Capítulo 18.
Y hoy es mi cumpleaños ┐('ー`)┌
En fin, hora de hacerlos sufrir, como les advertí.
...
[Advertencia: Este capítulo contiene situaciones que pueden afectar la sensibilidad del lector (muerte de un personaje, depresión, luto). Se recomienda discreción, porque yo sí lloré al escribir esto.]
— ¡Mamá, no quiero irme a dormir aún!
Al escuchar esta protesta de su hija de ocho años, tan llena de energía, Midori no pudo evitar reír.
— Inko-chan, ya es muy tarde —aseguró, viendo de reojo a su esposo en el cuarto que ambos compartían, frente al cuarto de su hija, completamente noqueado. Había tenido que trabajar horas extras el día anterior para dejar este día libre para pasarlo con ella, así que después de cenar había ido directo a la cama a dormir.
— Pero mamá, ¡Mañana es tu cumpleaños! —sonrió la niña, muy emocionada por el cumpleaños de su mamá.
— Sí, pero tienes que dormir —le recordó, tomando sus mejillas entre sus cálidas manos. Aunque era invierno, las manos de su mamá siempre estaban cálidas— Mañana quieres estar bien despierta para celebrar, ¿No? —le dio un beso en la frente.
Hizo un puchero— Sí...
Aunque fue difícil, Midori logró que su hija accediera a dormirse temprano, permitiéndole a ella misma irse temprano a la cama. Cuando eres pequeño quieres desvelarte, pero cuando ya eres mayor sólo quieres irte a dormir temprano, sentimiento que compartía con su esposo, Koki.
‹Me pregunto qué es lo que tiene planeado› pensó Midori, viendo a su esposo babeando la almohada. Desde el momento en que notó que incluso eso le parecía tierno, Midori supo que estaba perdidamente enamorada de este revoltoso chico eléctrico— Buenas noches —le dio un beso en la frente a su esposo, quien ni siquiera se movió. Él tenía el sueño pesado.
Sin embargo, aunque Koki tenía el sueño pesado, él se las arregló para despertarse esa mañana antes que su esposa y así escabullirse fuera de la cama con dirección al cuarto frente al suyo donde su hija dormía profundamente.
— Ii-chan —la llamó, moviéndola suavemente para despertarla, logrando así que la niña abriera los ojos con cierta dificultad.
— ¿Papá...? —se frotó los ojos, más dormida que despierta.
El hombre puso sus dedos sobre sus labios— Shh, mamá está durmiendo —le dijo, sin estar seguro de que la puerta cerrada sería suficiente para que su esposa no despertará. Midori tenía el sueño bastante ligero— Ii-chan, ¿Quieres ayudarme a hacerle el desayuno a mamá?
— ¡Sí! —sonrió, levantándose de la cama de golpe, sacándole unas risas a su padre.
— A mamá le gusta mucho el katsudon. Deberíamos hacer katsudon para el desayuno —sonrió el hombre, repasando mentalmente los ingredientes que había en el refrigerador y cuales necesitaban para hacer el plato favorito de su esposa.
— Pero, papá, es el desayuno...—señaló Inko, un poco confundida por la idea.
— El katsudon es bueno en cualquier momento.
Al recordar a su esposa, mucho más joven en ese entonces, decirle eso mientras desayunaba dicho plato, Koki contuvo una risa— Creo que mamá podría comer katsudon todos los días y no se aburriría.
— ¡Woah! ¿En serio?
— En serio —rió, usando su quirk para encender el gas de la cocina, logrando que su hija le brillaran los ojos al ver una demostración del poder de su padre.
— ¡Eso es genial! —su papá podía hacer rayos con sus dedos, era muy divertido. Él también podía hacer que su cabello y el de ella se levantaran.
— ¡Lo sé!
A este punto, padre e hija habían olvidado que no tenían que ser ruidosos para no despertar a Midori, pero incluso si lo recordaran hubiera sido inútil. Desde el momento en que Koki salió de la cama ella se había despertado, pero decidió seguirles el juego, además, desayunar en la cama sonaba bien.
— Papá —lo llamó Inko, viendo a su padre freír las chuletas de cerdo con mucho cuidado porque cuando cocinaba podía, sin querer, poner un poco de electricidad, lo cual hacía que quemara la comida con mucha facilidad.
— ¿Qué pasa, Ii-chan? —preguntó, sin despegar su mirada de la sartén, asustado por la idea de quemar la comida que estaba preparándole a su esposa, otra vez...
— ¿Por qué no fuiste a la academia de héroes? —preguntó, manteniendo su distancia de la cocina. Tenía miedo de quemarse o que la sartén se prendiera fuego, cosa que ya había visto pasar— ¡Eres muy fuerte! ¡Podrías ser un gran héroe! —exclamó, extendiendo sus brazos para hacer énfasis a su punto.
Al escuchar estas palabras, su papá dejó salir una pequeña risa— No, ni en lo más mínimo —sonrió— Si fuera un héroe, no podría pasar tanto tiempo contigo y mamá.
Pudo haber ido a la escuela de héroes, incluso pudo haber entrado a la U.A., pero...
‹Esa vida no es para mí›
Le gustaba su vida siendo un aburrido electricista, una vida tranquila con su familia, una vida sin grandes sacrificios y llena de felicidad. Por sobre el amor del mundo, Koki había elegido el amor de su familia y una vida sin mayores problemas a una vida como un héroe, una vida donde no podría asegurar que volvería a salvo cada noche.
— ¡Papá, la comida! —chilló Inko, viendo como la comida se prendía fuego, de nuevo.
— ¡Demonios! —soltó el hombre, tomando a toda prisa una tapa para sofocar las llamas en la sartén. Afortunadamente, el fuego se apagó con éxito al poner la tapa y así quitarle el oxígeno— Oh, no...
— ¿Qué pasó? —preguntó la niña, claramente preocupada ante esto.
— Quemé una de las chuletas...—admitió Koki, un tanto avergonzado al ver que, otra vez, había quemado la comida. ‹Supongo que esta será para mí...›
A decir verdad, Midori al escuchar el escándalo en la cocina estuvo a punto de levantarse de la cama y evitar que su esposo quemara algo, de nuevo, pero al escuchar que todo estaba bien pudo relajarse y volver a recostarse, siendo descubierta en el acto por su única hija.
— ¡Mamá, estabas despierta!
Al ser atrapada por su hija, quien estaba "supervisando" a su padre para que no tirara la comida que sobrevivió al fuego, Midori desvió la mirada— Sí...
Fue una mañana divertida, un poco movida, pero divertida. La sartén había sobrevivido y el katsudon salió bien, así que podía considerarse que el desayuno fue todo un éxito.
— También, en el trabajo me dieron estas entradas para el parque de diversiones —anunció Koki con orgullo, mostrando tres boletos que guardaba en su bolsillo. Eran entradas bastante caras, estaba orgulloso de haberlas conseguido— Midori, ¿Me harías el honor de acompañarme? —preguntó, intentando ser romántico, pero no le salió bien.
— Tienes un moco —señaló Midori, notando el moco al verlo acercarse.
— ¡¿Eh?! —se cubrió con las manos, poniéndose rojo al notar que había hecho el ridículo frente a su esposa e hija— No se rían...—protestó, tomando un pañuelo para limpiarse.
Sólo una mañana llena de esa tan familiar felicidad, una felicidad que se obtiene con pequeños detalles de la vida cotidiana. Esa felicidad que se rompió...
Ese día fueron al parque de diversiones con sus padres y, aunque tuvieron que esperar para subirse a algunos juegos, fue muy divertido. Era un lunes, todavía podía recordarlo, no había mucha gente porque la mayoría de las personas estaban en el trabajo o la escuela a esta hora, pero sus padres dijeron que estaba bien faltar a la escuela hoy.
— ¡Papá, mamá, ¿Podemos venir el próximo año?!
— Claro —sonrió su padre, feliz de que, pese a que el incidente del moco había arruinado su propuesta, ambas parecían felices.
Pero, esa felicidad, esa promesa, todo se rompió con sólo una palabra.
— Bang.
Ese hombre, poniendo su dedo como si fuera una pistola, como si fuera un niño jugando con una pistola invisible, dijo esa palabra y arruinó su vida, porque no fue un juego. Él...
— ¡Midori!
Al ver como la sangre comenzaba a brotar a borbotones del hombro de su esposa, Koki entró en pánico, al igual que el resto de los asistentes al no entender que acababa de suceder, pero entonces...
— Bang, bang, bang.
Más disparos, más sangre, más víctimas. La multitud no tardó mucho en notar qué ocurría: un ataque de un villano, un villano aterrador pues no hubo una advertencia y no podían verlo con claridad más allá de ver a un hombre extraño apuntándolos con su dedo. Ese hombre sólo... abrió fuego con su dedo.
— ¡Alguien llame a los héroes!
— ¡Un médico!
— Mami...—los ojos de Inko se llenaron de lágrimas cuando su padre la tomó del brazo y la jaló lejos del hombre, buscando refugio su malherida esposa. La camiseta que su madre tenía puesta, antes de un blanco puro, estaba comenzando a teñirse de un fuerte y brillante rojo.
— Estoy bien —aseguró Midori, notando la mirada de pánico de su esposo y de su hija— En serio, estoy...
— Bang, bang, bang.
Pero los disparos no cesaron y los héroes todavía no llegaban, ¿Lo peor? Ese hombre cada vez se estaba acercando más a su escondite en uno de los puestos de control de una de las atracciones; él estaba tan cerca que podían escuchar su voz susurrando esa palabra: "bang".
— ¡...! —Koki apretó los dientes, notando que ahora ese "bang" y los gritos estaban más cerca, podía escuchar sus pasos con claridad aun cuando había un gran alboroto alrededor.
Él no era un héroe, nunca había entrenado profesionalmente su quirk, él sólo lo usaba para su trabajo, para soportar mejor la electricidad y así evitar accidentes. Era un electricista, sólo un electricista, ¡pero...!
‹Maldición› pensó, activando su quirk todo lo que pudo, dejando escuchar un zumbido eléctrico, preparándose para una pelea que jamás quiso tener— Ii-chan, por favor, sé una buena niña y escucha a mamá —le pidió, intentando contener el temblor en su voz.
No quería ser un héroe, pero, no podía sólo dejar que ese loco dañara a su familia.
— Papá...
La figura de su padre, parándose frente a ella y a su madre para protegerlas quedó grabada con fuego en su mente. Su espalda, grande y firme fue su último recuerdo de él con vida.
— ¡Ni lo pienses!
Su padre nunca tuvo una oportunidad, aun sí emboscó a ese hombre cuando estaba acercándose a donde estaban él jamás tuvo una oportunidad y él lo sabía. Él sólo quiso ganar tiempo para que ellas escaparan, y lo logró, logró darle un buen golpe de corriente a ese hombre, con un precio: un "bang" directo al corazón.
Los héroes... ¿Por qué tardaron tanto? ¿Por qué no aparecieron antes? Si ellos hubieran llegado antes, ella...
— Bang.
Ella todavía tendría a sus padres...
Ese disparo, hecho con una especie de viento cortante, directo en la espalda de su madre fue suficiente para que ambas cayeran al suelo.
— Mamá...—al ver más sangre, Inko entró en pánico y se aferró a su madre, notando que sus manos... estaban frías— Mamá, levántate...—suplicó, sintiendo como las lágrimas nublaban sus ojos— Mamá... tenemos que irnos, papá...
El miedo, la impotencia que sintió mientras escuchaba a su madre comenzar a ahogarse con su propia sangre, los pasos tranquilos y lentos que se acercaban más a ella... No importaba si pasaban mil años, no podría olvidarlo...
Entonces, Inko lo vio: unos ojos tan fríos que dolían, los ojos de aquel asesino, mirándola como si fuera una piedra en el camino. Fue en ese momento cuando pudo ver como él levantaba su mano y...
— ¡Bastardo loco!
No fue hasta ese instante que un héroe apareció y logró reducir a ese villano, pero...
— ¿...?
Cuando abrió los ojos vio un techo que no conocía, rodeada de un olor que no conocía pero se le hacía familiar, en un lugar que no conocía y con una mujer vestida de verde dándole una mirada compasiva. Eso no fue un sueño...
— Cariño...
— ¿Dónde están mamá y papá? ¿Dónde estoy? —preguntó al borde del llanto. Esto no era su cuarto, esa no era su casa ¿Dónde estaba?
A sus ocho años, Inko no sabía qué era la muerte, nunca había experimentado algo así, ella nunca pensó en ello. Su experiencia más cercana a ello hasta ese día fue cuando vio Bambi y la mamá de Bambi moría, pero... ahora ella era Bambi, y su papá fue el que murió.
A los ocho años Inko descubrió qué era la muerte: que nunca volvería a ver a su papá, y que sucedería lo mismo con su mamá. Aunque los médicos habían tratado la hemorragia, varios órganos vitales habían sido dañados, principalmente sus pulmones y debido a la gran cantidad de heridos que hubo en este "incidente", no había mucho que pudieran hacer más que esperar un milagro, o su muerte.
— Mamá...
La última vez que vio a su madre ella estaba en una cama de hospital con muchas máquinas conectadas a ella. Se veía pálida y muy quieta...
— Mamá —tomó una de sus manos en su mejilla, buscando un calor que ya no estaba ahí. Las manos de su madre, las cuales siempre estaban cálidas, ahora se sentían frías y lánguidas— Mamá...—la volvió a llamar, pero no hubo respuesta.
Sabía que ella no volvería a levantarse, al igual que la mamá de Bambi, a quien también le habían disparado, sin embargo, desesperadamente Inko intentó calentar su mano mientras comenzaba a llorar de una forma que logró estremecer a las enfermeras que lo escucharon.
— ¡Mamá... no me dejes! —suplicó con la voz temblorosa, acurrucándose contra su mano— P-Prometo que me comeré todas las verduras, y que haré todas mis tareas a tiempo. Prometo que seré una buena niña, pero... por favor...
Pero, sin importar lo que prometió, su mamá nunca despertó.
A los ocho años, Inko quedó totalmente sola en el mundo, pero... eso es una historia común. Las historias como esas eran muy comunes ahí afuera, ese era el mundo en que vivían. Los huérfanos por los enfrentamientos entre héroes y villanos son algo que puedes encontrar en todos lados. Su historia no era especial en aquel orfanato...
‹Los extraño...› pensó, abrazando sus rodillas.
Los trabajadores del orfanato eran amables con ellos, los trataban bien y a veces hacían juegos divertidos para distraerlos, pero... No era lo mismo, no era lo mismo, ella... extrañaba a sus padres...
— ¿Algún día dejará de doler...? —le preguntó un día a la directora del orfanato, sintiendo aquel horrible dolor en su pecho al pensar en sus padres y sus muertes.
La directora del orfanato la miró con compasión ante esta pregunta— No —admitió, con una sonrisa amable pero triste— Tú sólo... aprendes a vivir con ello.
Y por más crueles que pudieran sonar aquellas palabras, eran ciertas. La muerte de sus padres nunca dejó de doler, su corazón aún lloraba su pérdida a manos de ese hombre loco, alguien que ni siquiera pudo dar una respuesta coherente del porqué lo hizo.
— Odio los lunes.
Esa fue toda su excusa que necesitó para matar a once personas en un parque de diversiones, esa fue la "razón" por la que mató a sus padres: porque odiaba los lunes.
‹Los odio›
Odiaba a los villanos, ellos sólo hacían daño porque podían. Odiaba a los héroes, porque no llegaron a tiempo, ellos no evitaron que todas esas personas, que sus padres, que todos ellos, murieran...
El odio y rencor que desarrolló debido al trauma que experimentó ese día la hizo alejarse del resto, pero ¿Qué importaba? Nadie iba a adoptarla, las parejas que venían sólo querían bebés o niños con quirks poderosos y ella... ella ya tenía a sus propios padres.
Es por eso que cuando ese chico, Hisashi, comenzó a acercarse para hablarle y a interrumpir su paz se molestó. ¿Qué no entendía que ella quería estar sola? Pero... eso era mentira, no quería estar sola, odiaba estar sola, pero estaba tan aterrada de encariñarse con alguien más y perderlo de esa manera que no podía entablar una amistad con alguien de su edad, alguien como Hisashi Midoriya.
— ¿Por qué...?
— ¿Ah? ¿Dijiste algo? —preguntó Hisashi, dándole una de esas sonrisas que hacían que su corazón aumentara sus latidos. Él no había podido escuchar bien su pregunta debido a que aquella pregunta fue un susurro.
— ¿Por qué estás junto a alguien como yo...? —cuestionó, sin mirarlo— Soy una persona tranquila y no me interesa hablar...
— Porque me gustas.
— ¿A-Ah? —soltó, sintiendo como sus mejillas se calentaban ante tan repentina confesión.
El mundo que Hisashi le mostró era un mundo de color y sonrisas, tiñendo su mundo en blanco de negro de colores brillantes. Él era tan sincero, tan amable, tan dulce...
‹ ¿Por qué? ›
Sabía que iba a dolerle, sabía que lo haría, pero el dolor estaba destrozándola...
La primera persona en la que pudo confiar después de la muerte de sus padres, su esposo, el hombre con el que suponía que viviría el resto de sus días...
‹ ¿Por qué? › pensó, sintiéndose incapaz de derramar más lágrimas, como si se hubiera secado por dentro. ‹ ¿Por qué me traicionaste? ¿Por qué me abandonaste? › se preguntó, sin encontrar una respuesta satisfactoria, y quizás nunca la tendría. ‹Mentiroso... yo confiaba en ti›
...
En fin, ignorando todo el drama y angustia, ahora les faltan 210 estrellas para el especial.
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