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13- Talentos del recuerdo.

Hola!

Espero que estén muy bien. Les dejo un nuevo capítulo, los voy editando poco a poco, así que pido paciencia.

Si encuentran algún error, ya sea ortográfico, de redacción o de edición, no duden en decirme, a veces leo muy rápido y se me pasan. 


Gracias por seguir aquí, ya saben que los quiero.


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Evolucionados. Comenzaron a llamarlos así desde que llevaron al tercer grupo de niños. Pasaron dos años desde que comenzaron a expandir sus experimentos, desde que la mayor llevó más niños al complejo, desde que esos niños se paseaban con su nueva cicatriz en la nuca. Ya nunca había silencio en ese lugar, siempre había niños gritando, corriendo o jugando... Al principio, Dylan sintió lastima por ellos, sin embargo, recordó que él tenía más o menos su edad cuando comenzaron los experimentos.

Estaban en su entrenamiento diario, por alguna extraña razón, a él y a Cheslay únicamente los citaban en el laboratorio para obtener pruebas; como sangre o tejido. Pero ya no hacían más cirugías en ellos. Así que todo su tiempo lo invertían en correr a ocultarse en algún lugar, practicar los disparos, entrenar en las peleas cuerpo a cuerpo. No era una sorpresa que Cheslay fuera mejor que él en todo eso, pero Dylan podía controlar mejor su nueva habilidad: La gravedad. Se sentía invencible al utilizarla.

Ellos practicaban todos los días. Cheslay intentaba entrar en su mente, mientras Dylan levantaba barreras imaginarias para que ella no accediera a sus pensamientos y recuerdos. Lo hacían para aprender a defenderse, para dejar de sentirse débiles ante los vigilantes y ciborgs, a quienes ya podían vencer en batalla con ayuda de las habilidades de Dylan, sin embargo nunca habían tenido la oportunidad de pelear contra un soldado entrenado en su exoesqueleto. Dylan ansiaba que ese día llegara, para él solamente se trataba de medir su fuerza, saber que tan poderoso podía llegar a ser.

Por otro lado, Cheslay entraba en las mentes de las personas en el campamento, ella disfrutaba sembrar ideas en las cabezas de los soldados, para luego observar como peleaban entre ellos.

Dylan a veces se asustaba por el sadismo que ella era capaz de alcanzar, la facilidad con la que podía hacer que los otros pelearan y aun así sentarse a observar tranquila mientras los demás se molían a golpes por algo que fue su idea. Así funcionaba la manipulación de mentes: Cheslay podía insertar ideas en otros, también leer los pensamientos y ver sus recuerdos más profundos. Tenía la capacidad de hablar dentro de sus mentes, solo si ella quería, y era algo que reservaba para Dylan. De esa manera podían ponerse de acuerdo para hacer de las suyas dentro del complejo. Robaban caramelos del almacén para regalarlos a los niños, se burlaban de los guardias, quienes les ofrecían miradas asqueadas, palabrotas y amenazas.

Cheslay tenía catorce años y Dylan dieciséis. Sus vidas no eran tan duras ahora como lo eran en un principio. O al menos eso creía en aquel tiempo.

Terminaron sus entrenamientos, cuando se separaron para tomar una ducha, quedaron de verse en la explanada, donde la mayor Khoury había citado a todos los evolucionados.

Dylan terminó de cambiarse en los vestidores y salió al área común. Sintió las miradas de los chicos, eran pocos los niños del complejo que se atrevían a hablar con él, los demás solo lo miraban con asombro, otros lo idolatraban y algunos le temían.

Esos sentimientos no eran en vano, ya que se había forjado una reputación. Era Dylan Farmigan, quien era amigo de un traidor, aquel que había enfrentado al general Lanhart, el evolucionado que podía dominar su habilidad, era esa persona a la que todos temían y salían de su camino. Les había dado palizas a chicos de su edad que estaban en el complejo, eran controladores de energía o de gravedad.

Dylan era una leyenda entre ellos. Sus instructores lo felicitaban frente a los demás. Era el prodigio, el chico perfecto que nunca hacía nada mal, quien siempre cumplía con sus expectativas. Incluso la mayor colocó un tablero para que ellos compitieran entre sí, y se enorgullecía de siempre era el número uno. No le gustaba el hecho de ser catalogado como un número, pero algo dentro de él se inflaba con orgullo al ser reconocido de esa forma, como el niño prodigio.

Cheslay parecía no estar interesada en esas cosas, por lo cual ella siempre estaba al final de la lista. Dylan sabía que ella podría ascender si quisiera, pero simplemente no le importaba.

Se encontraban todos de pie en la explanada del complejo militar, frente al edificio de analistas. Las filas se formaban según las edades y tamaños. Todos llevaban puesto el uniforme que les imponían: pantalón verde, camiseta gris, la gorra de color negro y botas. Todos se encontraban en posición de descanso bajo el sol, mirando directo hacia el estrado, donde estaba la mayor Khoury. Dylan no había vuelto a ver al general desde su enfrentamiento, se preguntaba qué había sucedido con él, pero nadie parecía tener la respuesta, un día estaba y al otro ya no.

Aburrido... esto es aburrido― canturreó Cheslay en su mente.

Estaban separados por cuatro filas, ella se encontraba con las mujeres de su edad.

Solo pido que nos hagan esperar tanto por algo que valga la pena... no sé, que uno de los oficiales se dé un tiro en la cabeza o algo así—bromeó.

—... puedo obligarlos a que lo hagan, si quieres. Sería divertido ver las expresiones de todas estas personas― replicó.

Dylan sabía que ella era capaz de hacerlo, solo necesitaba un pequeño incentivo.

No gracias, un día sin sangre debe ser suficiente—respondió rápido.

Eres igual de aburrido que esta estúpida ceremonia—dijo ella y cortó el enlace.

Dylan la miró y Cheslay giró lentamente para encontrar sus ojos, luego se llevó una mano al aire y simuló que estaba siendo ahorcada. Sacó la lengua y colgó la cabeza a un lado. Él negó un par de veces, estaba a punto de responderle con un gesto similar cuando la voz de la mayor sonó por los altavoces.

Automáticamente todos se pusieron en posición de firmes.

—Descansen—ordenó la mayor y fue seguida de un movimiento uniforme—. El día de hoy, se encuentran aquí reunidos para que sean testigos del trabajo que se ha hecho en ustedes.

Dylan bufó, torturar niños era una frase que no podía usar en su discurso, así que lo llamaba trabajo.

― Todos somos conscientes de que el mundo está dañado y separado por guerras y enfermedad. En un inicio dos Alianzas se encargaron de destruir gran parte de la humanidad. Grandes potencias mundiales cayeron y ya no son mas que ruinas de destrucción o ciudades inhabitables. Un reducido grupo comandado por los traidores a las Alianzas, se encargó de esparcir un virus— explicaba Khoury sin una sola emoción en su voz.

Dylan puso los ojos en blanco y miró a Cheslay. Ella hacia movimientos, copiando a la mayor. Ambos estaban hartos de las lecciones de historia, donde lo único que hacían era culparse unos a otros.

—... estos últimos años— continuo Khoury—. Han sido no solo testigos, sino prueba de que el mundo puede tener una solución. El equipo de trabajo de este complejo militar, es consciente de las emociones negativas que han despertado en la mayor parte de los evolucionados, sin embargo, espero que tengan la seguridad y convicción de que todo se hace con un motivo― la mayor tragó saliva, haciendo una pausa dramática en su discurso detrás ella, en el estrado, estaban sentadas varias personas que eran conocidas para Dylan, su padre y el de Cheslay entre ellos—. Hemos llegado al resultado esperado. En ustedes encontramos la cura. Será compartida con el mundo por medio de las aves, se esparcirá en el viento para que pueda llegar a todos sin el problema de las fronteras. Espero estén felices con esto, ya que ustedes hicieron posible la cura para las personas del exterior— finalizó con un tono políticamente ceremonioso.

Las personas contuvieron la respiración, no había ni un solo sonido en todo el complejo, ni siquiera las aves se atrevían a romper la quietud, ante aquellas palabras que no parecían representar una salvación.

Hasta que una mano se alzó de entre todas.

— ¿Qué pasará con nosotros ahora?― Dylan reconoció la voz de Cheslay, el tono con el que pronunciaba cada silaba era algo más allá de la ira― ¿Qué harán con su supuesta cura? Si solo por eso nos tenían en este lugar, ahora seremos libres de irnos.

Una leve sonrisa estiró los labios de la mayor, mientras su rostro de rasgos afilados permaneció impasible.

—Todos ustedes pertenecen a este complejo, son propiedad de los laboratorios por decisión de sus padres— contestó con naturalidad.

Cheslay apretó los puños, Dylan estaba seguro de que cada parte de su cuerpo se encontraba tensa, esperando atacar.

— ¡¿Somos su maldita propiedad?!― gritó, completamente fuera de sus casillas— ¿Nos dejaran aquí hasta que estemos muertos? ¿Hasta que nos matemos entre nosotros? ¿Cree que no nos damos cuenta de que niños desaparecen? ¿De qué se matan entre ellos porque no saben controlarse?

Khoury la miró y segundos después le dio la espalda, sin responder, ignorando su arrebato de ira, a pesar de que tenía razón. Ella pasó dos dedos por el aire, enseguida se desplegó una pantalla holográfica del reloj en su muñeca, presionó algunos comandos y un gran tablero holográfico apareció sobre la explanada.

—No cometan el error de creer que siguen siendo humanos, ya no hay lugar allá afuera para los evolucionados. Aquí tienen un hogar. No piensen que son los únicos en perder algo. Las vidas de mis hijos también fueron entregadas a este experimento— explicó con voz fría, dando a entender cuanto realmente le importaban las vidas de sus hijos o de cualquiera de los presentes. Apuntó con su dedo a la pantalla—. Cada uno de ustedes cuenta con una habilidad diferente, por lo que serán separados por categorías.

―Los unos: Controladores de gravedad. Los quiero en una fila del lado izquierdo— ordenó uno de los vigilantes, levantando ligeramente su arma, preparado para atacar o responder.

Dylan no se movió de lugar, ya que ese era su sitio. Algo dentro de él se sentía mal, roto.

—Categoría dos: Mentalistas, todo aquel con habilidades mentales en la segunda fila.

Los niños comenzaron a moverse de manera uniforme.

— Los tres: controladores de energía.

Los vigilantes terminaron de enumerarlos después de un par de minutos.

Dylan se dio cuenta de que eran siete, siete diferentes categorías. Tragó saliva cuando sintió que su cabeza palpitaba con un dolor agudo. Era ella, reconocía era ira y ese enojo como si fueran propios.

Dieron otro discurso sobre la cura. Informando que las capsulas serian liberadas en un par de días. La cura fue colocada en capsulas para ser liberadas en el aire por medio de proyectiles, de esa forma se asegurarían de que llegara a más lugares.

Muchos de los niños lloraban porque comenzaban a entender que jamás tendrían algo más que ese complejo militar, sus padres no hacían nada por calmarlos. Algunos otros aplaudieron al discurso, sin entender que de esa forma moría su pequeña esperanza de libertad.

Dylan se acercó a la tabla de las categorías y la miró fijamente, sintiendo el ligero resplandor azul del holograma calar en sus ojos.

—Felicidades— dijo Cheslay a su lado. Había algo en sus ojos que reflejaba fuego, pero el resto de ella era pura frialdad. Tenía ese gesto de que estaba calculando todas y cada una de las posibilidades—. Ahora todos sabemos que eres el número uno— espetó y le dio la espalda.

No la siguió. Nunca la había visto así de enojada, lo mejor que podía hacer era dejar que se calmara. Él tampoco quería estar dentro de ese lugar para toda su vida, quería irse, pero la mayor tenía razón: eran propiedad de las Alianzas.

Sintió como todos los cumplidos que había reunido durante esos años eran completamente inútiles ahora y lo hundían cada vez más dentro de su propia miseria.

Los niños pasaban a su lado sin saber que decir o cómo reaccionar. Al parecer todos se sentían igual de perdidos que él. Cada paso que daba, cada palabra pronunciada durante los próximos años, seria monitoreada y analizada.

Dylan sintió la ira subir por su pecho y estrelló el puño contra uno de los pilares del edificio, astillas de concreto volaron en pedazos por el aire y el suelo. Algunas de cosas a su alrededor comenzaron a flotar. Los chicos que estaban cerca de él huyeron.

Bufó, como si fuera capaz de hacerles daño a ellos, a personas inocentes. Aún no sabía cuan equivocado estaba.

Decidió que no podía tener paz consigo mismo hasta que Cheslay lo perdonara, hasta que ella dijera algo, cualquier cosa que lo hiciera sentir mejor, pero estaba tan enojado que tampoco quería descargarse con ella si se salía de control, así que lo mejor era huir, lo que siempre hacia cuando estaba enojado. Corrió hasta su casa, donde Nefertari quiso hablar con él, sin embargo, Dylan escapó de ella, llegó a su habitación y salió por el balcón hasta el tejado, donde se dejó bañar por la luz del sol, extendiendo los brazos sobre las tejas rotas.

Suspiró una y otra vez mientras veía como el cielo pasaba del azul de día al anaranjado del atardecer. No estaba seguro de cuánto tiempo pasó, hasta que escuchó las pisadas en la ventana y luego vio como la delgada figura de su madre emergía y se sentaba junto a él.

—Siempre me han gustado las puestas de sol— dijo ella.

Dylan la miró de reojo.

— ¿Cómo es que terminaste metida en toda esta mierda?

—Mierda no es una palabra que debas usar con tu madre— bromeó, más algo en el gesto de su hijo le hizo saber que no estaba para bromas. Nefertari respiró profundo, sus oscuros rizos moviéndose con el viento—. Eres mi hijo, Dylan. Te amo más que a nada en este mundo, nunca dudes eso. Sé que las pruebas son dolorosas, yo... ― Nefertari cerró los ojos, como si necesitara pensar mejor sus palabras―. Si pudiera pasar por cada cosa que tú has pasado, lo haría. Pero no me necesitaban a mí, necesitaban a un niño inmune para lograr la cura. Y funcionó, contigo y con Cheslay. Decidieron traer más niños porque las pruebas con ustedes fueron buenas, trajeron a más inmunes y funcionó en ellos. Con unos pequeños detalles de por medio pero...

— ¿Pequeños detalles?― estalló Dylan— ¿Así les llamas? Algunos podemos provocar terremotos, otros pueden reventar tu cerebro, se acabó la privacidad porque ni siquiera tus pensamientos están a salvo, pero eso no importa, porque solo son unos pequeños detalles.

Nefertari lo miró con ojos llorosos, apretó los labios y pronto las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas.

Dylan se odió a sí mismo. No había nada más horrible que ver llorar a su madre y más si él era la causa.

—Lo lamento— dijo, mientras se frotaba las muñecas—. No quise sonar así, es que estoy enojado. Nunca seremos libres, siempre seremos un maldito experimento.

—Lo sé, y lo siento. Pero en el momento en el que tú quieras abandonar este lugar, yo te apoyaré. Daphne y yo hemos hablado sobre esto, y ella haría cualquier cosa por Cheslay. Quiero lo mejor para ti, quiero que seas feliz— dijo y enredó a su hijo en un abrazo.

—Gracias, mamá—respondió y recargó su barbilla sobre los rizos de su madre.

Nefertari sollozó contra su hombro. Dylan no sabía cuán grande era la carga que llevaba sobre sus hombros, y no tenía ni la menor idea de cómo se sentía, así que solo se quedaron así, observando como el sol se ocultaba y daba paso a las estrellas.

Cuando el frío comenzó a ser suficiente, fue que ayudó a su Nefertari a entrar y se marchó, prometiendo que volvería por la mañana.

Quería ir a casa de Cheslay, pero al caminar por la calle, y verla solitaria, sin vigilancia, como si fuera algo normal, no quiso ir a ninguna otra parte. Por primera vez en su vida no tenía que correr hacia ningún sitio, podía quedarse... simplemente ser él mismo y no hacer nada, no cumplir con un horario o seguir ordenes. Caminó por algunas calles con las manos metidas en los bolsillos, la luna arrancando destellos del pasto en los jardines. Por los altavoces del complejo seguía sonando el juramento de esa tarde y el que recitaban todos los días al levantarse. Ni siquiera el sonido tenía sentido, únicamente seguía caminando sin prestar atención.

"Por la humanidad dejaré al viento alentar aquello que nacimos para ser..."

¿Acaso tenía sentido alguna de esas palabras? Siguió andando por la estrecha calle, con las luces parpadeantes como compañía, los pequeños paneles solares haciendo funcionar las bocinas y arrojando poca energía para las luces, pronto se quedaría en la oscuridad.

Escuchó un sonido adelante, ya no eran las palabras del juramento, sino golpes de rocas contra algo. Dylan siguió avanzando y se detuvo de golpe. Ahí estaba ella, aún tenía puesto el uniforme, al igual que él. Cheslay tomaba piedras del suelo y las lanzaba hacia las baterías de los paneles para romperlas, en cuanto estas se quebraban, las bocinas dejaban de funcionar y las luces se apagaban. Ella se dio cuenta de que estaba siendo observada así que lo miró.

— ¿Qué?― inquirió— ¡Corre a decirle a la mayor lo que estoy haciendo! No me importa. No pueden hacerme nada peor, estaré encerrada en este sitio por el resto de mi vida.

Dylan medio sonrió. Ella aún estaba enfadada.

—Conozco una manera más rápida— dijo y se acercó a la primera serie de lámparas. Colocó sus manos en el concreto, casi al instante los postes comenzaron a desprenderse del suelo, los cables fueron arrancados de la tierra, y las chispas proyectadas en todas las direcciones. Los postes quedaron regados en una hilera sobre el suelo, como fichas de dominó.

Cheslay resopló una risa y se acercó a él.

—Estarás en problemas por esto.

Dylan se encogió de hombros.

— ¿Qué es lo peor que pueden hacer? ¿Torturarme? ¡Oh no! Espera... eso ya pasó.

—Eres un idiota.

—Pero soy tu idiota favorito.

Ella no lo negó. Y pronto se encontraron caminando juntos, por la calle completamente a oscuras. No hablaban de nada, solo estaba el silencio y eso era suficiente. Con Cheslay los silencios incomodos no existían. Su sola presencia era tan intensa e interesante como para mantenerlo pensando y al mismo tiempo flotando en la nada.

En algún momento el cielo se nubló, no se percataron hasta que un relámpago rompió la quietud. Una tormenta se acercaba.

— ¿Te acompaño a casa?― preguntó.

— ¿Acaso tienes miedo de un poco de agua?― respondió Cheslay al tiempo que extendía los brazos y las primeras gotas caían.

—Me preocupa el hecho de que sea lluvia ácida— contestó, pero las gotas no ardían contra su piel ni sus ojos, así que tomó eso como algo bueno.

—No hagas comentarios que arruinen el momento.

― ¿Hay algún momento que arruinar?― preguntó antes de pensar. Deseó haber tragado sus palabras cuando por primera vez el silencio entre ellos se volvió incómodo.

Él se acercó, quedándose a unos centímetros de Cheslay. Ella bajó los brazos y lo miró fijamente, sus ojos azules brillando en la oscuridad, las gotas de agua escurriendo desde su cabello hasta su rostro, cayendo en gotas por su barbilla. Dylan tragó en seco, estaba nervioso ¿Por qué estarlo?

Cheslay dio dos pasos para acercarse y rozó sus labios con los suyos. Él no retrocedió, sintió como si una chispa surgiera entre los labios de ambos, una energía que no tenía nada que ver con la tormenta. La tomó por el rostro cerrando la distancia, y por un momento, su mundo se redujo a solo Dylan y Cheslay, justo como siempre debió haber sido.

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Despertó con una fuerte sacudida en medio de la oscuridad. Las luces se habían apagado unas horas antes, debían ahorrar energía. Estaba seguro de que apenas pasaba de la media noche y a pesar de que estaba demasiado cansado no podía dormir.

Levantándose lentamente se colocó los zapatos y salió de su agujero. Eso era, no era una habitación, no estaba en una casa y definitivamente ese sitio no era su hogar. Sacudió la cabeza y caminó por todo lo largo del túnel, sintiendo como los rastros del sueño se iban, solo quedaban algunos residuos, como el rostro de Cheslay a tan solo unos centímetros del suyo, el cómo podía observar las pecas que formaban la constelación de capricornio sobre su cara, el momento en el que se dio cuenta de que los ojos de ella eran de un azul atrapante, podía perderse en ellos porque tan solo mirarlos era conocer todos los secretos del universo, como si tuvieran todas las respuestas, y aun si no las tuvieran, Dylan los amaría de igual manera.

Avanzó por varios lugares, hasta que llegó a una habitación. Él la siguió antes, sabía que Azul dormía ahí, pero su gran pregunta era: ¿Sander también? ¿Ellos estaban juntos de la forma en la que él y Cheslay jamás pudieron? Ese simple pensamiento lo llenó de ira. Aunque sabía que estas personas no eran malas, él debía sacar a Cheslay de ahí antes de que todo se saliera de control, porque si algo le había enseñado su vida era que los momentos buenos no eran para siempre. A pesar de que admiraba a Sander por su liderazgo, sabía que la paz era una tarea imposible de cumplir, algo un poco más grande que la esperanza.

Hizo la cortina morada a un lado y observó en la oscuridad. Si alguien lo miraba hacer eso, podrían pensar que la estaba acosando, pero era algo que lo tenía sin cuidado.

Cheslay estaba dormida en su cama, su respiración era uniforme, y estaba recostada sobre su lado derecho, con una mano colgando de la orilla de la cama, se trataba de su mano herida, la que tenía los puntos que él mismo había colocado. Y en el suelo estaba extendida una manta gruesa y sobre ella estaba Sander, sus dedos entrelazados con los de la mano de Cheslay.

Algo se encogió en el pecho de Dylan, se sintió como si su corazón fuera muy pequeño, así que supuso que sería mucho mejor que alguien lo atrapara espiando los sueños de ella y le diera con un bate en la cabeza. Eso sería menos doloroso que verla dormir con la seguridad que otro le ofrecía.

Tragó saliva amargamente y dejó caer la cortina.

Por lo menos no duermen juntos. Por lo menos él está en el suelo. Por lo menos lo único que se toca son sus manos y no sus cuerpos... Por lo menos...

No dejaba de buscar algo que lo hiciera sentir mejor, pero sus excusas sonaban cada vez más patéticas. Sus pies lo guiaban por un camino que le era más familiar, no se dio cuenta de hacia dónde iba hasta que estuvo frente a la puerta del cuarto de curación. No volvió a entrar desde que se deshicieron de los cadáveres. No sabía por qué los chicos insistieron en hacerles una especie de funeral, cuando lo que debían hacer era arrojarlos en un agujero y volver. Los muertos no merecían nada debido a su debilidad, a sus pocas ganas de permanecer vivos.

Abrió la puerta y se encontró con los enfermos de esa misma tarde. Y frente al chico de la pierna rota estaba sentada una joven, la misma que lo había atacado. Amanda era su nombre.

Dylan quiso volver sobre sus pasos, pero ella lo miró. Sus ojos lucían cansados y vacíos, su piel pálida por la falta de sol y su cuerpo estaba esquelético ¿Hace cuánto que no comía? Reconoció en ella algunos signos de depresión.

— ¿Un paseo nocturno?― preguntó la joven.

—Algo así. No podía dormir.

Amanda soltó una risa seca.

—Bienvenido a los túneles, donde las personas que duermen son aquellas que no temen de nada— ironizó.

— ¿Por qué supones que yo le temo a algo?― preguntó mientras se sentaba a su lado.

—Algo me dice que tus peores miedos ya se hicieron realidad y ahora tratas de vivir con eso—respondió.

Dylan respondió, por un momento solo se quedó mirando al frente, a las camillas llenas de enfermos ¿Cuántos de ellos morirían esa noche? ¿Y la siguiente?

— ¿Hace cuánto que estas aquí?― preguntó Dylan cuando el silencio lo abrumó, trayendo a su mente los fantasmas que tanto se había esforzado por enterrar.

—No me interesa hablar de mi historia con un cazador— espetó.

Él no se atrevió a sonreír ante el veneno de sus palabras. Cazador ¿Cuánto los odiaba él mismo? Eran las mismas personas que le tendieron la trampa y se habían llevado a Cheslay. Ellos y la mayor ¿Cuántas veces lo habían llamado así? Cazador. La palabra misma se sentía como una maldición.

—Tampoco me gustan mucho― murmuró en la oscuridad. Odiaba sentirse así de vulnerable, sin embargo, al hablar con Amanda, las palabras fluyeron―. Los cazadores, quiero decir. Por un tiempo fui uno de ellos, los utilizaba para mi propio beneficio, tuve que matar a algunos cuando me descubrieron. El acabar con uno de ellos realmente me hizo sentir un poco mal, había establecido cierta amistad con ese chico, pero al descubrir lo que yo era no dudó en tratar de matarme, así que yo tampoco dudé en acabar con su vida.

El silencio se volvió aplastante. Podía escuchar las respiraciones forzadas de los enfermos, el goteo de la lluvia sobre el exterior ¿O serian pisadas? No estaba seguro, tal vez se trataba de pisadas, eso significaba que había algo acechándolos. Eligió quedarse con la idea de que era lluvia, por lo menos esa noche.

—Dany— dijo Amanda rompiendo el silencio, su voz sonaba forzada, rota. Igual que ella—. Se llamaba Dany. Él se mostró amable conmigo cuando nadie más lo hizo. Me ayudó a adaptarme en este lugar. Tenía una historia triste, al igual que la mía, y aun así tomó la decisión de ser una persona feliz que trataba de hacer felices a los demás. Primero fue mi mejor amigo, y cuando me di cuenta de que estaba enamorada de él, fue demasiado tarde. Mis manos ya estaban manchadas con su sangre. Dany, ese era su nombre, ese es el motivo de mi odio a los cazadores― le dio una mirada de soslayo, mostrándole los dientes agregó: ― A los de tu especie.

Tu especie. Algo que no era un evolucionado, tampoco humano. Un maldito cazador.

Dylan continuó mirando al frente, no quería verla a ella y encontrarse con unos ojos llenos de reproche, odio y tristeza. Estaba harto de que las personas le dedicaran esa mirada, era algo con lo que no podía aprender a vivir.

—Háblame de él— pidió con un susurro.

— ¿Qué te hace pensar que mereces saber sobre él?

Dylan se encogió de hombros.

—Supongo que las personas siguen vivas mientras no se les olvide. Puedes hablarme sobre él, o puedes dejar que muera en tus silenciosos recuerdos— dijo con naturalidad. Pensó en Lousen mientras pronunciaba esas palabras., lo había dejado morir poco a poco en las lagunas del recuerdo.

—Hablas como un anciano— comentó Amanda.

—Hablo como una persona que ha vivido demasiado— repuso.

Ella suspiró, dos, tres veces. Sus huesudos hombros subían y bajaban en una rítmica respiración, mientras sus ojos se quedaban clavados sobre uno de los extractores del cuarto de sanación. Tenía la mandíbula apretada y las manos en puños. Dylan sabía lo que ella trataba de hacer, Amanda estaba evitando llorar.

—Era menor que yo... pero ¿Eso que importaba? No mucho, supongo― respondió, hablando para si misma―. Se sacrificó por nosotros, para que pudiéramos escapar de un grupo de cazadores que nos seguía. Dany tomó el camión y huyó hacia la ciudadela para que los cazadores lo siguieran a él en vez de a nosotros. Estaba herido, le dispararon. Así fue como murió, solo y abandonado en un viejo camión de transporte de mercancía. Solo, yo permití que muriera solo―. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas―. Él nunca me abandonó cuando lo necesitaba. Tuvo una vida dura, aun así se preocupaba por mí, me dejó ser parte de su vida. Él y Andy me incluyeron y por unos preciosos momentos pude ser feliz otra vez― murmuró, su mirada perdida en algún punto entre las camillas―. Sus padres lo abandonaron porque tenían miedo de su habilidad. Él era muy pequeño, escapaba de los vigilantes y cazadores. En las calles se encontró con Andy y se hicieron amigos, hasta que un día Sander los rescató y trajo con él a los túneles. Y aquí él... él...— la voz de Amanda terminó de romperse y se llevó las manos a la cara, ahogando los sollozos.

Dylan habló, tampoco la tocó para tratar de consolarla. Sabía lo que se sentía perder a alguien amado, conocía esa horrible burbuja en el pecho que no se iba con nada, tenía el conocimiento necesario de la muerte como para saber que no debía decir lo siento o alguna otra palabra estúpida, porque la verdad era que no lo sentía, ya que él no conoció a Dany, pero lo lamentaba por Lousen, por Nefertari, por Cheslay...

La puerta de entrada cuarto de sanación rechinó cuando alguien la abrió. Dylan miró a la niña, la chica que ayudaba a Olivia. Regina, si mal no recordaba. Amanda no se tomó la molestia de mirarla.

—Lo lamento— dijo la chica—. No sabía que había alguien aquí. Estoy dando la ronda nocturna...

—No importa—comentó Amanda y se puso de pie.

Dylan la siguió con la mirada hasta que salió, cerrando la puerta tras ella.

—Ha estado muy mal desde lo de Dany— dijo Regina, mirando el mismo punto.

—Tiene sentido― comentó mientras se ponía de pie―. Deben preocuparse si reacciona de otra manera. Perder a alguien de tu familia es duro de superar, pero el darte cuenta de que perdiste a quien amabas es... imposible.

Regina suspiró y se dispuso a pasar por entre las camillas, susurraba palabras de aliento para algunos, a otros simplemente les acariciaba el cabello mientras dormían.

Dylan la siguió de cerca. Ella se detuvo más tiempo del necesario en los chicos que estaban en una situación crítica. Regina juntaba sus palmas, de ellas se desprendía una energía de color ámbar, colocaba las manos sobre el pecho de aquellos que no parecían estar muy bien, y pronto ellos dejaban de respirar forzadamente, Dylan creyó que aliviaba su dolor, pero luego se dio cuenta...

—Los estas matando.

Regina asintió.

—Soy una tres. Puedo manipular la energía de los objetos a mí alrededor, pero también puedo curar... si así quieres llamarlo ¿Alguna vez te preguntaste si los curanderos podían sentir el malestar en otros? —. Dylan negó con la cabeza—. Lo hacemos. Podemos sentir el dolor de las personas alrededor, de los heridos y algunos absorben ese dolor y lo guardan. Olivia por ejemplo, ella está muriendo poco a poco porque se queda con todo lo malo que extrae de los demás. Su cuerpo no soportará mucho tiempo y ella no es capaz de ver eso, cree que puede salvar a todos. Yo solo le aligero la carga— explicó.

Dylan la comprendía.

Ella mataba a todos aquellos que no tenían la posibilidad de sobrevivir. No se lo decía a nadie, pero eligió decírselo a él. Porque sabía que iba a comprender, porque en el poco tiempo que lo había visto, comprendió que Dylan aceptaría esto y le ayudaría a cargarlo, porque las personas que no podían moverse por sí mismas, que no podían hacer nada, los heridos inútiles... ellos solo serían una carga para los que sí tenían pequeñas oportunidades de sobrevivir.

Dio espacio a Regina de terminar con los enfermos más graves y se alejó, sentándose sobre una de las camillas.

Deseó poder estar afuera y observar las estrellas, siempre le había gustado observarlas cuando tenía algo en que pensar. En lugar salir de los túneles para ver el cielo nocturno, se dedicó a observar a la chica que paseaba por todo el lugar, llevando la sombra de la muerte con ella.

Cuando Regina terminó, salieron juntos del cuarto de sanación, ya que ella dijo que Olivia no tardaría en llegar y no debía haber nadie ahí cuando los encontrara muertos.

—Mi abuelo solía decir que cuando una persona acaba con la vida de otra, su espíritu lo seguirá por el resto de sus días— dijo Regina mientras caminaban hacia el panal― ¿Sabes? Me cuesta trabajo creer en sus palabras. Puede que ahora me persigan o tal vez se sienten agradecidos y me dejan en paz. Quizá esté loca. Sea lo que sea, creo que es lo correcto.

—No soy nadie para juzgarte. No me debes explicación alguna.

Regina lo miró, completamente perpleja.

—Pero eres el único que lo sabe, y no me has dicho nada al respecto...

—He acabado con muchas vidas y de una manera horrible. He matado por odio y no por piedad. Si lo que quieres saber es si las palabras de tu abuelo eran ciertas, lo son. Son las voces de los muertos las que no me permiten dormir— explicó sin dejar de mirarla.

Sabía que posiblemente parecería un loco, hablando de todo eso con una chica de la cual no sabía su edad, pero no podía ser mayor que Sam. Fue cuando Dylan se dio cuenta de que no solo a él le habían arrebatado su infancia.

—Lo odias— dijo ella después de un momento de silencio. Dylan la miró, confundido. — Odias a Sander— explicó—. Porque él quiere a Azul, pero tú también la quieres, por eso lo odias y tú dijiste que matabas por odio. Yo no quiero que mates a Sander.

— ¿Me pides que no mate a una persona?― rio con ironía―. No lo mataré. No lo odio, solo... es complicado...

Regina no dejó de mirarlo.

—Él me trajo aquí— dijo por fin—. Y estoy agradecida por ello. Yo sufría mucho dentro de un campamento, mi familia me entregó a los vigilantes, ellos me dejaron en la puerta de ese horrible lugar. Los años ahí fueron horribles, hasta que Sander me rescató. Yo haré lo que sea por él y por este lugar. Así que si quieres hacerles daño... sabes de lo que soy capaz con tal de sacar lo que no es bueno para este sitio— amenazó y lo dejó solo en el pasillo.

Sacudió la cabeza y decidió que lo mejor era volver a sus actividades, antes de que a alguien más se le ocurriera hablar con él.

En lo que a él concernía, todos podían irse al demonio. Pero por primera vez se encontró con alguien de los túneles que si tenía algo de sentido común, y es que, a pesar de su corta edad, Regina se dio cuenta de que él podía ser peligroso. Lo que ella no sabía, era que Dylan era un peligro tanto para los demás, como para sí mismo.

Debía encontrar algo que hacer... pero antes... antes necesitaba hablar con la rata de las computadoras. El siete le debía algunas respuestas.

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