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—¡Mira, Sunghoonie! — Sunoo señaló con emoción el pequeño carrito que tenía algodón de azúcar, al otro lado de la calle.
En el último mes Sunoo había podido salir al exterior sin mayores problemas, no se escondía detrás del menor y tampoco le daba aquella abrasadora sensación de pánico, no podía mirar a la gente a la cara, ni hablar con nadie, pero disfrutaba de ver las vidrieras de los negocios, los pájaros volando en el cielo, y se había quedado diez minutos viendo el semáforo cambiar de colores.
Al lado de Sunghoon y siempre tomando su mano, caminaban alrededor de la cuadra de su edificio, nunca habían cruzado la calle, ni siquiera cuando Sunoo vio la jugueteria más cercana, pero separada por unos cinco metros de pavimento.
— ¿Quieres uno, Ddeonu? — ofreció Sunghoon, a lo que el pelirosa asintió con emoción—. Pero está cruzando la calle.
— Yo estoy grande... Puedo hacerlo— dijo, con un leve mohín que era adorable, Sunghoon quería comerle la boca allí mismo.
Sonrió con ternura y acarició su cabello.
— Iremos juntos, ¿Si? Vas a ver que del otro lado de la calle es igual que de este, no hay de qué preocuparse — murmuró suavemente, para que no se asustara.
Sunoo sólo asintió, juntos fueron hacia la esquina más cercana, para cruzar por la senda peatonal en cuanto el semáforo lo permitió, el pelirosa estaba temblando de nervios y se tomaba con firmeza a la mano de su novio.
Finalmente del otro lado, Sunoo vió las baldosas de la vereda, iguales a las del otro lado, y suspiró con alivio.
— Muy bien, bebé — Sunghoon dejó un beso en su cien —. Tendrás el algodón de azúcar más grande del mundo como premio.
Sunoo sonrió con orgullo, se quedó viendo con emoción cómo armaban el algodón de azúcar para él, en cuanto lo tuvo en sus manos, aún algo caliente, dió saltitos de alegría, matando de ternura al castaño.
Cerca de aquel carrito había una especie de mini parque, apenas eran un par de árboles en una esquina de la cuadra, unos bancos y una pequeña fuente de agua, Sunghoon le ofreció ir hacia allá.
— Así practicas para cuando vayamos a un parque más grande, Ddeonu.
— ¡Si, si! — al pelirosa le encantaba la idea de ir a un parque, era su objetivo, su mayor logro, quería ir y comer helado con su lindo novio, y pelear con cualquier perro que fuera a molestarlo.
Se sentaron en el banco más cercano a la fuente, así Sunoo podía distraerse del mundo con el ruido del agua mientras comía toda esa azúcar con colores, y Sunghoon lo admiraba con una sonrisa boba, estaba tan feliz por él.
Sunoo le ofreció de su algodón de azúcar, aunque el menor se negó al principio el pelirosa le insistió.
— Los novios comparten estas cosas, Sunghoon, sé mi novio y comparte esto conmigo.
El pelinegro se ruborizó demasiado por esas palabras, Sunoo había usado ese tono infantil de niño consentido, que muchas veces solía molestarle (porque, en verdad, ¿Quien no odiaba un poco a los niños mimados?) Pero que Sunoo lo considerará su novio con tanta seguridad hacia que las mariposas es su estómago se volvieran locas.
Terminaron aquel algodón de azúcar juntos, y Sunoo mantenía una sonrisa en su rostro mientras miraba al lindo castaño.
— Sunghoonie, eres muy lindo — dijo el pelirosa, el menor notó sus ojitos de enamorado, y si sus mariposas ya estaban locas antes, ahora parecían volar dentro de un huracán.
— Tú eres más lindo.
— Tus mejillas son adorables — Sunoo pellizco una de las mejillas del menor —. Y me gusta mucho tu sonrisa de conejo... También tus ojitos brillantes... Y ese lunar que tienes en la nariz... Hasta tu nariz es redondita y adorable.
— Sunoo.. Me estás avergonzado.
— ¿Ahora te avergüenza que te quiera? — se quejó el pelirosa, haciendo un puchero molesto, después volvió a sonreír —. Vamos, dime qué soy lindo así me avergüenzas también— dijo, tomando sus propias mejillas y haciendo caritas tiernas.
— Sunoo...
— Mhm.
— Eres feito.
Con esas dos palabras Sunghoon recibido varios golpes de parte del mayor en su brazo, haciéndolo reír a carcajadas.
— ¡Sunghoonie! Eres malo, y feo, y tonto...
— Mira, mira, soy un espejo, todo lo que digas es tu reflejo— se burló el menor, le parecía divertido discutirle como un niño pequeño, porque se ponía berrinchudo, igual que un niño.
— ¡Sunghoon!
Pasaron varios segundos en aquella pelea tonta, hasta que Sunoo no quiso golpearlo más, y Sunghoon le susurró que lo arreglaría todo con los besos más lindos y amorosos del mundo al llegar a su departamento.
Eso hizo a Sunoo sonreír y ruborizarse mucho, y con bastantes ganas, volvieron a su lindo hogar para amarse cómodamente.
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