Bajó peldaño a peldaño siguiendo a la chica, las escaleras eran tan relucientes que se reflejaba a sí misma, como todo allí.
Sentía que estaba yendo a su propio funeral, que por cada escalón que bajaba cavaba un poco más de su propia tumba.
A medida que llegaba el silencio tenso incrementaba, las espesas cortinas cubrían las enormes cristaleras con vistas al jardín, sumiéndolo todo en oscuridad, y en la larga y majestuosa mesa la esperaba el causante de sus miedos.
En la punta más alejada a ella se encontraba con su plato servido esperando a que se sentase para comer, las velas iluminaban su rostro haciendo sombras movedizas entre las columnas, y titilaban por el aire que susurraba contra las ventanas.
El ambiente era oscuro y tenebroso, avanzo con las piernas temblando hacia la silla con un plato servido y dos velas a los lados, Lou los había dejado solos, yéndose casi corriendo por patas.
-Siéntate- ordenó seco.
Ella sin refutar obedeció.
Observó la comida sorprendida, era probablemente lo más abundante y rico que comería en su vida, aunque prefería el asado humilde de su madre, la echaba de menos.
Perdida en sus pensamientos no se percató de la sombra que la contemplaba desde la otra esquina de la mesa.
-Come- fue lo único que dijo. Empezaba a pensar que solo sabia hablar mediante ordenes secas y cortas.
Cogió la cuchara, observando el extraño alimento en su plato, olía a barbacoa, y los panecillos en la cesta le recordaban al aroma de la pastelería de su padre, a pan recién horneado a primera hora de la mañana, su olor favorito, aquel que le recordaba una y otra vez a su familia.
No podía dejar de pensar en ellos, los pequeños detalles que le recordaban a su familia la hacían una y otra vez pensar en dónde estaba, definitivamente muy lejos de ellos.
Probó el primer bocado, deleitándose con el sabor, y en minutos su plato estaba vacío mientras su estómago lleno.
- ¿Sabes por qué te he llamado? - preguntó el rey cortando el silencio. Le sorprendía que pudiera decir más de dos palabras en una frase, empezaba a pensar que tenía un mecanismo en automático para hablar lo justo y necesario.
Ella negó, pero parecía que buscaba una respuesta con palabras así que añadió.
-No, señor.
-Eres una anomalía- esperó a que añadiera algo más a la explicación, pero al parecer, y como ya había comprobado, solo se comunicaba con monosílabos.
Estuvo a punto de preguntar, pero él, que ya había leído su mente, se adelantó.
-A pesar de ser humana tienes el don de una protectora, y todavía no estamos seguros de qué más. Quedan muy pocos protectores en el mundo, por eso sigues aquí y no en una mazmorra. Te entrenarás a partir de mañana para sacar ese poder a la luz.
¿Quién me entrenará? Se preguntó en su mente.
-Yo- respondió a la pregunta no formulada- será por las mañanas de madrugada y por las tardes al atardecer, no quiero que llegues ni un minuto tarde.
Con eso dio por terminada la charla, si es que se podía llamar así, y se fue del comedor, dejándola a ella sola contemplando con parsimonia el titilar de las velas e intentando asumir que esa sería su vida ahora.
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