18 de febrero: Una última oportunidad
Sólo quedaban cinco segundos del partido en la primera final del mundo que yo disputaba. Necesitaba ganar. Ni siquiera pensé que íbamos a llegar hasta allí, pero habíamos llegado. Estar allí ya era increíble, pero ganar sería el colofón perfecto para la temporada. Perdíamos por 96 a 97, pero en cinco segundos se podían hacer muchas cosas, el baloncesto es así. Mi compañera sacó y me pasó el balón a mí, corrí como no había corrido nunca en mi vida para llegar a la canasta contraria y, cuando iba a tirar, una jugadora del otro equipo me tiró al suelo. Tenía falta personal, tenía dos tiros libres que podían suponer nuestra victoria. Me coloqué en la línea de tiro, me pitaban los oídos de los nervios, apenas podía respirar. El equipo estaba, en este momento, en mis manos. El reloj marcaba un solo segundo, si metía los dos tiros ganaríamos aquel partido. Respiré mientras mis compañeras me deseaban suerte y me dispuse a tirar. El árbitro me pasó el balón, apunté y tiré. ¡Bien! Marqué. Sólo me quedaba uno más. Cogí de nuevo el balón y repetí la acción, marcando la segunda canasta y me quedé totalmente estática. ¡Habíamos ganado!
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