muerta, lo atacaba para liberarse y llegar hasta Daphne. Sin embargo, Dylan logró atraparla antes de que pudiera avanzar más, apretándola fuerte contra su pecho.
—Está muerta—dijo con voz tranquila. Cheslay sollozó contra él—. No podemos hacer nada por ella.
La mentalista dejó de moverse por un segundo, después asintió y lo empujó para alejarse de él. Juntos continuaron su carrera, esquivando disparos, electricidad, cualquier cosa que los controladores de gravedad utilizaran para atacar a los guardias que no dejaban de disparar contra ellos. Veían como los niños caían a su alrededor, los controladores de energía y los de habilidades animales comenzaron a atacar sin tener un punto en la mira, en su desesperación, era imposible distinguir entre amigos o enemigos, eran solo niños asustados. Caían robots, pero también personas, los vigilantes en sus exo-trajes se desplomaban sobre el suelo, con la sangre brotando de sus narices y ojos, porque los mentalistas habían puesto atención especial en ellos. A donde quiera que Dylan, mirara solo había muerte. Disparos, explosiones, cambios de forma, podía ver a un niño de la mitad de su tamaño, despedazar a un hombre con su habilidad animal. El complejo se convirtió rápidamente una zona de guerra, era una masacre, y lo único que podía pensar era en mantener a Cheslay a salvo, por lo menos hasta llegar a la torre de control.
Los robots seguían disparando, pero se dio cuenta de que no era contra ellos, se trataba de algo a sus espaldas. Algo que hizo a los vigilantes reagruparse.
Dylan se atrevió ver por encima del hombro para saber que sucedía.
Los niños avanzaban en una formación estratégica. Los tres, aquellos que controlaban la energía, iban al frente. Lograron algo que a él no se le habría ocurrido, ya que los tres desviaban las balas o cualquier ataque físico. Justo en el centro del círculo, mantenían protegidos de las detonaciones a los siete, los controladores de máquinas, aquellos que eran necesarios para detener las capsulas y controlar el complejo a través de los sistemas de las torres.
Cheslay sacudió a Dylan por los hombros, él se obligó a despegar la vista de los evolucionados.
—Ve con ellos― se escuchó decir―. Dirígelos hasta la torre de control. Una vez que lleguen, también les será posible desactivar a los robots. Yo me encargo de lo demás, necesitan una distracción...
—No― replicó rápidamente―. Acabo de perder a mamá, no te perderé a ti también.
Dylan le regaló una sonrisa forzada y la tomó por las mejillas para besarla de una manera rápida y fuerte. No se estaba despidiendo. Tuvo que repetirlo en su mente.
—No me perderás, te veo en la torre.
Ella asintió y siguió a los niños, sin embargo, no parecía convencida, pero si de algo estaba seguro, era que Cheslay establecería bien sus prioridades. Ella corría al encuentro con los evolucionados, y a su paso, los guardias y vigilantes caían, algunos se llevaban las manos a los oídos o a los ojos, para cubrir las voces o las imágenes de sus peores miedos, otros simplemente expulsaban sus cerebros por la nariz. El poder de Cheslay era impresionante, ella ya no se contendría.
Dylan corrió en dirección a los robots y vigilantes en exo-trajes. Las pisadas de estos se escuchaban fuerte, rompiendo el concreto y esparciendo arena. Todo el complejo estaba inundado por los sonidos de esa batalla, en la cual se definiría la victoria o la derrota de los evolucionados en ese nuevo mundo.
Él se detuvo frente al ejército, puso las palmas contra el suelo, y cuando este comenzó a temblar, fue que los enemigos fijaron su atención en él, pero ya era demasiado tarde. Todos ellos fueron enviados en diferentes direcciones, atrapados por una fuerza que no podían repeler ni controlar. Soltó sobre el suelo quienes ya estaban atrapados en su habilidad, noqueándolos en el acto, los robots siendo despedazados en cuestión de segundos, reducidos a lo que siempre debieron haber sido: chatarra. Dylan aún tenía su límite establecido, él no mataría a nadie, no era un asesino.
Se tambaleó ligeramente cuando la energía abandonó su cuerpo, sin embargo, se sintió victorioso, pues logró abrir un hueco para que los evolucionados avanzaran hacia la torre.
Sacudió la cabeza y corrió a enfrentar al siguiente grupo, no tenía tiempo que perder. Se detuvo en seco antes de llegar a su objetivo. La mayor Khoury ya se encontraba entre ellos, dirigiendo los ataques, utilizando un exo-traje que estaba conectado a sus terminaciones nerviosas para lograr el control. Dylan tragó saliva y corrió para enfrentarla, antes de que la mujer fijara su atención en los evolucionados que avanzaban a la torre.
Hizo acopio de toda su fuerza para no tambalearse frente a ella, colocó las manos en la tierra para hacer que su ejército perdiera su centro de gravedad.
Ella le regaló una sonrisa, una que decía: No puedes vencerme.
Algo en ese simple acto lo hizo perder cada pensamiento racional, sucumbiendo ante la ira. Ellos apostaban todo por eso, y para ella solo era un juego, una maldita competencia.
Apretó los puños y puso la mayor parte de su energía en ese ataque, estaba seguro de que sería el último que podría hacer durante mucho tiempo. Su energía estaba agotada.
Se sintió a desfallecer cuando los robots fueron despedazados y los hombres quedaban inconscientes, pero la mayor... ella no parecía ser afectada.
Las piernas de Dylan temblaban por el esfuerzo, sentía la sangre gotear desde su nariz, el pulso latir fuerte en cada punto de su cuerpo, se quedaba sin fuerza. Apoyó las manos en las rodillas para recobrar un poco el aliento.
Khoury no dejaba de avanzar hacia él. A ella no le afectaba la gravedad ¿Por qué no? ¿Qué demonios era ella?
Dylan nunca conoció a alguien capaz de defenderse de su habilidad.
Ella tomó impulso, con las grandes piernas del exo-traje y de un potente salto llegó a donde él se esforzaba por mantenerse de pie.
.......
Era imposible contenerse, ellos no merecían piedad o ninguna otra emoción parecida, no mientras veía a caer a los niños, no cuando sabía que si ella les permitía vivir, ellos irían por Dylan, y era algo que no estaba dispuesta a hacer. Cada cerebro reventado, cada pensamiento perdido, cada pesadilla que se volvía realidad, todo eso la hacía más fuerte, alimentaba eso que vivía en su interior, aquella entidad que le pedía entre risas y gritos un poco más, cada vez que alguien moría por su causa.
Así que los asesinaba, así de simple. Sus cerebros se reventaban igual que una uva entre dos dedos, y nada podía importarle menos. Se convirtió en una asesina en cuestión de segundos y era incapaz de sentir algo al respecto, la única emoción permitida en ese momento era enojo, cólera por cada experimento, por las injusticias, porque el destino de los evolucionados estaba escrito antes de que fueran creados. Y muy en el fondo de su mente, un pequeño atisbo de conciencia le pedía detenerse, por Daphne, por su madre... pero si Cheslay se permitía sentir tristeza por su muerte, entonces se rompería y todo estaría perdido. Daphne se sacrificó para salvar su patética vida, una que dejaba de valer la pena. La mentalista acabó con el último grupo de vigilantes en la torre, no le importaba si eran robots o humanos, ahora ya nada le marcaba la diferencia. Sentía que su poder iba y venía, iba cuando se sentía agotada y regresaba cuando recordaba todo el odio que sentía. Como si la joven que habitaba en su mente jugara al gato y al ratón con ella.
Los evolucionados de categoría siete entraron en la torre de control. La primera parte del plan estaba completa, ese pensamiento le dio un poco de paz mientras se deslizaba sobre la pared hasta caer al suelo. Sentada sobre los escalones y vigilando por la ventana.
Estaba completamente agotada, su nariz goteaba sangre, no sabía hasta qué punto su agotamiento era mental o físico. Miró hacia arriba y vio el reloj, el lanzamiento de las capsulas seria en seis minutos. Los chicos lo lograrían, contra todo pronóstico, podían lograrlo. Dio un vistazo a la ventana, para cerciorarse de que nadie los siguiera hasta la torre, pero al observar la escena en la explanada, sintió que toda su esperanza se desvanecía.
El exo-traje de Khoury destacaba en medio de la pelea. Sobre su columna y en parte de la nuca se enterraban pequeñas agujas que le permitían controlar el traje por medio de su sistema nervioso. El material del que estaba fabricado parecía la segunda piel de la mayor, por la facilidad con la que lo manejaba, se podría decir que lo había utilizado toda la vida. Sus pisadas eran potentes y fuertes, mientras golpeaba a Dylan y él salía despedido un par de metros, soportando el dolor lo mejor que podía, para luego utilizar su habilidad y alejarse de ella ¿Por qué no la atacaba?
Le costó unos segundos darse cuenta de que Dylan estaba agotado. Al igual que ella, se percataba de una muy mala manera de que tenían un límite. Sin contar que estaba lastimado por haber enfrentado a los robots y vigilantes. De no ser un evolucionado, estaría muerto o con algunos huesos rotos. Khoury no dejaba de golpearlo y arrinconarlo. Los labios de la mayor se movieron, pronunciando palabras que la mentalista no podía escuchar, sin embargo, Dylan gritó de rabia en respuesta.
Escuchó los pasos de un par de niños a su espalda, y giró para encararlos, alejando sus ojos del cristal, de la pelea en la explanada.
—Una de las capsulas fue desactivada— informó Abraham—. Pero hay otra frecuencia... según los datos, hay otra torre de control, un lugar independiente de este, que controla la segunda capsula. No puedo encontrarla por medio de la red...
Cheslay se puso de pie lentamente, utilizando la pared de apoyo, al sentir que sus piernas temblaban ¿Ir a la siguiente torre o ayudar a Dylan? Su cabeza daba vueltas, se sentía mareada, estaba demasiado débil, considerando que apenas podía mantenerse de pie, hacer esas dos cosas estaba fuera de sus posibilidades.
Miró sobre su hombro, pudo ver los tableros de control y las pantallas, los botones que emitían brillos verdes, amarillos, rojos y morados. No sabía para que funcionaba la mayoría de esas cosas, pero todo necesitaba estar conectado para desempeñar su función.
—Vamos a derribar esta maldita torre― dijo en voz alta―. Avisa a los demás, quiero que salgan. Y trae a los controladores de gravedad. Aquí solo deben quedar escombros.
Abraham asintió.
Ellos sabían que hacer con la segunda torre, únicamente necesitaban avanzar en la misma formación, ella los dejaría marchar, mientras podía acudir para ayudar a Dylan.
Giró rápidamente cuando escuchó ruido en el primer piso de la torre, los chicos desactivaron a los robots de esa zona, pero quienes atacaban en grupos desde la puerta de entrada, eran vigilantes, ellos ni siquiera utilizaban exo-trajes, era de conocimiento general que los evolucionados tenían un límite y que llegarían pronto a él.
— ¡Abajo!― gritó Cheslay, no tuvo tiempo para ver si los chicos obedecían.
Ella se dejó caer al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos y su cuerpo con una de las paredes, evitando las balas que hacían caer a más de un niño. La desesperación comenzaba a inundarla de manera rápida, giró la cabeza lo más que pudo para saber cuál era la situación, para buscar una salida. Quizá habían sido demasiado optimistas al pensar que podían vences a la mayor, en creer que era posible derribar la segunda torre y detener las capsulas. Cheslay levantó la vista y vio a Abraham sobre los escalones, su cuerpo chorreaba sangre donde los disparos lo alcanzaron.
Aquello era una masacre de evolucionados. Perdieron la batalla desde el comienzo. Tal vez lo único que podían pedir era una muerte rápida.
―Me necesitas― escuchó la voz en su mente. Era esa niña.
El ruido en el exterior quedó reducido a un pequeño zumbido en sus oídos, lo único que podía escuchar con claridad era su voz.
― ¿Qué hago?― preguntó Cheslay. Sintiéndose cada vez peor, por tener que aceptar la ayuda de ese ser.
―Me necesitas para acabar con ellos, para salvar al chico... estás asustada. Tienes tanto miedo que puedo saborearlo...Déjame hacerlo, haré que paguen por todo lo que han hecho― gruñó con rencor.
Cheslay abrió los ojos, no tenía tiempo de meditar por una decisión, así que dejó salir toda esa furia reprimida, ese odio que no le pertenecía hizo acto de presencia, convirtiéndose en una emoción propia. Permitió que saliera a la superficie. Pronto pudo ver a todos y cada uno de los vigilantes, fue posible encontrar sus hilos y pensamientos, ella dejó que la vieran, que sintieran el pánico invadir su mente, eso la hacía fuerte, el miedo era su alimento.
Vio todos los delgados hilos que conectaban la mente de los demás con la suya, parecían frágiles, ella levantó la mano y cerró el puño, aplastando los hilos con todas sus fuerzas. Los vigilantes cayeron al suelo, por los orificios de sus caras salía sangre a borbotones y sus ojos estaban en blanco. Era tan fácil matarlos ahora, tan sencillo como el aleteo de una mariposa. Reventó sus cerebros sin esfuerzo alguno. Lejos de sentirse abrumada, asustada... el poder se sentía bien en sus manos, se preguntó si eso sentían los dioses.
Los niños estaban muertos, esparcidos entre las escaleras y el primer piso de la torre, su indiferencia por la muerte no la sorprendió, no cuando lo único para lo que había espacio dentro de ella, era ese poder inimaginable, el mismo que marcaba las venas sobre su rostro, que expulsaba sangre por sus fosas nasales en una cantidad peligrosa. Sin embargo, nada de eso parecía importante en ese momento, en el cual solo necesitó un vistazo hacia la ventana para darse cuenta de cuál sería su siguiente movimiento.
Corrió lo más rápido que pudo, con nuevas fuerzas alimentándola, era como si todo ese sufrimiento, dolor y muerte la alentaran a seguir peleando.
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Dylan se apoyó en los brazos para ponerse de pie. Cada tembloroso movimiento enviaba sacudidas de dolor a cada parte de su lastimado cuerpo. El agotamiento de energía lo mataría más rápido que la mayor, eso sin contar. Su mayor error fue creer que era fuerte, poderoso, imparable, cuando no era más que un niño asustado. Esa mujer estaba matándolo poco a poco, disfrutando cada pieza de sufrimiento. Era fácil saber cuánto amaba Khoury provocar dolor, ya que si quisiera matarlos, lo habría hecho de una forma fácil y limpia.
La mayor se inclinó, su traje hacia los ruidos extraños ante el repentino movimiento, cada engranaje funcionando para seguir sus órdenes.
—Eres una pequeña mierda—escupió la mujer— ¿Qué te hizo creer que podrías lograrlo? Ni siquiera el traidor de Lousen tuvo oportunidad.
El shock por sus palabras le impidió pensar con claridad, sintió su pecho arder con toda la rabia que estuvo acumulando desde que era un niño, cuando comenzaron con los experimentos. Eran más emociones de las que su mente podía soportar, gritó por la ira, por el odio y la impotencia. Desde su garganta se abrió paso un alarido que retumbó en cada pared del complejo y se extendió por el desierto.
Fue ella, fue la mayor quien mató a Lousen; ella era la culpable de todo lo malo que les había sucedido.
Miró alrededor, descubriendo a los evolucionados caídos, la sangre correr en riachuelos por las líneas del concreto.
Era su culpa, todo eso era su culpa. Él los llevó hasta ahí, y ahora todos estaban muertos. Se preguntó con cuántos de ellos habían acabado, a cuantos vigilantes, robots y usuarios de exo-trajes habían matado ¿Los otros lograron destruir los sistemas de control? Si la respuesta era positiva, entonces cada muerte valió la pena.
Reuniendo un poco de fuerzas, logró ponerse de pie y miró a la mayor, para escupir sangre a sus pies, un reto, un desafío: ven por mí.
Ella simplemente arrugó la nariz en un gesto de desagrado, moviendo las piernas del exo-traje, iba a matarlo lentamente y lo disfrutaría. Sus pasos comenzaron a ser más rápidos, estaba a punto de comenzar a correr, cuando una bala se estrelló en el pecho del exo-traje.
Toda capacidad de pensar se perdió. Él no podía creer lo que estaba ante sus ojos. Nefertari, su madre, tenía un arma entre las manos.
Dylan frunció el ceño, abriendo y cerrando la boca en palabras que no podía pronunciar. Siempre se preguntó cómo Nefertari había terminado en ese lugar, como una mujer tan divertida y paciente había sido arrastrada a ese complejo.
—Márchate— dijo Nefertari. Su tono era completamente diferente del que empleaba siempre; no era una petición, era una orden.
Ella avanzaba hacia la mayor sin dejar de disparar, Dylan tenía la sensación de que cada uno de esos disparos daba en un punto estratégico, uno que estropeaba poco a poco el exo-traje ¿Qué clase de persona había sido Nefertari en el pasado? ¿Qué otras cosas le ocultaba?
Khoury no contraatacaba, él pensó que era debido a la sorpresa, sin embargo, se dio cuenta de que humo comenzaba a salir de los puntos en el exo-traje.
Dylan no sabía a quién mirar, si a su madre, a la mayor o a Cheslay que corría en dirección a él. La mentalista llegó hasta donde estaba, luciendo sucia y cansada. Quería examinarla en busca de heridas, a pesar de que se veía mejor que él mismo
Las dos mujeres, comenzaron a moverse en serio. Nefertari esquivaba y disparaba, mientras la mayor intentaba mover el exo-traje, apuntando con las armas de avanzada hacia su madre. Una locura, todo eso era una maldita locura.
Él nunca se imaginó que su madre, la mujer de sonrisa fácil, quien le leía cuentos para dormir cuando era niño, y le preparaba chocolate caliente, pudiera hacer ese tipo de cosas. Tenía el entrenamiento de un soldado.
— ¡Dylan!― gritó Cheslay, sacudiéndolo por los hombros para sacarlo de sus pensamientos—. Tenemos que irnos. Todo falló, están muertos, los evolucionados están muertos.
—Tenemos que...
— ¡Váyanse!― gritó Nefertari, sin dejar de disparar y retrocediendo. Intentando crear un punto ciego para que ellos pudieran escapar—. Aquí no hay lugar para ustedes― añadió con un tono cargado de tristeza.
Dylan quería correr y ayudarla. Podía ver que en sus movimientos, Nefertari se acorralaba a si misma para que Khoury fuera por ella, mientras ellos escapaban. Él se preparó para correr hacia su madre, pero Cheslay lo sujetó por el brazo, tan fuerte que le clavaba las uñas en la piel.
—Te descuidaste, Nefertari— espetó Khoury—. Renunciaste a las alianzas por criar a un maldito mocoso.
La madre de Dylan sonrió, esa sonrisa franca que llegaba hasta sus ojos. La mayor había utilizado las palabras para lastimarla, sin embargo, Nefertari parecía orgullosa de la decisión que tomó.
—Entregaste a tus propios hijos― replicó Nefertari―. Crees conocerlo todo, pero no comprendes muchas cosas. Tus niños no se convirtieron en evolucionados ¿Y qué hiciste? Convertirlos en máquinas de guerra. Matar y destruir, es lo único que conoces, Charlotte.
Dylan y Cheslay no sabían que hacer, a donde mirar o hacia donde correr. No podían pisar algún sitio sin pasar por encima de sus compañeros muertos. Y era imposible apartar la mirada del enfrentamiento, a pesar de las advertencias de su madre.
— ¡Mamá!― gritó Dylan, como un niño pequeño asustado a mitad de la noche.
Su imprudencia le costó caro. Nefertari lo miró por un segundo y el último recuerdo que quedó de su madre, fue el de su sangre esparcida por el aire.
Khoury le disparó directo en la cabeza.
En ese momento, todo lo que hicieron dejó de tener sentido, la valentía y el propósito se esfumó con la misma facilidad con la que el cuerpo de Nefertari caía sobre el suelo.
Dylan estaba cansado, agotado, a punto del desmayo, su tembloroso cuerpo apenas podía sostenerlo. Dejó de escuchar todos los sonidos alrededor, incluso dejó de ver y escuchar a Cheslay que estaba a su lado, tirando de su brazo para pedirle que escaparan.
La respiración pasaba de cansada a uniforme, lo invadió una calma que creyó nunca ser capaz de sentir. Soltó su brazo del agarre de Cheslay y corrió hacia donde estaba Khoury.
Dylan colocó sus manos sobre la superficie fría, pegajosa y ensangrentada del concreto. Pronto todo volvió a temblar, los cuerpos muertos flotaban y él no se detendría. Tomaba demasiado esfuerzo por su parte hacer eso, pero no le importaba morir ahí mismo, tomando lo poco que quedaba de su energía. Las venas comenzaron a marcarse en sus brazos, sangre goteaba de su nariz, y en lo que menos pensó, la mayor se deshizo del exo-traje ahora inservible, gracias a Nefertari, y corría hacia donde estaba Dylan.
No le costó mucho trabajo darse cuenta de que la mujer también tenía modificaciones, no solamente en sus implantes robóticos que la hacían ser más fuerte. Dylan tenía la ligera idea de que ella también contaba con modificaciones genéticas para pelear y controlar a los evolucionados, de otra forma ¿Por qué no parecía afectada por las habilidades?
Era imposible comprender porque aún lograba moverse para esquivar los golpes de la mayor. Simplemente todo sucedía en movimientos lentos, como si su mente se encontrara desconectada de su cuerpo.
Dylan utilizó su habilidad para impulsarse, cayendo hasta donde los cuerpos de los vigilantes estaban en una pila, oliendo a carne quemada por haber enfrentado a los de categoría tres. Vio uno de los cuchillos de combate que utilizaban, lo tomó con fuerza y volvió a saltar.
La mayor disparaba por toda la trayectoria de Dylan, enviando muchas de sus municiones por aire. Hasta que él estuvo a su lado, enfrentándola, tratando de apuñalarla, hacerle tanto daño como fuera posible. Parecían atrapados en una danza sin fin, donde podían leer los movimientos del otro, como si pensaran en la misma sintonía.
Años más tarde se daría cuenta de que eso era lo correcto: Dylan y Khoury pensaban de una manera similar. Por esa razón sentía que era su deber acabar con ella, porque podía leer sus acciones y movimientos antes de que sucedieran. Tal vez esa fue la razón por la que pudo sobrevivir tanto tiempo.
Pudo escuchar los pasos a su alrededor, ya no era solo la mayor, alguien había reactivado los robots y los sistemas de emergencia.
Dylan giró para encontrar a Cheslay y ella le devolvió una mirada llena de pánico. Él dejó la pelea, aprovechando la distracción de los robots, corrió hacia la mentalista para protegerla, para que pudieran salir juntos de toda esa locura. Sin dejar de correr, logró tomar a Cheslay de la mano, arrastrándola en su carreta, sin aminorar su velocidad, y ella lo siguió.
Debían llegar a los túneles. Años atrás descubrieron que el último pasadizo era una salida al desierto, sin embargo, nunca se habían atrevido a utilizarlo por miedo a ser descubiertos. Pero ahora todos esos miedos no importaban. Corrían porque sus vidas dependían de ello, lo hacían a pesar del cansancio y agotamiento.
Llegaron hasta la escotilla y Cheslay la levantó sin esfuerzo alguno, siendo impulsada por la adrenalina y desesperación. Dylan la siguió y se arrastraron por el pequeño pasadizo, dejando residuos de sangre a su espalda, misma que goteaba de sus múltiples heridas.
Podía ver el final del camino, cuando sintió que tiraban de su pie y lo arrastraban hacia afuera, de regreso al complejo. Dylan arañaba la tierra para evitar ser arrastrado de nuevo a ese infierno, Cheslay trataba de atrapar sus manos, pero resbalaban por la pegajosa sangre y el sudor. Cuando por fin pudo ver la luz del día, se dio cuenta de que Khoury los siguió, en ese momento, él se dio cuenta de que la mujer era demasiado pequeña para tener tanta fuerza.
Ella llevaba su uniforme sucio y roto, el cabello se salía de su imperfecto peinado. Era la primera vez que se veía como el monstruo que era. Khoury puso sus manos alrededor del cuello de Dylan y comenzó a asfixiarlo, las modificaciones que se había hecho la hacían más fuerte y resistente. Dylan arañaba las manos de la mayor tratando de lastimarla para que lo soltara y poder tomar aire, sus pulmones dolían, su garganta se sentía como en llamas, en cada respiración perdida, la vida se escapaba poco a poco, y en sus últimos pensamientos coherentes recordó: Aún llevaba el cuchillo de combate.
Dejó de arañar las manos de la mujer y buscó el arma en su cinturón. Apretó fuerte la empuñadura en su mano y sin detenerse a apuntar, estrelló el cuchillo contra el ojo izquierdo de Khoury. La mujer retrocedió, llevándose las manos a la cara ensangrentada, aullando como un animal moribundo. Una parte de él disfrutó por eso, por darle una pequeña porción del dolor que tanto había ocasionado a otros.
Dylan soltó el arma, tomando respiraciones profundas se arrastró de nuevo al túnel, donde Cheslay lo esperaba.
Ambos anduvieron a gatas lo más rápido que podían, lastimando sus codos y rodillas con la roca sobresaliente. Cuando pudieron ponerse de pie, corrieron hacia el último túnel, donde se encontraba la escotilla para la salida.
Cheslay la abrió y juntos salieron al calor abrasador del desierto. El sol reflejándose sobre la arena y cegándolos en cuestión de segundos, sin embargo, eso no fue impedimento para seguir corriendo, sin esperar que sus ojos se acostumbraran a la luz y su piel al calor. Aun cuando pasaban las horas y sus cuerpos gritaban por descanso, no dejaban de correr.
Dylan miró a su espalda, con esa distancia era imposible divisar el complejo militar. Cheslay se dejó caer de rodillas sobre la arena, al fin haciendo caso a su cuerpo, dándole el tan pedido descanso. Se llevó las manos a la cara, sin ser capaz de llorar o hacer algún otro movimiento.
—Están muertos— susurró—. Todos están muertos... es por nuestra culpa... Mamá, Nefertari... todos esos niños...
Repetía eso una y otra vez, como si alguien en su mente no permitiría que lo olvidara. Dylan se acercó, la tomó de las mejillas y la obligó a mirarlo.
—No fue tu culpa―dijo con calma, sintiendo la boca seca y la garganta dolorida―. Yo los convencí de que hicieran esto... fui yo quien encontró la información. Si la culpa es de alguien, es mía. Pero no puedes romperte ahora— agregó rudeza—. Ahora debemos encontrar un refugio, tenemos que sobrevivir, o nada de esto habrá valido la pena.
Quería continuar hablando, consolarla, hacer que ella lo escuchara a él y no a esa voz traicionera en su mente. Pero cada palabra era absorbida por el viento, mientras él perdía la voz por el dolor de garganta, su cuerpo colapsó sobre la arena, sus brazos y piernas temblando, Cheslay permaneció sentada a su lado.
Después de un momento, ella asintió. Dylan no sabía si estaba de acuerdo con algo de lo que él dijo o si estaba manteniendo una conversación con la voz en su cabeza. Cheslay se secó el sudor de la cara mientras se ponía de pie con mucho esfuerzo, le tendió una mano. El mensaje estaba claro: debían continuar moviéndose. Juntos avanzaron por el desierto, hasta que un sonido de propulsores los hizo mirar al cielo. Las capsulas con el virus eran liberadas. Su misión había fracasado y ahora debían vivir con eso.
Dylan decidió dos cosas ese día:
Una: que nunca más miraría hacia atrás, ya que lo único que importaba estaba dos pasos frente a él.
Dos: mientras Cheslay estuviera con él, encontraría el sentido a todo.
Siguieron caminando hasta que sus fuerzas los abandonaron por completo. Encontraron una cabaña abandonada y decidieron refugiarse hasta que se recuperaran un poco, a pesar del agotamiento, ninguno pudo dormir.
El comienzo de ese desierto marcaba el final de su infancia.
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