El funeral había comenzado. La mayoría de las personas presentes lloraban con desconsuelo, casi todas eran jóvenes. Yo observaba aquello desde lejos, sin acercarme demasiado. En realidad conocía a todas aquellas personas y me sorprendía no saber que había un entierro ese día, nadie me había avisado a pesar de que seguramente conocería al difunto si todas las personas presentes me eran familiares. Suspiré observando todo con una ligera inquietud. Las coronas de flores abundaban, había más de diez. Además de eso, una pequeña corona de princesa descansaba encima del ataúd. Aquello me traía recuerdos, sinceramente. Mi padre siempre había dicho que yo era su princesita y siempre jugaba conmigo, incluso con la edad que tenía, veinticuatro años, poniéndome una corona en la cabeza cada vez que conseguía una. Aquello era algo que yo siempre había adorado, me encantaba la relación que tenía con mi padre y adoraba que me tratase de esa manera. Mi curiosidad no aguantó más y me acerqué lentamente a donde estaba el ataúd. Una foto presidía aquella escena, supuse que de la persona que había muerto. Grité horrorizada en aquel momento puesto que en aquella foto aparecía mi rostro... Con una corona en mi cabeza.