27 de febrero: Mi condena
Los grilletes aprisionaban mis manos contra la pared, sin dejarme apenas movimiento. Me habían condenado a morir colgado por mis supuestos delitos contra la corona, los cuales eran mentira. Yo sólo era un pobre marinero que amaba el mar, nunca había hecho mal a nadie. Cerré mis ojos durante unos segundos, asumiendo que no iba a poder hacer nada para que aquella sentencia se eliminase. En ese momento, oía las olas del mar romper contra el lugar donde estaba aprisionado. Una muy ligera sonrisa se adueñó de mi cara e imaginé volver a la mar, volver a surcar los mares otra vez con mi elegante barco. Negué con mi cabeza, saliendo de mis fantasías cuando alguien abrió la puerta de la celda.
—Vamos.
Había llegado mi hora. Salí de la celda mientras varios soldados me custodiaban y me dirigían a la plaza del pueblo, donde tendría lugar mi ejecución. Subí las escaleras que me llevaban a la horca. Me coloqué donde me ordenaron y sentí la cuerda alrededor de mi cuello momentos después. Volví a dirigir mi vista al mar, dejando que su sonido y la brisa marina me calmasen. Instantes después, la trampilla debajo de mis pies se abrió...
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