Habían avisado de un gran temporal en el mar. Las olas chocaban con fuerza contra la costa de Barcelona, inundando copiosamente el amplio paseo marítimo de la ciudad. Nadie debía acercarse a las barandillas del paseo, puesto que era peligroso. El paseo estaba vacío excepto por una suave figura femenina que apenas se diferenciaba entre la lluvia torrencial que caía del cielo. La mujer paseaba despreocupada entre aquella marea de agua, rastros de las olas chocaban contra ella al tiempo que la lluvia empapaba su cuerpo. La mujer ni siquiera se inmutaba. Aquello le gustaba, siempre había adorado caminar por aquel paseo, las gotas que caían sobre ella por diversos frentes, furiosas, le proporcionaban una extraña tranquilidad, hacían que sus pensamientos no se oyesen con el ensordecedor ruido que hacía el agua, ola tras ola, al chocar enfurecidas contra la costa. En un momento dado, la mujer se acercó a la barandilla, agarrándose a ella con fuerza, mientras algunas olas más suaves impactaban contra ella, llevándose así, gota a gota, sus lágrimas. Lágrimas que ni se notarían entre la cantidad de agua salada que la rodeaba, lágrimas que eliminaban toda su tristeza, lágrimas que la permitirían continuar con su vida...