Al fin había conseguido cometer el crimen que quería. No sentía ningún tipo de arrepentimiento. En ese momento, su cuerpo reposaba sobre la encimera de mármol de su casa. Tenía que ponerse a trabajar con su cuerpo, tenía que desaparecer. Con cuidado, se acercó a los botes que tenía colocados también sobre la encimera. Todos estaban repletos de líquido, algunos tenían formol, el hombre quería conservar alguna parte del cuerpo de ella, otros tenían ácidos y otros tenían colorantes. También había uno con un líquido transparente que contenía suero.

Abrió la caja torácica de la joven, de no más de veinte años, y colocó sus órganos en varios botes con formol dentro, de ellos se encargaría más tarde. Se detuvo un momento tras eso y llenó una bañera de un líquido que era de color amarillo: ácido. Quería deshacer el resto del cuerpo de la joven. Una sádica sonrisa adornaba las comisuras de sus labios en el proceso. Él ya no distinguía ya el bien del mal, ella se había puesto en su camino y él sencillamente la había eliminado. Cuando iba a meter el cuerpo en la bañera, unas sirenas de policía, al fin, se oyeron a lo lejos...