—Te quiero —dijo con su voz grave.

Lo miré totalmente inmóvil en mi lugar. Unos minutos antes estaba alejándome de él, sin dudar, sin tener intención de dar marcha atrás. Entonces sus palabras calaron en mi cerebro. Me había dicho esas dos palabras que yo llevaba muchos meses esperando oír. Siempre había sido en vano. Yo lo quería con toda mi alma, era mi mejor amigo y yo me había enamorado de él, pero él me había dicho desde el principio que nada podía pasar, que quería mantener nuestra amistad. Cerré los ojos de espaldas a él, sin poder mirarlo aún y dejé mis brazos caer a mis costados. Lentamente, muy despacio, me di la vuelta y clavé mi mirada en él, buscando algo que delatara si decía la verdad o mentía. Nada me indicaba que mentía de manera que, cerrando los ojos unos segundos más, abrí la boca, dispuesta a hablar.

—¿Y nuestra amistad?

—Los mejores novios han sido antes mejores amigos, nena.

Lo miré con súplica en la mirada, sabía que me estaba entendiendo, le estaba pidiendo que no me hiciese daño, que me quisiese como era. Sin dudarlo más, sellé nuestro destino:

—Yo también te quiero. Siempre.