En mi pueblo había un refrán que rezaba así: por San Blas la cigüeña verás y, si no la vieres, año de nieves. Lo que quería decir que si el día tres de febrero no había ya cigüeñas en sus nidos en la iglesia y en algunos de los árboles más altos del lugar, ese año iba a nevar mucho. Yo sólo era una niña, pero todos los años, ese mismo día tres de febrero, recorría el pueblo, que era bastante pequeño, buscando los nidos de las cigüeñas y luego me quedaba observándolas cuando estaban, preguntándome cómo lo hacían para cargar con el peso de los bebés que traían. Habían pasado muchos años de aquello. Yo ya contaba con cuarenta años y me hallaba el tres de febrero paseando por el pueblo, recordando mi infancia y lo feliz que había sido en aquel lugar, rememorando los mejores momentos de mi vida. Alcé la mirada hacia el cielo, percibiendo su intenso color azul que no estaba opacado por ni una sola nube, el sol de febrero lucía orgulloso. Mi mirada se desvió a la iglesia y una amplia sonrisa se apoderó de mi rostro. Ahí estaba la cigüeña un año más...