Salí a la calle. Estaba unos días retirado para pensar en unas altas montañas del centro de Europa. El frío se hacía notar, ya que era invierno y la nieve cubría la zona en la que me encontraba. Vivía en una pequeña cabaña en el monte, parecida a la que utilizaba el abuelito de Heidi y, allí, todo carecía de importancia. Me encantaba estar allí, mucho más cerca del cielo que en la ajetreada ciudad donde todo el mundo tenía prisa. Aquel retiro espiritual me estaba ayudando a salir del estrés al que mi trabajo me tenía sometido y ver las cosas de otra manera. Cerca de donde yo estaba, algunos niños jugaban con bolas de nieve y no dudé en acercarme a ellos. Al llegar, observé que también había adultos y me uní, sin preguntar, a la batalla campal más divertida en la que había estado. Ver las cosas desde aquel lugar era diferente, la belleza de aquellos paisajes era abrumadora y todo lo que pensabas antes que era bonito adquiría un nuevo sentido. Estar allí, sin duda, daba vida, daba tranquilidad, daba paz. Todo era diferente, incluso el mismo problema parecía diferente y aquello, sí, aquello, era vida.