1- El principio de todo
Los últimos rastros del otoño desaparecían conforme el frio y la nieve llegaban, el suelo embadurnado de hojas de toda gama de colores cálidos decoraba las calles, sus botas pisaban la tierra húmeda y las gotas todavía presentes por las constantes lluvias caían en su capucha ya mojada.
La noche sin estrellas era cubierta por una espesa manta de nubes grises, la chica encapuchada volvía a su casa tiritando, se había hecho muy tarde y antes de darse cuenta se había saltado la hora de queda impuesta por el rey, si la pillaban fuera de su casa a esas horas no quería ni saber lo que la pasaría.
Aceleró el paso tirando de las solapas de su chaqueta para que la cubrieran la cara, el frio de noviembre era tan intenso que sentía sus dedos entumecidos, las botas rojas hacían contraste con el blanco impoluto de la nieve, y al pisar esta se hundía, dificultando su andar.
El viento frio de las noches de invierno soplaba en su cara y movía su pelo, preocupada por lo que pudiera pasarle por desobediencia al rey aceleró el paso.
Llegó a la estación, la entrada del pueblo, los adoquines estaban cubiertos de nieve, y las ventanas cerradas con escarcha, las vías del tren negruzcas por el carbón y el cartel con cada anden sobre su cabeza fue lo que la recibió. No había nadie, y eso no podía evitar angustiarla más.
Las últimas semanas las sublevaciones y ataques a los humanos habían sido constantes, el rey en respuesta impuso una hora de queda máxima para estar en la calle, la cual había pasado hacía una hora, y también que algún que otro escolta se paseaba haciendo guardia por las calles de noche.
Pero no había dado resultado. Los mentales eran fuertes, mucho más que los humanos, los cuales no tenían ninguna oportunidad contra ellos. Si estos decidían atacarlos en cualquier momento no habría nada que podían hacer. Se metían en su mente, la controlaban y manejaban como quisieran, era imposible defenderse cuando ellos podían invadir la cabeza humana a kilómetros de distancia.
Por eso cubrió como pudo su rostro con la capucha, corriendo entre callejones para llegar cuanto antes a su hogar.
Un ruido se escuchó a lo lejos, un barril caerse y después una barra metálica golpear una pared, ella asustada retrocedió y se escondió tras unas cajas apiladas, el ruido se repitió con mayor fervor, Lena, diminutivo de Elena, llevó una mano a su boca intentando hacer el menor ruido, se apoyó en la pared entre unos contenedores y se deslizó por esta, quedando hecha un ovillo atenta a lo que pasaba.
Escuchaba murmullos, dos personas tal vez, estaban cerca suya, demasiado, si eran mentales estaría muerta. Intentó dejar su mente en blanco y no dejarse llevar por el miedo para que no la notasen, y pareció funcionar, pues siguieron su conversación.
-No lo hagas- era un hombre por lo que indicaba la voz, sonaba amenazante y a tan solo unos metros de distancia.
- ¿Quién lo dice? ¿Su fiel servidor? - preguntó con burla la segunda voz.
-El rey.
Un silencio tenso se asentó entre los dos desconocidos.
-Sabes lo que pienso al respecto- insistió la segunda voz retadora.
-Y también debes saber cuál es el castigo por la desobediencia.
-Lo asumiré con la cabeza en alto de ser necesario.
-Esto es una locura- dijo la primera voz abrumada.
Después los pasos avanzaron, justo hacia donde ella se encontraba agazapada.
-Por eso tiene que acabar- dijo el más cercano a ella, la segunda voz, con evidente molestia en su tono.
-No puedes, como le pongas un dedo encima la pena será de muerte.
-Alguien tiene que hacerlo, es débil y eso le hace también débil a él.
Se escuchó unos pasos bruscos acercarse.
-No te permito que hables de mi rey así.
- ¿Y quién me lo impide? ¿Tú? ¿la sombra del rey?
A partir de ahí una gran sarta de golpes se escucharon claramente, cómo los nudillos se encajaban en la carne y los puños en la cara del otro.
Juraría que la sangre llegó hasta el lugar en el que ella se escondía, la fuerza era mayor a la de nadie que había visto, y la pelea brutal.
Se asomó entre los contenedores, con miedo a que la vean, y contempló en primera fila la feroz pelea entre los dos sujetos.
Al ver que ambos se calmaban volvió a ocultarse, ellos miraban a todos lados buscando a alguien a los alrededores, pero ni una sombra había en la rotonda.
-Vámonos, sabes que esto no está bien- intentó hacerle entrar en razón.
-No me importa si está bien o mal.
-Te matarán como hagas algo.
Al parecer la advertencia no la escuchó, a grandes zancadas se acercó a donde ella estaba.
-Vámonos- insistía él.
Los pasos pararon justo en el contenedor en el que estaba escondida, las manos en su boca temblaron más si era posible y sus rodillas se aflojaron, si estuviera en estos momentos de pie ya habría caído al suelo.
Los zapatos pulcros del desconocido entraron en su campo de visión, estos se quedaron unos instantes ahí para luego alejarse, y cuando creyó que se había ido alguien la agarró con fuerza desmesurada sacándola del contenedor.
Su primer reflejo fue forcejear, sin embargo, no servía de nada, él era tres veces más fuerte que ella y cuanto más peleaba, más daño se hacía.
-Déjala en paz- advirtió la primera voz.
Pero como había estado haciendo hasta ahora, lo ignoró.
-Suéltame- exclamó ella asustada, intentando librarse de su brusco agarre en el brazo.
-Cállate humana- soltó lo último como si fuera un insulto.
-Cállate tú, cerebrito chamuscado- admitía que fue imprudente, además de un insulto poco original, pero si iban a matarla al menos que fuera con el orgullo presente.
Esperó recibir una bofetada, un zarandeo, que la tirase del pelo o cualquier degradación física, pero en cambio, y como había intentado evitar, el agresivo desconocido invadió su mente con tal brutalidad que su cabeza empezó a dar vuelas, y tuvo que apoyarse en los contenedores para no caer.
Se balanceó y sujetó la frente, el mareo era muy intenso, y la intrusión fuerte.
Luchó todo lo que pudo contra la invasión, mantuvo su mente en blanco y no le dejó perturbarla, se serenó buscando la calma e imaginó un muro blanco, infranqueable, inquebrantable, una muralla de un castillo por la cual ningún invasor entrase.
La tormenta que se desataba en su cabeza de repente amaino, quedándose en un pobre vendaval y acabando en nada.
Y cuando quiso abrir los ojos, se encontró cara a cara con el desconocido perplejo.
La soltó del brazo y se alejó como si fuera la peste, con los ojos como platos y expresión atónita, su compañero parecía igual que él, y no era para menos, acababa de protegerse del ataque de un mismísimo mental.
Nunca se había encontrado cara a cara con uno, y al parecer su primera imagen de ellos no había sido la más adecuada, pero lo más sorprendente e impactante había sido que siendo una humana había evitado una intrusión a su mente, como lo haría un protector.
Su estupor no duro mucho, pues el hombre de aspecto colérico la zarandeó con furia como si tratara de una marioneta.
Intentó librarse de él, pero como había pasado antes, era más fuerte.
-No puedes tocarla, hay que llevarla ante el rey, él evaluará su situación.
-Es una simple humana- remarcó enfadado.
-Una humana que te acaba de echar de tu mente como si fuera una protectora.
Él refutó, quejándose constantemente y refunfuñando cada vez que tenía oportunidad, pero de todos modos al final el chico de la primera voz la agarró del brazo con gentileza y la hizo caminar hasta una carroza, en la que habían venido.
Esta era de madera, llevada por dos caballos, lo cual no pudo evitar recordarle a unos cuantos años atrás, donde se usaban estos transportes, pero no debería de extrañarla, ya que los mentales al vivir más años se habían quedado atrás en el tiempo, conservando así las antiguas costumbres.
El hombre más amable de los dos le abrió la puerta y espero a que entrara, dejando poca posibilidad de contradecirle.
Ella sabiendo que no podría negarse entró y se sentó junto a la ventanilla sin cristal con barrotes y una cortina adornándola.
Los asientos eran mullidos y cómodos, dignos de la realeza o caballeriza acomodada, pero gozar de tal lujo no la salvaba de la angustia que la carcomía por dentro.
En cuestión de horas visitaría al rey, y no sería precisamente una visita en la que ella sea la invitada de honor, ni tampoco una agradable.
El interminable camino hasta el castillo, a kilómetros de distancia partiendo de las colinas que separaban sus mundos, por fin llegó a su fin cuando ya estaba casi amaneciendo, ver el ocaso llenar de colores cálidos el cielo fue lo único de lo que podría alegrarse, por un momento se preguntó si ese sería el ultimo que vería.
No sabía lo que la depararía el futuro, pero si de algo estaba segura es que no le gustaría.
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