En aquella fiesta de la fraternidad a la que pertenecía tocaba realizar el sacrificio de una chica virgen. No me preguntéis por qué se hacía eso, sencillamente se hacía así desde mucho antes de llegar yo a la universidad. El ruido era ensordecedor, se simulaba una fiesta maya y la joven virgen tendría que realizar un ritual, que consistía en beberse de un trago un vaso de alcohol, y luego tirarse por una especie de tobogán que habíamos colocado directa a una piscina. Nada podría salir mal.

La chica bebió el vaso que le tendimos y, con una amplia sonrisa en su cara, se tiró por el tobogán pero... No había salido como estaba planeado. El tobogán se rompió a mitad de la bajada de la chica y la pilló en el medio, dejando su cuerpo suspendido y lleno de heridas. Sus ojos, aterrorizados, se mantenían abiertos, aunque ya sin vida. Todo el mundo se quedó en silencio, sin creerse lo que había pasado. Aquello nos costaría la cárcel...

Con un sonoro grito, me desperté. Aquello había sido una pesadilla. ¿Qué día era? Ah, sí, era el día que sacrificaríamos a la virgen. Juraría que yo ya había vivido aquello...