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3- El rey de los mentales


Subieron tres plantas, al llegar al último escalón la respiración ya le faltaba, se apoyó en una de las pechinas a recuperarla mientras escuchaba las indicaciones de su sirvienta, y al parecer buena compañera, se basó en explicarle el tipo de vida que tendría ahora, los límites que le convenía no cruzar y la discreción que necesitaba en algunas ocasiones.

Ella prestó atención a todo, mentalizándose de lo que debía o no hacer, a fin de cuentas, era una desconocida en el castillo del rey, un paso en falso y podía echarla de ahí, o peor, matarla.

Cuando cruzaron el ultimo pasillo y se pararon frente a una enorme puerta de madera con decoraciones discretas en cobre sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones.

Su habitación.

En la que viviría a partir de ahora.

Giro el pomo con lentitud y abrió la puerta casi con miedo de lo que se encontraría, sin embargo, al entrar su mandíbula casi se cae al suelo.

Era enorme, como los aposentos de una de esas princesas con las que de pequeña soñaba ser, tenia una cama el triple de tamaño que ella, un ventanal que podría ser perfectamente una pared cubierto con cortinas de color suave, una alfombra mullida a sus pies perfecta para las mañanas en las que se levantaba descalza, un armario el cual su ropa no ocuparía ni un cuarto de lo que era, dos mesitas de noche con luces para leer a los lados de la cama, un escritorio de madera tallada y una mesa un poco mas pequeña con un espejo en frente, suponía que para el aseo personal.

Se sentía como una verdadera princesa, una princesa prisionera entre rejas de una jaula de oro.

Le agradeció a Lou y se despidió de ella, esta cerró la puerta dejándola sola en un sitio en el que se sentía una intrusa.

Husmeó un poco la habitación, abrió las cortinas dejando ver el precioso paisaje de un bosque, con la neblina después del amanecer todavía en la copa de los árboles, el canto de las aves en la madrugada, las gotas de la lluvia de la noche resbalando por las ultimas hojas amarillas y marrones del otoño.

Un paraíso, el tipo de paraíso con el que siempre había soñado ver cada mañana al poner el primer pie en el frio suelo, el tipo de paraíso del que disfrutaría de no ser por tener en la pared continua a cierto frívolo y cruel rey de los mentales.

Abrió el armario encontrándose con la sorpresa de ver prendas en él, y no cualquier tipo de ropa, sino el tipo que era su estilo de vestimenta y exactamente su talla.

Cerró el armario con los pelos de punta y prefirió no preguntarse cómo había conseguido ese tipo de ropa ni su talla.

Tocó con la palma de la mano la alfombra de algodón, tan cómoda y calentita como para que le entrasen ganas de coger una almohada, tumbarse ahí y dormir todo lo que no había descansado esa ajetreada y terrorífica noche.

Ojeando encontró una puerta cerca del armario y al abrirlo se vio cara a cara con su reflejo del espejo de un baño, por lo que parecía su habitación tenia hasta un baño individual, le extrañaba mucho que siendo una reclusa contara con tantos lujos.

El baño como todo allí era esplendido, tenia una bañera en la que podrían caber si se lo proponían dos personas, un gran lavabo con todos los materiales de higiene ahí y un par de estantes de madera clavados a la pared con lagunas cremas o toallas de mujer.

Es como si lo hubieran preparado todo para su llegada, lo cual no hacia mas que desconcertarla, tal vez se habían equivocado de habitación, o incluso este podría ser su cuarto temporal y cuando llegase su verdadero dueño a ella la echarían como un perro a la calle.

De todos modos, estaba decidida a disfrutar de las comodidades, se sentía culpable por pensar en su familia preocupada por ella mientras que esta estaba tranquilamente en una vida de lujo, pero pasase lo que pasase prefería eso mil veces mas eso a pasar sus noches en el sótano o tal vez en una mazmorra por algo que no estaba del todo segura que había hecho.

Dejo sus botas llenas de barro y hojas pegadas en una esquina al lado de la puerta, allí la calefacción llegaba a toda la casa por lo que no dudo en quitarse también su abrigo con el que podría visitar el polo norte sin pasar frio y su sudadera, quedándose en ropa cómoda y simple, muy contrastante con lo que la rodeaba.

Se tumbó en la cama, siendo engullida por millones de cojines y el colchón mas suave que alguna vez había tenido la dicha de tocar, definitivamente ese era el cuarto de sus sueños.

Aunque en vez de sentirse en un sueño sentía que estaba atrapada en una pesadilla muy bien disfrazada.

Cuando el sueño tocó a su puerta y los parpados se le cerraron no pudo aguantar más y simplemente se rindió, dejándose a sí misma descansar un rato.

Despertó a medio día, justo a la hora de comer, por los llamados de Lou desde la puerta. Le costó varios intentos espabilarse y acostumbrarse a la luz que entraba por la ventana que la chica más mayor de las dos se encargó en correr las cortinas de esta.

-Despierte señorita, el amo ha solicitado su presencia en la comida.

Eso la termino de desperezar, de hecho, la alarmó a tal punto que sintió una energía inexplicable recorrerle todo el cuerpo, el cómo el miedo se atenazaba en ella y se alojaba en su interior.

¿Para qué querría comer junto a ella? ¿había cambiado de idea? ¿no quería hacerse cargo de ella y prefería matarla o llevarla a las mazamorras? ¿la dueña de la habitación en la que estaba había llegado para sustituirla?

La paranoia formaba parte de ella, desde que cumplió los doce esa clase de pensamientos pesimistas o paranoicos la consumían, y en este momento el nerviosismo podía con ella.

¿Qué querría de ella?

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