5- Amiga
-Despierta- gritaron demasiado cerca de su oído.
Al parecer se había quedado dormida en la mesa, empezaba a preocuparle que necesitase tantas horas de sueño para recuperar las que no había dormido las semanas antes de venir aquí por trabajar.
Que se pasase la mitad del día dormida y la otra mitad cansada cuando en el castillo no hacía nada no era lo más normal del mundo.
Aunque ¿Qué era normal aquí?
Ya tenía respuesta para su pregunta: nada.
La suerte por una vez estaba de su lado, pues el que había gritado en su oído no era el rey, sino Lou, pero todo alivia se esfumo al espabilarse y encontrarse cara a cara con una muy enfadada pelinegra de ojos azules.
- ¿Es que no me escuchas jovencita? - reclamó malhumorada.
-Lo siento, no te había oído.
-Llevo casi una hora buscándote por todo el castillo, y el rey no aparecía, me había pensado lo peor.
-Perdóname, me he dormido.
- ¿Qué ha pasado? ¿te ha hecho algo?
-No, no, hemos comido me ha dicho un par de cosas y se ha ido.
-Espera, ¿ha hablado contigo? - parecía sorprendida, mucho, de hecho.
¿Es que no solía ser muy hablador con los de palacio?
-Sí, aunque solo me ha dirigido dos palabras, si eso se considera hablar.
-El rey es una persona por así decirlo... reservada. No suele comunicarse con los sirvientes del castillo más que para dar órdenes o reclamar.
-Solo me ha ordenado que entrene con él y luego se ha ido.
-Nunca se había ocupado personalmente de entrenar a un novato, y menos humano- murmuró Lou para sí misma.
-En mi pueblo oí que no le gustan los humanos, ¿para qué nos protege? ¿no podría simplemente dejar que los mentales nos masacren?
-Porque son las reglas del tratado, si las incumple los humanos de todo el mundo se podrían revelar, entonces sí estaría en problemas.
-Se nota a leguas que una guerra entre humanos y mentales ganarían los segundos al minuto de batalla. No somos como antes, ya no tenemos recursos ni armas, y somos cada vez menos. Mi poblado está entero sumido en la pobreza, y por lo que he oído los de los alrededores están en las mismas condiciones.
-Sigue siendo mal visto que ataque al eslabón más débil, no te ofendas- ella hizo un vago gesto restándole importancia- y él es rey, pero siempre hay alguien por encima, o gente con la que comparte poder que puede quitarle de su cargo si ve esto como una ofensa al sagrado tratado.
Frunció el ceño, extrañada, procesando toda la información, lo que en el fondo también la desconcertaba era el hecho de que apenas conociéndola y siendo una prisionera, a medias, Lou soltara tanta información tan importante cuando ella estaba allí encerrada precisamente por escuchar conversaciones ajenas e importantes.
No tenía sentido.
- ¿Por qué me cuentas esto?
-Intento que comprendas mejor al señor.
Se tragó sus palabras, preguntándose interiormente el motivo por el que debería entender a ese ser, "vivía" bajo su casa y reglas, solo tenía que acatarlas y bajar la cabeza, algo que le seria complicado gracias al carácter heredado de su madre y a su defecto o virtud de no saber callarse.
El resto del día pasó normal, al menos todo lo normal que se puede estando en dicho lugar, con eso llegó el segundo día, seguido del tercero y el cuarto.
A la semana seguía con la misma rutina de siempre: despertarse con un humor de perros, esperar a que su puerta fuera abierta, ya que la cerraban desde fuera por las noches, bajar a desayunar aguantando la cara de tuerto que tenía el dueño del catillo e intentar hacer el día más ameno charlando de cualquier tontería con Lou, la cual era ahora considerada su compañera en la lucha, o salir al jardín a dar un paseo sintiendo las miradas de todos sobre ella vigilarla por órdenes de don "no me mires que te arranco los ojos".
Mientras que los entrenamientos con el señor amargado se pospusieron una semana más por cierto inconveniente que había acaparado toda la atención del rey. Teniendo ella la suerte de librarse momentáneamente de las arduas clases y además solo teniéndolo que ver para el desayuno, la comida de vez en cuando y a veces la cena.
Exacto, una semana maravillosa.
Y aún seguía sin poder acostumbrarse del todo, algo que no sabía si llegaría a lograr algún día.
Hoy, como casi todas las tardes, estaba tranquilamente sentada bajo la sombra de un castaño, leyendo un libro que Lu había encontrado abandonado en uno de los muchos rincones del castillo.
El jardín, donde se encontraba en estos instantes, no podría considerarse pequeño, no sabría decir cuando se acaba el jardín y comenzaba el bosque, básicamente se fusionaban.
La misma chica treintañera que surcaba su mente llegó hasta donde estaba ella con una bandeja en la mano y su merienda servida en ella.
Lena siempre insistía en que no hacía falta que limpiase su habitación o que cocinase para ella, ni siquiera que le trajera la comida a su cuarto o a donde estuviera.
Nunca había recibido esa clase de tratos, y no se veía capaz de acostumbrarse. Ella prefería ser modesta, cocinarse algo si la gula llegaba u ordenar su propia habitación.
Pero no era su casa, y no podía mandar sobre las órdenes del rey. No podía dar su opinión ni pedir menos formalismo si era lo que se les pedía en la casa a sus sirvientes.
Saludo con una sonrisa amistosa a la chica de cabellos oscuros, y la ayudó a depositar su bandeja en el suelo, sentadas las dos juntas en el pasto conversaron animadamente comiendo galletitas con chocolate derretido por encima, bizcochos de canela con crema y café con leche.
La tarde era soleada, las ultimas horas de sol las disfrutaban rodando por la hierba verde como las manzanas maduras, bailando, riendo y hasta probando a escalar las ramas más cercanas al suelo del árbol.
La nieve la noche anterior había cuajado por lo que aún quedaban restos de lo que antes era un manto blanco, así que se entretuvieron un rato haciendo ángeles en la nieve, y guerra de bolas, a pesar de no tener munición.
Era sorprendente como en tan poco tiempo se había encariñado tanto con Lou.
Cuando el sol se estaba poniendo tras las colinas que separaban a los mentales de los humanos, ellas habían alcanzado la copa del árbol no muy alto y veían el ocaso desde las ramas, apreciando la explosión de colores naranjas, amarillos, rosas y hasta morado.
Al menos tenía una aliada en esta guerra, una amiga.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro