Abrí la puerta de mi casa cuando oí el timbre. Allí no había nadie pero un gran ramo de tulipanes reposaba en el felpudo. Me agaché sonriendo mientras los recogía, eran de varios colores, desde naranja hasta azul. Aspiré fuerte cuando los tuve en mis manos, oliéndolos, los tulipanes siempre habían sido mis flores favoritas. Una pequeña tarjeta reposaba sobre el ramo que rápidamente cogí en mis manos y abrí.

"Enhorabuena por tu ascenso, querida, te lo mereces.

                                                                                                           H.S."

Sonreí como una tonta. Las flores eran de mi mejor amigo, Henry Sanders. Adoraba cuando tenía esos pequeños detalles conmigo porque, aunque me hubiese costado mucho reconocerlo, estaba enamorada de él. Él no lo sabía, por supuesto, aunque habíamos tenido alguna que otra aventura pasajera, nunca me atrevería a decírselo puesto que sabía su respuesta: "No podemos perder nuestra amistad". Sí, lo sé, es cliché, pero así era él, no podía hacer nada. En ese mismo momento, mientras colocaba mis flores en un jarrón con agua, me hice la promesa de nuevo de disfrutar todo lo que él podía ofrecerme, algún día dejaría de amarle y, ante todo, prefería que quedase ahí nuestra amistad, intacta, inquebrantable, sólida, como siempre había sido.